Sábado
2 de Enero
San
Basilio Magno
Doctor
de la Iglesia de Cesarea
(329-379)
Etim:
Basilio = rey
Uno
de los tres Padres Capadocios; Padre del monasticismo oriental;
Arzobispo de Cesárea; Patrón de administradores de hospitales .
Nació
en Cesárea de Capadocia, de familia cristiana; hombre de gran
cultura y virtud, comenzó a llevar vida eremítica, pero el año 370
fue elevado a la sede episcopal de su ciudad natal.
Es
considerado como el primer escritor ascético del oriente.
Combatió
a los arrianos; escribió excelentes obras y sobretodo reglas
monásticas, que rigen aún hoy en muchos monasterios del Oriente.
Murió
el día 1 de enero del año 379.
Tema
favorito: la caridad hacia los pobres.
De
sus cartas:
“¿A
quién he perjudicado, dices tú, conservando lo que es mío? Dime,
sinceramente, ¿qué te pertenece? ¿De quién recibiste lo que
tienes? Si todos se contentaran con lo necesario y dieran el resto a
los pobres, no habría ni ricos ni pobres”
Óyeme
cristiano que no ayudas al pobre: Tú eres un verdadero ladrón. El
pan que no necesitas le pertenece al hambriento. Los vestidos que ya
no usas le pertenecen al necesitado. El calzado que ya no empleas le
pertenece al descalzo. El dinero que gastas en lo que no es
necesario es un robo que le estás haciendo al que no tiene con qué
comprar lo que necesita. “Si pudiendo ayudar no ayudas, eres un
verdadero ladrón”.
"Lo
que nosotros enseñamos no es el resultado de nuestras reflexiones
personales, sino lo que hemos aprendido de los Padres"
San
Gregorio: “Cada vez que leo un escrito de Basilio, siento que el
Espíritu Santo transforma mi alma”.
San
Basilio
Benedicto
XVI, Audiencia, 4-VII-07
Queridos
hermanos y hermanas:
Hoy
queremos recordar a uno de los grandes padres de la Iglesia, San
Basilio, definido por los textos litúrgicos bizantinos como una
«lumbrera de la Iglesia»
Fue
un gran obispo del siglo IV, por el que siente admiración tanto la
Iglesia de Oriente como la de Occidente por su santidad de vida, por
la excelencia de su doctrina, y por la síntesis armoniosa de
capacidades especulativas y prácticas.
Nació
alrededor del año 330 en una familia de santos, «verdadera Iglesia
doméstica», que vivía en un clima de profunda fe. Estudió con los
mejores maestros de Atenas y Constantinopla. Insatisfecho por los
éxitos mundanos, al darse cuenta de que había perdido mucho tiempo
en vanidades, él mismo confiesa: «Un
día, como despertando de un sueño profundo, me dirigí a la
admirable luz de la verdad del Evangelio…, y lloré sobre mi
miserable vida» (Cf. Carta 223: PG 32,824a).
Atraído
por Cristo, comenzó a tener ojos sólo para él y a escucharle solo
a él (Cf. «Moralia» 80,1: PG 31,860bc). Con determinación se
dedicó a la vida monástica en la oración, en la meditación de las
Sagradas Escrituras y de los escritos de los Padres de la Iglesia y
en el ejercicio de la caridad (Cf. Cartas. 2 y 22), siguiendo también
el ejemplo de su hermana, Santa Macrina, quien ya vivía el ascetismo
monacal. Después fue ordenado sacerdote y, por último, en el año
370, consagrado obispo de Cesarea de Capadocia, en la actual Turquía.
Con
la predicación y los escritos desarrolló una intensa actividad
pastoral, teológica y literaria. Con sabio equilibrio supo unir al
mismo tiempo el servicio a las almas, y la entrega a la oración y a
la meditación en la soledad. Sirviéndose de su experiencia
personal, favoreció la fundación de muchas «fraternidades» o
comunidades de cristianos consagrados a Dios, a las que visitaba con
frecuencia (Cf. Gregorio Nacianceno, «Oratio 43,29 in laudem
Basilii»: PG 36,536b).
