Tercera
Feria, 5 de junio
SAN
BONIFACIO
Obispo
y mártir
(†
751)
Apóstol
de Alemania. Evangelizó también a Holanda. Reorganizó la Iglesia
en Francia.
En
una ocasión, derribó con un hacha un gran árbol, que era objeto de
idolatría. Solía reemplazar los lugares de idolatría con iglesias.
Breve
"Bonifacio"
significa bienechor.
Nace
en Wessex, Inglaterra C. 680AD. Es educado en el monasterio
benedictino de Exeter, Inglaterra. Ingresa en el monasterio
benedictino, y es ordenado sacerdote en el año 716. Va a Roma, a
pedirle al Papa ser misionero, y recibe su bendición. Es misionero
en Alemania en el año 719. Trabaja incansablemente con la ayuda de
San Albinus, San Abel y Santa Agata.
En
una ocasión, derribó con un hacha un gran árbol, que era objeto de
idolatría. Solía reemplazar los lugares de idolatría con iglesias.
El
papa lo nombra obispo, y después arzobispo de Mainz. Ordenó a San
Sola.
Funda
o restablece las diócesis de Bavaria, Thuringgia y Franconia.
Evangelizó en Holanda. Fue allí
que después de haber bautizado a miles, se preparaba el día de
Pentecostés, para impartir la confirmación, cuando fue masacrado
con 52 de sus feligreses. Había ya cumplido 80 años.
San
Bonifacio está enterrado en Fulda, uno de los monasterios que él
fundó.
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BERNARDINO
LLORCA, S. I.
Bonifacio
o Winfrido, es justamente designado como apóstol de Alemania,
si bien es verdad que ya antes de él, otros misioneros habían
predicado el Evangelio en diversas regiones de este territorio, y a
pesar de que algunas de estas regiones, como Baviera y Turingia,
constituían ya importantes núcleos de cristiandad.
A
él se debe, en efecto, en primer lugar, el haber generalizado y
sistematizado, mucho más que los anteriores misioneros, la
evangelización de la mayor parte de Alemania, y por otra parte, el
haber organizado de una manera definitiva, la jerarquía de estos
vastos territorios, procediendo en toda esta labor, en inteligencia
con los Romanos Pontífices.
Mas
con todo este trabajo de evangelización de Alemania, y organización
de sus iglesias, no se agotó la actividad de este gran apóstol.
Esta comprende una segunda parte, a la que suelen atender menos los
historiadores, pero que tuvo extraordinaria importancia en la vida de
San Bonifacio. Es la regeneración y
reorganización de la Iglesia de los Francos, que se hallaba en gran
decadencia. Así, pues, San Bonifacio es apóstol de Alemania, y
reorganizador de la Iglesia Franca.
Llamábase
Winfrido, y nació hacia el año 680, según todas las
probabilidades, en el territorio de Wessex, de una familia
profundamente cristiana. Contando sólo cinco años, atraído por el
ejemplo y las palabras de unos monjes, manifestó a sus padres el
deseo de seguirlos, y después de vencer su persistente oposición,
pudo dirigirse a la escuela del monasterio de Exeter.
Contaba
entonces sólo siete años, y durante otros siete, pudo poner los más
sólidos fundamentos, a su formación humanística y sacerdotal. A
los catorce años, se trasladó al monasterio de Nursling, de la
diócesis de Winchester, donde ingresado en la Orden, recorrió los
estudios superiores del llamado Trivio, y Cuatrivio, en los que salió
tan aventajado, que bien pronto pudo ser, allí mismo, renombrado
maestro. De ello nos dejó una excelente prueba, en una gramática
latina, que compuso en este tiempo.
Pero
mucho más que en los estudios profanos, que constituían la base de
la formación humanística y filosófica, se aventajó Winfrido en
los eclesiásticos, que más directamente debían servirle para los
ideales apostólicos, que ya entonces acariciaba en su interior.
Por
esto, consta que estudió de un modo especial la Sagrada Escritura, y
la dogmática o teología, tal como entonces se proponía, al mismo
tiempo que realizaba los primeros ensayos de predicación, entre la
gente humilde y sencilla del pueblo. Todo
esto, unido a un espíritu profundamente religioso, a la práctica de
todas las virtudes monásticas, y a un abrasado amor de Dios y del
prójimo, le prepararon convenientemente, para la gran obra a que
Dios lo destinaba.
