martes, 10 de marzo de 2020


10 de Marzo

Santa María Eugenia de Jesús


(1817-1898)
Breve
Santa María Eugenia de Jesús, hizo suyo el proyecto del Padre Combalot, quien estaba convencido, de que solamente a través de la educación, se podrá evangelizar las inteligencias, hacer que las familias sean verdaderamente cristianas, y así transformar la sociedad de su tiempo.

Se trata de asumir los valores de su tiempo, y a la vez, transmitir valores evangélicos, a la naciente cultura de una nueva era industrial y científica, del siglo XIX.
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Fuente: Vaticano

Nacida en una familia burguesa, en 1817 en Metz (Francia), tras la derrota definitiva de Napoleón, y la Restauración de la Monarquía, Ana-Eugenia Milleret, no parecía estar destinada, a trazar un camino espiritual en la Iglesia de Francia.

Su padre, liberal y seguidor de las ideas de Voltaire, desarrolla su actividad como banquero, y en la vida política. Ana-Eugenia, dotada de una gran sensibilidad, recibe de su madre una educación, que le da un carácter fuerte y el sentido del deber. La vida familiar, desarrolla en ella una curiosidad intelectual, y el espíritu romántico, un interés por las cuestiones sociales, y una amplitud de miras.

Esta educación, lejos de la Iglesia de Cristo, desde la escuela, está marcada por una gran libertad, unida a un gran sentido de la responsabilidad. La bondad, la generosidad, la rectitud y la sencillez, aprendidas junto a su madre, le llevará a decir más tarde, que su educación era más cristiana, que la de muchos católicos piadosos de su tiempo.

Según la costumbre, como su contemporáneo George Sand, Ana-Eugenia asistía a la Misa los días de fiesta, y había recibido los sacramentos de la iniciación cristiana, sin comprometerse a nada. Su primera comunión fue, con todo, una gran experiencia mística para Ana–Eugenia, en la que ya se encontraba, todo el secreto del futuro. Solo más tarde, captará el sentido profético de esta experiencia, y reconocerá en ella el fundamento de su camino, hacia una pertenencia total a Cristo, y a la Iglesia.

Vivió una juventud feliz, aunque no faltó el sufrimiento. La muerte de un hermano mayor que ella, la de una hermana pequeña, una salud frágil, y una caída que le dejará sus secuelas, marcaron su infancia.

Ana-Eugenia mostrará una madurez superior a la de su edad; sabrá esconder sus sentimientos, y hacer frente a lo que va viniendo. Más tarde, tras un período de gloria, tendrá que enfrentarse al fracaso de los bancos de su padre, a la incomprensión y separación de sus padres, a la pérdida de toda seguridad.

Ana-Eugenia tiene que abandonar la casa de su infancia, e ir a París con su madre, mientras que su hermano Luis, su gran compañero de juegos, se marchará con su padre.

En París, junto a su madre a la que adoraba, la verá afectada terriblemente por el cólera, que se la llevó en unas horas, dejando a su hija de 15 años, sola en el mundo, en una sociedad mundana y superficial. En esta situación, y a través de una búsqueda angustiosa, y casi desesperada de la verdad, Ana-Eugenia llegará a su conversión sedienta del Absoluto, y abierta a la transcendencia.

A los 19 años, Ana–Eugenia asiste a las Conferencias cuaresmales en la Catedral, de Nuestra Señora en París, predicadas por el Padre Lacordaire, joven pero ya conocido, por su talento como orador. Antiguo discípulo de Lamennais —habitado como él, por la visión de una Iglesia renovada, jugando un papel nuevo en el mundo— Lacordaire comprende su tiempo, y quiere cambiarlo.

Conoce los interrogantes y las aspiraciones de los jóvenes, su idealismo, y su ignorancia sobre Cristo y la Iglesia. Su palabra llega al corazón de Ana-Eugenia, responde a sus propios interrogantes, y despierta en ella una gran generosidad.

Ana Eugenia ve a Cristo, como Liberador Universal, y su Reino en la tierra, a través una sociedad fraterna y justa. “Me sentía realmente convertida, escribe, y sentía el deseo de entregar todas mis fuerzas, o mas bien toda mi debilidad, a esta Iglesia, que desde entonces me parecía, que era la única que poseía aquí abajo, el secreto y el poder del bien”.

En este momento, conoce a otro predicador, también antiguo discípulo de Lammenais, el Padre Combalot, a quien escogerá como confesor. El Padre Combalot, se da cuenta que tiene ante él, a un alma privilegiada, y designa a Ana-Eugenia como fundadora de la Congregación, que él soñaba desde hacía tiempo.

