jueves, 13 de febrero de 2020


13 de Febrero

SAN GREGORIO II, PAPA


(† 731)

Breve
Impulsó la evangelización de Inglaterra y Alemania. Aseguró la independencia del papado de Constantinopla. Gran constructor de iglesias. Convocó a un concilio, para asegurar la disciplina del clero.

Es interesante leer completo este relato, ya que así adquiriremos, un completo conocimiento histórico, de lo que ocurría en la Italia del siglo VIII, y de cómo se fué preparando el Cisma con los Ortodoxos, que se concretaría tres siglos después.
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BERNARDINO LLORCA, S. I.
San Gregorio II (715-731), considerado por algunos historiadores, como el mejor Papa del siglo VIII, fue digno sucesor de Gregorio Magno, a quien se pareció en la alteza de miras, que lo guió en todas sus acciones, y en la magnitud de empresas, en que tuvo que intervenir.

Procedente de una ilustre familia patricia, nació en Roma, donde recibió la educación propia de la nobleza, en el palacio de Letrán. De este modo, se apropió, ya desde un principio, de aquella erudición eclesiástica, que luego lo distinguió, y que tan excelentes servicios prestó a la Iglesia. Algunos autores suponen, que fue monje benedictino, pero los bolandistas lo desmienten.

En realidad, no aparece como tal, en todo el desarrollo de su actividad eclesiástica. Bien pronto entró en servicio directo de la Iglesia, pues el papa Sergio I (687-701), lo puso al frente de la tesorería pontificia, y luego lo ordenó como diácono. En medio de todas estas ocupaciones y honores eclesiásticos, se distinguió Gregorio, ya desde entonces, por la sencillez y la humildad de su conducta, así como también, por su absoluta fidelidad al servicio de la Iglesia.

Pero Dios lo tenía destinado para altas empresas, y para defender a su Iglesia, en problemas y momentos difíciles, por lo cual quiso introducirlo pronto, en los asuntos más trascendentales, que entonces se debatían. El papa Constantino I (708-715), a quien él debía suceder en el solio pontificio, tuvo que hacer un viaje al Oriente, con el objeto de terminar las discusiones, que habían surgido después del célebre concilio, Quini-Sexto o Trullano II, del año 692.

Tomó pues consigo, como asesor y técnico al diácono Gregorio, y notan los historiadores del tiempo, que gracias a su profundo conocimiento de las cuestiones eclesiásticas, se fueron resolviendo pacíficamente, las dificultades que surgieron en la controversia. Por lo demás, la acogida de que fueron objeto el Papa y su acompañante, fue realmente tan grandiosa, que en nada presagiaba, las turbulencias que acontecerían posteriormente.

No mucho tiempo después, el 19 de mayo del año 715, a la muerte de Constantino I, Gregorio fue elegido Papa, y como tal, tuvo que intervenir desde un principio, en importantes asuntos de la Iglesia, en todos los cuales, aparece siempre su extraordinaria virtud, y el esfuerzo constante, puesto en la defensa de los derechos eclesiásticos y pontificios.

Siguiendo el ejemplo de su gran predecesor y modelo, San Gregorio Magno, en primer lugar, afianzó definitivamente, el prestigio y posición del Romano Pontífice, en Roma y en toda Italia. Ya desde la invasión de los lombardos en Italia, hacia el año 570, dos poderes se disputaban la posesión de estos territorios: los lombardos, que poseían el norte, con su capital en Pavía, y los bizantinos, que desde Justiniano I (527-565), dominaban el sur y centro de la Península.

En medio de estas dos fuerzas, se hallaba el Romano Pontífice, quien territorial y civilmente, era súbdito del emperador bizantino, mas por un conjunto de circunstancias, se fue desligando de él, e independizando cada vez más.

Precisamente en esto, consiste el mérito especial de San Gregorio II; en haber sabido aprovechar las circunstancias, para aumentar el prestigio del Romano Pontífice. De hecho, ya de antiguo poseían los Papas, en Roma y en sus cercanías, en Sicilia y aun en Oriente, algunas posesiones, fruto de donativos personales de algunos príncipes.

Esto los constituía en señores feudales, como tantos otros de su tiempo, y formaba lo que se llamó, el patrimonio de San Pedro.

Uno de los grandes méritos de San Gregorio Magno, consiste precisamente, en haber organizado y valorizado debidamente este patrimonio, de donde se sacaban los recursos económicos, para sus grandes empresas.