Precisamente
entonces, eran frecuentes las salidas de Inglaterra de monjes
misioneros, que partían para el centro y norte de Europa, donde se
entregaban con toda su alma, a la evangelización de aquellos
territorios, todavía paganos.
Se
hallaba entonces en la región de Frisia, (la actual Holanda), el
gran apóstol San Willibrordo, y continuamente llegaban a los
monasterios de Inglaterra e Irlanda, voces en demanda de nuevos
misioneros. Winfrido pues, que se hallaba a la sazón en la plenitud
de su vida, se sintió llamado por Dios, a este inmenso campo de
apostolado, y después de obtener, tras largas luchas, el permiso de
su abad, partió para el Continente, junto con otros dos compañeros,
en el año 716.
Mas
no había llegado todavía la hora de Dios. La situación del norte
de Europa era insegura, por lo cual, Winfrido se convenció de que su
labor apostólica sería inútil. Así pues, se volvió a su
monasterio de Nursling, donde a la muerte del abad Wimbert, trataron
los monjes de elegirlo a él.
No
sin mucho esfuerzo consiguió, al fin, verse libre de esta dignidad,
pues su única obsesión era volver al Continente, para entregarse de
lleno a su evangelización. Convencido pues, de que para dar
verdadera eficacia a su labor, era necesario recibir una comisión
directa del Papa, se dirigió en el año 718 a Roma.
Era
el primer viaje que hacía a la Ciudad Eterna. El papa San Gregorio
II, le recibió con muestras de extraordinaria satisfacción, le
cambió su nombre de Winfrido por el de Bonifacio; le instruyó
ampliamente, sobre el modo de introducir en los pueblos germanos la
doctrina cristiana, la liturgia y administración romana, y en la
primavera del año 719, le dio una comisión especial para los
pueblos del centro de Europa.
Atravesando
pues Bonifacio la Baviera, y el centro de Alemania, se dirigió a
Frisia, donde providencialmente, había muerto su rey Radbod, y su
sucesor, unido con los francos, se mostraba favorable a la
predicación del Evangelio. Allí pues, al
lado del veterano apóstol San Willibrordo, pasó el novel misionero
Bonifacio tres años. Este aprendizaje fue de grandísima utilidad
para él.
Sin
embargo, resistiendo a las instancias de San Willibrordo, quien ya
anciano, deseaba nombrarle sucesor suyo, y siguiendo las
instrucciones del Papa, se dirigió a Hesse, donde inició su primera
gran campaña de predicación. En este
tiempo, se le juntó uno de sus más fieles colaboradores, llamado
Gregorio. Para dar más firmeza y regularidad al trabajo
misionero, estableció pronto su primer monasterio en Amöneburg. El
resultado de sus primeros trabajos, fueron millares de conversiones,
y el establecimiento de numerosas cristiandades.
Ante
las primeras noticias de los éxitos obtenidos, el Papa le llamó a
Roma, donde bien informado de su espíritu, y de sus métodos de
predicación, así como también de los nuevos campos que se abrían
al Evangelio, le consagró obispo el 30 de noviembre, fiesta de San
Andrés, del año 722.
A
esta dignidad, que tanto ascendiente debía dar a Bonifacio, añadió
el Papa una carta especial para Carlos Martel, con el objeto de que
obtuviera de éste, su apoyo oficial para tan importante empresa, y
asimismo gran cantidad de reliquias, el Código oficial canónico, y
otras cosas que contribuían a dar mayor autoridad al misionero.
Armado
pues Bonifacio de su nueva autoridad episcopal, y de todas estas
nuevas armas, se dirigió a Carlos Martel, quien a la vista de la
carta pontificia, puso al servicio del misionero, todo el apoyo de su
poder. En esta forma, entró de nuevo Bonifacio en Alemania, y se
dispuso a continuar la obra comenzada en Hesse.
Para
ello, realizó entonces una de las más sublimes hazañas de su vida
misionera, con el objeto de deshacer la superstición pagana, que
constituía el principal obstáculo del Evangelio. Efectivamente, en
un día señalado con anticipación, para hacerlo en presencia de una
gran multitud de paganos, dio con sus propias manos algunos golpes de
hacha, y luego hizo derribar la encina sagrada de Geismar, a la que
los gentiles profesaban gran veneración.