Con
la palabra y los escritos, muchos de los cuales todavía hoy se
conservan (Cf. «Regulae brevius tractatae», Proemio: PG 31,1080ab),
les exhortaba a vivir y a avanzar en la perfección. De esos escritos
se valieron después no pocos legisladores de la vida monástica,
entre ellos, muy especialmente, San Benito, que considera a Basilio
como su maestro (Cf «Regula» 73, 5).
En
realidad, San Basilio creó un monaquismo muy particular: no estaba
cerrado a la comunidad de la Iglesia local, sino abierto a ella. Sus
monjes formaban parte de la Iglesia local, eran su núcleo animador
que, precediendo a los demás fieles en el seguimiento de Cristo y no
sólo de la fe, mostraba su firme adhesión a él, el amor por él,
sobre todo en las obras de caridad.
Estos
monjes, que tenían escuelas y hospitales, estaban al servicio de los
pobres y de este modo mostraron la vida cristiana de una manera
completa. El siervo de Dios Juan Pablo II, hablando del monaquismo,
escribió: «muchos opinan que esa institución tan importante en
toda la Iglesia como es la vida monástica quedó establecida, para
todos los siglos, principalmente por San Basilio o que, al menos, la
naturaleza de la misma no habría quedado tan propiamente definida
sin su decisiva aportación» (carta apostólica «Patres Ecclesiae»
2).
Como
obispo y pastor de su extendida diócesis, Basilio se preocupó
constantemente por las difíciles condiciones materiales en las que
vivían los fieles; denunció con firmeza el mal; se comprometió con
los pobres y los marginados; intervino ante los gobernantes para
aliviar los sufrimientos de la población, sobre todo en momentos de
calamidad; veló por la libertad de la Iglesia, enfrentándose a los
potentes para defender el derecho de profesar la verdadera fe (Cf.
Gregorio Nacianceno, «Oratio 43,48-51 in laudem Basilii»: PG
36,557c-561c).
Dio
testimonio de Dios, que es amor y caridad, con la construcción de
varios hospicios para necesitados (Cf. Basilio, Carta 94: PG
32,488bc), una especie de ciudad de la misericordia, que tomó su
nombre «Basiliade» (Cf. Sozomeno, «Historia Eclesiástica». 6,34:
PG 67,1397a). En ella hunden sus raíces las los modernos hospitales
para la atención de los enfermos.
Consciente
de que «la liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la
Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza»
(«Sacrosanctum Concilium» 10), Basilio, si bien se preocupaba por
vivir la caridad, que es la característica de la fe, fue también un
sabio «reformador litúrgico» (Cf. Gregorio Nacianceno, «Oratio
43,34 in laudem Basilii»: PG 36,541c).
Nos
dejó una gran oración eucarística [o anáfora] que toma su nombre
y que ha dado un orden fundamental a la oración y a la salmodia:
gracias a él, el pueblo amó y conoció los Salmos e iba a rezarlos
incluso de noche (Cf. Basilio, «In Psalmum» 1,1-2: PG
29,212a-213c). De este modo, podemos ver cómo liturgia, adoración,
oración están unidas a la caridad, se condicionan recíprocamente.
Con
celo y valentía, Basilio supo oponerse a los herejes, quienes
negaban que Jesucristo fuera Dios como el Padre (Cf. Basilio, Carta
9,3: PG 32,272a; Carta 52,1-3: PG 32,392b-396a; «Adversus Eunomium»
1,20: PG 29,556c). Del mismo modo, contra quienes no aceptaban la
divinidad del Espíritu Santo, afirmó que también el Espíritu
Santo es Dios y «tiene que ser colocado y glorificado junto al Padre
y el Hijo» (Cf. «De Spiritu Sancto»: SC 17bis, 348).
Por
este motivo, Basilio es uno de los grandes padres que formularon la
doctrina sobre la Trinidad: el único Dios, dado que es Amor, es un
Dios en tres Personas, que forman la unidad más profunda que existe,
la unidad divina.
