viernes, 20 de marzo de 2020


20 de marzo

SAN MARTÍN DUMIENSE


OBISPO († 580)

"Todo trabajo sin humildad, es vano ...".

"He sido arrebatado al juicio, hijo mío, y he visto a muchos con hábito de monjes, ir a los suplicios; y a muchos laicos, subir al cielo"

Breve
Logró la conversión de los suevos, de origen germánico, que habitaban el noroeste de España. Gran escritor y poeta. Impulsor del monacato oriental en esa región.

Su obra eclesial y literaria, presentando un cristianismo, adaptado a los diferentes grupos de población; su preocupación por transmitir valores, procedentes de la Antigüedad clásica; la predicación de un cristianismo ortodoxo, en tiempos de herejía; y sus relaciones con los reyes suevos, anuncian el ideal episcopal de San Leandro, y de San Isidoro de Sevilla.
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San Martín Dumiense, debe su sobrenombre a Dumio, lugar próximo a Braga, capital que era ésta, del reino de los suevos. A él se atribuye, la conversión al catolicismo de este pueblo bárbaro, establecido desde comienzos del siglo V, en la parte noroeste de la Península; y como Apóstol de los suevos, es conocido en la historia por antiguos y modernos.

Entre los antiguos, aduzcamos ya, el testimonio dé San Isidoro de Sevilla, su contemporáneo. "Habían —dice San Isidoro— permanecido muchos reyes suevos, en la herejía arriana, hasta que subió al trono Theudemiro. Éste, por celo y esfuerzo de Martín, obispo del monasterio de Dumio, hombre esclarecido por su fe y su ciencia, volvió a los suevos a la fe católica". A este importante hecho, se le asigna la fecha del año 560.

Pero ni los suevos ni su Apóstol, son originariamente hispanos. ¿Cómo vinieron unos y otro a España?. ¿Cómo se encontró el apóstol, con los que ante Dios y ante la historia, serían su gloria y su corona?.

Si abrimos un mapa clásico, de la antigua Germania, entre las mallas de las arterias, que forman el Elba, con las aguas venidas de los montes Sudetes, hallamos en grueso trazo el nombre de Suebi.

El mapa mismo, con el confuso cruzarse y entrecruzarse de los nombres de pueblos, nos da la impresión de un hormiguero humano, aprisionado entre sus bosques, ríos y montañas; el Danubio aquí, el Rhin más allá, las legiones romanas por dondequiera.

Los suevos, en alguna de las ramas, en que aparecen ya fraccionados a comienzos del siglo I, hubieron de ser, más de una vez, el terror de Roma. En los días de Marco Aurelio, cuados y marcomanos, están frente a Roma (166-180), y fue tal el pánico de la urbe, que el emperador estoico, no halló en el Imperio, suficientes adivinos a quienes consultar, ni víctimas suficientes que sacrificar, para asegurar el éxito de la guerra.

Pero a la larga, la frontera romana se resquebrajaba por todas partes. En lo que ahora nos interesa, los últimos días del año 406, hordas de vándalos, alamanes, suevos, y una fracción de vándalos silingos, atraviesan por Maguncia el Rhin, que acaso estaba helado, e inician por las tierras del Imperio, la marcha que a través de la Galia, había de llevarlos a nuestra Península. "De un solo empujón —dice San Isidoro - asumiendo penalidades infinitas,— alcanzaron el Pirineo, llevándose a los francos por delante (Francos proterunt directoque impetu ad Pyrenaeum usque perveniunt ("Hist. Goth." c.71 ).

Pero no lo atraviesan entonces. Aún sufren una derrota romana, y sólo en el año 408 ó 409, irrumpen por las provincias de España. Hasta el año 411, estos pueblos devastan las tierras por donde pasan.

En el año 411, hubo un reparto de tierras en nuestras provincias. "Los bárbaros —dice Idacio—, inclinados por la misericordia divina, al camino de la paz, se reparten a la suerte, las regiones de las provincias para habitarlas. Los vándalos y los suevos, ocupan la Galicia, sita en la extremidad occidental del mar océano..." (Chronicon c.47).

Estos suevos, que de un magnífico salto, han venido de las orillas del Rhin a las del Miño, rompiendo por entre las lanzas de francos y romanos, eran paganos de religión. Todavía su rey Rékhila, que llevó sus armas victoriosas, hasta la Bética y conquistó Sevilla, muere gentil en el año 448. En este momento, nos da Idacio esta noticia: "Al gentil Rékhila, sucede inmediatamente en el reino, su hijo Rekhiario, católico" (Chron., c.137).

