Cuarta
Feria, 13 de enero
San
Hilario de Poitiers
Obispo, Doctor de la Iglesia
(C.310-368)
Su nombre significa "sonriente"
"Permanezcamos
siempre en el destierro con tal que se predique la verdad"
Breve
Escribió
varias obras llenas de sabiduría y de doctrina, destinadas a
consolidar la fe católica y a la interpretación de la sagrada
Escritura.
«Dios
sólo sabe ser amor, y sólo sabe ser Padre. Y quien ama no es
envidioso, y quien es Padre lo es totalmente. Este nombre no admite
compromisos, como si Dios sólo fuera padre en ciertos aspectos y en
otros no» (De Trinitate 9,61).
Llamado
el Atanasio del Occidente, por la claridad de sus conceptos
teológicos.
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Nació
en Poitiers, Francia, a principios del siglo IV; Sus padres eran
nobles gentiles. Fue bautizado el año 345 y desde entonces vivió
santamente. Fue elegido obispo de Poitiers el año 350.
Gran
defensor de la fe en la divinidad de Cristo frente a los arrianos. En
su tratado sobre la Trinidad «De Trinitate» defiende la doctrina
del Concilio de Nicea y demuestra que las Sagradas Escrituras dan
testimonio claro de la divinidad del Hijo. En otros libros interpreta
también los sucesos del Antiguo Testamento como prefiguraciones de
la venida de Cristo al mundo.
El
punto de partida de la reflexión de Hilario es la fe en Dios Padre,
Hijo y Espíritu Santo, recibida en el bautismo. Dios Padre, que es
amor, comunica plenamente su divinidad al Hijo. Éste compartió
nuestra condición humana, de tal manera que sólo en Cristo, Verbo
encarnado, la humanidad encuentra la salvación. Asumiendo la
naturaleza humana, Él ha unido a sí a todo hombre. Por eso, el
camino hacia Cristo está abierto para todos, aunque por nuestra
parte se requiere siempre la conversión personal.
San
Hilario combatió herejías del arriano Auxencio de Milán. Los
arrianos lograron que el emperador Constancio, también arriano,
desterrase a Hilario a Frigia, provincia romana de Asia, a fines del
año 356.
Su
comentario fue: "Permanezcamos siempre en el destierro con tal
que se predique la verdad".
Desde
el destierro envió a Occidente su tratado de los Sínodos y en 359
los doce libros Sobre la Trinidad, que se considera su mejor obra.
Asistió
al concilio de Seleucia de Isauria, ciudad del Asia Menor, en la
región de Tauro. Allí trató Hilario sobre misterios de la fe.
Después pasó a Constantinopla, donde en un escrito presenta al
emperador como un anticristo.
Sus
enemigos, convencidos de que Hilario les era mas problema en el
Oriente, le permitieron regresar a Poitiers. San Jerónimo comenta
sobre el gran júbilo con que fue recibido por los católicos. Allí
realizó una importante labor de exégesis, escribiendo tratados
sobre los grandes misterios de la fe, sobre los salmos y sobre san
Mateo. Compuso también himnos y algunos le atribuyeron el "Gloria
in excelsis".
Según
san Isidoro de Sevilla, Hilario fue el primero que introdujo los
cánticos en las iglesias de Occidente. Años más tarde San Ambrosio
introducirá esa costumbre en su catedral de Milán y los herejes lo
acusarán ante el gobierno diciendo que por los cantos tan hermosos
que entona en su iglesia le quita a ellos sus clientes que se van a
donde los católicos porque allá cantan más y mejor.
San
Hilario murió el 13 de enero del año 367.
Sus
reliquias estuvieron en Poitiers hasta el año 1652, en que fueron
sacrílegamente quemadas por los hugonotes.
Entre
sus ilustres discípulos está San Martín de Tours.
San
Jerónimo y san Agustín lo llaman gloriosísimo defensor de la fe.
El
Papa Pío IX, a petición de los obispos reunidos en el sínodo de
Burdeos, declaró a san Hilario Doctor de la Iglesia por sus
enseñanzas sobre la divinidad de Cristo.
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San
Hilario de Poitiers
Benedicto XVI, Audiencia General, 10 de octubre de 2007
Benedicto XVI, Audiencia General, 10 de octubre de 2007
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy quisiera hablar de un gran padre de la Iglesia de Occidente, San Hilario de Poitiers, una de las grandes figuras de obispos del siglo IV. Ante los arrianos que consideraban el Hijo de Dios como una criatura, si bien excelente, pero sólo una criatura, Hilario consagró toda su vida a la defensa de la fe en la divinidad de Jesucristo, Hijo de Dios y Dios como el Padre, que le engendró desde la eternidad.
