lunes, 30 de marzo de 2020


30 de marzo

SAN JUAN CLÍMACO
(† 650)


Beato es aquel, que ha mortificado su propia voluntad hasta el final, y que ha confiado el cuidado de su persona, a su maestro en el Señor: será colocado a la derecha del Crucificado

Como guía y regla de todas las cosas, después de Dios, debemos seguir a nuestra conciencia

Que esta escala te enseñe, la disposición espiritual de las virtudes

San Juan Clímaco (Siria?, c. 575 - 30 de marzo de 649?) —también conocido como Juan el Escolástico, y Juan el Sinaíta—, fue un monje cristiano ascético, anacoreta, y maestro espiritual entre los siglos sexto y séptimo, abad del Monasterio de Santa Catalina del Monte Sinaí (Monasterio de la Transfiguración). Célebre por su escrito, Scala Paradisi, o La escala al Paraíso, del cual derivaría su apodo (del griego klimax, escalera); obra de carácter ascético y místico.

Se puede bajar el texto de la Escala al Paraíso en http://orthodoxmadrid.com/wp-content/uploads/2011/03/La-Santa-Escala.pdf

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San Juan Clímaco
Autor de la "Escala del Paraíso", siglo VI
Audiencia de Benedicto XVI, 11 de febrero de 2009 (ZENIT.org)

Benedicto nos explica el valor de la Fe, de la Esperanza y de la Caridad, escalas finales de la Escala al Paraíso

Queridos hermanos y hermanas:
Después de veinte catequesis, dedicadas al Apóstol Pablo, quisiera retomar hoy, la presentación de los grandes escritores de la Iglesia de Oriente y Occidente, en la Edad Media.

Y propongo la figura de Juan, llamado Clímaco, transliteración latina del término griego klímakos, que significa de la escala (klímax). Se trata del título de su obra principal, en la que describe la escalada de la vida humana, hacia Dios.

Nació hacia el 575. Su vida tuvo lugar en los años en que Bizancio, capital del Imperio romano de Oriente, conoció la mayor crisis de su historia. De repente el cuadro geográfico del imperio cambió, y el torrente de las invasiones bárbaras, hizo desplomarse todas sus estructuras.

Quedó sólo la estructura de la Iglesia, que en esos tiempos difíciles, continuó con su acción misionera, humana y sociocultural, especialmente a través de la red de los monasterios, en los que operaban grandes personalidades religiosas, como era precisamente, la de Juan Clímaco.

Entre las montañas del Sinaí, donde Moisés encontró a Dios, y Elías oyó su voz, Juan vivió y narró sus experiencias espirituales. Se han conservado noticias de él, en una breve Vida (PG 88, 596-608), escrita por el monje Daniel de Raito: a los dieciséis años; Juan, monje en el monte Sinaí, se hizo discípulo del abad Martirio, un "anciano", es decir, un "sabio".

Hacia los veinte años, eligió vivir como eremita, en una gruta a los pies de un monte, en la localidad de Tola, a ocho kilómetros, a los pies del actual monasterio de Santa Catalina. Pero la soledad, no le impidió encontrar, a personas deseosas de tener una guía espiritual, ni de visitar algunos monasterios, cerca de Alejandría.

Su retiro eremítico, de hecho, lejos de ser una huida del mundo, y de la realidad humana, le condujo a un amor ardiente por los demás (Vida 5), y por Dios (Vida 7).

Tras cuarenta años de vida eremítica, vivida en el amor de Dios, y por el prójimo, años durante los cuales lloró, rezó y luchó contra los demonios, fue nombrado higúmeno (superior, n.d.t.) del gran monasterio del monte Sinaí, y volvió así a la vida cenobítica, en el monasterio. Pero algunos años antes de su muerte, nostálgico de la vida eremítica, pasó al hermano monje del mismo monasterio, la guía de la comunidad.

