Martes 13 de Octubre
San
Eduardo III
Rey
de Inglaterra
(1002-1066)
(1002-1066)
Breve
San
Eduardo III fué un rey ejemplar por su virtud, justicia y castidad.
Amado por todo su pueblo que lo lloró a su muerte.
Resumen
No
fueron fáciles aquellos años de la Edad Media en los que abundaban
las intrigas, las muertes violentas y los saqueos de toda clase... Al
rey Eduardo le tocó de cerca tanta desgracia. Nació cerca de
Oxford, en Inglaterra, por el año 1004. Cuando apenas sabrá
distinguir el mal y el bien de las cosas, ya se verá obligado a
cargar con los sinsabores de su pertenencia a la alta alcurnia de su
patria. Son años difíciles para Inglaterra. Quizá los más
trágicos de su historia.
No
tenía más de diez años cuando su padre, Etelberto, un día le
manda que vista el traje más bonito y que se disponga para partir a
lejanas tierras. ¿Motivo? Su padre Etelberto teme que el usurpador
de su patria dé muerte a él y a toda su familia. Por lo menos,
piensa, vamos a salvar a ésta, y manda a su esposa Emma que con los
dos hijos menores, Eduardo y Alfredo, parta para Normandía donde
tiene buenos amigos, hablan su idioma y se sentirán como en casa.
He
aquí a Eduardo en tierra extranjera y solitario. Pronto llegan malas
noticias: Su padre ha muerto y su hermano mayor, Edmundo, que era el
príncipe heredero, también. Los campos son arrasados, los labriegos
y nobles muertos a espada. Toda Inglaterra está sumida en el caos
más espantoso.
Por
si fuera poco para el joven Eduardo, un día llegan unos emisarios
que dicen venir con muy buenas intenciones para llevarse a Inglaterra
a los dos hermanos. Alfredo se lo cree y cae en sus patrañas
recibiendo la muerte. Para colmo de males aquella mujer, su madre
Emma, que parecía amar a sus hijos y a su patria, un día desaparece
y es que ha ido a contraer matrimonio con el mismo usurpador.
Eduardo
queda solo y huérfano. Pero no se desalienta. Se refugia en la
oración que es donde espera la luz y la fuerza para resistir y
vencer. Acudió a Dios con toda confianza de hijo y le habló así:
-
«Señor, Padre mío, no tengo a quien volver los ojos en la
tierra. Por ello acudo a Ti, seguro de que vas a venir en mi ayuda.
Mi padre murió después de una vida de desgracias. La crueldad ha
destruido a mis hermanos. Mi madre me ha dado un padrastro en mi
mayor enemigo. Mis amigos me han vuelto la espalda. Estoy solo,
Señor, y mientras tanto buscan mi vida. Pero tú eres el protector
del huérfano y en Ti está la defensa del pobre. Ayúdame, Señor».
Eduardo
era de temperamento recogido, taciturno, amante de la justicia,
aunque no quería derramamiento de sangre. No hay mal que dure cien
años. Los ingleses una vez muerto el usurpador fueron a buscar a
Eduardo y volvió en olor de multitudes a su patria donde fue
coronado rey, el día de Pascua, 3 de abril de 1043.
Eduardo
nada supo de venganzas contra los que habían hecho tanto mal a él,
a su familia y a su patria. Perdonó. Enderezó todos los entuertos
que había cometido el usurpador. Quitó los impuestos, protegió a
los pobres y trabajó con todas sus fuerzas por la prosperidad
material y espiritual de su patria. Tomó como lema: «Ser más
padre que rey; Servir más que mandar». Y este otro: «Ser rey de sí
mismo y súbdito de Dios».
Recomendó
a su madre que ingresara en un Monasterio como así lo hizo. El casó
con la virtuosa Edit que era «rosa que floreció entre espinas»:
piadosa, culta, hermosa, prudente. Hicieron voto de virginidad de
vivir como hermanos y se amaron con toda el alma. Ella fue un
buen puntal para el gobierno de Eduardo. A tantos males siguieron más
bienes. En dos palabras podíamos resumir su largo reinado: Paz y
justicia. Y al haber esto, siguió la tercera: prosperidad y bien
espiritual. Era muy piadoso y gran devoto de la Eucaristía y de la
Virgen María. Era el 5 de enero de 1066 cuando expiró. Le lloró
toda Inglaterra. Habían perdido a un padre y al mejor de todos los
reyes de su milenaria historia.
Beata
Alejandrina María da Costa
1904-1955
Alma víctima de la Eucaristía y de la consagración al Corazón Inmaculado de María
1904-1955
Alma víctima de la Eucaristía y de la consagración al Corazón Inmaculado de María
Breve
Alejandrina Maria da Costa, miembro laico de la Unión Salesiana. Se tiró por una ventana a la edad de 14 años para preservar su virginidad. Quedó paralizada por la caída. Desde su cama llevó un maravilloso apostolado como alma víctima de oración, reparación y consejería espiritual para muchos que la visitaban.
Alejandrina Maria da Costa, miembro laico de la Unión Salesiana. Se tiró por una ventana a la edad de 14 años para preservar su virginidad. Quedó paralizada por la caída. Desde su cama llevó un maravilloso apostolado como alma víctima de oración, reparación y consejería espiritual para muchos que la visitaban.
Resumen
Alejandrina,
ofreciendo así su pasión se convierte en alma víctima por amor a
la Eucaristía y la consagración al Inmaculado Corazón, mensajes
fundamentales de Fátima.