En
su amor por Cristo y su Evangelio, el gran capadocio se comprometió
también por sanar las divisiones dentro de la Iglesia (Cf. Carta 70
y 243), tratando siempre de que todos se convirtieran a Cristo y a su
Palabra (Cf. «De iudicio» 4: PG 31,660b-661a), fuerza unificadora,
a la que todos los creyentes tienen que obedecer (Cf. ibídem 1-3: PG
31,653a-656c).
Concluyendo,
Basilio se entregó totalmente al fiel servicio a la Iglesia en el
multiforme servicio del ministerio episcopal. Según el programa que
él mismo trazó, se convirtió en «apóstol y ministro de Cristo,
dispensador de los misterios de Dios, heraldo del reino, modelo y
regla de piedad, ojo del cuerpo de la Iglesia, pastor de las ovejas
de Cristo, médico piadoso, padre y nodriza, cooperador de Dios,
agricultor d Dios, constructor del templo de Dios» (Cf. «Moralia»
80,11-20: PG 31,864b-868b).
Este
es el programa que el santo obispo entrega a los heraldos de la
Palabra, tanto ayer como hoy, un programa que él mismo se
comprometió generosamente por vivir.
En
el año 379, Basilio, sin haber cumplido los cincuenta años, agotado
por el cansancio y la ascesis, regresó a Dios, «con la esperanza de
la vida eterna, a través de Jesucristo, nuestro Señor» («De
Bautismo» 1, 2, 9). Fue un hombre que vivió verdaderamente con la
mirada puesta en Cristo, un hombre del amor por el prójimo. Lleno de
la esperanza y de la alegría de la fe, Basilio nos muestra cómo ser
realmente cristianos.
[Traducción
del original italiano realizada por Zenit.
Vida
De San Basilio
BASILIO
nació en Cesarea, la capital de Capadocia, en el Asia Menor, a
mediados del año 329. Por parte de padre y de madre, descendía de
familias cristianas que habían sufrido persecuciones y, entre sus
nueve hermanos, figuraron San Gregorio de Nicea, Santa Macrina la
Joven y San Pedro de Sebaste.
Su
padre, San Basilio el Viejo, y su madre, Santa Emelia, poseían
vastos terrenos y Basilio pasó su infancia en la casa de campo de su
abuela, Santa Macrina, cuyo ejemplo y cuyas enseñanzas nunca olvidó.
Inició
su educación en Constantinopla y la completó en Atenas. Allá tuvo
como compañeros de estudio a San Gregorio Nacianceno, que se
convirtió en su amigo inseparable y a Juliano, que más tarde sería
el emperador apóstata.
Basilio
y Gregorio Nacianceno, los dos jóvenes capadocios, se asociaron con
los más selectos talentos contemporáneos y, como lo dice éste
último en sus escritos, “sólo conocíamos dos calles en la
ciudad: la que conducía a la iglesia y la que nos llevaba a las
escuelas”. Tan pronto como Basilio aprendió todo lo que sus
maestros podían enseñarle, regresó a Cesárea.
Ahí
pasó algunos años en la enseñanza de la retórica y, cuando se
hallaba en los umbrales de una brillantísima carrera, se sintió
impulsado a abandonar el mundo, por consejos de su hermana mayor,
Macrina. Ésta, luego de haber colaborado activamente en la
educación y establecimiento de sus hermanas y hermanos más
pequeños, se había retirado con su madre, ya viuda, y otras
mujeres, a una de las casas de la familia, en Annesi, sobre el río
Iris, para llevar una vida comunitaria.
Fue
entonces, al parecer, que Basilio recibió el bautismo y, desde aquel
momento, tomó la determinación de servir a Dios dentro de la
pobreza evangélica.
Comenzó
por visitar los principales monasterios de Egipto, Palestina, Siria y
Mesopotamia, con el propósito de observar y estudiar la vida
religiosa. Al regreso de su extensa gira, se estableció en un
paraje agreste y muy hermoso en la región del Ponto, separado de
Annesi por el río Iris, y en aquel retiro solitario se entregó a la
plegaria y al estudio.