Murió después del año 650. La vida de Juan, se desarrolla entre dos montañas, el Sinaí y el Tabor, y verdaderamente se pude decir de él, que irradia la luz que vio Moisés en el Sinaí, y que contemplaron los Apóstoles en el Tabor.

Se hizo famoso, como ya he dicho, por su obra "La Escala" (klímax), llamada en Occidente, Escala del Paraíso (PG 88,632-1164). Compuesta por las insistentes peticiones, del higúmeno del cercano monasterio de Raito, cerca del Sinaí, la Escala, es un tratado completo de la vida espiritual, en el que Juan describe el camino del monje, desde la renuncia al mundo, hasta la perfección del amor.

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Es un camino que --según este libro-- tiene lugar, a través de treinta escalones, cada uno de los cuales está unido con el siguiente.

El camino puede resumirse en tres fases sucesivas: la primera muestra la ruptura con el mundo, con el fin de volver al estado de infancia evangélica. Lo esencial, por tanto, no es la ruptura, sino la unión con lo que Jesús ha dicho, la vuelta a la verdadera infancia, en sentido espiritual, el llegar a ser como niños.

Juan comenta: un buen fundamento, es el formado por tres bases y tres columnas: inocencia, ayuno y castidad. Todos los recién nacidos en Cristo (cfr 1 Cor 3,1) deben comenzar por estas cosas, tomando ejemplo de los recién nacidos físicamente" (1,20; 636). El alejamiento voluntario de las personas, y lugares queridos, permite al alma entrar en comunión más profunda con Dios.

Esta renuncia, desemboca en la obediencia, que es el camino a la humildad, a través de las humillaciones -que no faltarán nunca- por parte de los hermanos. Juan comenta: "Beato es aquel, que ha mortificado su propia voluntad hasta el final, y que ha confiado el cuidado de su persona, a su maestro en el Señor: será colocado a la derecha del Crucificado" (4,37; 704).

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La segunda fase del camino está constituida por el combate espiritual contra las pasiones. Cada escalón de la escala, está unido con una pasión principal, que es definida y diagnosticada, indicando además la terapia, y proponiendo la virtud correspondiente. El conjunto de estos escalones constituye, sin duda, el más importante tratado, de estrategia espiritual que poseemos.

La lucha contra las pasiones, se reviste de positividad -no se ve como una cosa negativa- gracias a la imagen del "fuego" del Espíritu Santo: "Todos aquellos que emprenden esta hermosa lucha (cfr 1 Tm 6,12), dura y ardua, [...], deben saber que han venido a arrojarse a un fuego, si verdaderamente desean, que el fuego inmaterial habite en ellos" (1,18; 636).

El fuego del Espíritu Santo, que es el fuego del amor y de la verdad. Sólo la fuerza del Espíritu Santo, asegura la victoria. Pero según Juan Clímaco, es importante tomar conciencia, de que las pasiones no son malas en sí mismas; lo son por el uso malo, que de ellas hace la libertad del hombre.

Si son purificadas, las pasiones abren al hombre, el camino hacia Dios, con energías unificadas por la ascética y la gracia, y "si han recibido del Creador, un orden y un principio..., el límite de la virtud no tiene fin" (26/2,37; 1068).

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La última fase del camino, es la perfección cristiana que se desarrolla en los últimos siete peldaños de la Escala. Estos son los estadios más altos de la vida espiritual, experimentables por los "esicasti", los solitarios que han llegado a la quietud y a la paz interior; pero son estadios accesibles también, a los cenobitas más fervientes.

De los tres primeros -sencillez, humildad y discernimiento- Juan, en línea con los Padres del desierto, considera más importante este último, es decir, la capacidad de discernir. Todo comportamiento debe someterse al discernimiento; todo depende de hecho, de motivaciones profundas, que es necesario explorar.

