lunes, 22 de junio de 2020


22 de Junio

San Paulino de Nola


Obispo y confesor. Exorcista.
(c 353-431)

El hombre sin Cristo, es polvo y sombra”

Para mí, el único arte es la fe, y Cristo mi poesía”

Breve
Nace en el año 353, en Burdeos, Francia
Muere el 22 Junio del año 431, en Nola, Italia, provincia de Campaña

Su padre, era un gobernador de familia muy rica. Tuvo como maestros, a los más famosos literatos de su época. Llegó a ser un reconocido abogado, con importantes cargos públicos en el Imperio Romano, por lo que viajó, a lo largo y ancho del mismo.

Todos le admiraban por su educación y su trato. En Milán, se hizo amigo de San Ambrosio y San Agustín. Mantuvo correspondencia con San Jerónimo. Recibió el bautismo de su amigo, San Delfín, obispo de Burdeos.

Se retiró a España, donde se casó con Teresa. Tras la muerte de su único hijo, cuando éste tenía ocho días de nacido, el matrimonio, decidió repartir sus riquezas entre los pobres, y vivir como hermanos.

En la Navidad del año 393, el pueblo pidió al Obispo de Barcelona, que ordenase a Paulino sacerdote.

Paulino y Teresa, se fueron a vivir a Nola, Italia. Allí junto a la tumba de San Félix, construyeron su casa, donde vivían austeramente en oración, y se dedicaban a la ayuda de los pobres.

En el año 409, al morir el obispo de Nola, el pueblo aclamó a Paulino, como obispo. Fué un pastor ejemplar por 21 años, hasta su muerte.

Sostuvo una extensa evangelización por correo. De él se conservan 50 cartas. También escribía bellas poesías. Conocido también por su poder contra los demonios.

En el año 410, Nola fue invadida, por los vándalos del rey Genserico. Se llevaron a muchos como esclavos, entre ellos al hijo único de una pobre viuda. Paulino se ofreció de esclavo, en lugar de aquel joven. Pero aquellos invasores, tuvieron un cambio de corazón, y devolvieron libres al obispo Paulino, y a los demás prisioneros.

Murió San Paulino, el 22 de Junio del año 431, a los 74 años de edad, y fue sepultado en la iglesia de San Félix.

Su cuerpo fue trasladado a Roma, donde es venerado, en la Iglesia de San Bartolomé, en la isla del Tíber, junto con el Apóstol.

Otros santos, escribieron sobre sus virtudes de obispo modelo, entre ellos San Ambrosio, San Jerónimo, San Agustín y San Gregorio de Tours.

Según San Francisco de Sales, doctor de la amabilidad, San Paulino vivía un octavo sacramento, que consistía, en ser exquisitamente amable, y bien educado con todos.

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Benedicto XVI
Catequesis sobre San Paulino de Nola
12-XII-2007

El padre de la Iglesia que presentamos hoy, es San Paulino de Nola. De la época de San Agustín, con quien estuvo unido por una intensa amistad, Paulino ejerció su ministerio en Campania, en Nola, donde fue monje, y luego presbítero y Obispo.

Ahora bien, era originario de Aquitania, en el sur de Francia, más en concreto de Burdeos, donde nació en el seno de una familia de alta alcurnia. Allí recibió una fina educación literaria, teniendo por maestro al poeta Ausonio. Se alejó de su tierra, en una primera ocasión, para seguir su precoz carrera política. Siendo todavía joven, desempeñó el papel de gobernador de Campania. En este cargo público, destacó por su sabiduría y mansedumbre.

En este período, la gracia hizo germinar en su corazón, la semilla de la conversión. La chispa surgió de la fe sencilla e intensa, con la que el pueblo, honraba la tumba de un santo, el mártir Félix, en el santuario de la actual Cimitile. Como responsable público, Paulino se preocupó por este santuario, e hizo construir un hospicio para los pobres, y un camino para hacer más fácil, el acceso de los numerosos peregrinos.

Mientras se dedicaba a construir la ciudad terrena, descubría el camino hacia la ciudad celestial. El encuentro con Cristo, fue el punto de llegada, después de un camino arduo, sembrado de pruebas. Circunstancias dolorosas, comenzando por la pérdida del favor de la autoridad política, le hicieron tocar con la mano, la caducidad de lo terrenal.

