sábado, 2 de enero de 2016

Sábado 2 de Enero

San Gregorio Nacianceno


Doctor de la Iglesia
(330-390)


No confundir con su amigo San Gregorio de Nisa

Breve
San Gregorio Nacianceno, Llamado el Demóstenes cristiano por su elocuencia y, en la iglesia Oriental le dicen "el teólogo", por la profundidad de su doctrina y el encanto de su elocuencia.

Es uno de los Padres Capadocios, muy cercano a los hermanos San Basilio y San Gregorio de Nicea, los llamados "Padres Capadocios" con quienes cooperó para derrotar la herejía arriana. Es uno de los cuatro grandes Doctores de la Iglesia Griega.

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Nació en Nacianzo, Cappadocia (hoy en Turquia), el mismo año que su gran amigo San Basilio.

Perteneció a una familia de santos: Su padre fue un judío converso, obispo de Nacianzo por 45 años (San Gregorio El Mayor), su madre, Santa Nona. Sus hermanos, Santos Cesáreo y Gorgonia.

Estudió en Cesarea, en Palestina, donde conoció a San Basilio. Estudió leyes por diez años en Atenas. Entre sus compañeros de estudio estaba San Basilio y el futuro emperador, Julián el Apóstata. Gregorio volvió a Nacianzo a los 30 años (aprox.) y se unió a San Basilio por 2 años en vida solitaria.
Aunque prefería la vida solitaria, regresó para ayudar a su padre anciano en la administración de la diócesis. Fue ordenado contra su voluntad por su padre en el 362. Huyó para volver a la vida monacal con Basilio. Pero en 10 semanas regresó a sus responsabilidades como sacerdote. Escribió una apología sobre las responsabilidades del sacerdote.

Alrededor del 372, fue consagrado obispo por S. Basilio de Sasima pero no lo aceptó. Siguió como coajutor de su padre. Esto causó la ruptura de la amistad entre Basilio y Gregorio pero se reconciliaron después.

Se retiró por 5 años a un monasterio en Seleucia, Isauria. Al morir el emperador Valens se mitigó la persecución de los ortodoxos y un grupo de obispos lo invitaron a Constantinopla. La ciudad había sido dominada por 30 años por los arrianos. Fue nombrado obispo. Sufrió mucho por difamaciones y persecución de los arrianos y otros herejes.

El Concilio de Constantinopla estableció y confirmó las conclusiones de Nicea. Poco después de su consagración como obispo de Constantinopla, sus enemigos pusieron en duda la validez de su elección en 381. El, para restaurar la paz, renunció. Volvió a Nacianzo, donde la sede estaba vacante y administró la diócesis hasta que eligieron a un sucesor. Alrededor del año 384 se retiró. Fue entonces que escribió sus famosos poemas y su autobiografía. Murió en Nacianzo 25 de enero de 389 o 390.

Enseñanza y escritos: 45 discursos, 244 cartas y 400 o más poemas.
En la iconografía aparece como obispo oriental, con el palio y un libro.

San Gregorio Nacianceno sobre la oración
Benedicto XVI, 22 Agosto, 2007
"Gregorio nos enseña, ante todo, la importancia y la necesidad de la oración"
El obispo de Nacianzo decía: «es necesario acordarse de Dios con más frecuencia de lo que respiramos»

«En la oración, tenemos que dirigir nuestro corazón a Dios para entregarnos a Él como ofrenda que debe ser purificada y transformada»

«En la oración, vemos todo a la luz de Cristo, dejamos caer nuestras máscaras y nos sumergimos en la verdad y en la escucha de Dios, alimentando el fuego del amor».

«(Gregorio) experimentó el empuje del alma, la vivacidad de un espíritu sensible y la inestabilidad de la felicidad efímera. Para él, en el drama de una vida sobre la que pesaba la conciencia de su propia debilidad y de su propia miseria, siempre fue más fuerte la experiencia del amor de Dios».

«Tienes una tarea --nos dice san Gregorio también a nosotros--, la tarea de encontrar la verdadera luz, de encontrar la verdadera altura de tu vida. Y tu vida consiste en encontrarte con Dios, que tiene sed de nuestra sed»

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Oficio de Lectura, XXXI viernes del Tiempo Ordinario

Santa y piadosa es la idea de rezar por los muertos
San Gregorio Nacianceno

Sermón 7, en honor de su hermano Cesáreo 23-24

¿Qué es el hombre para que te ocupes de él? Un gran misterio me envuelve y me penetra. Pequeño soy y, al mismo tiempo, grande, exiguo y sublime, mortal e inmortal, terreno y celeste. Con Cristo soy sepultado, y con Cristo debo resucitar; estoy llamado a ser coheredero de Cristo e hijo de Dios; llegaré incluso a ser Dios mismo.

Esto es lo que significa nuestro gran misterio; esto lo que Dios nos ha concedido, y, para que nosotros lo alcancemos, quiso hacerse hombre; quiso ser pobre, para levantar así la carne postrada y dar la incolumidad al hombre que él mismo había creado a su imagen; así todos nosotros llegamos a ser uno en Cristo, pues él ha querido que todos nosotros lleguemos a ser aquello mismo que él es con toda perfección: así entre nosotros ya no hay distinción entre hombres y mujeres, bárbaros y escitas, esclavos y libres, es decir, no queda ya ningún residuo ni discriminación de la carne, sino que brilla sólo en nosotros la imagen de Dios, por quien y para quien hemos sido creados y a cuya semejanza estamos plasmados y hechos, para que nos reconozcamos siempre como hechura suya.

¡Ojalá alcancemos un día aquello que esperamos de la gran munificencia y benignidad de nuestro Dios!. El pide cosas insignificantes y promete, en cambio, grandes dones, tanto en este mundo como en el futuro, a quienes lo aman sinceramente. Sufrámoslo, pues, todo por él y aguantémoslo todo esperando en él; démosle gracias por todo (él sabe ciertamente que, con frecuencia, nuestros sufrimientos son un instrumento de salvación); encomendémosle nuestras vidas y las de aquellos que, habiendo vivido en otro tiempo con nosotros, nos han precedido ya en la morada eterna.

¡Señor y hacedor de todo, y especialmente del ser humano!. ¡Dios, Padre y guía de los hombres que creaste!. ¡Arbitro de la vida y de la muerte!. ¡Guardián y bienhechor de nuestras almas!. ¡Tú que lo realizas todo en su momento oportuno y, por tu Verbo, vas llevando a su fin todas las cosas según la sublimidad de aquella sabiduría tuya que todo lo sabe y todo lo penetra!. Te pedimos que recibas ahora en tu reino a Cesáreo, que como primicia de nuestra comunidad ha ido ya hacia ti.

Dígnate también, Señor, velar por nuestra vida, mientras moramos en este mundo, y, cuando nos llegue el momento de dejarlo, haz que lleguemos a ti preparados por el temor que tuvimos de ofenderte, aunque no ciertamente poseídos de terror.

No permitas, Señor, que en la hora de nuestra muerte, desesperados y sin acordarnos de ti, nos sintamos como arrancados y expulsados de este mundo, como suele acontecer con los hombres que viven entregados a los placeres de esta vida, sino que, por el contrario, alegres y bien dispuestos, lleguemos a la vida eterna y feliz, en Cristo Jesús, Señor nuestro, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Oración: Te pedimos Señor nos concedas siempre a los cristianos el poder de la Oración que le otorgaste a San Gregorio Nacianceno, a fin de poder vivir y propagar en los corazones la verdad del Evangelio. A Tí Señor que eres la Sabiduría y Horno Espiritual Eterno. Amén.


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