Domingo
3 de Junio
Solemnidad
de Corpus Christi
Corpus
Christi: "Cuerpo de Cristo", en latín
“¡Oh
banquete precioso y admirable!” -Santo Tomas de Aquino
“Señor,
si quieres, y Tú quieres siempre, puedes curarme”
“No
podemos tener verdadera comunión con Cristo, si estamos divididos
entre nosotros, si nos odiamos, y si no estamos dispuestos a
reconciliarnos”
Breve
Esta
fiesta, conmemora la institución de la Santa Eucaristía el Jueves
Santo, con el fin de tributarle a la Eucaristía un culto público y
solemne de adoración, amor y gratitud. Por eso, se celebraba en la
Iglesia Latina, el jueves después del domingo de la Santísima
Trinidad. En los Estados Unidos y en otros países, la solemnidad, se
celebra el domingo después del domingo de la Santísima Trinidad.
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Introducción
La
Solemnidad de Corpus Christi se remonta al siglo XIII. Dos eventos
extraordinarios contribuyeron a la institución de la fiesta: Las
visiones de Santa Juliana de Mont Cornillon, y El milagro Eucarístico
de Bolsena/Orvieto.
Urbano
IV, amante de la Eucaristía, publicó la bula “Transiturus”, el
8 de septiembre de 1264, en la cual, después de haber ensalzado el
amor de nuestro Salvador, expresado en la Santa Eucaristía, ordenó
que se celebrara la solemnidad de “Corpus Christi”, en el día
jueves después del domingo de la Santísima Trinidad, y al mismo
tiempo, otorgando muchas indulgencias a todos los fieles que
asistieran a la Santa Misa y al Oficio.
Este oficio, compuesto por el doctor angélico, Santo Tomás de Aquino, por petición del Papa, es uno de los más hermosos en el breviario Romano, y ha sido admirado aun por los protestantes.
Este oficio, compuesto por el doctor angélico, Santo Tomás de Aquino, por petición del Papa, es uno de los más hermosos en el breviario Romano, y ha sido admirado aun por los protestantes.
La
muerte del Papa Urbano IV (el 2 de octubre de 1264), un poco después
de la publicación del decreto, obstaculizó que se difundiera la
fiesta. La fiesta fue aceptada en Cologne en 1306. El Papa Clemente V
tomó el asunto en sus manos, y en el concilio general de Viena
(1311), ordenó una vez más la adopción de esta fiesta. Publicó un
nuevo decreto, incorporando el de Urbano IV. Juan XXII, sucesor de
Clemente V, instó a su observancia.
,
Procesiones.
Ninguno de los decretos habla de la procesión con el Santísimo,
como un aspecto de la celebración. Sin embargo, estas procesiones
fueron dotadas de indulgencias por los Papas Martín quinto y Eugenio
cuarto, y se hicieron bastante comunes, a partir del siglo catorce.
El
Concilio de Trento, declara que muy piadosa y religiosamente, fue
introducida en la Iglesia de Dios, la costumbre que todos los años,
en un determinado día festivo, se celebre este excelso y venerable
sacramento, con singular veneración y solemnidad, y reverente y
honoríficamente, sea llevado en procesión, por las calles y lugares
públicos.
En esto, los cristianos atestiguan su gratitud y recuerdo, por tan inefable y verdaderamente divino beneficio, por el que se hace nuevamente presente, la victoria y triunfo de la muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Juan Pablo II ha exhortado, a que se renueve la costumbre de honrar a Jesús en este día, llevándolo en solemnes procesiones.
En esto, los cristianos atestiguan su gratitud y recuerdo, por tan inefable y verdaderamente divino beneficio, por el que se hace nuevamente presente, la victoria y triunfo de la muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Juan Pablo II ha exhortado, a que se renueve la costumbre de honrar a Jesús en este día, llevándolo en solemnes procesiones.
En
la Iglesia griega, la fiesta de Corpus Christi es conocida en los
calendarios de los sirios, armenios, coptos, melquitas y los rutinios
de Galicia, Calabria y Sicilia.
