sábado, 20 de junio de 2020


20 de junio

LOS MÁRTIRES INGLESES


(s. XVI)

¿Cuántos años crees que podría vivir en mi casa?", preguntó Santo Tomás Moro, a su mujer. "Por lo menos veinte, porque no eres viejo", le dijo ella. "Muy mala ganga, puesto que quieres que cambie por veinte años, toda la eternidad”

Breve
Fueron hombres y mujeres, tanto clérigos como laicos, que dieron su vida por la fe, entre los años 1535 y 1679, en Inglaterra.

Asombra realmente lo que sucedió, rayano en lo más primitivo, de lo que nos podamos imaginar, por parte de las autoridades civiles, tanto católicas primero, como protestantes después. Recemos por el Eterno descanso de todos, católicos y protestantes, víctimas de un absurdo enfrentamiento.
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DAVID LIONEL GREENSTOCK

Cuando se habla de los mártires ingleses, se entiende aquellos héroes, sacerdotes y seglares, hombres y mujeres, que dieron sus vidas durante la Reforma en Inglaterra, en un esfuerzo supremo para conservar la fe, la misa y los sacramentos en aquella isla.

Para entender mejor, lo que les llevó a la muerte por su religión, será menester, hacer un pequeño resumen, de la historia de aquella Reforma, tal como se desarrolló en Inglaterra. Es decir, es necesario comprender el origen, naturaleza y tendencias, de la causa en que perdieron la vida. Si no, nunca podremos comprender, el por qué se les acusó de traición, el por qué fueron tan vanas las acusaciones, lanzadas contra ellos, y por qué fueron aceptadas dichas acusaciones, tantas veces, juntamente con pruebas ridículas contra su defensa, delante de los tribunales.

El protestantismo no logró tener éxito en Inglaterra, hasta el reinado de Eduardo VI. Todo lo contrario, al rey Enrique VIII le fue concedido por el Papa, el título de defensor de la fe, por sus escritos contra aquella herejía.

Sin embargo, la semilla de la separación entre Inglaterra y la Iglesia Católica, había sido sembrada hacía años, puesto que el poder de la Corona y el del monarca, habían aumentado mucho desde las guerras de las Rosas, de tal manera que la Iglesia en Inglaterra, llegó a ser un instrumento más, en las manos del rey.

Por lo tanto, cuando Enrique VIII, decidió casarse con Ana Bolena, divorciándose de su legítima esposa, Catalina de Aragón, pocas fueron las voces levantadas en contra de él, dejando aparte, la de Santo Tomás Moro y San Juan Fisher. Así llegó el cisma; pero todavía no había entrado la herejía.

El protestantismo empezó su trabajo nefasto, en el reinado del joven Eduardo VI, introduciéndose primero entre los ministros del rey, y más tarde apoderándose, sin mucha oposición, de las grandes ciudades, tanto como de los condados del este del país. Cuando llegó al trono la reina María, hija legítima de Enrique VIII y Catalina de Aragón, defensora de la verdadera religión y ferviente católica, el protestantismo tenía mucha fuerza en todo el país.

Por esta razón, el renacimiento del catolicismo durante su reinado, duró muy poco, escasamente cuatro años desde su proclamación oficial, hecha por el Parlamento.

Después de la muerte de María, heredó el trono Isabel I, en el año 1558, y ésta, olvidando enseguida su solemne promesa, de mantener en el reino la fe católica, se rodeó de consejeros y ministros protestantes, de los cuales Guillermo Cecil, puede considerarse el jefe y prototipo.

Entonces empezó la verdadera lucha, entre la herejía y las fuerzas de la Contrarreforma del Concilio de Trento, tanto que la mayoría de los mártires, fueron ejecutados durante estos años, siendo relativamente pocos, los que murieron durante el período de Carlos I, Jaime I y el protector Cromwell.