No
contamos con datos seguros sobre la mayor parte de la vida de
Hilario. Las fuentes antiguas dicen que nació en Poitiers,
probablemente hacia el año 310.
De familia
acomodada, recibió una formación literaria, que puede reconocerse
con claridad en sus escritos. Parece que no
se crió en un ambiente cristiano. Él mismo nos habla de
un camino de búsqueda de la verdad, que le llevó poco a poco al
reconocimiento del Dios creador y del Dios encarnado, muerto para
darnos la vida eterna. Bautizado hacia el año 345, fue elegido
obispo de su ciudad natal en torno al 353-354.
En los
años sucesivos, Hilario escribió su primera obra, el «Comentario
al Evangelio de Mateo». Se trata del comentario más antiguo en
latín que nos ha llegado de este Evangelio. En el año 356 asistió
como obispo al sínodo de Béziers, en el sur de Francia, el «sínodo
de los falsos apóstoles», como él mismo lo llama, pues la asamblea
estaba dominada por obispos filo-arrianos, que negaban la divinidad
de Jesucristo. Estos «falsos apóstoles» pidieron al emperador
Constancio que condenara al exilio al obispo de Poitiers. De este
modo, Hilario se vio obligado a abandonar Galia en el verano del año
356.
Exiliado
en Frigia, en la actual Turquía, Hilario entró en contacto con un
contexto religioso totalmente dominado por el arrianismo. También
allí su solicitud como pastor le llevó a trabajar sin descanso a
favor del restablecimiento de la unidad de la Iglesia, basándose en
la recta fe formulada por el Concilio de Nicea. Con este objetivo,
emprendió la redacción de su obra dogmática más importante y
conocida: el «De Trinitate»
(sobre la Trinidad).
En ella,
Hilario expone su camino personal hacia el conocimiento de Dios, y se
preocupa de mostrar que la Escritura atestigua claramente la
divinidad del Hijo y su igualdad con el Padre no sólo en el Nuevo
Testamento, sino también en muchas páginas del Antiguo Testamento,
en las que ya se presenta el misterio de Cristo. Ante los arrianos,
insiste en la verdad de los nombres del Padre y del Hijo y desarrolla
toda su teología trinitaria partiendo de la fórmula del Bautismo
que nos entregó el mismo Señor: «En el nombre del Padre y del Hijo
y del Espíritu Santo».
El Padre y
el Hijo son de la misma naturaleza. Y si bien algunos pasajes del
Nuevo Testamento podrían hacer pensar que el Hijo es inferior al
Padre, Hilario ofrece reglas precisas para evitar interpretaciones
equívocas: algunos textos de la Escritura hablan de Jesús como
Dios, otros subrayan su humanidad. Algunos se refieren a Él en su
preexistencia con el Padre; otros toman en cuenta el estado de
abajamiento («kénosis»), su descenso hasta la muerte; otros, por
último, lo contemplan en la gloria de la resurrección.
En los
años de su exilio, Hilario escribió también el «Libro de los
Sínodos», en el que reproduce y comenta para los hermanos obispos
de Galia las confesiones de fe, y otros documentos de sínodos
reunidos en Oriente alrededor de la mitad del siglo IV. Siempre firme
en la oposición a los arrianos radicales, San Hilario muestra un
espíritu conciliador ante quienes aceptaban confesar que el Hijo se
asemeja al Padre en la esencia, naturalmente intentando llevarles
siempre hacia la plena fe, según la cual, no se da sólo una
semejanza, sino una verdadera igualdad entre el Padre y el Hijo en la
divinidad.
Esto
también nos parece característico: su espíritu de conciliación
trata de comprender a quienes todavía no han llegado a la verdad
plena y les ayuda, con gran inteligencia teológica, a alcanzar la
plena fe en la divinidad verdadera del Señor Jesucristo.
En el año
360 ó 361, Hilario pudo finalmente regresar del exilio a su patria,
e inmediatamente volvió a emprender la actividad pastoral en su
Iglesia, pero el influjo de su magisterio se extendió de hecho mucho
más allá de los confines de la misma.
Un sínodo
celebrado en París en el año 360 o en el 361 retomó el lenguaje
del Concilio de Nicea. Algunos autores antiguos consideran que este
cambio antiarriano del episcopado de Galia se debió en buena parte a
la fortaleza y mansedumbre del obispo de Poitiers.
