Domingo 3
de Enero
San
José María Tomasi
Cardenal y Confesor. († 1713)
Breve
Insigne
Cardenal de origen noble en Sicilia. Políglota.
Manejaba
fluidamente el latín, griego y español. Luego aprendió etíope,
sirio y el idioma caldeo.
Renunció
a todos los honores en tierras y fortuna en favor de su hermano y
abrazó la Orden de los Clérigos Regulares – la Orden de San
Cayetano. Investigador de los códices antiguos en la Biblioteca
Vaticana.
Confesor
del Papa Clemente XI.
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Nota:
Los códices son libros escritos a mano, previos a la invención de
la imprenta, siendo los más ricos los procedentes de la Edad Media,
por sus tradiciones, reglamentos, sabiduría, ascetismo, teología,
oraciones en forma de cánticos de los salmos, y hasta dibujos que en
muchos casos contenían profesías.
La
vitalidad religiosa de la Edad Media fascinó a nuestro Cardenal, al
igual que nos fascina ahora a nosotros su mística, música, danza, vestidos, y
hasta torneos medievales que se celebran con frecuencia en varias
ciudades de Occidente.
Fué
indudablemente una época misteriosa, llena de Fe, y que merece ser redescubierta.
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En
las Témporas de Adviento de 1673 fue ungido en la Ciudad Eterna
sacerdote Señor, y la noche de Navidad subió por vez primera altar
para celebrar las tres misas rituales en el templo de San Andrés
della Valle. Tenía veinticuatro años.
Al
sentir realizado el primogénito de los príncipes Lampedusa el ideal
sacerdotal que entreviera en los suaves crepúsculos de Monteclaro,
retoñaron, con nueva poderosa savia, sus antiguas aficiones
litúrgicas que marcaron la orientación definitiva de su vida,
consagrándola totalmente al esplendor del culto divino y al fomento
las ciencias sagradas.
Se
iniciaba un glorioso movimiento de restauración litúrgica, y
podemos decir que en él ocupa el padre Tomasi un puesto destacado en
primera fila. Trasladado a la casa de San Silvestre del Quirinal,
pese a su complexión delicadísima y enfermiza, continuamente
atormentado por pesada cruz de escrúpulos y penas interiores,
recogió herencia del eximio cardenal Bona para dedicarse totalmente
a los estudios litúrgicos y bíblicos, y a la investigación de las
sagradas antigüedades.
Se
impuso una preparación eficiente y aprendió hebreo, caldeo, etíope,
árabe y siríaco. Con afán apostólico logró convertir a la fe de
Cristo a su profesor de hebreo, el docto rabino Moisés de Cavi, que
al bautizarse tomó el apellido Tomasi.
El
padre Tomasi pasó su vida entera escondido en bibliotecas y archivos
de Roma, especialmente en la Vaticana, la Vallicelana, la de Cristina
de Suecia, la San Pedro y la de San Pablo, que le franquearon sus
tesoros bibliográficos y sus ricos fondos documentales.
Con
la abnegación de un santo y el entusiasmo litúrgico de un teatino,
laboraba silenciosamente para desentrañar códices milenarios y
libar en amarillentos pergaminos toda la potente vitalidad de la
Iglesia en los siglos medievales. Fruto preciosísimo de sus afanes
investigadores el nutridísimo repertorio de sus obras litúrgicas,
teológicas, bíblicas y ascéticas que fue publicando desde 1679
hasta 1770.
Entre
ellas cabe citar el Sacramentario Gelasiano, el Sacramentario
Galicano, el Responsarial y Antifonario de San Gregorio, el Salterio
con Cánticos, el Sacramentario Gregoriano y las Instituciones
teológicas de Santos Padres.
Estas
magníficas publicaciones tomasianas en aquel momento histórico que
vivía la Iglesia fueron de una oportunidad portentosa.
Aportación
valiosísima al incipiente movimiento de investigación litúrgica y
bíblica, constituyeron un arma poderosa para confundir a los
herejes, los cuales clamaron en Holanda: Cavete Thomasium: "¡Guardaos
de Tomasi!"
Por
otra parte sirvieron de base y punto de partida para ulteriores
estudios sobre liturgia antigua, ofreciendo aún actualmente un
provechoso instrumento de trabajo a los que a tales investigaciones
se dedican.