Sin embargo, la persecución no empezó de una manera abierta y violenta, debido a que Isabel I y sus ministros, habían condenado de una manera tan rotunda, las ejecuciones de protestantes, durante el reinado de María, que sería demasiado ingenuo lanzarse en seguida, a su vez, a asesinar a los católicos.

Así, por lo menos pensó Cecil, el primer ministro de Isabel. Primero sería necesario consolidar la posición del protestantismo, y preparar el terreno.

Esto lo hizo con dos leyes: el decreto de Supremacía y el acta de Uniformidad, en el año 1559. Con estos decretos, se planteó un grave problema, que hasta entonces no había surgido, y por tanto, frente a él, los mismos católicos se encontraron desconcertados,

Antes se había discutido mucho, la relación entre el poder de la Iglesia y el del Estado, manteniéndose firme el derecho de la Iglesia, de nombrar a los obispos, y de concederles sus poderes jurisdiccionales; mientras el Estado, había conseguido en Inglaterra, el derecho de exigir contribuciones del clero y de juzgarles.

Ahora se planteó un problema muy distinto, puesto que el rey se declaró monarca, no solamente en cuanto a las cosas civiles del país, sino también de las espirituales y religiosas, dentro de su reino.

Algunos de sus súbditos —la mayoría— resolvieron el problema, aceptando con sumisión los decretos reales, viendo en ellos solamente, los deseos del rey de enriquecerse, mediante una confiscación de los bienes de la Iglesia en el país, especialmente de los grandes monasterios.

Otros al principio dieron sus vidas, aunque aún eran muy pocos, antes de ceder al monarca, lo que consideraban una prerrogativa del Romano Pontífice. Es decir, éstos vieron en el problema, su aspecto teológico; mientras los otros no vieron más que el aspecto político-social. Pero vamos a continuar con nuestra historia.

El levantamiento en el norte de Inglaterra, en el año 1569, por motivos puramente religiosos, hizo a Cecil cambiar su política, y desde entonces, la persecución de los católicos fue más dura, tanto que en el año 1570, el papa San Pío V, excomulgó a la reina Isabel.

En seguida Cecil tomó su revancha. Identificando el protestantismo con el espíritu nacional, empezó a calificar de traidores, a todos los que propagaron la noticia, de la sentencia papal, así como a todos los sacerdotes, que continuaron en la verdadera fe, juntamente con los que les ayudaran con dinero, y les hospedaran en sus casas. Pero al mismo tiempo, había empezado aquel movimiento espiritual católico, que llamamos la Contrarreforma.

Con sus ojos abiertos, por la sentencia papal lanzada contra la reina, muchos católicos se marcharon de Inglaterra al extranjero, formándose así verdaderas colonias, en muchos países, entre éstos, jóvenes dispuestos a dar sus vidas, para conservar la fe en Inglaterra.

En 1556 el cardenal Allen, abrió su famoso seminario en Douai, mandando desde allí, a los primeros misioneros en el año 1574. Un poco más tarde, abrió otro seminario en Roma en 1578, y en 1589 todavía otro en Valladolid. El de Roma como el de Valladolid, perduran aún, y continúan su trabajo de educar y mandar sacerdotes, a todas partes de Inglaterra.

Tanto como la oposición, la resistencia de los católicos se había endurecido. La persecución continuó, bastantes años todavía, hasta el fin del gobierno del protector CromweIl; pero llegó a su punto más feroz, después del decreto del año 1585, contra la misa y los sacerdotes.

Según este decreto, todos los sacerdotes de la isla, tendrían que salir de ella, en un plazo de cuarenta días; el mero hecho de ser sacerdotes, era un acto de traición a la nación; los que estaban estudiando en seminarios fuera del país, tendrían que volver a él, dentro de un período de seis meses, y prestar un juramento de fidelidad a la reina, como cabeza de la nación y de la Iglesia.

