jueves, 12 de marzo de 2020


12 de marzo

Inocencio I, 40ª Papa


(† 417)

Roma locuta, causa finita ("Cuando Roma ha hablado, la causa está terminada")

Nació en la segunda mitad del siglo IV, y parece ser que fue en Albano, aunque documentalmente, no se pueda demostrarse con certeza. Fue elegido papa, en el año 401, como sucesor de Anastasio I.

Consiguió que se reconociese su autoridad papal en Iliria, región montañosa, situada en la región nororiental del Adriático, que hoy corresponde a Bosnia y Dalmacia.

Expulsó de la Ciudad Eterna, a los perseguidores y detractores de San Juan Crisóstomo, a pesar de la oposición del emperador Arcadio (407). Pero no pudo, a pesar de sus esfuerzos y negociaciones, evitar el saqueo de Roma por Alarico, el 24 de agosto del año 410.

Se enfrentó firmemente a Pelagio (417) y al pelagianismo, con tanta autoridad y decisión, que San Agustín de Hipona, cuando lo supo, pronunció aquella famosa frase, que ha llegado a ser un refrán: Roma locuta, causa finita ("Cuando Roma ha hablado, la causa está terminada").

Con respecto al gobierno, que debió ejercer en Hispania, hay que mencionar la carta dirigida a Exuperio, obispo de Tolosa, dándole normas, para la reconciliación y admisión a la comunión, a los que una vez bautizados, se hayan entregado de modo pertinaz, a los placeres de la carne.

De alguna manera, modera la disciplina, en vigor hasta entonces, contemplada en los concilios de Elvira y de Arlés, y propiciada por las iglesias africanas; eran normas un tanto rigoristas, extremadamente extrañas para nuestra época, que negaban la admisión a la comunión, de este tipo de pecadores, incluso en el momento de la muerte, aunque se les concediera fácilmente, la posibilidad de la penitencia.

Reconoce en su escrito, que hasta ese momento, “la ley era más dura”, pero que no quiere adoptar la misma aspereza y dureza, que el hereje Novaciano. De todos modos, no presume de innovaciones, ni se presenta como detentor de un liberalismo laxo; justifica plenamente las normas anteriores, afirmando que esa praxis, era la conveniente en aquel tiempo.

En el año 416, cuando quiere recordar a los obispos españoles, la autoridad indiscutida del obispo de Roma, y la obediencia que le deben desde España, escribe una carta, en la que afirma que en toda Italia, Francia, Hispania, África y Sicilia, sólo se han instituido iglesias por Pedro, o por sus discípulos.

Esta carta es empleada, como argumento documental muy importante, por quienes desautorizan la antiquísima tradición, que sostiene la predicación del Apóstol Santiago en España, y la conjetura fundada, de la visita del Apóstol San Pablo, a este extremo del Imperio.

Interviene también por los años 404-405, para restaurar la paz entre los obispos de Hispania, después de las resoluciones cristológicas antipriscilianistas del concilio de Toledo, del año 400; recomienda el reconocimiento de la autoridad y gobierno episcopal, de los que fueron ordenados por partidarios de Prisciliano, siempre que profesen la fe verdadera, al aceptar la consubstancialidad del Hijo con el Padre, y la unicidad de Persona en Cristo.

Ocupó la Sede de Pedro hasta su muerte, en el año 417.

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Herejías de Pelagio:
1: Adán hubiese muerto, aunque no hubiese pecado.
2: El pecado de Adán, dañó solo a él. Sus descendientes solo recibieron mal ejemplo.
3: Los niños antes del bautismo, están en la misma condición que estuvo Adán, antes de la caída.
4: La humanidad no muere por el pecado de Adán, ni resucita en el último día por la redención de Cristo.
5: El pecado de Adán, solo le afectó a él, y no a su descendencia. Por lo tanto, los hijos de Adán nacen libre de culpa.
6: La ley del Antiguo Testamento, ofrece la misma oportunidad de salvación, que el Evangelio.
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Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, te pedimos que concedas siempre al Romano Pontífice, la claridad, firmeza e inteligencia de San Inocencio I, afirmando su condición de Supremo Pastor, y Guardián de los Divinos Tesoros de nuestra Fe. A Tí Señor, que conferiste a San Pedro el primado, y que nos prometiste, que las llamas del Infierno, nunca prevalecerán sobre tu Iglesia. Amén.

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