sábado, 16 de marzo de 2019


Sábado 16 de marzo

San Abrahám, solitario y eremita


(† 367)

Pasó más de cincuenta años en el desierto.

Sólo Dios ocupa su corazón, y sólo a Él quiere entregarlo

Los que escriben acerca de su vida, principalmente San Efrén, con quien le unió una estrecha amistad, no mencionan el lugar de su vida de anacoreta, sí el territorio: Mesopotamia, y probablemente, en la cercanía de Edesa. Pasó más de cincuenta años en el desierto.

Hijo de padres ricos, que también sabían ser buenos, veían a su hijo tan bueno y leal, que deciden casarlo con una hija de buena familia, escogida entre sus amistades, y comprometen su matrimonio, hasta que tengan la edad, y puedan contraerlo. Parece que a Abrahán no le agrada la idea en lo más mínimo, porque sus planes futuros, van por otros caminos.

Pero el tiempo pasó, y llegó la hora de casarse sin más dilaciones; ha pedido a su padre, que lo libere del compromiso, mas no hay medio que haga desistir al progenitor de la palabra dada; el respeto paterno, puede más que sus propios deseos.

Lo que sucedió la noche de bodas, después de haber celebrado la fiesta con la grandiosidad propia de la gente pudiente, fue lo imprevisto. Se escapa de casa huyendo; parece ser que sólo Dios ocupa su corazón, y sólo a Él quiere entregarlo. No ha mediado una sola palabra, ni ha dado explicación alguna; lo ha hecho en secreto. Sólo tiene ganas de esconderse, y lo hace en una cueva cercana que encontró.

Todos han pasado diecisiete días de trajín, andando en su búsqueda, removiendo matojos, y adentrándose en los agujeros de las peñas.

Al encontrarlo, todo son ruegos, lágrimas, caricias y hasta amenazas, pero el que no supo imponerse en su momento, mantiene ahora una actitud inflexible. Consigue de la esposa defraudada, el consentimiento de una perpetua separación, y del autoritario padre, la promesa de no interrumpir en adelante, su voluntario retiro.

Con veinte años ha comenzado su vida de soledad. Vive en una celda con ventanilla al campo, y allí se entrega a la oración y a la penitencia.

Sus bienes son una escudilla de madera, para comer y beber, una estera de juncos, un manto y un cilicio; el alimento ordinario son las hierbas y raíces, que el campo le da. La gente empieza a tener noticia de la existencia del solitario penitente en aquellos contornos; primero por curiosidad, y luego por interés espiritual, se le van aproximando los vecinos, que transmiten más y más sus méritos y santidad. Siempre le vieron alegre, y con carácter apacible.

El obispo de Lampsaco, que ahora es la ciudad turca de Lapseki, le suplicó que accediera a evangelizar a un pueblo de aquellos contornos, cuya barbarie era proverbial, y que se distinguía también por su tenacidad en el paganismo. El eremita, muy a pesar suyo, acabó aceptando tal misión, y después de ser ordenado como sacerdote, se dirigió hacia allí.

Lo primero que hizo fue levantar una suntuosa iglesia, para que el verdadero Dios, tuviese una casa digna de Él, y luego destruyó los ídolos a los que tan apegados estaban los lugareños; éstos, como era previsible, montaron en cólera, le dieron una soberana paliza, y lo echaron. Al día siguiente, volvió para predicar, y se repitió la misma escena, con palos e injurias, hasta darle por muerto.

Así una y otra vez, Abraham insistía siempre lleno de mansedumbre y caridad, recibiendo los malos tratos con una sonrisa, hasta que al cabo de tres años, su ejemplo inaudito conmovió a los idólatras, que pidieron hacerse cristianos. Él les instruyó en la fe, bautizó a un millar de personas, y en seguida huyó a su gruta, para seguir viviendo hasta su muerte, en la bendita soledad con Dios.

Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, que por los méritos e intercesión de San Abraham eremita, podamos saber despojarnos de respeto humano, en los temas atinentes a tus enseñanzas, especialmente con respecto a la homosexualidad, el divorcio, el aborto, las drogas, y tantos otros temas que hoy en día, los cristianos enfrentamos penas ciertas, que hasta pueden llevarnos a la cárcel por enseñar tu Palabra.

Que sepamos iluminar a todos con la verdad, tal como nos la enseñaste, y fueron explicadas en detalle, por los bien amados San Pablo, San Pedro, San Juan y San Judas Tadeo, en sus cartas pastorales.

A Tí Señor, que nos aseguraste que todos nuestros cabellos, están contados, y que a nada debemos temer. Amén.

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