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Santa
Juliana de Mont Cornillon, y la fiesta de Corpus Christi
La
santa nace en Retines cerca de Liège, Bélgica, en el año 1193.
Quedó huérfana muy pequeña, y fue educada por las monjas Agustinas
en Mont Cornillon. Cuando creció, hizo su profesión religiosa, y
más tarde, fue superiora de su comunidad. Por diferentes intrigas,
tuvo que irse del convento. Murió el 5 de abril de 1258, en la casa
de las monjas Cistercienses en Fosses, y fue enterrada en Villiers.
Juliana,
desde joven, tuvo una gran veneración al Santísimo Sacramento. Y
siempre añoraba, que se tuviera una fiesta especial en su honor.
Este deseo se dice haberse intensificado, por una visión que ella
tuvo de la Iglesia, bajo la apariencia de luna llena, con una mancha
negra, que significaba la ausencia de esta solemnidad.
Ella comunicó esta visión a Roberto de Thorete, el entonces obispos de Liège, también al docto Dominico Hugh; más tarde cardenal legado de los Países Bajos; a Jacques Pantaleón, en ese tiempo archidiácono de Liège, después obispo de Verdun, Patriarca de Jerusalén, y finalmente al Papa Urbano IV.
Ella comunicó esta visión a Roberto de Thorete, el entonces obispos de Liège, también al docto Dominico Hugh; más tarde cardenal legado de los Países Bajos; a Jacques Pantaleón, en ese tiempo archidiácono de Liège, después obispo de Verdun, Patriarca de Jerusalén, y finalmente al Papa Urbano IV.
El
obispo Roberto se impresionó favorablemente, y como en ese tiempo,
los obispos tenían el derecho de ordenar fiestas para sus diócesis,
invocó un sínodo en 1246, y ordenó que la celebración se tuviera
el año entrante; también el Papa ordenó que un monje de nombre
Juan, debía escribir el oficio para esa ocasión. El decreto está
preservado en Binterim (Denkwürdigkeiten, V.I. 276), junto con
algunas partes del oficio.
El
obispo Roberto, no vivió para ver la realización de su orden, ya
que murió el 16 de octubre de 1246, pero la fiesta se celebró por
primera vez, con los cánones de San Martín en Liège. Jacques
Pantaleón, llegó a ser Papa, el 29 de agosto de 1261. La ermitaña
Eva, con quien Juliana había pasado un tiempo, y quien también era
ferviente adoradora de la Santa Eucaristía, le insistió a Enrique
de Guelders, obispo de Liège, a que pidiera al Papa, que extendiera
la celebración al mundo entero.
Bibliografía
La
Enciclopedia Católica, volumen 4, y otras fuentes.
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El
Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Solemnidad
«¡Oh
banquete precioso y admirable!»
De
las obras de Santo Tomás de Aquino, presbítero.
Opúsculo
57, en la fiesta del Cuerpo de Cristo, lect. 1-4
El
Hijo único de Dios, queriendo hacernos partícipe de su divinidad,
tomó nuestra naturaleza, a fin de que hecho hombre, divinizase a los
hombres.
Además,
entregó por nuestra salvación, todo cuanto tomó de nosotros.
Porque por nuestra reconciliación, ofreció sobre el altar de la
cruz, su cuerpo como víctima a Dios, su Padre, y derramó su sangre,
como precio de nuestra libertad, y como baño sagrado que nos lava,
para que fuésemos liberados de una miserable esclavitud, y
purificados de todos nuestros pecados.
Pero
a fin de que guardásemos por siempre en nosotros, la memoria de tan
gran beneficio, dejó a los fieles, bajo la apariencia de pan y
de vino, su cuerpo, para que fuese nuestro alimento, y su sangre,
para que fuese nuestra bebida.
¡Oh
banquete precioso y admirable, banquete saludable, y lleno de toda
suavidad!. ¿Qué puede haber, en efecto, más precioso
que este banquete, en el cual no se nos ofrece, para comer, la carne
de becerros o de machos cabríos, como se hacía antiguamente bajo la
ley, sino al mismo Cristo, verdadero Dios?.