Al
ver pues los paganos, que sus dioses no hacían nada para vengar
aquel ultraje, reconocieron su impotencia, y a partir de este hecho,
se mostraron mejor dispuestos para recibir el Evangelio. Con la
madera de aquella encina, hizo Bonifacio construir una iglesia,
dedicada a San Pedro, y a corta distancia de ella levantó el
monasterio de Fritzlar, que fue en adelante, uno de los puntos de
apoyo de su obra misionera.
Puesta
ya en marcha la misión de Hesse, en el año 725 pasó a Turingia,
donde ya anteriormente había sido introducido, pero no había
arraigado el cristianismo, y allí continuó desarrollando su
actividad apostólica. En todas partes,
encontraba al pueblo dispuesto a escuchar la palabra de Dios. Lo
único que faltaban eran misioneros. Por esto, insistió
constantemente a los monasterios ingleses, en demanda de nuevas
fuerzas, y en efecto, fueron llegando muchos monjes misioneros
durante los años siguientes.
Bien
pronto, fundó en Turingia, cerca de Gotha, el monasterio de Ordruf,
que fue su base de operaciones en aquel territorio. Entre
los nuevos misioneros, son dignos de mención San Lull, que fue el
sucesor de San Bonifacio en la sede de Maguncia, y San Esteban, su
futuro compañero de martirio.
Llegaron
asimismo religiosas, que iniciaron la rama femenina del monacato en
Turingia y Hesse. Entre ellas, se distinguieron Santa Tecla, Santa
Walburga, y sobre todo la prima del mismo San Bonifacio, Santa Lioba.
Cerca
de diez años hacía, que trabajaba en estas regiones de Hesse y
Turingia, alentado siempre por San Gregorio II, cuando este gran Papa
murió en el año 731.
Su
sucesor, San Gregorio III (731-741), conociendo perfectamente el celo
y la santidad de San Bonifacio, le envió en el año 732 el palio
arzobispal, constituyéndole metropolitano de toda la Alemania, al
otro lado del Rhin, a lo que añadía una amplia facultad, para
fundar nuevos obispados en todos aquellos territorios.
Algunos
años más tarde, en el año 737, hizo su tercer viaje a Roma, con el
objeto de tratar detenidamente con el Romano Pontífice, acerca de la
organización definitiva de las iglesias germanas.
Entonces
recibió de Gregorio III, el nombramiento de legados apostólicos,
con poder general sobre todos aquellos territorios, y en
Montecassino, obtuvo uno de sus mejores auxiliares, el monje San
Willibald, y otros misioneros.
Con
estos nuevos poderes, y nuevos auxiliares, se dirigió, ante todo, a
Baviera, cuyas cristiandades reorganizó, e introdujo una plena
jerarquía con los obispados de Salzburgo, Ratisbona, Freising,
Passau y otros.
Una
vez organizada la iglesia de Baviera, volvió a su campo de
operaciones de Hesse y Turingia, donde creó los obispados de Erfurt
para Turingia, Buraburg para Hesse, y Wurzburgo para Franconia; algo
más tarde, organizó el obispado de Eichstätt. El el año 741,
mientras realizaba esta obra fundamental de estabilización de
aquellas iglesias, fundó la abadía de Fulda, tan célebre en lo
sucesivo, y donde debían luego descansar sus restos mortales.
Este
mismo año 741 entró San Bonifacio en un nuevo campo de su
actividad, al que tal vez han prestado menos atención los
historiadores, y que da una idea completa, de la magnitud de la obra
apostólica de San Bonifacio. En efecto, su
encendido amor de Dios, y su celo por las almas, no se contentó con
la evangelización y organización de las iglesias germanas, sino que
realizó también, una completa regeneración y reorganización de la
Iglesia en Francia.
Ésta
se encontraba, en efecto, en un estado de general decadencia.
Muerto en el año 741 Carlos Martel, su hijo Carlomán heredó los
territorios orientales de Austrasia, y Pipino los occidentales de
Neustria. Entonces, pues, el piadoso Carlomán, que conocía
perfectamente el celo apostólico de San Bonifacio, le invitó para
que acudiera a sus dominios, con el fin de reformar la disciplina
eclesiástica.
Aceptó
Bonifacio la invitación, y comenzó al punto su tarea. Esta se
dirigió principalmente a los elementos eclesiásticos, los clérigos,
obispos y monasterios. Mas, para dar mayor eficacia a su acción
reformadora, apoyada siempre por Carlomán, y más tarde por Pipino,
celebró una serie de concilios, célebres
en la historia de la Iglesia de Francia. El primero tuvo lugar en
Austrasia, en el año 742. Es el primer concilio germánico.
