viernes, 13 de marzo de 2020


13 de marzo

SAN NICÉFORO
PATRIARCA DE CONSTANTINOPLA


Confesor
(† 829)

"Nosotros no podemos mudar las antiguas tradiciones: respetamos las imágenes santas, como lo hacemos con la cruz, y con los libros del Evangelio"

Breve
Valiente hombre de Fe. Es uno de los pocos casos de un laico, que fué elevado directamente al pontificado Oriental. Defiende la veneración de que deben ser objeto, las imágenes sagradas, y lucha por mantener a la Iglesia Oriental, alejada de toda injerencia, del emperador en Constantinopla.

Muere desterrado, pero con la victoria asegurada para el catolicismo. Recibe el título de Confesor, que se le asigna a quienes sufrieron destierro y maltratos, por defender la Fe Católica, un título equiparable al Mártir.
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(Como siempre lo recomiendo, leer con paciencia, hasta el final, estas crónicas, es aprender historia que nunca nos enseñaron en el colegio, y adentrarnos en todos los vericuetos políticos de Oriente, y la intromisión en cuestiones religiosas, de los emperadores bizantinos, y la innegable influencia del mundo musulmán, en lo referente a la supresión de las imágenes sagradas. Nuestra fe, es un legado de formidables luchadores espirituales, guiados y fortalecidos por el Espíritu Santo, como es el caso de San Nicéforo de Constantinopla, y tantos otros).

FRANCISCO MARTÍN HERNÁNDEZ
No eran muy halagüeños para la Iglesia de Oriente, los tiempos en que vino al mundo en Constantinopla, hacia el año 750, el pequeño Nicéforo. Su padre, Teodoro, era secretario del emperador Constantino Coprónimo, hombre caprichoso y sectario, que siguiendo la política iniciada por su padre, León III el Isáurico, iba llevando hasta sus últimas consecuencias, de crueldad y de tiranía, la lucha iconoclasta contra la ortodoxia católica.

La oposición a las imágenes, nacida en un ambiente de cesaropapismo oriental, y en la manía dogmatizante de sus emperadores, llevaba en su misma raíz, otras influencias no menos peligrosas. No se trataba ya de la lucha, más o menos descarada, contra una representación de la divinidad, o de los santos, sino que llevaba consigo, más bien, uno de los grandes acontecimientos de la historia universal, cuyas consecuencias fueron incalculables.

A más de perturbar, por una larga serie de años, los asuntos religiosos y sociales del Imperio, daba lugar a una oposición cada vez más abierta, contra las directrices que podían llegar de Roma, que ciertamente poco había de esperarse, de unos emperadores que se constituían a la vez en herejes y perseguidores, interviniendo en todos los asuntos internos de la Iglesia, y que iban metiendo insensiblemente en el pueblo, y en las altas jerarquías, la idea de la separación definitiva y del cisma.

Eran necesarios hombres de gran Fe, de Fortaleza y de Prudente Serenidad, para detener, siquiera fuera por momentos, el terrible mal que se avecinaba. Uno de ellos iba a ser nuestro santo, Nicéforo de Constantinopla.

El padre de Nicéforo, siendo éste todavía niño, es despojado de su cargo, y viene a morir en el destierro, por no doblegarse ante las órdenes imperativas, del emperador Coprónimo. Educado en este heroísmo de fe, bajo la tutela de su madre Eudoxia, y con los mejores maestros de la ciudad, va recibiendo el joven Nicéforo, una formación sobresaliente, en lo religioso y en lo intelectual.

Con los años, nuestro Santo es conocido por todos, como hombre bueno y prudente, amigo de hacer el bien, y acérrimo defensor de la ortodoxia. En el período de paz, que se inicia con la emperatriz Irene, y su hijo Constantino VI, por el año 780, es llamado a la corte, concediéndosele con todos los honores, el mismo cargo de secretario imperial, que había desempeñado su padre. Desde este momento, Nicéforo va a poner toda su influencia, en desarraigar del Imperio, los antiguos resabios de la herejía.

Como legado del emperador, asiste al segundo concilio de Nicea, VII de los ecuménicos (a. 787), donde brilla, aunque era lego todavía, por su sólida formación literaria, el conocimiento profundo de las cuestiones eclesiásticas, y por su gran elocuencia.

A pesar de esto, hay en nuestro Santo, unas tendencias más señaladas, que le llevan al retiro y a la oración del claustro, donde parece encontrar, el medio más adecuado para una labor de apostolado. Con este fin, se retira a las orillas del Bósforo, en la costa asiática, donde construye por su cuenta, un monasterio para entregarse al estudio, a la austeridad y a la oración, sin que por ello reciba el hábito de religioso.

El emperador por su parte, cuidando de aprovechar sus buenas cualidades, le llama de nuevo a la corte, pero Nicéforo seguirá su vida de monje, aun en medio de todo el boato imperial.