A la conversión del rey, sigue la de su pueblo. A qué y a quién, se debe esta conversión de rey y pueblo, es un punto oscuro en la historia —de la historia de este pueblo suevo, que tantos puntos oscuros ya tiene.

Lo cierto es que, cuando a los pocos años, otro rey suevo se hace arriano, el pueblo se pasa también al arrianismo, (si no hay más bien que pensar, que el pueblo fuera ajeno a estos cambios de decoración religiosa). Y es que estas conversiones religiosas, nota bien un moderno historiador, eran característicamente actos políticos.

El nuevo rey arriano, Remismundo, de complicada historia política, aparece dueño único del reino suevo, por el año 465. Está en relaciones, con el poderoso rey godo Teodorico, con cuya hija se casa.

La conversión pues, fue también ahora acto político. El catequista fue un tal Ayax, gálata de nación, enviado sin duda por Teodorico. Las palabras de Idacio, respiran indignación: "Ayax, gálata de nación, que viejo ya, se había hecho arriano, se alza entre los suevos a combatir, con el auxilio de su rey, la fe católica y la divina Trinidad, propagando el virus pestífero, del enemigo del género humano, que había traído de la región de las Galias, habitada por los godos" (Chron. c.232).

Si aceptamos para la conversión del pueblo suevo al catolicismo, la fecha antes notada de 560, el arrianismo habría durado desde 465 a dicha fecha: un siglo aproximadamente. Y este siglo, es justamente de total oscuridad histórica, por el silencio de las fuentes.

Se duda incluso, sobre el nombre del rey suevo, que pasó con su pueblo al catolicismo: Kharriarico, según San Gregorio de Tours, o Theudemiro, según San Isidoro, en texto anteriormente citado. Vamos a prescindir de la cuestión de nombres.

Según San Gregorio de Tours (538-594), el rey suevo arriano, habría enviado una embajada, al sepulcro de San Martín de Tours, suplicando la curación de un hijo enfermo. La embajada fracasa. Envía otra con grandes ofrendas.

Los enviados reciben ahora las reliquias del Santo, que de paso, libera a los presos de la ciudad. Con próspero viento, llegan por mar a Galicia. El hijo del rey, milagrosamente curado, sale a recibir aquel tesoro... "Entonces llegó también de lejanas regiones, movido de divina inspiración, un sacerdote llamado Martín... El rey, con toda su casa, confesó la unidad del Padre, Hijo y Espíritu Santo, y recibió el crisma. El pueblo quedó libre de la lepra, hasta el día de hoy, y todos los enfermos fueron sanos... Y aquel pueblo, arde ahora tanto en el amor de Cristo, que todos irían gozosos al martirio, si llegasen tiempos de persecución" (De rniraculis S. Martini, I,11).

Este texto de Gregorio de Tours, contemporáneo de los hechos que narra, siquiera sobre ellos, deja indefectiblemente caer el polvillo irisado, del oro de la leyenda; pone finalmente en contacto a San Martín Dumiense, con el pueblo del que va a ser Apóstol.

San Martín Dumiense, es de Panonia, la actual Hungría, muy hacia el Oriente, que su glorioso homónimo, San Martín de Tours, de memoria relativamente reciente, pues San Martín muere el año 397, y cuyos milagros atraían a su tumba, gentes de toda procedencia y categoría. El Dumiense hubo de nacer, hacia el 510-520.

Es miembro de una importante familia romana, de la antigua provincia de Panonia (actual Hungría). Ingresa muy joven en el clero, y se traslada a Palestina, a visitar los Santos Lugares. Allí reside durante varios años, y entra en contacto, con el floreciente movimiento monástico, que se desarrolla en las montañas de Judea.

De su juventud no se sabe nada. Ni San Isidoro, ni San Gregorio de Tours, nos dicen en qué consistió la acción del Dumiense, en la conversión del rey y pueblo suevos. Acaso fue obra del prestigio de su fe, y de su saber.

