Sábado,
2 de enero
San
Macario de Alejandría, Anacoreta
(† ca.408)
Este
insigne anacoreta del siglo IV es uno de los mejores ejemplos de la
vida ascética, con la tendencia al retiro del mundo y apartamiento a
la soledad, que tanto predominó en este tiempo. Además, constituye
una excelente prueba del tránsito de a vida puramente solitaria a la
de comunidad o cenobítica, que se fue imponiendo a fines del sigo IV
y durante el siglo V. De él nos informa ampliamente, sobre todo,
Paladio, en su Historia Lausíaca, que es la más antigua y fidedigna
historia del primer desarrollo del monacato.
Era
originario de Alejandría, de donde se deriva e renombre con que es
generalmente conocido; pero es denominado asimismo el Joven, en
contraposición a San Macario de Egipto (15 de enero), llamado
también el Viejo, aunque, a decir verdad, ambos son casi
rigurosamente contemporáneos. Además, debe distinguírsele también
de otros varios Macarios, célebres en los anales de la vida
monástica, pues no puede olvidarse que la palabra griega macarios
significa feliz o bienaventurado.
Así,
pues, Macario de Alejandría, antes de entregarse a la vida de
ascetismo cristiano, desempeñó hasta los cuarenta años el oficio
de mercader de frutos o confitería, que dio pie, ya desde antiguo, a
que sea considerado como patrono del ramo de los pasteleros. En la
flor de la edad, cuando contaba cuarenta años, siguiendo la
corriente ascética del tiempo, se retiró a la vida solitaria, donde
perseveró con indomable constancia durante unos sesenta años, hasta
su muerte. Ni la fecha de su nacimiento ni la de su muerte nos son
conocidas, pero debió nacer hacia el año 310 y morir hacia el 408,
casi centenario.
De
la misma suavidad de su trato y de la alegría espiritual irradiaba
en torno suyo, es buen testimonio el hecho siguiente, referido por
los historiadores, que, aunque tal vez pertenezca al mundo de las
leyendas, es indudable el mejor símbolo del atractivo humano de la
virtud de Macario.
En
efecto, atravesando el Nilo en cierta ocasión junto con el otro
Macario (el Viejo), se cruzaron con un grupo de oficiales del
ejercito, los cuales vivamente impresionados por el porte alegre y la
felicidad que respiraban ambos anacoretas, decían los unos a los
otros: "Es curioso como estos hombres son tan felices en medio
de su pobreza".
Oyendo
esta expresión Macario de Alejandría se cuenta que repuso: "Tienes
razón, al calificarnos de hombres felices, pues en verdad así lo
atestigua nuestro nombre (Macario, palabra griega, significa feliz).
Pues si somos felices porque despreciamos el mundo, ¿no es justo que
os consideréis vosotros como miserables por ser sus servidores?"
El
mismo relato añade que estas palabras unidas al ejemplo de los dos
solitarios, produjeron tal efecto en el jefe de aquel grupo, que
volvió a su casa, distribuyó todo lo que poseía entre los pobres y
se hizo ermitaño.
Para
que el ejemplo de su vida fuera más humano y más completo, Dios
permiti6 que fuera víctima de persecuciones y aun calumnias. Estas
llegaron a tal extremo, que por algún tiempo se vio forzado a
abandonar su celda y fue desterrado por la fe católica, por obra de
Lucio, patriarca arriano de Alejandría.
Más
aún. Dios permitió igualmente fuera su alma probada con la mayor
obscuridad espiritual. Efectivamente, movido de su ansia de
contemplación, refiere Paladio que se encerró dentro de su celda
con el propósito de permanecer en ella cinco días seguidos. Los dos
primeros días se sintió inundado de dulzura celestial: pero al
tercero se sintió acometido de tal turbación y guerra del enemigo,
que se vio obligado a volver a su vida normal. Por esto observaba él
a sus discípulos qué Dios se retira en ciertas ocasiones, para que
los hombres experimenten su propia debilidad y reconozcan que la vida
es una lucha.
Oración:
Te pedimos Señor, que a imitación y por los méritos de San Macario
de Alejandría, podamos ser siempre felices y agradecidos con todo lo
que nos ofreces en Vida, llevando una Vida sobria y retirada de las
vanidades del mundo. A Tí Señor que naciste en un establo y tu
cabeza no tenía donde reclinarse. Amén.
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