No
hay ningún sacramento más saludable que éste, pues por él, se
borran los pecados, se aumentan las virtudes, y se nutre el alma, con
la abundancia de todos los dones espirituales.
Se
ofrece en la Iglesia por los vivos y por los difuntos, para que a
todos aproveche, ya que ha sido establecido para la salvación de
todos.
Finalmente,
nadie es capaz de expresar la suavidad de este sacramento, en el cual
gustamos la suavidad espiritual en su misma fuente, y celebramos la
memoria del inmenso y sublime amor, que Cristo mostró en su pasión.
Por
eso, para que la inmensidad de este amor, se imprimiese más
profundamente en el corazón de los fieles, en la última cena,
cuando después de celebrar la Pascua con sus discípulos, iba a
pasar de este mundo al Padre, Cristo instituyó este sacramento, como
el memorial perenne de su pasión, como el cumplimiento de las
antiguas figuras, y la más maravillosa de sus obras; y lo dejó a
los suyos, como singular consuelo en las tristezas de su ausencia.
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«Esta
es mi sangre, derramada por vosotros»
-
San Juan Crisóstomo
Los
amantes de este mundo demuestran su generosidad dando dinero,
vestidos, regalos diversos; nadie da su sangre; Cristo, la da y
demuestra así la ternura que nos tiene, y el ardor de su amor. Bajo
la antigua Ley, Dios aceptaba recibir la sangre de los sacrificios;
pero era para impedir que su pueblo la ofreciera a los ídolos, y ya
era prueba de un amor muy grande. Pero Cristo cambió este rito; la
víctima no es la misma: es Él mismo el que se ofrece en sacrificio.
"¿El
pan que partimos, no es la comunión con el cuerpo del Cristo?"
(1Co 10,16)... ¿Qué es este pan?. El cuerpo de Cristo. ¿En qué se
convierten los que comulgan?. En el cuerpo de Cristo: no una multitud
de cuerpos, sino un cuerpo único.
Lo mismo que el pan, compuesto de tantos granos de trigo, es un solo pan, donde los granos desaparecen, y lo mismo que los granos subsisten allí, pero es imposible distinguirlos en la masa tan bien unida, así nosotros todos, unidos con Cristo, no somos más que uno... ¿Ahora, si todos nosotros participamos del mismo pan, y si todos estamos unidos entre nosotros con Cristo, por qué no mostramos el mismo amor?. ¿Por qué no nos hacemos uno en esto también?.
Lo mismo que el pan, compuesto de tantos granos de trigo, es un solo pan, donde los granos desaparecen, y lo mismo que los granos subsisten allí, pero es imposible distinguirlos en la masa tan bien unida, así nosotros todos, unidos con Cristo, no somos más que uno... ¿Ahora, si todos nosotros participamos del mismo pan, y si todos estamos unidos entre nosotros con Cristo, por qué no mostramos el mismo amor?. ¿Por qué no nos hacemos uno en esto también?.
Así
era al principio: "la multitud de
los creyentes, tenían un sólo corazón y una sola alma"
(Hch. 4, 32)... Cristo vino a buscarte a tí que estabas lejos de Él,
para unirse a tí; ¿y tú, no quieres ser uno con tu hermano?... ¡Te
separas violentamente de Él, después de haber conseguido del Señor,
una gran prueba de Amor y de Vida!.
En efecto, no sólo dio su cuerpo, sino que como nuestra carne, arrastrada por tierra, había perdido la vida, y había muerto por el pecado, introdujo en ella, por así decirlo, otra sustancia, como un fermento: su propia carne, su carne de la misma naturaleza que la nuestra, pero exenta de pecado y llena de vida. Y nos la dio a todos, con el fin de que alimentados en este banquete, con esta nueva carne, pudiéramos entrar en la vida inmortal.
