Sexta
Feria, 29 de marzo
San
Eustaquio de Luxeüil, Abad
(†
625)
“Solo
la santidad de un predicador, unida al Espíritu Santo, pueden
convencer a los incrédulos y sediciosos”
Nació
Eustaquio, pasada la segunda mitad del siglo VI, en Borgoña.
Fue
discípulo de San Columbano, monje irlandés, que pasó a las Galias,
buscando esconderse en la soledad, y que recorrió el Vosga, el
Franco-Condado, y llegó hasta Italia. Fundó el monasterio de
Luxeüil, a cuya sombra nacieron los célebres conventos de
Remiremont, Jumieges, Saint-Omer, foteines etc.
Eustaquio
tiene unos grandes deseos, de encontrar el lugar adecuado, para la
oración y la penitencia. Entra en Luxeüil, y es uno de sus primeros
monjes. Allí lleva una vida, a semejanza de los monjes del desierto
de Oriente.
Columbano
se ve forzado, a condenar los graves errores de la reina Bruneguilda,
y de su nieto, rey de Borgoña. Con esta actitud, por otra parte
inevitable, en quien se preocupa por los intereses de la Iglesia,
desaparece la calma, que hasta el momento disfrutaban los monjes.
Eustaquio
considera oportuno, en esa situación, autodesterrarse a Austrasia,
reino fundado en el año 511, en el período merovingio, a la muerte
de Clodoveo, y cuyo primer rey fue Tierry, donde reina Teodoberto, el
hermano de Tierry. Allí se le reúne el abad Columbano. Predican por
el Rhin, río arriba, bordeando el lago Constanza, hasta llegar a
tierras suizas.
Columbano
envía a Eustaquio, al monasterio de Luxeüil, después de nombrarle
abad. Es en este momento, -con nuevas responsabilidades- cuando la
vida de Eustaquio, cobra dimensiones de madurez humana y sobrenatural
insospechadas.
Arrecia
en la oración y en la penitencia; trata con caridad
exquisita a los monjes, es afable y recto; su ejemplo de hombre de
Dios, cunde hasta el extremo de reunir en torno a él, dentro del
monasterio, a más de seiscientos varones, de cuyos nombres, hay
constancia en los fastos de la iglesia.
Y
el influjo espiritual del monasterio, salta los muros del recinto
monacal; ahora son las tierras de Alemania, las que se benefician de
él, prometiéndose una época altamente evangelizadora.
Pero
han pasado cosas, en el monasterio de Luxeüil, mientras duraba la
predicación por Alemania. Un monje llamado Agreste o Agrestino, que
fue secretario del rey Tierry, ha provocado la relajación, y la
ruina de la disciplina.
Orgulloso
y lleno de envidia, piensa y dice, que él mismo, es capaz de
realizar idéntica labor apostólica, que la que está realizando su
abad; por eso abandona el retiro, del que estaba aburrido hacía
tiempo, y donde ya se encontraba tedioso; ha salido dispuesto a
evangelizar paganos, pero no consigue los esperados triunfos de
conversión.
Y
es que no depende de las cualidades personales, ni del saber humano,
la conversión de la gente; ha de ser la gracia del Espíritu Santo,
quien mueva las inteligencias y voluntades de los hombres, y
esto ordinariamente ha querido ligarlo el Señor, a la santidad de
quien predica.
En
este caso, el fruto de su misionar tarda en llegar, y con despecho,
se precipita Agreste en el cisma.
Eustaquio
quiere recuperarlo, pero se topa con el espíritu terco, inquieto y
sedicioso de Agreste, que ha empeorado por los fracasos recientes, y
está dispuesto a aniquilar el monasterio.
Eustaquio
interviene enérgicamente entonces, y con un feliz desenlace, porque
llega a convencer a los obispos reunidos, haciéndoles ver que
estaban equivocados, por la sola y unilateral información, que les
había llegado de parte de Agreste.
Restablecida
la paz monacal, la unidad de dirección y la disciplina, cobra
nuevamente el monasterio, su perdida prestancia.
Sus
grandes méritos, se acrecentaron en la última enfermedad, con un
mes entero de increíbles sufrimientos, que consumen su cuerpo
sexagenario, el 29 de marzo del año 625.
Autor:
Archidiócesis de Madrid
Oración:
Te pedimos Señor y Dios nuestro, que por los méritos y la
intercesión de San Eustaquio, bendigas a todos los predicadores, con
una vida de santidad, y así se predique con el ejemplo, que es lo
mejor para llegar a los corazones. A Tí Señor, que con tu ejemplo
de Vida, Pasión y Muerte, nos rescataste de nuestros vicios, y de
una vida autodestructiva. Amén.
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