Aquí se entra en lo profundo de la persona, y se trata de despertar en el eremita, en el cristiano, la sensibilidad espiritual, y el "sentido del corazón", dones de Dios: "Como guía y regla de todas las cosas, después de Dios, debemos seguir a nuestra conciencia" (26/1,5;1013). De esta forma, se llega a la tranquilidad del alma, la esichía, gracias a la cual, el alma puede asomarse al abismo de los misterios divinos.

El estado de quietud, de paz interior, prepara al esicasta a la oración, que en Juan es doble: la "oración corpórea" y la "oración del corazón". La primera, es propia de quien debe hacerse ayudar, por posturas del cuerpo: extender las manos, emitir gemidos, golpearse el pecho, etc. (15,26; 900); la segunda es espontánea, porque es efecto del despertar de la sensibilidad espiritual, don de Dios, a quien se dedica a la oración corpórea.

En Juan ésta toma el nombre, de "oración de Jesús" (Iesoû euché), y está constituida por la invocación del nombre de Jesús, una invocación continua, como la respiración: "La memoria de Jesús, se hace una con tu respiración, y entonces descubrirás la verdad de la esichía", de la paz interior (27/2,26; 1112).

Al final, la oración se hace algo muy sencillo, simplemente la palabra "Jesús", se convierte en una sola cosa, con nuestra respiración.

El último peldaño de la escala (30), lleno de la "sobria ebriedad del Espíritu" se dedica a la suprema "trinidad de las virtudes": la fe, la esperanza, y sobre todo la caridad.

De la caridad, Juan habla también como éros (amor humano), figura de la unión matrimonial del alma con Dios.

Y elige una vez más la imagen del fuego, para expresar el ardor, la luz, la purificación del amor por Dios. La fuerza del amor humano, puede ser reorientada hacia Dios, como sobre el olivastro, puede injertarse el olivo bueno (cfr Rm 11,24) (15,66; 893). Juan está convencido, de que una experiencia intensa de este éros, hace avanzar al alma, más que la dura lucha contra las pasiones, porque es grande su poder. Prevalece por tanto, la positividad de nuestro camino.

Pero la caridad, se ve también en relación estrecha con la esperanza: "La fuerza de la caridad es la esperanza: gracias a ella, esperamos la recompensa de la caridad... la esperanza es la puerta de la caridad... la ausencia de la esperanza, anonada la caridad: a ella están vinculadas nuestras fatigas, por ella nos sostenemos en nuestros problemas, y gracias a ella, estamos rodeados por la misericordia de Dios" (30,16; 1157).

La conclusión de la Escala, contiene la síntesis de la obra, con palabras que el autor, hace proferir al mismo Dios: "Que esta escala te enseñe, la disposición espiritual de las virtudes. Yo estoy en la cima de esta escala, como dijo aquel gran iniciado mío (San Pablo): Ahora permanecen, por tanto, estas tres cosas: fe, esperanza y caridad, la más grande de todas es la caridad (1 Cor 13,13)!" (30,18; 1160)”.

En este punto, se impone una última pregunta: la Escala, obra escrita por un monje eremita, vivido hace mil cuatrocientos años, ¿puede decirnos algo a nosotros hoy?. El itinerario existencial de un hombre, que vivió siempre en la montaña del Sinaí, en un tiempo tan lejano, ¿puede ser de actualidad para nosotros?

En un primer momento, parecería que la respuesta debiera ser "no", porque Juan Clímaco, está muy lejos de nosotros. Pero si observamos un poco más de cerca, vemos que aquella vida monástica, es sólo un gran símbolo de la vida bautismal, de la vida del cristiano.

Muestra por así decirlo, en letras grandes, lo que nosotros escribimos cada día, con letra pequeña. Se trata de un símbolo profético, que revela lo que es la vida del bautizado, en comunión con Cristo, con su muerte y su resurrección.

Para mí, es particularmente importante, el hecho de que el culmen de la escala, los últimos peldaños, sean al mismo tiempo, las virtudes fundamentales iniciales más sencillas: la fe, la esperanza, y la caridad. No son virtudes accesibles, sólo a los héroes morales, sino que son un don de Dios, para todos los bautizados: en ellas también crece nuestra vida.