Tras descubrir la fe, escribirá: «El hombre sin Cristo, es polvo y sombra» (Carmen X, 289).

Buscando el sentido de la existencia, viajó a Milán, para aprender de San Ambrosio. Después completó su formación cristiana, en su tierra natal, donde recibió el bautismo, de manos del obispo Delfín, de Burdeos.

En su camino de fe, aparece también el matrimonio. Se casó con Teresa, una mujer noble de Barcelona, con quien tuvo un hijo. Hubiera seguido siendo un buen laico cristiano, si la muerte del niño a los pocos días, no le hubiera sacudido interiormente, mostrándole que Dios, tenía otro designio para su vida. Se sintió llamado a entregarse a Cristo, en una rigurosa vida ascética.

En pleno acuerdo con su mujer, Teresa, vendió sus bienes para ayudar a los pobres, y junto con ella, dejó Aquitania para ir a vivir a Nola, junto a la basílica del protector San Félix, en casta fraternidad, según una forma de vida, a la que otros se unieron. El ritmo era típicamente monástico, pero cuando Paulino, que fue ordenado presbítero en Barcelona, comenzó a ejercer también, el ministerio sacerdotal con los peregrinos.

Esto le atrajo la simpatía y la confianza, de la comunidad cristiana, que al morir el obispo, hacia el año 409, le eligió como sucesor, en la cátedra de Nola. Su acción pastoral se intensificó, caracterizándose por una atención por los pobres.

Dejó la imagen, de un auténtico pastor de la caridad, como lo describió San Gregorio Magno, en el capítulo III de sus Diálogos, en donde Paulino es retratado, en el heroico gesto de ofrecerse como prisionero, en lugar del hijo de una viuda. El episodio es discutido históricamente, pero queda la figura, de un obispo de gran corazón, que supo estar junto a su pueblo, en las tristes contingencias, de las invasiones de los bárbaros.
La conversión de Paulino, impresionó a sus contemporáneos. Su maestro, Ausonio, poeta pagano, se sintió «traicionado», y le dirigió palabras duras, reprendiéndole por su «desprecio» considerado irrazonable, de los bienes materiales, y por abandonar su vocación de escritor.

San Paulino replicó, que su ayuda a los pobres, no significaba desprecio por los bienes terrenales, sino más bien, valorarlos con el fin más elevado de la caridad. Por lo que se refiere a sus capacidad literaria, Paulino no había abandonado el talento poético, que seguiría cultivando, sino las fórmulas poéticas, inspiradas en la mitología y en los ideales paganos. Una nueva ascética regía su sensibilidad: era la belleza del Dios encarnado, crucificado y resucitado, de quien ahora, se había convertido en trovador.

En realidad no había dejado la poesía, sino que pasaba a buscar inspiración, en al Evangelio, como dice en este verso: «Para mí, el único arte es la fe, y Cristo mi poesía» («At nobis ars una fides, et musica Christus»: Carme XX, 32).

Sus poemas, son cantos de fe y de amor, en los que la historia diaria, de los pequeños y grandes acontecimientos, es vista como historia de salvación, como historia de Dios con nosotros.

Muchas de estas composiciones, los así llamados «Cármenes de Navidad», están ligados a la fiesta anual del mártir Félix, a quien había escogido, como patrono celestial. Recordando a San Félix, quería glorificar al mismo Cristo, convencido de que la intercesión del santo, le había alcanzado la gracia de la conversión: «En tu luz gloriosa, he amado a Cristo» (Carmen XXI, 373).

Expresó este mismo concepto, ampliando el espacio del santuario, con una nueva basílica, que decoró de manera que las pinturas, ilustradas con explicaciones adecuadas, se convirtieran para los peregrinos, en una catequesis visual.

De este modo, explicaba su proyecto en un carmen, dedicado a otro gran catequista, San Niceto de Remesiana, mientras le acompañaba, en una visita a sus basílicas: «Ahora quiero que contemples, la larga serie de pinturas de las paredes de los pórticos... Nos ha parecido útil, representar con la pintura argumentos sagrados, en toda la casa de Félix, con la esperanza de que al ver estas imágenes, la figura dibujada, suscite el interés, de las mentes sorprendidas de los campesinos» (Carmen XXVII, versículos 511.580-583). Todavía hoy, se pueden admirar aquellos vestigios, que hacen del santo de Nola, una de las figuras de referencia de la arqueología cristiana.