Pero
en Tomasi, el sabio, el investigador, están en función del
sacerdote y del santo. No se engolfó en los estudios a título de
curiosidad o erudición, sino con el propósito de entender
plenamente los ritos y preces que como sacerdote debía usar en el
ejercicio del culto divino, y al propio tiempo hacer participantes al
clero y a los fieles del fruto de sus investigaciones, para lograr
una mayor eficacia santificadora en las funciones litúrgicas. En tal
sentido Tomasi es un precursor y abanderado del actual apostolado
litúrgico.
Cultivador
insigne de las virtudes religiosas y sacerdotales, sentía Tomasi una
predilección marcadísíma por la humildad, base de todas ellas.
Abroquelado en su vida de trabajo
silencioso, procuraba pasar desapercibido entre el fasto de la corte
pontificia. Pero su virtud y su sabiduría hicieron su
nombre famoso en los círculos eclesiásticos de Roma y de toda
Europa.
Cuando
el doctísimo Juan Mabillón fue a Roma en viaje de estudios, tuvo
necesidad de ir a ver al padre Tomasi para que le sirviera de mentor
en sus itinerarios científicos y le hiciera partícipe de los
felices hallazgos en la investigación litúrgica. Al ser nombrado el
futuro cardenal Vallemani secretario de la Sagrada Congregación de
Ritos, fue en seguida a buscar al humilde teatino para pedirle normas
y orientaciones.
El
papa Clemente XI, amigo y admirador de este hijo esclarecido de San
Cayetano, le nombró consultor de la Sagrada Congregación de Ritos y
de la de Propaganda Fide, y calificador del Santo Oficio. Y en el
Consistorio del 18 de mayo de 1712 le creó cardenal presbítero de
la Santa Romana Iglesia, asignándole el título de San Silvestre y
San Martín in montibus.
Tras
un dramático forcejeo con su humildad contrariada, Tomasi vino
obligado a aceptar el capelo en virtud de santa obediencia y fue
nombrado miembro de la misma Congregación de Ritos. En los ocho
meses escasos de su cardenalato desplegó en su Iglesia titular un
sapientísimo apostolado litúrgico, dando el magnífico ejemplo de
asistir con asiduidad a los oficios corales. Demostró con gallardía
que sabia trasladar liturgia de los fríos códices milenarios al
calor del santuario para proyectarla luego en derredor suyo como una
vida hecha culto y un culto transformado en vida.
El
día de Navidad del mismo año, al regresar de la solemne capilla
papal tenida en San Pedro, se sintió herido por una grave afección
pulmonar que le tuvo en cama ocho días. Recibidos con extraordinaria
devoción los santos sacramentos, dictó su testamento, en el cual
consignó su voluntad de ser enterrado en la cripta de su iglesia
titular, ante el altar de la Virgen, gozo de los cristianos.
En
la madrugada del 1 de enero de 1713, besando con ternura el
crucifijo, voló su alma a cantar el eterno Magnificat en las
delicias de la liturgia celestial. Contaba sesenta y cuatro años.
Su
confesor, el teatino padre Chiesa, aseguró que su alma no había
perdido la inocencia bautismal.
Por
la fama de sus virtudes y el esplendor de sus milagros se introdujo
en la Curia Romana, en 1723, la causa de beatificación. El 29 de
septiembre de 1803 fue beatificado por Pío VII en la Basílica
Vaticana.
Por
decreto de la Sagrada Congregación de Ritos, dado el 24 de mayo de
1958, se ha reanudado en la Curia la causa para la solemne
canonización de este egregio cardenal teatino nacido en tierra
española a quien Cardella proclama, en sus Memorias históricas,
príncipe y doctor de la liturgia de Occidente.
Oración:
Te pedimos Señor, que por intercesión de San José María Tomasi,
puedas bendecirnos en todos los tiempos con figuras de tanta
sabiduría y piedad como la de este amado Cardenal, recuperando para
la Iglesia a un clero piadoso y sabio, que desde el silencio, el
ascetismo y el estudio influyan poderosamente en la vitalidad de la
Iglesia. Te pedimos también Señor que habiendo sido el amado
Cardenal procedente de Lampeduza, puedan los refugiados, que en su
desesperación llegan a esa isla, tener el consuelo y protección de
él. A Tí Señor que eres el faro en este mundo enceguecido,
ensordecido y embrutecido por el pecado. Amén.
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