Pues bien, Gregorio II se propuso, desde un principio, dar la mayor consistencia posible, a la posición en que se encontraba el Romano Pontífice. Uno de sus primeros cuidados, fue reparar y consolidar los muros de la Ciudad Eterna, para poderse defenderla, contra las posibles incursiones de los lombardos. Al mismo tiempo, restauró algunas iglesias y monasterios.

Es célebre, sobre todo, la restauración que realizó del monasterio de Montecasino, derruido por los lombardos, ciento cuarenta años antes. Para ello, envió en el año 718, algunos monjes de Letrán, a cuya cabeza puso al abad Petronax. De este modo, surgió de nuevo el gran monasterio de Montecasino, cuna de la Orden benedictina.

Gregorio II reconstruyó asimismo, otros monasterios, junto a San Pablo y a Santa María la Mayor, y a la muerte de su madre, transformó su propia casa en convento, en honor de Santa Águeda.

Esta actividad constructora y renovadora, ayudó poderosamente al Papa, para aumentar el prestigio de la Iglesia. Pero al mismo tiempo, procuró fomentar la vida eclesiástica, y la disciplina interior de la Iglesia, para lo cual celebró, el 5 de abril del año 721, un sínodo, al que asistieron numerosos obispos, y el clero de Roma, a los que se juntaron otros veintiún prelados. Este prestigio romano fue aumentando, a medida que los emperadores bizantinos, se iban haciendo cada vez más impopulares en Italia.

En efecto, empeñado León III Isáurico (717-741), desde el principio de su gobierno, en reformar la administración del imperio, inició una serie de impuestos y exacciones, sobre todas las provincias, y en particular sobre Italia, que sus exarcas, exigían con la mayor brutalidad. A esto se añadió, poco después, la violenta campaña contra las imágenes, que quiso extender asimismo a Italia, e imponer por la fuerza al Romano Pontífice.

El resultado fue un aumento creciente, de la antipatía del pueblo italiano, hacia el emperador bizantino, y por el contrario, un crecimiento cada día mayor, del prestigio del Romano Pontífice.

Todo esto aumentó extraordinariamente, cuando en diversas ocasiones, ante las incursiones de los lombardos, no obstante las reiteradas solicitudes del Papa, los exarcas bizantinos, no acudían en su ayuda y en defensa del pueblo; y entonces el mismo Papa, con los recursos que le proporcionaba su patrimonio, se defendía a sí y al pueblo, frente a las violentas acometidas lombardas.

De este modo, Gregorio II mejoró notablemente la posición de los Romanos Pontífices, con lo cual se sintió con fuerzas, para otras grandes empresas, que iba acometiendo.

Efectivamente, el celo por la gloria de Dios, y el ansia de extender su reino por todo el mundo, dieron principio a una serie de obras, que constituyen una de las principales glorias del pontificado de Gregorio II.

La primera, es la de la evangelización del centro de Europa, sobre todo de Alemania, y en particular la protección a San Bonifacio, apóstol del gran imperio de los francos.

También San Gregorio Magno, tiene el gran mérito de haber enviado a Inglaterra a San Agustín de Canterbery, con sus treinta y nueve compañeros, y con ellos la gloria, de haber iniciado la gran empresa de la conversión de los anglosajones; de una manera semejante, a San Gregorio II, le corresponde el extraordinario mérito de haber enviado a San Bonifacio a Alemania, y dado con ello comienzo, a la gran obra de completar su evangelización, y organización de sus iglesias.

Ya en el año 716, segundo de su pontificado, Gregorio II había enviado tres legados a Baviera, con el objeto de erigir allí una provincia eclesiástica, y fomentar el movimiento iniciado de conversiones al cristianismo. Al mismo tiempo, sostenía en la parte noroeste de Alemania, la obra apostólica de San Wilibrordo. Pero el año 718, compareció en Roma un monje sajón, llamado Winfrido, a quien Gregorio II impuso el nombre de Bonifacio, por el que es conocido en la historia.

A él pues, le confió la gran empresa, de completar la evangelización de Alemania. Cuatro años más tarde, después de iniciar su obra en Frisia y Hesse, con la conversión de millares de paganos, se presentó de nuevo Bonifacio en Roma.

Gregorio II lo consagra obispo, y lo colma de facultades espirituales, de reliquias y cartas de recomendación, para fomentar la evangelización germana, y durante los años siguientes, continúa apoyando con todo su poder, la gran obra realizada por Bonifacio, en la gran Germania. En realidad pues, esta obra se debe en buena parte, al celo apostólico del papa San Gregorio II.

Roma misma se iba convirtiendo cada vez más en centro, adonde afluían los peregrinos de toda la cristiandad, a lo cual contribuía eficazmente, el prestigio que iba adquiriendo San Gregorio II.