En efecto, no sólo dio su cuerpo, sino que como nuestra carne, arrastrada por tierra, había perdido la vida, y había muerto por el pecado, introdujo en ella, por así decirlo, otra sustancia, como un fermento: su propia carne, su carne de la misma naturaleza que la nuestra, pero exenta de pecado y llena de vida. Y nos la dio a todos, con el fin de que alimentados en este banquete, con esta nueva carne, pudiéramos entrar en la vida inmortal.
San
Juan Crisóstomo (v. 345-407), Doctor de la Iglesia. Homilía 24
sobre la 1ª carta a los Corintios, 2; PG 61, 199
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SOLEMNIDAD
DEL SANTISIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO
LECTURAS
DEL DÍA
PRIMERA
LECTURA
“Te
alimentó con el maná, que tú no conocías, ni conocieron tus
padres”
Lectura
del libro del Deuteronomio 8, 2-3. 14b-16a
Moisés
habló al pueblo diciendo: el camino que el Señor, tu Dios, te ha
hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto, para afligirte,
para ponerte a prueba, y conocer tus intenciones: para saber si
guardas sus preceptos o no.
Él
te afligió, haciéndote pasar hambre, y después te alimentó con el
maná, que tú no conocías, ni conocieron tus padres, para enseñarte
que no sólo vive el hombre de pan, sino de todo cuanto sale de la
boca de Dios.
No
te olvides del Señor, tu Dios, que te sacó de Egipto, de la
esclavitud, que te hizo recorrer aquel desierto inmenso y terrible,
con dragones y alacranes, un sequedal sin una gota de agua, que sacó
agua para ti, de una roca de pedernal; que te alimentó en el
desierto con un maná, que no conocían tus padres.»
Palabra
de Dios.
Salmo
responsorial
Sal
147, 12-13. 14-15. 19-20 (R.: 12a)
R.
Glorifica al Señor, Jerusalén.
Glorifica
al Señor, Jerusalén; alaba a tu Dios, Sión: que ha reforzado los
cerrojos de tus puertas, y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. R.
Ha
puesto paz en tus fronteras, te sacia con flor de harina. Él envía
su mensaje a la tierra, y su palabra corre veloz. R.
Anuncia
su palabra a Jacob, sus decretos y mandatos a Israel; con ninguna
nación obró así, ni les dio a conocer sus mandatos. R.
SEGUNDA
LECTURA
El
pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo
cuerpo
Lectura
de la primera carta del apóstol San Pablo a los Corintios 10, 16-17
Hermanos:
El
cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la
sangre de Cristo?. Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el
cuerpo de Cristo?.
El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, puesto-que comemos todos del mismo pan.
Palabra
de Dios.
Aleluya
Jn 6, 51
EVANGELIO
Yo
soy el pan vivo que ha bajado del cielo -dice el Señor-; el que coma
de este pan vivirá para siempre.
Mi
carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida
Lectura
del Santo Evangelio según San Juan 6, 51-58
En
aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:
-«Yo
soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan
vivirá para siempre. Y el pan que yo daré, es mi carne para la vida
del mundo.»
Disputaban
los judíos entre sí:
-«¿Cómo
puede éste darnos a comer su carne?»
Entonces
Jesús les dijo:
-«Os
aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis
su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe
mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi
carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que
come mi carne, y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él.
El
Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo,
el que me come vivirá por mí.
Éste
es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que
lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre. »
Palabra
de Dios
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MEDITACIONES
SOBRE LA EUCARISTIA
Colección Hablar con Dios de Francisco Fernández Carvajal
“SEÑOR
JESUS, LIMPIAME...”
-
La entrega de Cristo en la Cruz, renovada en la Eucaristía, purifica
nuestras flaquezas.
-
Jesús en Persona viene a curarnos, a consolarnos, a darnos fuerzas.
-
La Humanidad Santísima de Cristo en la Eucaristía.
I.
Pie pellicane, Iesu Domine, me immundum munda tuo sanguine... Señor
Jesús, bondadoso pelícano, a mí, inmundo, límpiame con tu sangre,
de la que una sola gota, puede salvar de todos los crímenes, al
mundo entero (1).