En el cenobio de Cimitile, la vida discurría en pobreza, oración, y totalmente sumergida en la lectio divina. La Escritura leída, meditada, asimilada, era el rayo de luz, a través del cual, el santo de Nola escrutaba su alma, en su búsqueda de la perfección.

A quien se sorprendía, por la decisión de abandonar los bienes materiales, le recordaba que este gesto, no representaba ni muchos menos, la plena conversión: «Abandonar o vender los bienes temporales, poseídos en este mundo, no significa el cumplimiento, sino sólo el inicio de la carrera en el estadio; no es, por así decir, la meta, sino sólo la salida. El atleta no gana, cuando se quita los vestidos, pues los deja a un lado, para poder comenzar a luchar. Sólo recibe la corona de vencedor, después de haber combatido como se debe» (Cf. Epístola XXIV, 7 a Sulpicio Severo).

Junto a la ascesis y a la Palabra de Dios, estaba la caridad. En la comunidad monástica, los pobres se sentían en su casa. San Paulino no se limitaba a darles limosna: les acogía como si fuera el mismo Cristo.

Les reservaba un ala del monasterio, y de este modo, no tenía la impresión de dar, sino de recibir, en el intercambio de dones, entre la acogida ofrecida, y la gratitud hecha oración, de aquellos a quienes ayudaba. Llamaba a los pobres sus «dueños» (Cf. Epístola XIII, 11 a Pamaquio), y al observar que se alojaban en el piso inferior, les decía que su oración, desempeñaba la función, de los cimientos de su casa (Cf. Carmen XXI, 393-394).

San Paulino no escribió tratados de teología, sino que sus cármenes y su denso epistolario, están llenos de una teología vivida, penetrada por la Palabra de Dios, escrutada constantemente, como luz para la vida. En particular, expresa el sentido de la Iglesia, como misterio de unidad.

Vivía la comunión, sobre todo, a través de una profunda práctica, de la amistad espiritual. En este sentido, San Paulino fue un verdadero maestro, haciendo de su vida, un cruce de caminos de espíritus elegidos: de San Martín de Tours a San Jerónimo, de San Ambrosio a San Agustín, de Delfín de Burdeos a Niceto de Remesiana, de Vitricio de Rouen, a Rufino de Aquileya, de Pamaquio a Sulpicio Severo, y muchos más, ya sean conocidos o no. En este clima nacen las intensas páginas, que dirigió a San Agustín.

Independientemente de los contenidos de las diferentes cartas, impresiona el ardor, con el que el santo de Nola, canta la amistad misma, como manifestación del único cuerpo de Cristo, animado por el Espíritu Santo.

Este es un significativo pasaje, de los inicios de la correspondencia, entre los dos amigos: «No hay que sorprenderse si nosotros, a pesar de la lejanía, estamos juntos, y sin habernos conocido, nos conocemos, pues somos miembros de un solo cuerpo, tenemos una sola cabeza, hemos quedado inundados, por una sola gracia; vivimos de un solo pan; caminamos por un camino único; vivimos en la misma casa» (Epístola 6, 2).

Como puede verse, se trata de una bellísima descripción, de lo que significa ser cristianos, ser Cuerpo de Cristo, vivir en la comunión de la Iglesia. La teología en nuestro tiempo, ha encontrado precisamente en el concepto de comunión, la clave para afrontar el misterio de la Iglesia.

El testimonio de San Paulino de Nola, nos ayuda a experimentar la Iglesia, tal y como la presenta el Concilio Vaticano II: sacramento de la íntima unión con Dios, y de este modo, de la unidad de todos nosotros, y por último, de todo el género humano (Cf. Lumen gentium, 1). Con esta perspectiva, os deseo a todos vosotros, un feliz tiempo de Adviento.

Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, que a imitación del Obispo San Paulino, podamos sentir y vivir, una auténtica Amistad y Amor hacia Tí, junto con el Agradecimiento, por todo lo que nos enseñaste y sufriste, por todos nosotros en la Tierra, y por abrirnos las puertas del Cielo, y enviarnos al Espíritu Santo. A Tí Señor, que te declaraste en la Última Cena, nuestro amigo. Amén.


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