Con
los discípulos, que no tardaron en agruparse en torno suyo, entre
los cuales figuraba su hermano Pedro, formó el primer monasterio que
hubo en el Asia Menor, organizó la existencia de los religiosos, y
enunció los principios que se conservaron a través de los siglos y
hasta el presente gobiernan la vida de los monjes en la Iglesia de
Oriente.
San
Basilio practicó la vida monástica propiamente dicha durante cinco
años solamente, pero en la historia del monaquismo cristiano tiene
tanta importancia como el propio San Benito.
Lucha
contra la herejía arriana
Por
aquella época, la herejía arriana estaba en su apogeo y los
emperadores herejes perseguían a los ortodoxos. En el año 363, se
convenció a Basilio para que se ordenase diácono y sacerdote en
Cesárea; pero inmediatamente, el arzobispo Eusebio tuvo celos de la
influencia del santo y éste, para no crear discordias, volvió a
retirarse calladamente al Ponto para ayudar en la fundación y
dirección de nuevos monasterios.
Sin
embargo Cesárea lo necesitaba y lo reclamó. Dos años más tarde,
San Gregorio Nacianceno, en nombre de la ortodoxia, sacó a Basilio
de su retiro para que le ayudase en la defensa de la fe del clero y
de las Iglesias. Se llevó a cabo una reconciliación entre Eusebio
y Basilio; éste se quedó en Cesárea como el primer auxiliar del
arzobispo; en realidad, era él quien gobernaba la Iglesia, pero
empleaba su gran tacto para que se diera crédito a Eusebio por todo
lo que él realizaba.
Durante
una época de sequía a la que siguió otra de hambre, Basilio echó
mano de todos los bienes que había heredado de su madre, los vendió
y distribuyó el producto entre los más necesitados; mas no se
detuvo ahí su caridad, puesto que también organizó un vasto
sistema de ayuda, que comprendía a las cocinas ambulantes que él
mismo, resguardado con un delantal de manta y cucharón en ristre,
conducía por las calles de los barrios más apartados para
distribuir alimentos a los pobres.
Obispo
de Cesárea
El
año de 370 murió Eusebio y, a pesar de la oposición que se puso de
manifiesto en algunos poderosos círculos, Basilio fue elegido para
ocupar la sede arzobispal vacante.
El
14 de junio tomó posesión, para gran contento de San Atanasio y una
contrariedad igualmente grande para Valente, el emperador arriano. El
puesto era muy importante y, en el caso de Basilio, muy difícil y
erizado de peligros, porque al mismo tiempo que obispo de Cesárea,
era exarca del Ponto y metropolitano de cincuenta sufragáneos,
muchos de los cuales se habían opuesto a su elección y mantuvieron
su hostilidad, hasta que Basilio, a fuerza de paciencia y caridad, se
conquistó su confianza y su apoyo.
Antes
de cumplirse doce meses del nombramiento de Basilio, el emperador
Valente llegó a Cesárea, tras de haber desarrollado en Bitrina y
Galacia una implacable campaña de persecuciones. Por delante suyo
envió al prefecto Modesto, con la misión de convencer a Basilio
para que se sometiera o, por lo menos, accediera a tratar algún
compromiso. Varios habían renegado por miedo, pero nuestro santo le
respondió:
“¿Qué
me vas a poder quitar si no tengo ni casas ni bienes, pues todo lo
repartí entre los pobres?. ¿Acaso me vas a atormentar?. Es tan
débil mi salud que no resistiré un día de tormentos sin morir y no
podrás seguir atormentándome. ¿Qué me vas a desterrar?. A
cualquier sitio a donde me destierres, allá estará Dios, y donde
esté Dios, allí es mi patria, y allí me sentiré contento”.
El
gobernador respondió admirado: “Jamás nadie me había contestado
así”. Y Basilio añadió: “Es que jamás te habías
encontrado con un obispo”.