El hecho es que en el primer concilio de Braga, en el año 561, San Martín desempeñaba, el mismo papel que San Leandro, en el tercero de Toledo. La conversión había sido tan completa, que no fue menester, lanzar un nuevo anatema contra el arrianismo, y los ocho obispos que firman sus actas, se limitaron a leer la decretal del papa Vigilio, y extraer de ella su quinto canon, que manda administrar el bautismo, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Que la conversión hubo de estar relacionada, con los milagros de San Martín de Tours, lo prueban los versos del Dumiense, que figuraban en la basílica de Dumio, consagrada al taumaturgo turonense "Admirando tus prodigios, el suevo ha conocido el verdadero camino; y para sublimar tus méritos, ha levantado estos atrios, construyendo a Cristo, un templo venerable donde tú repartes tus gracias, y él derrama sus plegarias".

Pero Martín, que hubo de frecuentar la corte, mezclarse entre las muchedumbres populares, y presidir un concilio para la obra de conversión, era en el fondo un monje, que se había traído de Palestina, la nostalgia de la soledad, el silencio y la quietud, así como la gloria de la oración, lejos de todo mundanal ruido, aun del que trae consigo, toda obra de apostolado, y éste es acaso el brazo más pesado de su cruz.

Así, y apoyado sin duda por el poder regio, pronto funda el monasterio de Dumio, cerca de Braga, el primero de Galicia, y acaso también de toda la España visigótica. Luego seguirán otros, de los que quedan escasas noticias, lo cual no era abandonar la obra de conversión, sino asegurarla. Acaso Martín comprendió, que no hay mejor manera de cristianizar un pueblo, como esos monasterios, focos de intensa vida sobrenatural, que como el fuego da su calor, la irradian luego en torno suyo, sin estruendos, pero con infalible eficacia.

No sabemos cómo se llevó a cabo la fundación, y cómo se formó en torno a Martín, ese vasto mundo aparte que era una abadía medieval. Lo que sí sabemos, es que muy pronto el abad de Dumio, es creado obispo —Dumiensis monasterii sanctissimus pontífex, le llama San Isidoro—.

Su jurisdicción, debió de limitarse a la familia servorum del monasterio, y acaso a la corte. Se supone que conoció la regla de San Cesáreo de Arlés († 27 de agosto de 543), y acaso también la de San Benito († h. 547). Pero en Dumio, Martín fue sin duda, la regla viva.

Y como fuente de inspiración para la formación de sus monjes, allí estaban los dos opúsculos, que se trajera de Oriente: las palabras de los ancianos, y las sentencias de los padres egipcios.

Tiene una sentencia de oro: "Todo trabajo sin humildad es vano ...".

Contra la fácil tentación de la soberbia, que acecha al monje, como elegido y predestinado, San Martín se lo enseñaba a los suyos: El abad Silvano, fue arrebatado en éxtasis en su celda. Vuelto del éxtasis, lloraba. Importunado por su discípulo, dijo finalmente: "He sido arrebatado al juicio, hijo mío, y he visto a muchos con hábito de monjes, ir a los suplicios; y a muchos laicos subir al cielo". (Sententiae Patrum Aegyptiorum, 48).

Pronto el monasterio de Dumio, se convierte en el principal centro de difusión, de la cultura y espiritualidad cristiana, de origen oriental, en el norte de la Península, ya que sus monjes, tenían encomendada la copia de códices, muchos posiblemente traídos, por el mismo San Martín de Oriente.

Como escritor eclesiástico, San Martín es una figura de primer orden. Tanto San Isidoro de Sevilla, como San Gregorio de Tours, lo consideran como el hombre letrado, más importante de su tiempo. Entre sus obras de más influencia, además del De correctione rusticorum, destaca la recopilación Sententiae Patrum Aegipteorum,

San Martín de Braga, muere hacia 579-580, y es enterrado en la capilla de San Martín de Tours, del monasterio de Dumio, en un sarcófago, donde está labrado un epitafio, redactado por él mismo: «Nacido en Panonia, llegué atravesando los anchos mares, y arrastrado por un instinto divino, a esta tierra gallega, que me acogió en su seno. Fui consagrado obispo en esta iglesia tuya, ¡oh glorioso confesor San Martín!; restauré la religión y las cosas sagradas, y habiéndome esforzado por seguir tus huellas, yo, tu servidor Martín, que tengo tu nombre, pero no tus méritos, descanso aquí en la paz de Cristo».

Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, que suscitaste al amado Obispo San Martín de Braga, como primigenio impulsor del cristianismo en España, le concedas a este amado país, la gracia de volver y permanecer siempre a tu lado, unido al corazón de Jesús y María, en la fe católica y apostólica. Amén.


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