El inicio es también el final; el punto de partida, es también el punto de llegada: todo el camino va hacia una realización, cada vez más radical, de la fe, la esperanza y la caridad. En estas virtudes está presente la escala.

Fundamentalmente es la Fe, porque esta virtud, implica que yo renuncie a la arrogancia, a mi pensamiento, a la pretensión de juzgar por mí mismo, sin confiarme a otros. Este camino hacia la humildad, hacia la infancia espiritual es necesario: es necesario superar la actitud de arrogancia, que hace decir: yo soy mejor, en este tiempo mío del siglo XXI, de lo que sabían, los que vivían entonces.

Es necesario, en cambio, confiarse solamente a la Sagrada Escritura, a la Palabra del Señor, asomarse con humildad al horizonte de la fe, para entrar así, en la enorme vastedad del mundo Universal, del mundo de Dios. De esta forma, nuestra alma crece, crece la sensibilidad del corazón hacia Dios. Justamente dice Juan Clímaco, que sólo la esperanza, nos hace capaces de vivir la caridad.

La Esperanza, en la que trascendemos las cosas de cada día, no esperamos el éxito en nuestros días terrenos, sino que esperamos finalmente, la revelación de Dios mismo. Sólo en esta extensión de nuestra alma, en esta autotrascendencia, nuestra vida se engrandece, y podemos soportar, los cansancios y desilusiones de cada día; podemos ser buenos con los demás, sin esperar recompensa. Solo si Dios existe, esta gran esperanza a la que tiendo, puedo cada día dar los pequeños pasos de mi vida, y así aprender la caridad.

En la Caridad, se esconde el misterio de la oración, del conocimiento personal de Jesús: una oración sencilla, que sólo tiende a tocar el corazón del divino Maestro. Y así se abre el propio corazón, se aprende de Él su misma bondad, su amor. Usemos por tanto esta "escala" de la fe, de la esperanza y de la caridad, y llegaremos así a la vida verdadera.

Nota Personal: Quisiera agregar que la Fe nos invita a comprender que solo vemos la punta del témpano, de lo que acontece realmente, ya que “lo esencial es invisible a los ojos”. Somos como ciegos que vamos buscando, tanteando apenas, los bordes del Infinito Amor de Dios.

La Esperanza es evitar pensar que nuestra vida fué inútil, que a nadie le importa, lo que hayamos construido, y que todo lo que dejemos tras nosotros, cuando nos vayamos, a nadie le servirá. Es aceptar que no estamos solos, que el mundo no está solo, y que nuestros pensamientos y acciones de Amor por Dios y el Prójimo, y nuestra Pasión por la Verdad, revelada por Jesucristo y los Apóstoles, quedarán anotadas en una biblioteca cósmica, con letras de molde.

La Caridad es trabajar sin esperar recompensa material ni social, y a veces ni siquiera familiar. Incluso conviene hasta condonar deudas o intereses, de ser necesario, si el deudor ha demostrado haber hecho, el suficiente esfuerzo para pagarla.

Exigir nuestro salario es muy justo, pero todos sabemos que los maestros, médicos, enfermeros, policías, militares, sacerdotes y amas de casa, siempre recibirán la parte maltrecha de la cosecha material.

Debemos estar muy seguros, de que ante los ojos de Dios nada se escapa, y Él nos devolverá el ciento por uno, cuando lo crea oportuno.

Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, concédenos por los méritos y la intercesión de San Juan Clímaco, volver en nuestras Vidas, a ser Tus Niños, alejando de nosotros toda arrogancia, y saber confiar en tu Poderoso Brazo, y así poder sortear con éxito, los embates de la vida cotidiana. A Tí Señor, que nos advertiste, que si no volvíamos a nacer en Espíritu, y ser como niños, nunca veríamos el Reino de los Cielos. Amén.

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