Del
resultado que con él obtuvo, San Bonifacio puede juzgarse por las
disposiciones reformadoras que se tomaron. Se atacó a la raíz del
mal, ordenando la devolución de los bienes eclesiásticos. Se
urgió el derecho de los obispos, y se dieron severas disposiciones
contra los vicios de simonía, e incontinencia del clero.
Todas estas disposiciones fueron luego proclamadas como leyes del
Estado. En el año 743, se celebraron otros dos sínodos en
Austrasia.
El
año siguiente, solicitó también Pipino, la intervención de San
Bonifacio en los territorios de Neustria, donde se celebraron dos
sínodos, y se introdujeron todas las normas reformadoras de
Austrasia. El el año 745, se pudo celebrar ya un concilio general
para ambos territorios. El resultado fue a todas luces visible. A los
cinco años de labor de San Bonifacio, la Iglesia franca quedaba
completamente regenerada.
El
concilio general germano del año 747, fue la mejor confirmación de
los resultados obtenidos por la grandiosa obra de San Bonifacio. En
él, todo el episcopado franco, firmó la llamada Carta de la
verdadera profesión de fe y de la unidad católica, y la mandaron a
Roma. De este modo, toda la Germania y toda
Francia, quedaban por la obra de San Bonifacio, íntimamente unidas
con Roma.
Pero
esto mismo, señala otro punto culminante de la vida de San
Bonifacio. Hasta este tiempo, poseía una comisión general para
todos aquellos territorios. El nuevo papa Zacarías, juzgó llegado
el tiempo de nombrar a San Bonifacio arzobispo de Maguncia,
constituyendo esta sede, como primada de Alemania y Francia. De este
modo, se completaba la unidad de la obra de San Bonifacio.
Apenas
realizado esto, perdió el mismo año 747 a su principal apoyo,
Carlomán, quien se retiró a un monasterio. Pero
su hermano Pipino el Breve, que unió entonces toda Francia, continuó
prestándole el mismo apoyo. La obra de Bonifacio continuó
pues, produciendo los más sazonados frutos, no obstante los
disturbios promovidos por algunos caracteres turbulentos.
Pero
entretanto, San Bonifacio, ya de avanzada edad, obtuvo el
nombramiento de su discípulo y colaborador Lull, como sucesor suyo
en la sede de Maguncia. Pero su ardiente espíritu misionero, no
encontraba mejor descanso, que el campo de sus primeros trabajos
apostólicos. Se dirigía pues entonces, a
la región de Frisia (Holanda), donde con aliento juvenil, se entregó
de lleno al trabajo misionero entre los gentiles, todavía numerosos
en aquel territorio.
Los
primeros éxitos, de esta nueva y última campaña del veterano
Apóstol, le rejuvenecieron extraordinariamente. Se sentía allí,
como en su propio elemento. Organizaron las cosas para celebrar una
confirmación en el campo de Dokkum; y el 5 de junio de 754, cuando
esperaba a los nuevos cristianos para administrarles este sacramento,
cayeron sobre él unos gentiles fanáticos, y le martirizaron junto
con cincuenta y dos compañeros. Enterrado primero en Utrecht, más
tarde fue trasladado a Maguncia, y luego a Fulda.
Con
justicia, se le ha dado el título de apóstol de Alemania en el más
amplio sentido de la palabra. San Bonifacio, es uno de los más
excelentes ejemplos de los grandes misioneros de la Iglesia católica
de todos los tiempos. Su encendido amor de Dios, y de las almas, le
comunicó la fuerza necesaria, para vencer las mayores dificultades,
y trabajar hasta derramar su sangre por la fe que predicaba. El
resultado de su obra apostólica, verdaderamente admirable, se
extendió a toda Alemania y a Francia.
Oración:
Te pedimos Señor y Dios nuestro, que infundas a todos
los misioneros en el mundo el celo apostólico que infundiste a San
Bonifacio, así como la valentía necesaria, y la perseverancia de su
conducta personal. Danos también a nosotros esos dones, para dar
testimonio de nuestra Fe, en todos los ámbitos que nos debamos
desempeñar. A Tí Señor, que antes de subir a los cielos, nos
ordenaste ir a evangelizar, y bautizar a todos los rincones del
planeta. Amén.
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