El
emperador Valente se decidió en favor de exiliarlo y se dispuso a
firmar el edicto; pero en tres ocasiones sucesivas, la pluma de caña
con que iba a hacerlo, se partió en el momento de comenzar a
escribir. El emperador quedó sobrecogido de temor ante aquella
extraordinaria manifestación, confesó que, muy a su pesar,
admiraba la firme determinación de Basilio y, a fin de cuentas,
resolvió que, en lo sucesivo, no volvería a intervenir en los
asuntos eclesiásticos de Cesárea.
Pero
apenas terminada esta desavenencia, el santo quedó envuelto en una
nueva lucha, provocada por la división de Capadocia en dos
provincias civiles, y la consecuente reclamación de Antino, obispo
de Tiana, para ocupar la sede metropolitana de la Nueva Capadocia.
La
disputa resultó desafortunada para San Basilio, no tanto por haberse
visto obligado a ceder en la división de su arquidiócesis, como por
haberse malquistado con su amigo San Gregorio Nacianceno, a quien
Basilio insistía en consagrar obispo de Sasima, un miserable caserío
que se hallaba situado sobre terrenos en disputa entre las dos
Capadocias.
Mientras
el santo defendía así a la iglesia de Cesárea de los ataques
contra su fe y su jurisdicción, no dejaba de mostrar su celo
acostumbrado en el cumplimiento de sus deberes pastorales. Hasta en
los días ordinarios predicaba, por la mañana y por la tarde, a
asambleas tan numerosas, que él mismo las comparaba con el mar. Sus
fieles adquirieron la costumbre de comulgar todos los domingos,
miércoles, viernes y sábados.
Entre
las prácticas que Basilio había observado en sus viajes y que más
tarde implantó en su sede, figuraban las reuniones en la iglesia
antes del amanecer, para cantar los salmos. Para beneficio de los
enfermos pobres, estableció un hospital fuera de los muros de
Cesárea, tan grande y bien acondicionado, que San Gregorio
Nacianceno lo describe como una ciudad nueva y con grandeza
suficiente para ser reconocido como una de las maravillas del mundo.
A
ese centro de beneficencia llegó a conocérsela con el nombre de
Basiliada, y sostuvo su fama durante mucho tiempo después de la
muerte de su fundador. A pesar de sus
enfermedades crónicas, con frecuencia realizaba visitas a lugares
apartados de su residencia episcopal, hasta en remotos sectores de
las montañas y, gracias a la constante vigilancia que ejercía sobre
su clero y su insistencia en rechazar la ordenación de los
candidatos que no fuesen enteramente dignos, hizo de su arquidiócesis
un modelo del orden y la disciplina eclesiásticos.
No
tuvo tanto éxito en los esfuerzos que realizó en favor de las
iglesias que se encontraban fuera de su provincia. La muerte de San
Atanasio dejó a Basilio como único paladín de la ortodoxia en el
Oriente, y éste luchó con ejemplar tenacidad para merecer ese
título por medio de constantes esfuerzos para fortalecer y unificar
a todos los católicos que, sofocados por la tiranía arriana y
descompuestos por los cismas y la disensiones entre sí, parecían
estar a punto de extinguirse.
Pero
las propuestas del santo fueron mal recibidas, y a sus desinteresados
esfuerzos se respondió con malos entendimientos, malas
interpretaciones y hasta acusaciones de ambición y de herejía.
Incluso los llamados que hicieron él y sus amigos al Papa San Dámaso
y a los obispos occidentales para que interviniesen en los asuntos
del oriente y allanasen las dificultades, tropezaron con una casi
absoluta indiferencia, debido, según parece, a que ya corrían en
Roma las calumnias respecto a su buena fe. “¡Sin duda a causa
de mis pecados, escribía San Basilio con un profundo desaliento,
parece que estoy condenado al fracaso en todo cuanto emprendo!"”
Sin
embargo, el alivio no había de tardar, desde un sector absolutamente
inesperado. El 9 de agosto de 378, el emperador Valente recibió
heridas mortales en la batalla de Adrianópolis y, con el ascenso al
trono de su sobrino Graciano, se puso fin al ascendiente del
arrianismo en el Oriente.