Los católicos anglosajones, cuya conversión y organización, había quedado terminada hacia el año 680, por la obra de Teodoro de Tarso, arzobispo de Canterbery, experimentaban una prosperidad extraordinaria. Sus grandes monasterios, exuberantes de vocaciones y ansiosos de expansión, enviaban ejércitos de misioneros a Europa, como San Wilibrordo, y Winfrido o Bonifacio.

No contentos con esto, enviaban a Roma embajadas especiales, con el objeto de testimoniar su adhesión al Romano Pontífice. Gregorio II recibió las del abad Ceolfrido, quien le presentó como obsequio, el famoso códice Amiatinus, y del rey Ina con su esposa Ethelburga, quienes fundaron en Roma, la Schola Anglorum. Asimismo recibió las visitas y homenajes, del duque de Baviera, y otros príncipes de la cristiandad.

Otro problema muy diverso, dio ocasión a Gregorio II, a manifestar claramente, su ardiente celo por la gloria de Dios, y la defensa de los principios cristianos, sin detenerse, ante la más horrible persecución, y la misma muerte.

Nos referimos, a la tristemente célebre cuestión iconoclasta, es decir, la horrible persecución a las imágenes y a sus defensores, desencadenada en Oriente, desde el año 726, por el emperador León III Isáurico.

Las causas que motivaron, esta violenta persecución de las imágenes, son muy diversas. Por una parte, la posición del Antiguo Testamento, poco simpatizante con el culto de las imágenes; la aversión de algunas sectas contra este culto; el creciente influjo del Islam, que ya en un edicto del año 723, no permitía ninguna clase de imágenes en las iglesias cristianas, de los territorios sometidos a los mahometanos.

Por otra, algunos excesos y abusos, ocurridos en la veneración de las imágenes, particularmente fomentadas en la Iglesia griega, y promovidas por el monacato oriental; todas estas causas habían ocasionado, hacía ya tiempo en el seno de la Iglesia griega, la formación de un poderoso partido, enemigo del culto de las imágenes, cuyo principal sostén, era el obispo de Nacoleo de Frigia, Constantino. Este partido consiguió finalmente, mover al emperador León III, a publicar en el año 726, el primer decreto iconoclasta.

Pero indudablemente, León III de Constantinopla, trataba de afianzarse definitivamente en el trono, y perseguía fines políticos. Por una parte, esperaba con esta conducta en el exterior, atraerse la simpatía de sus vecinos, los musulmanes; y en el interior, implantar una política de absoluto dominio, en lo civil y en lo religioso, que deshiciera el predominio del monacato y de la jerarquía eclesiástica,

Pero no se contentó León III, con envolver a todo el Oriente, en aquella violenta persecución. Mientras ésta se desarrollaba, cada vez con más rigor, en todo el Oriente, ya aparecían los héroes de la ortodoxia, San Germano de Constantinopla y San Juan Damasceno.

Además el emperador bizantino se dirigía al Occidente, y exigía de los territorios italianos, sometidos a su dominio, la admisión y aplicación del edicto iconoclasta.

A esta intimación de León III, respondió el papa Gregorio II, con la entereza de un mártir, sin amedrentarse por el peligro a que con ello se exponía. Entonces, según refieren algunas crónicas, celebró en Roma un sínodo, en el que se rebatieron todas las razones, que oponían los orientales al culto de las imágenes, y se probó, con toda suficiencia, su licitud.
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Nota: hay que recordar que en esa época, como muchos siglos después, hasta la invención de la imprenta, la mayoría del pueblo era analfabeto, y sólo conocían la verdad del evangelio por la tradición oral, y fundamentalmente por los imágenes, en las iglesias y catedrales, que se convirtieron de hecho, en el evangelio de la mayoría de los cristianos. Sólo los monjes poseían la cultura necesaria para leer y escribir, conservando los manuscritos como verdaderos tesoros. Incluso los códices eran importantes – libros llenos de imágenes - para enseñar a los recién admitidos, en las órdenes monásticas. Esta guerra para destruir la devoción de las imágenes, nos prueba la astucia del demonio, del cual nos previno el Divino Maestro, y más recientemente el Padre Pío Pietrelcina, que era exorcista y sufrió físicamente sus embates.
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Luego, el Papa se dirigió personalmente, por medio de una carta, al emperador bizantino, en la que protestaba contra estas intromisiones, en el terreno dogmático.