Modelo de virtud, se dedica a hacer la caridad entre los necesitados. Por designación del príncipe, se hace cargo del hospital general de Bizancio, y por su cuenta, recorre las casas de los pobres, deja en ellos su dinero y su hacienda, llenando a todos de la suavidad de su trato, y de su abnegada solicitud.

A nadie pues podía extrañar, fuera de algunos monjes, que no veían con buenos ojos la elevación de un lego, directamente al pontificado, el que Nicéforo, a la muerte del patriarca Tarasio, fuera designado por el pueblo, y por el emperador, para sucederle.

De este modo, el 12 de abril del año 806, habiendo vestido antes el hábito de monje, y recibidas las órdenes anteriores, el humilde funcionario de la curia imperial, se sentaba en el trono patriarcal de Santa Sofía.

Bien sabía Nicéforo a lo que le destinaría su dignidad, y como previéndolo, durante su consagración, tuvo aferrado entre las manos un memorial, que él mismo había compuesto, en defensa del culto a las imágenes, y renovando el juramento de defenderlo, en el acto de la posesión, fue a depositarlo detrás del altar mayor, como testimonio público de las intenciones que llevaba, en el momento de recibir su alto y difícil cometido.

La subida al pontificado de San Nicéforo, no había agradado del todo a las diversas tendencias religiosas, que por entonces pululaban, en la capital del Imperio de Oriente. Muchos entreveían una nueva intromisión del emperador, en los asuntos reservados de la Iglesia; y otros aun de buena fe, como el famoso San Teodoro Studita, temían cierto servilismo, de parte del patriarca, a todas las iniciativas de la corte.

El nuevo elegido logra, a fuerza de mansedumbre y de paciencia, inspirar confianza a todos, aun teniendo que renunciar, como a veces hiciera, a ciertas prerrogativas de su dignidad, en la noble intención de no suscitar divergencias, dada la situación delicada en que se encontraban todavía, las relaciones entre la Iglesia y el Estado.

Él mismo da cuenta de su modo de actuar, en una carta que envía al papa León III, donde admite humildemente que, si bien era cierto que hubo de ceder, en algunas cuestiones transitorias, ante el emperador, no lo hizo sino llevado del bien de la paz, y aun de la misma libertad de la Iglesia.

Con todo, esta paz deseada no iba a ser, por desgracia, duradera. Y es ahora, cuando ya entran en juego, no solamente los principios vitales de la fe, sino los derechos inviolables de la misma Iglesia, cuando Nicéforo será el primero que se inmolará, a la cabeza de su pueblo, por defender la verdad, ante la insolencia y el sectarismo de sus perseguidores.

Mientras llega el momento, él trabaja como buen pastor de su grey, en la mudanza y total reforma de las costumbres y sus preceptos, que dados desde el púlpito, recibirán doble fuerza por la conducta y fiel ejemplo de su vida.

Durante este tiempo, empieza San Nicéforo, el copioso apostolado de su pluma, que le colocará, entre uno de los más prestigiosos escritores de la Iglesia de Oriente. Sus obras, y más aún las que escribe en el destierro, dan cuenta de su espíritu elevado, un profundo conocimiento de las Sagradas Escrituras, y de la literatura patrística, de su amplitud de doctrina, unido todo ello a una dialéctica sutil, y a una fina observación.

El 10 de julio del año 813, el patriarca Nicéforo, coronaba emperador a un buen soldado, gobernador de la provincia de Natolia, León V el Armenio, que hubiera sido un excelente monarca, de no haberse involucrado en cuestiones de teología, para nada aptas a su cargo y condición.

Tal vez, por seguir el ejemplo de los Copránimos, o por creer que con ello, iba a robustecer más su poderío, de hecho, ya desde el principio de su reinado, empieza a re introducir en el Imperio "la herejía de las imágenes", rechazando todo lo decretado en el concilio anterior de Nicea.

Con su conducta, consigue adeptos entre algunos obispos y hombres de influencia, como el gramático Juan Hylilas.

Pero el emperador busca, sobre todo, ganarse la voluntad del patriarca. Pronto se da cuenta, sin embargo, de la ineficacia de sus recursos, y la situación se va agravando con ello, más y más cada día. Ya no se hace solamente cuestión del culto de las imágenes, sino de la intervención, o no intervención, de su autoridad civil en materia religiosa.

El emperador trata con ruegos y concesiones, de atraer al pontífice, pero éste permanece inflexible, llegando a decirle en una ocasión: "Nosotros no podemos mudar las antiguas tradiciones: respetamos las imágenes santas, como lo hacemos con la cruz, y con los libros del Evangelio". (Aclaramos que los iconoclastas, se oponían a la veneración de la Cruz y los Evangelios, así como de las imágenes del Señor y de los santos. Sin embargo, no se daban cuenta, que las imágenes sagradas eran el Evangelio viviente, para la inmensa mayoría del pueblo, que no sabía ni leer ni escribir).