Cuando
las noticias de estos cambios llegaron a oídos de San Basilio, éste
se encontraba en su lecho de muerte, pero de todas maneras le
proporcionaron un gran consuelo en sus últimos momentos. Murió el
1º de enero del año 379, a la edad de cuarenta y nueve años,
agotado por la austeridad en que había vivido, el trabajo incansable
y una penosa enfermedad. Toda Cesárea quedó enlutada y sus
habitantes lo lloraron como a un padre y a un protector; los paganos,
judíos y cristianos se unieron en el duelo.
San
Gregorio Nacianceno, Arzobispo de Constantinopla, en el día del
entierro: “Basilio santo, nació entre santos. Basilio pobre
vivió pobre entre los pobres. Basilio hijo de mártires, sufrió
como un mártir. Basilio predicó siempre con sus labios, y con sus
buenos ejemplos y seguirá predicando siempre con sus escritos
admirables”.
Setenta
y dos años después de su muerte, el Concilio de Calcedonia le
rindió homenaje con estas palabras: “El gran Basilio, el
ministro de la gracia quien expuso la verdad al mundo entero
indudablemente que fue uno de los más elocuentes oradores entre los
mejores que la Iglesia haya tenido; sus escritos le han colocado en
lugar de privilegio entre sus doctores”.
Se
conserva una extensa colección de sus cartas:
En
una de ellas nos cuenta que él pedía un cumplimiento estricto de la
disciplina, lo mismo entre clérigos que entre laicos, y que cierto
diácono, que no era malo, pero sí rebelde y un poco alocado y que
solía presentarse en medio de un grupo de muchachas que cantaban
himnos y bailaban, tuvo que vérselas con él; con igual
determinación combatió la simonía en los puestos eclesiásticos y
la admisión de personas indignas entre el clero; luchó
contra la rapacidad y la opresión de los funcionarios y llegó a
excomulgar a todos los complicados en la “trata de blancas”, una
actividad muy difundida en Capadocia.
Podía
reconvenir con temible severidad, pero prefería las maneras suaves y
gentiles; como un ejemplo, están sus cartas a una muchacha
descarriada y a un clérigo colocado en un puesto de gran
responsabilidad, que se estaba mezclando en política; muchos
ladrones que solo aguardaban ser entregados a los jueces para sufrir
un castigo terrible, fueron amparados por el santo y devueltos a sus
casas en completa libertad, pero con una imborrable amonestación
sobre sus conciencias.
Pero
tampoco se quedaba callado Basilio cuando eran los acaudalados y
poderosos quienes quebrantaban sus deberes. “¡Os negáis a dar
con el pretexto de que no tenéis lo suficiente para vuestras
necesidades!”, exclamó en uno de sus sermones. “Pero en tanto
que vuestra lengua os excusa, vuestra mano os acusa: ¡Cuántos
deudores podrían ser rescatados de la prisión con uno de esos
anillos! ¡Cuántas pobres gentes ateridas por el frío se cubrirían
con uno solo de vuestros guardarropas! ¡Y sin embargo, vosotros
dejáis ir a los pobres de vuestras puertas, con las manos vacías!”
No
era únicamente a los ricos a quienes imponía la obligación de dar.
“¿Dices que tú eres pobre? Bien; pero siempre habrá otros
más pobres que tú. Si tienes lo bastante para mantenerte vivo diez
días, aquel hombre no tiene suficiente para vivir uno . . . No
tengáis temor de dar lo poco que tengáis. No
coloquéis nunca vuestros propios intereses antes que la necesidad
común. Dad vuestro último mendrugo de pan al
mendigo que os lo pide y confiad en la misericordia de Dios”.
Butler;
Vida de los Santos.
Sálesman,
P. Eliécer; Vidas de Santo #1
Sgarbosa,
Mario y Luigi Giovannini; Un Santo Para Cada Día
Oración:
Te pedimos Señor, que por intercesión de San Basilio Magno, y a
imitación de su vida y testimonio de Fe, sepamos colocar el Bien
Común por encima de nuestros propios intereses personales, ya sea en
la Familia y en el Trabajo. Atí Señor que ofreciste tu Vida en
rescate de la nuestra. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario