viernes, 13 de septiembre de 2019


Sexta Feria, 13 de Septiembre
San Juan Crisóstomo


Obispo, Patriarca y Doctor de la Iglesia

Patrono de los predicadores. Mártir.

Año 407

Sea dada gloria a Dios por todo”

Se enfrentaba enardecido, contra los vicios y los abusos

La infancia, es la edad más importante. los esposos bien preparados, cortan el camino al divorcio”. Benedicto XVI

Toda intervención de San Juan Crisóstomo, «se orientó siempre a desarrollar en los fieles, el ejercicio de la inteligencia, de la verdadera razón, para comprender y traducir en la práctica, las exigencias morales y espirituales de la fe, haciendo énfasis, en la formación del creyente desde su infancia, como factor decisivo en su vida». Benedicto XVI
Breve
Arzobispo de Constantinopla. Eximio orador y protector de los pobres, y perseguidos sociales o políticos. Murió camino al destierro, por esta férrea defensa de los indefensos.

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Intervención de Benedicto XVI en la que presentó la figura de San Juan Crisóstomo

La formación en la infancia es clave, para dar la perspectiva justa a la vida, alerta el Papa, en su intervención en la audiencia general

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 19 septiembre 2007 (ZENIT.org).-
Es fundamental que en la infancia, «entren realmente en el hombre, las grandes orientaciones, que dan la perspectiva justa a la existencia», recuerda el Papa.

Esta indicación, procede de la doctrina del obispo de Constantinopla, San Juan Crisóstomo, «más actual que nunca», dijo Benedicto XVI, ante unos veinte mil peregrinos en la Plaza de San Pedro, en el Vaticano, dedicando este miércoles la audiencia general, al Padre Apostólico, en el año del decimosexto centenario de su muerte.

Llamado Crisóstomo, o «Boca de oro» por su elocuencia, en el «alma de fuego» de Juan, maduró «la urgencia de predicar el Evangelio», y el «ideal misionero» le lanzó «a la atención pastoral», convirtiéndose en «pastor de almas a tiempo completo», describió el Papa.

Este Padre de la Iglesia, entre los más prolíficos, transmitió «la doctrina tradicional y segura de la Iglesia», con la preocupación constante «de la coherencia, entre el pensamiento expresado por la palabra, y la vivencia existencial».

Y es que «las dos cosas, conocimiento de la verdad, y rectitud de vida, van juntas –recalcó Benedicto XVI--: el conocimiento debe traducirse en vida».

Por eso, toda intervención de San Juan Crisóstomo, «se orientó siempre a desarrollar en los fieles, el ejercicio de la inteligencia, de la verdadera razón, para comprender y traducir en la práctica, las exigencias morales y espirituales de la fe», explicó.

Acompañando siempre «el desarrollo integral de la persona, en las dimensiones física, intelectual y religiosa», San Juan Crisóstomo hizo hincapié en la infancia, esta primera edad, en la que «se manifiestan las inclinaciones al vicio, y a la virtud»; «por ello la ley de Dios, debe ser desde el principio impresa en el alma, “como en una tablilla de cera”», puntualizó el Papa citando al Crisóstomo.

La infancia, es «la edad más importante --subrayó--. Debemos tener presente, cuán fundamental es, que en esta primera fase de la vida, entren realmente en el hombre, las grandes orientaciones que dan la perspectiva justa a la existencia».

«A la juventud –proseguía San Juan Crisóstomo-- le sucede la edad de la persona madura, en la que sobrevienen los compromisos de familia».

En el itinerario formativo, «los esposos bien preparados, cortan el camino al divorcio –advirtió el Santo Padre--: todo se desarrolla con gozo, y se pueden educar a los hijos, en la virtud».

Y la familia, «pequeña Iglesia», vive en recíproca relación con la gran Iglesia, en la que participa el laico en virtud del Bautismo, sacramento que le da, «el deber fundamental de la misión» --recordó-- «porque cada uno, en alguna medida, somos responsables de la salvación de los demás».

«Esta lección del Crisóstomo, sobre la presencia auténticamente cristiana, de los fieles laicos, en la familia y en la sociedad, es hoy más actual que nunca», concluyó Benedicto XVI.

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Podemos continuar leyendo y aprendiendo más de la vida de este santo...
A este santo arzobispo de Constantinopla, la gente le puso el apodo de "Crisóstomo" que significa: "boca de oro", porque sus predicaciones eran enormemente apreciadas por sus oyentes. Es el más famoso orador que ha tenido la Iglesia. Su oratoria no ha sido superada después, por ninguno de los demás predicadores.

Nació en Antioquía (Siria), en el año 347. Era hijo único de un gran militar, y de una mujer virtuosísima, Antusa, que ha sido declarada santa también.

A los 20 años, Antusa quedó viuda, y aunque era hermosa, renunció a un segundo matrimonio, para dedicarse por completo, a la educación de su hijo Juan.

Desde sus primeros años, el jovencito demostró tener admirables cualidades de orador, y en la escuela, causaba admiración con sus declamaciones, y con las intervenciones, en las academias literarias.

La mamá lo puso a estudiar, bajo la dirección de Libanio, el mejor orador de Antioquía, y pronto hizo tales progresos, que preguntado un día Libanio, acerca de quién desearía que fuera su sucesor, en el arte de enseñar oratoria, respondió: "Me gustaría que fuera Juan, pero veo que a él le llama más la atención la vida religiosa, que la oratoria en las plazas".

Juan deseaba mucho, irse de monje al desierto, pero su madre le rogaba, que no la fuera a dejar sola. Entonces para complacerla, se quedó en su hogar, pero convirtiendo a su casa, en un monasterio, o sea viviendo allí, como si fuese un monje, dedicado a la oración, al estudio, y a hacer penitencia.

Cuando su madre murió, se fue de monje al desierto, y allá estuvo seis años rezando, haciendo penitencias, y dedicándose a estudiar la Santa Biblia. Pero los ayunos tan prolongados, la falta total de toda comodidad, los mosquitos, y la impresionante humedad de esos terrenos, le dañaron la salud, y el superior de los monjes le aconsejó, que si quería seguir viviendo, y ser útil a la sociedad, tenía que volver a la ciudad, porque la vida de monje en el desierto, no era para una salud como la suya.

Al llegar otra vez a Antioquía, fue ordenado de sacerdote, y el anciano Obispo Flaviano, le pidió que lo reemplazara en la predicación. Y empezó pronto a deslumbrar, con sus maravillosos sermones. La ciudad de Antioquía, tenía unos cien mil cristianos, “los cuales no eran demasiado fervorosos”.

Juan empezó a predicar cada domingo. Después cada tres días. Más tarde cada día, y luego varias veces al día. Los templos donde predicaba, se llenaban de bote en bote. Frecuentemente, sus sermones duraban dos horas, pero a los oyentes les parecían unos pocos minutos, por la magia de su oratoria insuperable. La entonación de su voz, era impresionante.

Sus temas, siempre tomados de la Santa Biblia, el libro que él leía día por día, y meditaba por muchas horas. Sus sermones están coleccionados en 13 volúmenes. Son impresionantemente bellos.

Era un verdadero pescador de almas. Empezaba tratando temas elevados, y de pronto descendía rápidamente, como un águila, hacia las realidades de la vida diaria. Se enfrentaba enardecido, contra los vicios y los abusos. Fustigaba y atacaba implacablemente al pecado. Tronaba terrible su fuerte voz, contra los que malgastaban su dinero en lujos e inutilidades, mientras los pobres tiritaban de frío, y agonizaban de hambre.

El pueblo le escuchaba emocionado, y de pronto estallaba en calurosos aplausos, o en estrepitoso llanto, el cual se volvía colectivo e incontenible. Los frutos de conversión, eran visibles.

El emperador Teodosio, decretó nuevos impuestos. El pueblo de Antioquía se disgustó, y por ello armó una revuelta, y en el colmo de la trifulca, derribaron las estatuas del emperador y de su esposa, y las arrastraron por las calles.

La reacción del gobernante fue terrible. Envió su ejército a dominar la ciudad, y con la orden de tomar una venganza espantosa. Entre la gente cundió la alarma, y a todos los invadió el terror. El Obispo se fue a Constantinopla, la capital, a implorar el perdón del airado emperador, y las multitudes llenaron los templos implorando la ayuda de Dios.

Y fue entonces, cuando Juan Crisóstomo aprovechó la ocasión, para pronunciar ante aquel populacho sus famosísimos "Discursos de las estatuas", que conmovieron enormemente a sus miles de oyentes, logrando conversiones. Esos 21 discursos fueron quizás, los mejores de toda su vida, y lo hicieron famoso en los países de los alrededores.

Su fama llegó hasta la capital del imperio. Y el fervor y la conversión, a que hizo llegar a sus fieles cristianos, obtuvieron que las oraciones, fueran escuchadas por Dios, y que el emperador desistiera del castigo a la ciudad.

En el año 398, habiendo muerto el arzobispo de Constantinopla, le pareció al emperador, que el mejor candidato para ese puesto, era Juan Crisóstomo, pero el santo se sentía totalmente indigno, y respondía que había muchos, que eran más dignos que él, para tan alto cargo. Sin embargo, el emperador Arcadio, envió a uno de sus ministros, con la orden terminante de llevar a Juan a Constantinopla, aunque fuera a la fuerza.

Así que el enviado oficial, invitó al santo a que lo acompañara a las afueras de la ciudad de Antioquía, a visitar las tumbas de los mártires, y entonces dio la orden a los oficiales del ejército de que se lo llevaran a Constantinopla, con la mayor rapidez posible, y en el mayor secreto, porque si en Antioquía sabían que les iban a quitar a su predicador, se iba a formar un tumulto inmenso. Y así fue, que tuvo que aceptar ser arzobispo.

Apenas posesionado de su altísimo cargo, lo primero que hizo, fue mandar quitar de su palacio, todos los lujos. Con las cortinas tan elegantes, fabricaron vestidos para cubrir a los pobres, que se morían de frío. Cambió los muebles de lujo, por muebles ordinarios, y con la venta de los primeros, ayudó a muchos pobres, que pasaban terribles necesidades.

Él mismo, se vestía muy sencillamente, y comía tan pobremente, como un monje del desierto. Y lo mismo fue exigiendo, a sus sacerdotes y monjes: ser pobres en el vestir, en el comer, y en el mobiliario, y así dar buen ejemplo, y con lo que se ahorraba en todo esto, se debía ayudar a los necesitados.

Pronto, en sus elocuentes sermones, empezó a atacar fuertemente, el lujo de las gentes, en el vestir y en sus mobiliarios, y fue obteniendo que con lo que muchos gastaban antes, en vestidos costosísimos, y en muebles ostentosos, que lo empezaran a emplear, en ayudar a la gente pobre. Él mismo daba ejemplo en esto, y la gente se conmovía ante sus palabras, y de su modo tan pobre y mortificado de vivir.

En aquellos tiempos, había una ley de la Iglesia, que ordenaba, que cuando una persona se sentía injustamente perseguida, podía refugiarse en el templo principal de la ciudad, y que allí no podían, ir las autoridades a apresarle.

Y sucedió, que una pobre viuda, se sintió injustamente perseguida, por la emperatriz Eudoxia, y por su primer ministro, y se refugió en el templo del Arzobispo. Las autoridades quisieron ir allí a apresarla, pero San Juan Crisóstomo se opuso, y no lo permitió.

Esto disgustó mucho a la emperatriz. Y unos meses más tarde, Eudoxia se peleó a su vez, con su primer ministro, y se propuso echarlo a la cárcel. Él corrió a refugiarse, en el templo del arzobispo, y aunque los soldados de la emperatriz, quisieron llevárselo preso, San Juan Crisóstomo no lo permitió. El ministro, que antes había querido llevarse prisionera, a una pobre mujer y no pudo, porque el arzobispo la defendía, ahora se vio él mismo, defendido por el propio santo.