Los que rehusaron cumplir estas condiciones, fueron declarados traidores, juntamente con todos los que les ayudaron, en cualquiera forma. Les esperaba la pena de muerte. Ésta en general, fue la situación política y religiosa, de aquellos tiempos. Ahora examinemos con más detalle, la vida de aquellos gloriosos mártires, y su muerte.

Al terminarse la persecución, 316 personas habían dado sus vidas, para conservar los restos de la fe en Inglaterra. De éstas, 79 fueron seglares y 237 sacerdotes, de los cuales 85 eran religiosos de distintas Ordenes religiosas, entre ellas jesuitas, dominicos, benedictinos y franciscanos.

Al leer estas cifras, nuestra primera reacción es: ¿por qué fueron tan pocos?. La respuesta a esta pregunta no es sencilla, pero podemos resumirla, diciendo que al principio, no se vio claramente el peligro que encerró el cisma, en tiempos de Enrique VIII, siendo solamente cincuenta, los que murieron por la fe, durante su reinado.

Pero entre ellos, encontramos a aquellos dos santos, Santo Tomás Moro y San Juan Fisher, obispo de Rochester, y gran defensor de la reina Catalina de Aragón. Además, la supresión de los monasterios, y la flaqueza de los obispos, en tiempos de Enrique, planteó un problema para los fieles y para los sacerdotes. No tuvieron más remedio, que seguir el ejemplo de sus obispos.

En tiempos de Isabel I, como hemos indicado, se endureció la resistencia, pero ya era demasiado tarde, para conseguir la completa conversión de la isla. Sin embargo, tenemos que decir que si hoy día, la misa se celebra en Inglaterra, y si hay cuatro millones de católicos fervorosos allí, este hecho se debe en gran parte, al sacrificio de aquellos católicos que murieron, entre 1535 y 1679.

No podemos escribir aquí, las vidas de cada uno de los mártires, puesto que no disponemos de espacio suficiente para ello. Por lo tanto, los vamos a dividir en dos grupos: los seglares y los sacerdotes.

Entre los seglares, encontramos a todas las clases sociales, desde lo más alto hasta lo más bajo, desde un canciller del reino, hasta un simple obrero. Entre ellos hay tres mujeres. Cada uno, dio su vida en circunstancias muy distintas, pero todos murieron por la misma causa: su fe.

Entre ellos se destaca, tanto por su carácter, como por las circunstancias de su muerte, el canciller Santo Tomás Moro. Intimo compañero, y amigo del rey Enrique VIII, abogado distinguido, de mucha cultura general; amigo de Erasmo, y cariñoso padre de familia, era un hombre muy simpático, por razón de su buen humor, y además, era un católico fervoroso.

Cuando vio que no era compatible con su religión, aceptar el juramento de sumisión a Enrique, como cabeza de la Iglesia en Inglaterra, presentó su dimisión, tratando de vivir una vida tranquila en su casa, sin más complicaciones.

Pero finalmente, terminó arrestado e interrogado en la Torre de Londres. A todos los esfuerzos para convencerle, de que debía prestar el juramento, contestó sencillamente, que no podía reconciliarlo con su conciencia.

Cuando su propia mujer, añadió sus esfuerzos a los de sus amigos, le contestó, "¿Cuántos años crees que podría vivir en mi casa?". "Por lo menos veinte, porque no eres viejo", le dijo ella. "Muy mala ganga, puesto que quieres que cambie por veinte años, toda la eternidad”.

Por fin, murió después de quince meses en la cárcel. Su catolicismo se demuestra en la pequeña obra, “Diálogo en tiempos de tribulación”, que escribió en la cárcel; mientras su buen humor, se reveló en los últimos momentos de su vida, cuando al agachar la cabeza sobre la madera, para recibir el hachazo, dijo, quitando su barba de la madera: "Dejadme quitar la barba de aquí; ésa no ha cometido ninguna traición".

La mayoría de los otros, murieron porque ayudaron a los sacerdotes, en su trabajo como misioneros, ocultándoles en sus casas, preparándoles escondites, donde podían refugiarse con sus hábitos, y con todo lo que podía demostrar, que se había celebrado misa en aquel lugar.

