miércoles, 11 de marzo de 2020


11 de Marzo

San Sofronio de Jerusalén


(550-638)

María llenará con calor divino y vivificante esplendor, a cuantos a ella se encaminan”

Breve
San Sofronio fue patriarca de Jerusalén, entre los años 634 al 638, y también fue un gran teólogo de la Iglesia, así como un luchador contra los monotelitas, quienes afirmaban que Jesús solo tenía naturaleza divina y no humana.

Durante su patriarcado, los árabes tomaron la ciudad de Jerusalén, pero gracias al santo, los cristianos tuvieron una cierta libertad de culto, en los Santos Lugares.

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San Sofronio nació en Damasco, en el año 550 (o 560), siendo árabes sus antepasados. Sus padres, Plinthas y Mira eran piadosos. Siendo muy joven, se sentía atraído, por todo lo que fuera aprender, por lo que antes de ser monje, fue profesor de retórica. Por ese motivo se le llamó “el escolástico” o “el sofista”.

Entró como monje, en el monasterio de San Teodosio, cerca de Jerusalén.

Posteriormente marchó a Alejandría donde conoció a San Juan Moshu, que es el autor del escrito ascético “Leimon ho leimonon” o el “Leimonarion” (“El prado espiritual” o “el jardín de los limoneros”), obra que es considerada como la continuación del Patericon Egipcio (Apophthegmata Patrum).

Sofronio se convirtió en su discípulo, y juntos peregrinaron a través de Siria, Palestina, Egipto y Roma. Después de la muerte de San Juan Moshu en Roma, San Sofronio se volvió a Jerusalén, llevándose consigo el cuerpo de San Juan, que sepultó en el cementerio, del monasterio de San Teodosio.

Junto con San Máximo el Confesor, San Sofronio comenzó a luchar contra los monotelitas, siendo el primero que se dio cuenta del peligro que suponía esta doctrina, que era apoyada por el emperador bizantino Heraclio I (610-641), con la intención de conseguir, la reunificación entre la Iglesia monotelista y la Iglesia de Constantinopla, con el fin último de reforzar las fronteras orientales del Imperio.

Los monotelistas creían que en Cristo había una sola naturaleza – la divina – ya que la naturaleza humana desapareció en la naturaleza divina.
En el año 633, mientras San Sofronio se encontraba aun en Egipto, tuvo una disputa con el Patriarca monotelita Ciro de Alejandría, y posteriormente también con el Patriarca Sergio de Constantinopla, al que no pudo convencer sobre la justicia de la fe ortodoxa.

Sofronio fue elegido patriarca de Jerusalén en el año 634, y en su discurso ante quienes lo eligieron, rechazó enérgicamente la enseñanza monotelita, siendo enviado este discurso posteriormente, en forma de carta encíclica al Papa Honorio, y a todos los demás patriarcas.

En esta encíclica, se incluye numerosas citas de fuentes patrísticas, apoyando la existencia de las dos naturalezas en Cristo.
El Patriarca Sofronio, participó activamente en la lucha por la defensa de Jerusalén, pero se vio forzado a mediar, sobre las condiciones de la rendición de la Ciudad Santa, con los conquistadores árabes, cuando esta fue tomada por Omar en el año 637.

Se dice que estando delante de la puerta, de la Iglesia del Santo Sepulcro, invitó a Omar a entrar en ella, pero el califa se negó, diciendo que si lo hacía, en adelante, sus seguidores cobrarían derechos sobre esta iglesia.

Las cosas sucedieron exactamente así, pues más tarde, todas las iglesias en las que Omar entró, fueron transformadas en mezquitas, lo que no ocurrió con la Iglesia del Santo Sepulcro, que hasta el día de hoy, se ha mantenido como santuario cristiano.

San Sofronio tuvo éxito, en la obtención de determinados derechos civiles y religiosos para los cristianos, pero a cambio de pagar anualmente un tributo. Un año después de este triste acontecimiento, falleció San Sofronio: exactamente el día 11 de marzo del año 638.

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San Sofronio
Discurso 2 en la Anunciación de la Madre de Dios
Ave María

En el sexto mes, fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón, de nombre José, de la casa de David, y el nombre de la virgen era María. Y habiendo entrado donde ella estaba le dijo: «Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo» (Lc 1, 26-28).

¿Qué puede hallarse que sea más sublime que este gozo, oh Virgen Madre? ¿Qué puede ser más excelente que esta gracia, que por voluntad divina, a ti sola ha tocado en suerte?. ¿O qué puede imaginarse más alegre y espléndido?.

Todos los dones difieren, del milagro que en ti brilla; todos yacen por debajo de tu gracia; todos, incluso los más probados, son secundarios, y poseen una claridad muy inferior.

El Señor es contigo. ¿Quién, pues, osará luchar contra ti? Dios está de tu parte: ¿habrá alguien que no se te rinda inmediatamente, y no te otorgue con alegría el primado y la excelencia?.

Al considerar tus eminentes prerrogativas por encima de todas las criaturas, te aclamo con suma alabanza: Salve, llena de gracia, el Señor es contigo. Por ti, el gozo no sólo se reparte a los hombres, sino que se tributa también a las celestes potestades.

Verdaderamente, eres bendita entre todas las mujeres, porque transformaste en bendición, la maldición de Eva; porque lograste que por ti fuera bendito Adán, que antes yacía abatido por la maldición del pecado.

Bendita entre todas las mujeres, porque por ti, la bendición del Padre brilló ante los hombres, y los liberó de la antigua maldición.

Bendita entre todas las mujeres, porque por ti, tus antepasados hallaron la salvación; ya que Tú vas a engendrar al Salvador, que les procurará la divina salud.

Bendita entre las mujeres, porque sin germen, ofreciste el fruto que bendecirá el orbe de la tierra, y le redimirá de las espinas de la maldición.

Bendita entre las mujeres, porque siendo por naturaleza mujer, serás Madre de Dios. Pues si Aquél que de ti nacerá, es Dios encarnado, Tú serás llamada, por mérito y derecho, Madre de Dios, pues a Dios vas a dar a luz (...).

Tú llevas encerrado en tu seno, al mismo Dios, que en ti mora según la carne, y por ti se presenta, como el prometido que obtendrá el gozo para todos, y comunicará la luz divina al universo.

En ti, oh Virgen, como en un purísimo y resplandeciente cielo, Dios puso su tabernáculo; y saldrá de ti como el esposo de su tálamo (Sal 69, 5-6); e imitando la carrera del gigante, correrá durante toda su vida, llenando a todos los vivientes con la futura salvación. Y llenará con calor divino y vivificante esplendor, a cuantos a ella se encaminan.

Himno a San Sofronio
Oh, Sofronio de Jerusalén, el más sabio entre los patriarcas, que luchaste con divino celo por los Mandamientos, difundiste la verdad con tus labios, y con buen orden estableciste los cimientos de la Iglesia, y transmitiste la fe entre las filas monásticas. Has sacado a la luz, los discursos más sabios, y con ellos nos instruiste; por eso te aclamamos diciendo: Salve, oh espléndido relator de la fe verdadera.


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