11
de Marzo
San
Sofronio de Jerusalén
(550-638)
“María
llenará con calor divino y vivificante esplendor, a cuantos a ella
se encaminan”
Breve
San
Sofronio fue patriarca de Jerusalén, entre los años 634 al 638, y
también fue un gran teólogo de la Iglesia, así como un luchador
contra los monotelitas, quienes afirmaban que Jesús solo tenía
naturaleza divina y no humana.
Durante
su patriarcado, los árabes tomaron la ciudad de Jerusalén, pero
gracias al santo, los cristianos tuvieron una cierta libertad de
culto, en los Santos Lugares.
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San
Sofronio nació en Damasco, en el año 550 (o 560), siendo árabes
sus antepasados. Sus padres, Plinthas y Mira eran piadosos. Siendo
muy joven, se sentía atraído, por todo lo que fuera aprender, por
lo que antes de ser monje, fue profesor de retórica. Por ese motivo
se le llamó “el escolástico” o “el sofista”.
Entró
como monje, en el monasterio de San Teodosio, cerca de Jerusalén.
Posteriormente
marchó a Alejandría donde conoció a San Juan Moshu, que es el
autor del escrito ascético “Leimon ho leimonon” o el
“Leimonarion” (“El prado espiritual” o “el jardín de los
limoneros”), obra que es considerada como la continuación del
Patericon Egipcio (Apophthegmata Patrum).
Sofronio
se convirtió en su discípulo, y juntos peregrinaron a través de
Siria, Palestina, Egipto y Roma. Después de la muerte de San Juan
Moshu en Roma, San Sofronio se volvió a Jerusalén, llevándose
consigo el cuerpo de San Juan, que sepultó en el cementerio, del
monasterio de San Teodosio.
Junto
con San Máximo el Confesor, San Sofronio comenzó a luchar contra
los monotelitas, siendo el primero que se dio cuenta del peligro que
suponía esta doctrina, que era apoyada por el emperador bizantino
Heraclio I (610-641), con la intención de conseguir, la
reunificación entre la Iglesia monotelista y la Iglesia de
Constantinopla, con el fin último de reforzar las fronteras
orientales del Imperio.
Los
monotelistas creían que en Cristo había una sola naturaleza – la
divina – ya que la naturaleza humana desapareció en la naturaleza
divina.
En
el año 633, mientras San Sofronio se encontraba aun en Egipto, tuvo
una disputa con el Patriarca monotelita Ciro de Alejandría, y
posteriormente también con el Patriarca Sergio de Constantinopla, al
que no pudo convencer sobre la justicia de la fe ortodoxa.
Sofronio
fue elegido patriarca de Jerusalén en el año 634, y en su discurso
ante quienes lo eligieron, rechazó enérgicamente la enseñanza
monotelita, siendo enviado este discurso posteriormente, en forma de
carta encíclica al Papa Honorio, y a todos los demás patriarcas.
En
esta encíclica, se incluye numerosas citas de fuentes patrísticas,
apoyando la existencia de las dos naturalezas en Cristo.
El
Patriarca Sofronio, participó activamente en la lucha por la defensa
de Jerusalén, pero se vio forzado a mediar, sobre las condiciones de
la rendición de la Ciudad Santa, con los conquistadores árabes,
cuando esta fue tomada por Omar en el año 637.
Se
dice que estando delante de la puerta, de la Iglesia del Santo
Sepulcro, invitó a Omar a entrar en ella, pero el califa se negó,
diciendo que si lo hacía, en adelante, sus seguidores cobrarían
derechos sobre esta iglesia.
Las
cosas sucedieron exactamente así, pues más tarde, todas las
iglesias en las que Omar entró, fueron transformadas en mezquitas,
lo que no ocurrió con la Iglesia del Santo Sepulcro, que hasta el
día de hoy, se ha mantenido como santuario cristiano.
San
Sofronio tuvo éxito, en la obtención de determinados derechos
civiles y religiosos para los cristianos, pero a cambio de pagar
anualmente un tributo. Un año después de este triste
acontecimiento, falleció San Sofronio: exactamente el día 11 de
marzo del año 638.
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San
Sofronio
Discurso
2 en la Anunciación de la Madre de Dios
Ave
María
En
el sexto mes, fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una
ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un
varón, de nombre José, de la casa de David, y el nombre de la
virgen era María. Y habiendo entrado donde ella estaba le dijo:
«Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo» (Lc 1,
26-28).
¿Qué
puede hallarse que sea más sublime que este gozo, oh Virgen Madre?
¿Qué puede ser más excelente que esta gracia, que por voluntad
divina, a ti sola ha tocado en suerte?. ¿O qué puede imaginarse más
alegre y espléndido?.
Todos
los dones difieren, del milagro que en ti brilla; todos yacen por
debajo de tu gracia; todos, incluso los más probados, son
secundarios, y poseen una claridad muy inferior.
El
Señor es contigo. ¿Quién, pues, osará luchar contra ti? Dios está
de tu parte: ¿habrá alguien que no se te rinda inmediatamente, y no
te otorgue con alegría el primado y la excelencia?.
Al
considerar tus eminentes prerrogativas por encima de todas las
criaturas, te aclamo con suma alabanza: Salve,
llena de gracia, el Señor es contigo. Por ti, el gozo no
sólo se reparte a los hombres, sino que se tributa también a las
celestes potestades.
Verdaderamente,
eres bendita entre todas las mujeres, porque transformaste en
bendición, la maldición de Eva; porque lograste que por ti fuera
bendito Adán, que antes yacía abatido por la maldición del pecado.
Bendita
entre todas las mujeres, porque por ti, la bendición del Padre
brilló ante los hombres, y los liberó de la antigua maldición.
Bendita
entre todas las mujeres, porque por ti, tus antepasados hallaron la
salvación; ya que Tú vas a engendrar al Salvador, que les procurará
la divina salud.
Bendita
entre las mujeres, porque sin germen, ofreciste el fruto que
bendecirá el orbe de la tierra, y le redimirá de las espinas de la
maldición.
Bendita
entre las mujeres, porque siendo por naturaleza mujer, serás Madre
de Dios. Pues si Aquél que de ti nacerá, es Dios encarnado, Tú
serás llamada, por mérito y derecho, Madre
de Dios, pues a Dios vas a dar a luz (...).
Tú
llevas encerrado en tu seno, al mismo Dios, que en ti mora según la
carne, y por ti se presenta, como el prometido que obtendrá el gozo
para todos, y comunicará la luz divina al universo.
En
ti, oh Virgen, como en un purísimo y resplandeciente cielo, Dios
puso su tabernáculo; y saldrá de ti como el esposo de su tálamo
(Sal 69, 5-6); e imitando la carrera del gigante, correrá durante
toda su vida, llenando a todos los vivientes con la futura salvación.
Y llenará con calor divino y vivificante
esplendor, a cuantos a ella se encaminan.
Himno
a San Sofronio
Oh,
Sofronio de Jerusalén, el más sabio entre los patriarcas, que
luchaste con divino celo por los Mandamientos, difundiste la verdad
con tus labios, y con buen orden estableciste los cimientos de la
Iglesia, y transmitiste la fe entre las filas monásticas. Has sacado
a la luz, los discursos más sabios, y con ellos nos instruiste; por
eso te aclamamos diciendo: Salve, oh
espléndido relator de la fe verdadera.
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