Entre ellos, encontramos a tres mujeres. Una, Ana Line, fue condenada por tener sacerdotes en su casa. Antes de ser ahorcada, dijo a la muchedumbre: "Me han condenado por recibir en mi casa a sacerdotes. Ojalá donde recibí uno, pudiera haber recibido a miles, y no me arrepiento, por lo que he hecho".

Las últimas palabras de Margarita Clitheroe fueron: "Este camino al cielo, es tan corto como cualquier otro”. Margarita Ward, perdió la vida, porque llevó en una cesta, la cuerda con que se escapó de la cárcel, el padre Watson, sabiendo que de ser descubierta, nada la podría salvar de la horca. Los jueces hicieron lo posible, para que prometiese ir a la iglesia protestante, pero su contestación, fue sencilla y clara: "Eso no me lo permite mi conciencia".

La vida de los sacerdotes es más fácil de describir, por la semejanza que existe entre ellas. Se educaron en seminarios y colegios en el extranjero, (en España había tres: en Valladolid, Madrid y Sevilla), cursando sus años de filosofía y teología.

Después de ordenarse, se marchaban a Inglaterra, disfrazados de comerciantes, soldados, criados, etc., sabiendo que la muerte les acechaba a cada paso. Algunos fueron hechos prisioneros, nada más al llegar, mientras otros consiguieron pasar muchos años desapercibidos, sin despertar las sospechas de las autoridades civiles.

Pero más tarde, o más temprano, para todos llegó el momento de la prueba. Generalmente, debido a informes de algún traidor o espía, los guardias les buscaban, encontrándoles a veces, en el acto de celebrar la misa, o escondidos con sus hábitos sacerdotales, en una casa.

Encadenados, pasaban un periodo indefinido en la cárcel, donde eran interrogados repetidas veces, para conseguir las pruebas necesarias contra ellos, y los nombres de aquellos, que les habían dado alojamiento o ayuda, tanto como los sitios, donde habían celebrado la misa.

Pero fieles a su fe y su vocación, en ningún caso, revelaban datos importantes. Por lo que eran sometidos a la tortura, para conseguir por la fuerza, lo que no quisieron decir libremente. Esta tortura fue tan dura a veces, que al llegar al juicio público, había que dejarles sentar, porque no tenían fuerzas suficientes, para mantenerse de pie.

Las condiciones en la cárcel fueron tan miserables, que algunos murieron allí, sin llegar a la horca. Un alumno del Colegio Inglés de Valladolid, fue traicionado por su propio padre, quien después de la muerte de su hijo en la cárcel, rehusó darle cristiano entierro.

Después del interrogatorio oficial, venían las disputas con los pastores protestantes, quienes trataban de conseguir, la apostasía de los misioneros, mediante sus argumentos sin éxito, saliendo vencidos, por la sabiduría y la paciencia de los mártires, debidamente preparados, durante sus estudios para este momento.

Luego venía el juicio, del cual sabemos todos los detalles, puesto que los documentos oficiales y deposiciones, se encuentran en los archivos del Estado todavía. Un estudio de estos documentos, nos revela que la causa principal, fue siempre religiosa, disfrazada bajo acusación de traición.

Los documentos del juicio, del Beato Edmundo Campion, uno de los más renombrados mártires de la Compañía de Jesús, también demuestran la insuficiencia, de las pruebas admitidas por el juez, tanto como el truco principal, que utilizaron los jueces, para conseguir la condena, cuando las otras pruebas les fallaron.

Este método, consistió en una serie de preguntas, como las siguientes: "¿Aceptaría usted la libertad, tanto para usted como para su Iglesia, si esto fuese posible?". Dada la contestación afirmativa, el juez continuó: "¿La aceptaría de manos de una fuerza papal?. En caso de una invasión de este reino, por las fuerzas papales, ¿qué debe hacer un buen católico?". Como ningún católico de aquellos tiempos, podía dar una contestación satisfactoria a estas preguntas, no había dificultad, en condenarles como traidores al reino. Campion denunció con toda su elocuencia, la injusticia de este truco en su juicio.