Esta
era precisamente su cualidad: conjugar la fortaleza en la fe con la
mansedumbre en la relación interpersonal. En los últimos
años de su vida compuso los «Tratados sobre los Salmos», un
comentario a 58 salmos, interpretados según el principio subrayado
en la introducción: «No cabe duda de que todas las cosas que se
dicen en los salmos deben entenderse según el anuncio evangélico de
manera que, independientemente de la voz con la que ha hablado el
espíritu profético, todo se refiere al conocimiento de la venida de
nuestro Señor Jesucristo, encarnación, pasión y reino, y a la
gloria y a la potencia de nuestra resurrección» («Instructio
Psalmorum» 5).
Ve en todos los salmos esta transparencia del misterio de Cristo y de su Cuerpo, que es la Iglesia. En varias ocasiones, Hilario se encontró con San Martín: precisamente el futuro obispo de Tours fundó un monasterio cerca de Poitiers, que todavía hoy existe. Hilario falleció en el año 367. Su memoria litúrgica se celebra el 13 de enero. En 1851 el beato Pío IX le proclamó doctor de la Iglesia.
Ve en todos los salmos esta transparencia del misterio de Cristo y de su Cuerpo, que es la Iglesia. En varias ocasiones, Hilario se encontró con San Martín: precisamente el futuro obispo de Tours fundó un monasterio cerca de Poitiers, que todavía hoy existe. Hilario falleció en el año 367. Su memoria litúrgica se celebra el 13 de enero. En 1851 el beato Pío IX le proclamó doctor de la Iglesia.
Para
resumir lo esencial de su doctrina, quisiera decir que el punto de
partida de la reflexión teológica de Hilario es la fe bautismal. En
el «De Trinitate», Hilario escribe: Jesús «mandó bautizar “en
el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”
(Cf. Mateo 28,19), es decir, confesando al Autor, al Unigénito y al
Don. Sólo hay un Autor de todas las cosas, pues sólo hay un Dios
Padre, del que todo procede. Y un solo Señor nuestro, Jesucristo,
por quien todo fue hecho (1 Corintios 8,6), y un solo Espíritu
(Efesios 4,4), don en todos... No puede encontrase nada que falte a
una plenitud tan grande, en la que convergen en el Padre, en el Hijo
y en el Espíritu Santo la inmensidad en el Eterno, la revelación en
la Imagen, la alegría en el Don» («De Trinitate» 2, 1).
Dios
Padre, siendo todo amor, es capaz de comunicar en plenitud su
divinidad al Hijo. Me resulta particularmente bella esta formulación
de San Hilario: «Dios sólo sabe ser amor, y sólo sabe ser Padre. Y
quien ama no es envidioso, y quien es Padre lo es totalmente. Este
nombre no admite compromisos, como si Dios sólo fuera padre en
ciertos aspectos y en otros no» (ibídem 9,61).
Por este
motivo, el Hijo es plenamente Dios sin falta o disminución alguna:
«Quien procede del perfecto es perfecto, porque quien lo tiene todo
le ha dado todo» (ibídem 2,8). Sólo en Cristo, Hijo de Dios e Hijo
del hombre, encuentra salvación la humanidad. Asumiendo la
naturaleza humana, unió consigo a todo hombre, «se hizo la carne de
todos nosotros» («Tractatus in Psalmos» 54,9); «asumió la
naturaleza de toda carne y, convertido así en la vid verdadera, es
la raíz de todo sarmiento» (ibídem 51,16).
Precisamente
por este motivo el camino hacia Cristo está abierto a todos, porque
ha atraído a todos en su ser hombre, aunque siempre se necesite la
conversión personal: «A través de la relación con su carne, el
acceso a Cristo está abierto a todos, a condición de que se
desnuden del hombre viejo (Cf. Efesios 4,22) y lo claven en su cruz
(Cf. Colosenses 2,14); a condición de que abandonen las obras de
antes y se conviertan para quedar sepultados con Él en su bautismo,
de cara a la vida ( Cf. Colosenses 1,12; Romanos 6,4)» (Ibídem 91,
9).
La
fidelidad a Dios es un don de su gracia. Por ello, San
Hilario pide al final de su tratado sobre la Trinidad poderse
mantener siempre fiel a la fe del bautismo. Es una característica de
este libro: la reflexión se transforma en oración y la oración se
hace reflexión. Todo el libro es un diálogo con Dios. Quisiera
concluir la catequesis de hoy con una de estas oraciones, que se
convierte también en oración nuestra: «Haz,
Señor --reza Hilario movido por la inspiración-- que me mantenga
siempre fiel a lo que profesé en el símbolo de mi regeneración,
cuando fue bautizado en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo.
Que te adore, Padre nuestro, y junto a ti a tu Hijo; que sea
merecedor de tu Espíritu Santo, que procede de ti a través de tu
Unigénito… Amén» («De Trinitate» 12,
57).