Insistiendo en que esta fundación, es la voluntad de Dios, y que Dios la había escogido para realizar esta obra, el Padre Combalot convence a Ana-Eugenia, para que asuma este proyecto: una obra de educación.

El P.adre Combalot está convencido, de que solamente a través de la educación, se podrá evangelizar las inteligencias, hacer que las familias sean verdaderamente cristianas, y así transformar la sociedad de su tiempo. Ana-Eugenia acepta este proyecto, como un deseo de Dios, y se deja guiar por el Padre Combalot.

A los 22 años, María Eugenia se convierte en Fundadora de las Religiosas de la Asunción, entregadas a consagrar toda su vida, y todas sus fuerzas, para extender el Reino de Cristo en el mundo.

En 1839, con otras dos jóvenes, Ana-Eugenia Milleret, empieza una vida comunitaria de oración y de estudio, en un apartamento de la calle Férou, muy cerca de la Iglesia de San Sulpicio, en París.

En 1841, abren la primera escuela, con el apoyo de Mme de Chateaubriand, Lacordaire, Montalembert y sus amigos. Años más tarde, la comunidad contará con 16 hermanas, de cuatro nacionalidades.

María Eugenia, y las primeras hermanas de la Asunción, quisieron unir lo antiguo y lo nuevo: unir los antiguos tesoros de la espiritualidad, y de la sabiduría de la Iglesia, con una nueva forma de vida religiosa y de educación, que respondieran a las necesidades de las mentalidades modernas.

Se trata de asumir los valores de su tiempo, y a la vez, transmitir valores evangélicos, a la cultura naciente, de una nueva era industrial y científica. La Congregación, desarrollará una espiritualidad centrada en Cristo, y en el misterio de la Encarnación, a la vez profundamente contemplativa, y profundamente apostólica. Será una vida vivida en la búsqueda de Dios, y en un fuerte compromiso apostólico.

La vida de María Eugenia de Jesús fue larga, una vida que atravesó casi todo el siglo XIX. Amaba profundamente su tiempo, y quería participar activamente en su historia. Progresivamente, todas sus energías se fueron unificando, de una u otra manera, en el desarrollo y la extensión de la Congregación, la obra de su vida.

Dios le iba enviando hermanas y amigos. Una de las primeras fue una irlandesa, mística y amiga íntima, a la que María Eugenia, al final de su vida, la llama “la mitad de mi ser”. Kate O’Neill, en religión Madre Thérèse Emmanuel, se considera como co-fundadora.

El Padre Emmanuel d’Alzon, que llegó a ser el director espiritual de María Eugenia, poco después de la fundación, será para ella padre, hermano, amigo, según las etapas de la vida.

En 1845, el Padre d’Alzon fundó los Agustinos de la Asunción, y los dos fundadores, se ayudaron mutuamente a lo largo de 40 años. Los dos tenían un don para la amistad, y trabajaron en la Iglesia con numerosos laicos. Juntos, en seguimiento de Jesús, religiosas, religiosos y laicos, han trazado el camino de la Asunción, y forman parte de la inmensa nube de testigos.

En los últimos años de su vida, María Eugenia de Jesús, experimentará poco a poco el debilitamiento físico, vivido en la humildad y en el silencio, en una vida totalmente centrada en Jesucristo. El 9 de marzo de 1898, recibe por última vez la comunión, y en la noche del 10 de marzo, se duerme dulcemente en el Señor. Será beatificada por Pablo VI, en Roma, el 9 de febrero de 1975.

Hoy las religiosas de la Asunción, están presentes en 34 países: 8 en Europa, 5 en Asia, 10 en América, y 11 en África. Las Religiosas, unas 1250, forman 170 comunidades a través del mundo.

La rama laica –Asunción Juntos– formada por Amigos de la Asunción y Comunidades, o Fraternidades de la Asunción, es numerosa: unos miles de Amigos y algunos centenares de Laicos, comprometidos según el Camino de Vida.

Beatificación - 9 de febrero de 1975 - Papa Pablo VI
Canonización - 3 de junio de 2007 - Benedicto XVI

Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, que por los méritos e intercesión de María Eugenia de Jesús, pueda siempre la educación católica. llegar a los corazones de sus alumnos, y perdurar por siempre, entre los que son egresados de dichas escuelas. Que siempre busquen profundizar la Fe que nos Une, y servir con Amor a tu Santo Nombre. A Tí Señor, que eres el Divino Maestro y Cordero. Amén.




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