Después de la sentencia condenatoria, les dejaban en la cárcel unos días más, sacándoles solamente para llevarles a la horca, atados a una especie de trineo, arrastrado por un caballo, siendo acompañados siempre por el pastor protestante, discutiendo con ellos, sin duda, para que no tuviesen la oportunidad del consuelo de hablar con amigos, o rezar en paz.

Al llegar al sitio de su martirio, les quitaban la ropa, dejándoles solamente la camisa; así facilitaban, el cumplimiento de los últimos detalles de la sentencia brutal. Ataban la cuerda al palo, y el mártir subía las escaleras de la horca. La gente alrededor, esperaba un discurso del condenado, y muchos de los mártires, aprovecharon esta ocasión, para hacer su última predicación de la verdadera fe, a la gente ignorante que les rodeaba.

Después de rezar una oración, sin miedo alguno, y muchas veces, con visible alegría, se preparaban para el supremo sacrificio. Quitando las escaleras, o el carro debajo de sus pies, el verdugo les dejaba congestionarse, hasta casi perder el conocimiento.

En este momento los echaban al suelo, donde les quitaban las entrañas, y el corazón. A muy pocos, como favor especial, les dejaron en la horca hasta morir, y la mayoría tuvieron bastantes fuerzas, para elevar una última oración al cielo, en el momento de quitarles el corazón. Luego les cortaban la cabeza, y les descuartizaban, con el fin de exponer sus restos en un lugar público.

Así murieron por su fe, sabiendo que otros, vendrían detrás de ellos, para continuar su trabajo. En efecto, al recibir las noticias del martirio, los estudiantes, todavía en sus colegios en el extranjero, solían acudir a la capilla, para cantar el Te Deum y el Salve,

En el Colegio de Valladolid, esta ceremonia tenía lugar, delante de una estatua de la Virgen, mutilada por las tropas inglesas, durante el saqueo de Cádiz.

Como siempre, de la sangre de los mártires brotó una resistencia, cada día más fuerte y más eficaz. España puede tener el merecido orgullo, de haber dado refugio, a muchos de aquellos sacerdotes, puesto que el Colegio de Valladolid, cuenta entre sus alumnos de aquellos tiempos, a veintitrés mártires, diecinueve de ellos ya beatificados por la Iglesia. El país tendrá su recompensa, por ese acto de generosidad, y verdadero espíritu católico.

Quizá sea verdad, que la resistencia a la Reforma, fue menos dura y eficaz en Inglaterra, que en otros países de Europa; pero también es cierto, que el heroísmo de los pocos que lucharon tanto, perdiendo sus vidas por la causa de la fe, es un ejemplo, no solamente para los católicos ingleses, sino también para el mundo entero.

De aquellos esfuerzos, y de aquella sangre, ha brotado la fe de nuevo en la isla, tanto que podemos afirmar, que no fue derramada en vano. Lo mismo se dirá, de todos los mártires de la Santa Iglesia, y mientras existan hombres y mujeres, que estén dispuestos a sacrificar todo, incluso sus vidas, por la causa de la verdad. Aquella verdad, triunfará sobre todos los obstáculos, y todos los perseguidores.

Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, que suscitaste a todos los católicos mártires, a defender las creencias cristianas y católicas en Inglaterra, te pedimos que su sacrificio, así como el de los protestantes ejecutados anteriormente, sea la prenda de paz entre todos los cristianos, y así llevar a la Gran Bretaña, y a todo el Continente Europeo, nuevamente al fervor religioso y misionero, que supo tener para iluminar al mundo entero. A Tí Señor, que nos dijiste, que seremos reconocidos por la gente como discípulos tuyos, cuando vean como nos amamos. Amén.



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