Siguiendo la enseñanza y el ejemplo de San Hilario de Poitiers, pidamos también para nosotros la gracia de permanecer siempre fieles a la fe recibida en el bautismo, y testimoniar con alegría y convicción nuestro amor a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Muchas gracias.
Siguiendo la enseñanza y el ejemplo de San Hilario de Poitiers, pidamos también para nosotros la gracia de permanecer siempre fieles a la fe recibida en el bautismo, y testimoniar con alegría y convicción nuestro amor a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Muchas gracias.
(Traducción
del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia,
Benedicto XVI)
Oficio
de lectura, miércoles IV semana de pascua
La Encarnación del Verbo y el sacramento de la eucaristía nos hacen partícipes de la naturaleza divina
Del tratado de san Hilario, obispo, sobre la Trinidad
Libro 8,13-16
La Encarnación del Verbo y el sacramento de la eucaristía nos hacen partícipes de la naturaleza divina
Del tratado de san Hilario, obispo, sobre la Trinidad
Libro 8,13-16
Si
es verdad que la Palabra se hizo carne, y que nosotros, en la cena
del Señor, comemos esta Palabra hecha carne, ¿cómo no será verdad
que habita en nosotros con su naturaleza aquel que, por una parte, al
nacer como hombre, asumió la naturaleza humana como inseparable de
la suya y, por otra, unió esta misma naturaleza a su naturaleza
eterna en el sacramento en que nos dio su carne?
Por
eso todos nosotros llegamos a ser uno, porque el Padre está en
Cristo y Cristo está en nosotros; por ello, si Cristo está en
nosotros y nosotros estamos en él, todo lo nuestro está, con
Cristo, en Dios.
Hasta
qué punto estamos nosotros en él por el sacramento de la comunión
de su carne y de su sangre, nos lo atestigua él mismo al decir: El
mundo no me verá, pero vosotros me veréis; y viviréis, porque yo
sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, y
vosotros conmigo, y yo con vosotros.
Si
hubiera querido que esto se entendiera solamente de la unidad de la
voluntad, ¿por qué señaló como una especie de graduación y de
orden en la realización de esta unidad? Lo hizo, sin duda, para que
creyéramos que él está en el Padre por su naturaleza divina,
mientras que nosotros estamos en él por su nacimiento humano, y él
está en nosotros por la celebración del sacramento: así se
manifiesta la perfecta unidad realizada por el Mediador, porque
nosotros habitamos en él y él habita en el Padre y, permaneciendo
en el Padre, habita también en nosotros.
Así
es como vamos avanzando hacia la unidad con el Padre, pues, en virtud
de la naturaleza divina, Cristo está en el Padre y, en virtud de la
naturaleza humana, nosotros estamos en Cristo y Cristo está en
nosotros.
El
mismo Señor habla de lo natural que es en nosotros esta unidad
cuando afirma: El que come mi carne y bebe
mi sangre, habita en mí, y yo en él. Nadie podrá, pues,
habitar en él, sino aquel en quien él haya habitado, es decir,
Cristo asumirá solamente la carne de quien haya comido la suya.
Ya
con anterioridad había hablado el Señor del misterio de esta
perfecta unidad al decir: El Padre que vive
me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo el que me come,
vivirá por mí. Él vive, pues, por el Padre, y, de la
misma manera que él vive por el Padre, nosotros vivimos por su
carne.
Toda
comparación trata de dar a entender algo, procurando que el ejemplo
propuesto ayude a la comprensión de la cuestión. Aquí,
por tanto, trata el Señor de hacernos comprender que la causa de
nuestra vida está en que Cristo, por su carne, habita en nosotros,
seres carnales, para que por él nosotros lleguemos a vivir de modo
semejante a como él vive por el Padre.
Oración:
Te pedimos Señor, que por intercesión de San Hilario, podamos
siempre estar receptivos a comprender cada día más el misterio de
la Santísima Trinidad, el Misterio de tu Propia Naturaleza Divina, y
el Misterio sacradísimo de la Eucaristía, en donde te conviertes en
Carne y Sangre para alimento de nuestro cuerpo material y nuestro
cuerpo místico, que son parte del tuyo. Que nunca ofendamos vuestra divinidad con nuestro cuerpo mediante la lepra de la concupiscencia. Presérvanos siempre Señor de tantos pecados horribles que se cometen en el mundo, y que no sólo te ofenden a Tí, sino también a nuestra propia dignidad de seres humanos. A Tí Señor te sean dadas por siempre la Gloria y las Llaves de los corazones. Amén.
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