Eudoxia ardía de rabia por todo esto, y juraba vengarse, pero el gran predicador, gritaba en sus sermones: "¿Cómo puede pretender una persona, que Dios le perdone sus maldades, si ella no quiere perdonar, a los que le han ofendido?".

Eudoxia se unió, con un terrible enemigo que tenía Crisóstomo, y era Teófilo de Alejandría. Este reunió un grupo, de los que odiaban al santo, y entre todos, lo acusaron de un montón de cosas.

Por ejemplo: “Que había gastado los bienes de la Iglesia, en repartir ayudas a los pobres. Que prefería comer solo, en vez de ir a los banquetes. Que a los sacerdotes que no se portaban debidamente, los amenazaba con el grave peligro, de que iban a condenarse; y que había dicho que la emperatriz, por las maldades que cometía, se parecía a la pérfida reina Jetzabel, que quiso matar al profeta Elías, etc., etc”.

Al oír estas acusaciones, el emperador, atizado por su esposa Eudoxia, decretó que Juan, quedaba condenado al destierro. Al saber tal noticia, un inmenso gentío, se reunió en la catedral, y Juan Crisóstomo pronunció, uno de sus más hermosos sermones. Decía: "¿Qué me destierran?. ¿A qué sitio me podrán enviar, que no esté mi Dios allí, cuidando de mí?. ¿Qué me quitan mis bienes?. ¿Qué me pueden quitar, si ya los he repartido todos?. ¿Qué me matarán?. Entonces me volveré semejante a mi Maestro Jesús, y como Él, daré mi vida por mis ovejas..."

Ocultamente fue enviado al destierro, pero sobrevino un terremoto en Constantinopla, y llenos de terror, los gobernantes le rogaron, que volviera otra vez a la ciudad, y un inmenso gentío salió a recibirlo, en medio de grandes aclamaciones.

Eudoxia, Teófilo y los demás enemigos, no se dieron por vencidos. Inventaron nuevas acusaciones contra Juan, y aunque el Papa de Roma, y muchos obispos más lo defendían, le enviaron desterrado al Mar Negro.

El anciano arzobispo fue tratado brutalmente, por algunos de los militares que lo llevaban prisionero, los cuales le hacían caminar, kilómetros y kilómetros cada día, con un sol ardiente, lo cual lo debilitó muchísimo. El trece de septiembre, después de caminar diez kilómetros, bajo un sol abrasador, se sintió muy agotado.

Se durmió, y vio en sueños que San Basilisco, un famoso obispo muerto, hacía algunos años, se le aparecía, y le decía: "Ánimo, Juan, mañana estaremos juntos". Se hizo aplicar los últimos sacramentos; se revistió de los ornamentos de arzobispo, y al día siguiente, diciendo estas palabras: "Sea dada gloria a Dios por todo", quedó muerto. Era el 14 de septiembre del año 404.

Eudoxia murió unos días antes que él, en medio de terribles dolores.

Al año siguiente, el cuerpo del santo, fue llevado solemnemente a Constantinopla, y todo el pueblo, precedido por las más altas autoridades, salió a recibirlo cantando y rezando.

El Papa San Pío X, nombró a San Juan Crisóstomo, como Patrono, de todos los predicadores católicos del mundo.

Que Dios nos siga enviando muchos predicadores como él.

¿Si Dios está con nosotros, quién podrá contra nosotros? (San Pablo Rom.8).

Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, haz que tu clero, a imitación de San Juan Crisostomo, sea siempre defensor de los indefensos en el mundo, poniendo un freno, al creciente y desenfrenado poder político global, sobre todos tus hijos e hijas. Concédeles la fortaleza espiritual y pureza de vida, para alcanzar con éxito, este objetivo. Por nuestro Señor Jesucristo, que Vive y Reina contigo, por los Siglos de los Siglos. Amén.

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