El emperador no se aviene, y a veces hasta usa de estratagemas, para ir debilitando la decisión del Santo. Una noche, anima secretamente a unos soldados de su guardia, para que con todo descaro, se mofen de una imagen de Cristo, que estaba en la gran cruz, colocada sobre las puertas de la ciudad.

De ello, toma ocasión para mandar que se quitaran, las imágenes de todas las iglesias, con el pretexto de evitar nuevas profanaciones. El patriarca ya ve lo que se avecina, y con sus obispos y abades, se entrega al silencio de la oración, y de la penitencia.

No tarda mucho en reunir el emperador en su palacio, a todos los obispos, ortodoxos y herejes, para que discutan en su presencia, las diversas cuestiones.

Los primeros, con Nicéforo a la cabeza, le piden con toda humildad, que deje libre el gobierno de la Iglesia a sus pastores; pero el emperador León V, enfurecido, les arroja fuera de su presencia, rodeándose de sus adictos, los constituye en jefes de la Iglesia oriental.

Pronto se reúnen éstos en conciliábulo, y citan al patriarca para que dé razón, ante ellos, de sus hechos. Nicéforo se presenta, y movido de santa indignación, les increpa: "¿Quién os ha dado esta autoridad?. ¿Ha sido el Papa, o alguno de los patriarcas?. Os excomulgo, ya que en mi diócesis no tenéis jurisdicción, y la habéis usurpado". Los obispos le quieren deponer, pero esperan a que se decida el emperador.

La ocasión llega pronto, con motivo de las fiestas de Navidad del año 814. El emperador León V, siguiendo la costumbre tradicional, se presenta en este día al lado del patriarca, en la basílica de Santa Sofía, para venerar los sagrados iconos, pero instigado por los suyos, se niega a hacer lo mismo, en la fiesta de la Epifanía.

En seguida, y ya sin miramientos, empieza una tremenda persecución, contra todos los adictos a la ortodoxia católica. Pronto el patriarca, se ve abandonado por la mayoría de los obispos. Estos quieren hacerle comparecer, de nuevo ante ellos, y como se negara, prohíben que se hiciera conmemoración de su nombre, en los oficios divinos, instando a la vez al emperador, para que deponiéndole, le condenara definitivamente al destierro.

No mirando a que el venerable anciano, estaba retenido en el lecho por una enfermedad, deciden su deposición, al principio de la Cuaresma. Llevándole en unas angarillas, en la noche del 13 de marzo del 815, le arrojan en una barca, que le había de conducirlo a la orilla asiática del Bósforo, a Scútari, para ser internado en el monasterio de San Teodoro, que él mismo había construido, a poca distancia de la ciudad.

Desamparado de todos, ultrajado, manda en seguida su abdicación a los de Constantinopla, y se dispone a pasar sus últimos días, en la soledad y el recogimiento, que tanto añorara en la juventud. En su destierro, Nicéforo sufre y ora, se consuela con los libros santos, y escribe a su vez, siempre con el propósito de desarraigar de su pueblo, la herejía y el error.

Con el advenimiento al trono de Miguel el Tartamudo (a. 820), los ortodoxos quieren reivindicar de nuevo a su patriarca. Pero el nuevo emperador es también hereje, y pretende ganarse al santo varón, haciendo que rechace de plano, la doctrina que la Iglesia y los concilios, habían sostenido sobre las imágenes.

San Nicéforo prefiere seguir padeciendo por la verdad, y de este modo, lleno de fatigas y de trabajos, en su pobre celda del destierro, y a los setenta años de edad, muere gloriosamente, el 2 de junio del año 829.

Cuando más tarde, en la paz que dan a la Iglesia de Oriente, San Metodio y la emperatriz Teodora, vuelve a sonar con gloria el nombre de Nicéforo, sus reliquias son trasladadas con todo esplendor, a la basílica de los Santos Apóstoles de Bizancio, el día 13 de marzo del año 847.

De nuevo, se iba a encontrar el pastor entre su pueblo, martirizado, pero con la luz de la gloria, y también con la humildad y mansedumbre, en que siempre había vivido.

La Iglesia griega da a nuestro Santo, el título de confesor de la fe, y celebra su fiesta el 2 de junio, aniversario de su muerte. La Iglesia latina, lo hace el 13 de marzo, aniversario a su vez, de la traslación de sus reliquias.

Oración: Te pedimos Señor y Dios nuestro, que a semejanza de San Nicéforo, sepamos tener expuestas en nuestros hogares, las imágenes del Sagrado Corazón de Jesús, y el Sagrado Corazón de María, al igual que un Crucifijo, y con Amor y Agradecimiento, besarlas con frecuencia. Que siempre sepamos hacerlo, antes de salir del hogar, ya que no sabemos si habremos de regresar. A Tí Señor, que nos alertaste, de que debemos estar siempre preparados, para partir en cualquier momento. Amén.

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