Por otro lado, dirigió el Papa, un llamamiento a la cristiandad occidental, para que estuviera alerta frente a los enemigos de Dios, que trataban de levantar cabeza.

Los acontecimientos que siguieron, prueban una vez más, por un lado, la santidad, celo y entereza de Gregorio II. en defensa de los intereses divinos; y por la otra, la ceguera de León III, con lo que fue aumentando cada vez más, su impopularidad en Italia, y culminó con la pérdida de estos territorios, para el imperio bizantino.

En efecto, ciego de furor, por la oposición que encontraba en Italia, amenazó a sus habitantes, con las más horribles represalias. Entonces pues, se levantaron en manifiesta rebelión contra los bizantinos, y aprovechándose del desorden reinante, el rey lombardo Luitprando, quien en un audaz movimiento militar, se apoderó de la ciudad de Ravena.

La situación para el Papa, era verdaderamente comprometida. Si se ponía de parte de los revoltosos, o de Luitprando, comprometía su porvenir, pues los bizantinos, siendo los más fuertes, podían luego volver con mas fuerzas, y aplastarlos a todos. Por esto, no obstante los atropellos, de que había sido víctima de parte de los bizantinos, pidió auxilio a Venecia en favor de Ravena, y gracias a su intercesión, los bizantinos volvieron a recuperarla.

En lugar de agradecer a Gregorio Il, su generosidad para con ellos, el nuevo exarca de Ravena, se dirigió a Roma el año 728, con el objeto de apoderarse por la fuerza de la ciudad, si no se publicaba en Roma, y en toda la Italia bizantina, el decreto iconoclasta. Esta conducta de los bizantinos, acabó de exasperar al pueblo, que amaba sinceramente a los Papas.

El Papa, con heroísmo de mártir, contestó excomulgando al exarca Paulo. Este intentó entonces, aplicar por la fuerza el edicto, pero murió en la refriega contra los insurrectos.

El nuevo exarca Eutimio, fue excomulgado igualmente, pero éste no obstante, con el intento de apoderarse de la persona del Papa, intentó unirse con su enemigo Luitprando; pero el Papa se le adelantó pues, con el único intento de salvar al pueblo romano, acudió personalmente al rey lombardo, y se puso a sí y al pueblo, en sus manos.

Conmovido éste entonces, por la actitud humilde y caritativa del Romano Pontífice, se arrojó a sus pies, y entrando luego en Roma junto con el Papa, depositó ante San Pedro, su espada y sus insignias reales, y para que todo terminara felizmente, pidió perdón para sí y para el exarca Eutimio, que Gregorio II concedió generosamente.

Todo parecía terminar favorablemente, pero entonces, se inició una revuelta más peligrosa en Toscana, que puso en verdadero peligro al exarca bizantino. Dando de nuevo, las más elocuentes pruebas de magnanimidad, Gregorio II se constituyó en defensor de los bizantinos, induciendo a los romanos a prestarle auxilio, con el que se logró dominar a los rebeldes.

Pero ni aun con tan repetidos actos de magnanimidad, consiguió Gregorio Il desarmar a León Isáurico, quien continuó en su ciega campaña, contra las imágenes y contra el Papa, todo lo cual, en último término, fue preparando la ruina de los bizantinos en Italia.

El Liber Pontificalis, le atribuye obras importantes de restauración a Gregorio II , como la de la basílica de San Pablo extramuros, de Santa Cruz de Jerusalén, y de San Pedro de Letrán.

Asimismo, testifica que dejó "una suma de doscientos sesenta sueldos de oro, para distribuir entre el clero y los monasterios, las diaconías y los mansionarios; otro legado de mil sueldos, para la iluminación del sepulcro de San Pedro"; todo esto, además de las innumerables limosnas y obras de caridad, que constantemente practicaba.

Finalmente, consumido por sus trabajos, murió el 11 de febrero del año 731. Durante su vida, y sobre todo durante todo su pontificado, dio las más claras pruebas de virtud cristiana, elevación de espíritu, inflamado amor a Dios y a la Iglesia, fortaleza y constancia, frente a las mayores dificultades, magnanimidad y mansedumbre, frente a sus enemigos.

Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, que por los méritos e intercesión de San Gregorio II Papa, ayúdanos a que nuestros hogares, puedan siempre haber imágenes, de tu Sagrado Corazón y el de la Santísima Virgen María, ya que prometiste Paz y abundantes bendiciones materiales y espirituales, en los hogares que así lo hagan. Gracias Señor, por querer estar siempre a nuestro lado, a pesar de tantas inclinaciones pecaminosas, que habitan en nuestro corazón. Amén.

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