En
respuesta a su valiente petición, los dolores se empezaron a
agudizar hasta convertirse en casi insoportables. Noche tras noche,
con fiebre muy alta, Alejandrina permanecía despierta, recostaba la
cabeza sobre su almohada y con sus manos apretaba fuertemente el
rosario como exprimiendo alivio de sus cuentas: "Oh, Jesús",
exclamaba en sollozos repitiendo la oración enseñada por Nuestra
Señora en Fátima, "es porque te amo, por la conversión de los
pecadores y en reparación por las ofensas al Inmaculado Corazón de
María".
Vive
la Pasión de Jesucristo
Alejandrina
experimentó 180 éxtasis de la Pasión que eran precedidos por
muchas horas de terror que se hacían sobrecogedoras a medida que el
mediodía del Viernes Santo se acercaba.
El
miedo era generalmente acompañado por una inmensa tristeza, nausea y
una sensación de terrible aislamiento. Por siete años no pudo
olvidar su primera crucifixión. Escribe: "Todo parecía estar
presente frente a mi, sentía el miedo y el horror de esas horas
amargas, la ansiedad de mi director espiritual a mi lado y las
lágrimas de mi familia aterrorizada".
Minutos
después del mediodía del 3 de octubre, de 1938, Nuestro Señor la
invitó a sumergirse en Su Pasión: "Ves
hija mía, el Calvario esta listo, ¿aceptas?".
Alejandrina valientemente aceptó. Testigos aguantaban la
respiración mientras ella entraba en éxtasis y, recobrando el uso
de sus miembros paralizados, casi levitó de la cama y emprendió los
movimientos de agonía del Getsemaní al Calvario. Los éxtasis de la
Pasión fueron filmados y las imágenes forman parte importante para
la causa de su beatificación en Roma.
Al
terminar uno de los éxtasis a las 3.00 p.m., Alejandrina levantó
sus brazos en acción de gracias e inmediatamente, agotada en horror,
lloró: "¡¡No Jesús, No Jesús, crucifícame!!".
¡¡Perdón, perdón, perdón!!!. Ellos tienen el mismo derecho que
tengo yo, porque tú moriste en la cruz por ellos, como lo hiciste
por mí. Jesús no quiero que ningún alma vaya al infierno. Te amo
por ellos. Perdónalos, Jesús, acuérdate de mí en mi crucifixión.
El infierno es la más terrible bajeza". Este relato nos
recuerda uno de los diálogos de la mística Santa Gemma Galgani a
fines del siglo XIX.
Días
después, Alejandrina sufrió dolores atroces, empezó a vomitar
sangre y fue torturada por una sed tan fogosamente intensa que el
agua no saciaba; no podía ni siquiera tragar una gota.
Empezó
a percibir, literalmente, el "fuerte olor del pecado":
"Eran olores increíblemente repugnantes" recuerda
en su autobiografía. "me traían violetas y perfumes para
acercarlos a mi nariz, pero los apartaba porque todavía estaba
atormentada por ese vil olor. Solo el recuerdo de estas cosas me
hacen sufrir".
Se
alimenta exclusivamente de la Eucaristía
Un
día escuchó la voz del Señor que le decía: "No te
alimentarás mas con comida en la tierra. Tu comida será mi Carne,
tu bebida será mi Divina Sangre, tu vida será mi Vida. Tú la
recibes de mi cuando una mi corazón al tuyo. No tengas miedo, ya no
serás más crucificada como en el pasado, ahora nuevas pruebas te
esperan que serán las más dolorosas. Pero al final yo te llevaré
al cielo y la Santísima Madre te acompañará".
Durante
los últimos trece años de su vida, Alejandrina no comió, ni bebió
nada. Se alimentaba únicamente de la Eucaristía. Su sed solo podía
ser saciada por Dios mismo. Todos estos hechos fueron cuidadosamente
documentados por reconocidos médicos profesionales.
Alejandrina
compartió a su director espiritual lo que Nuestro Señor le había
dicho: "Estás viviendo solo de la Eucaristía porque quiero
mostrarle al mundo entero el poder de la Eucaristía y el poder de Mi
vida en las almas".
Durante
su larga agonía escuchó la voz del Señor que le decía: "Dame
tus manos porque quiero clavarlas con las mías. Dame tu cabeza
porque quiero coronarle con mis espinas como me hicieron a Mi Dame tu
corazón porque quiero traspasarle con una lanza, como me traspasaron
el mío. Abandónate completamente en Mi... Ayúdame en la redención
de la humanidad".
Santa
Muerte
Alejandrina
muere poco después de recibir la Sagrada Eucaristía, el 13 de
octubre de 1955, en el 38 aniversario del milagro del sol en Fátima.
Sus últimas palabras, entre murmuraciones, antes de morir fueron:
"No lloren por mí, hoy soy inmensamente feliz... por fin me
voy al Cielo". Y a los sacerdotes, peregrinos y periodistas
que abarrotaban el lugar, le dio un mensaje que debe mover a toda la
humanidad: "No pequen mas. Los placeres de esta vida valen NADA.
Reciban la Comunión; recen el rosario todos los días. Esto, lo
resume TODO".
Oración:
Señor mío y Dios mío. Que la tremenda agonía de la beata
Alejandrina nos ayude a aliviar las contrariedades de la Vida, y
poder ser siempre castos de corazón como lo fué San Eduardo III.
Por nuestro Señor Jesucristo, Ayer, Hoy y Siempre. Amén.
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