Cuenta
una vieja leyenda, que el pelícano devolvía la vida a sus hijos
muertos hiriéndose a sí mismo, y rociándolos con su sangre (2).
Esta imagen fue aplicada desde muy antiguo a Jesucristo por los
cristianos. Una sola gota de la Sangre Santísima de Jesús,
derramada en el Calvario, hubiera bastado para reparar por todos los
crímenes, odios, impurezas, envidias, de todos los hombres de todos
los tiempos, de los pasados, y de los que han de venir.
Pero Cristo quiso más: derramó hasta la última gota de su Sangre, por la humanidad y por cada hombre, como si sólo hubiera existido Él en la tierra: ... éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros, y por todos los hombres, para el perdón de los pecados, dirá Jesús en la Última Cena, y repite cada día el sacerdote en la Santa Misa, renovando este sacrificio del Señor, hasta el fin de los tiempos.
Al día siguiente, en el Calvario, cuando había ya entregado su vida al Padre, uno de los soldados le abrió el costado con la lanza, y al instante brotó sangre y agua (3), la última que le quedaba. Los Padres de la Iglesia, ven brotar los sacramentos, y la misma vida de la Iglesia, de este costado abierto de Cristo: “Oh muerte queda vida a los muertos! -exclama San Agustín-. ¿Qué cosa más pura que esta sangre?. ¿Qué herida más saludable que ésta?” (4). Por ella somos sanados.
Pero Cristo quiso más: derramó hasta la última gota de su Sangre, por la humanidad y por cada hombre, como si sólo hubiera existido Él en la tierra: ... éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros, y por todos los hombres, para el perdón de los pecados, dirá Jesús en la Última Cena, y repite cada día el sacerdote en la Santa Misa, renovando este sacrificio del Señor, hasta el fin de los tiempos.
Al día siguiente, en el Calvario, cuando había ya entregado su vida al Padre, uno de los soldados le abrió el costado con la lanza, y al instante brotó sangre y agua (3), la última que le quedaba. Los Padres de la Iglesia, ven brotar los sacramentos, y la misma vida de la Iglesia, de este costado abierto de Cristo: “Oh muerte queda vida a los muertos! -exclama San Agustín-. ¿Qué cosa más pura que esta sangre?. ¿Qué herida más saludable que ésta?” (4). Por ella somos sanados.
Santo
Tomás de Aquino, comentando este pasaje del Evangelio, resalta que
San Juan, señala de un modo significativo, aperuit, non vulneravit,
que abrió el costado, no que lo hirió, “porque
por este costado, se abrió para nosotros la puerta de la vida
eterna” (5). Todo esto ocurrió -afirma el Santo en
el mismo lugar- para mostrarnos que a través de la Pasión de
Cristo, conseguimos el lavado de nuestros pecados y manchas.
Los
judíos consideraban, que en la sangre estaba la vida. Jesús derrama
su sangre por nosotros, entrega su vida por la nuestra. Ha demostrado
su amor por nosotros, al lavarnos de nuestros pecados con su propia
sangre, y resucitarnos a una vida nueva (6).
San Pablo afirma, que Jesús fue expuesto públicamente por nosotros en la Cruz: colgaba allí, como un anuncio, para llamar la atención de todo el que pasara delante. Para llamar nuestra atención. Por eso, le decimos hoy, en la intimidad de la oración: Señor Jesús, bondadoso pelícano, a mí, inmundo, que me encuentro lleno de flaquezas, límpiame con tu sangre.
San Pablo afirma, que Jesús fue expuesto públicamente por nosotros en la Cruz: colgaba allí, como un anuncio, para llamar la atención de todo el que pasara delante. Para llamar nuestra atención. Por eso, le decimos hoy, en la intimidad de la oración: Señor Jesús, bondadoso pelícano, a mí, inmundo, que me encuentro lleno de flaquezas, límpiame con tu sangre.
II.
El Señor viene en la Sagrada Eucaristía como Médico, para limpiar
y sanar las heridas, que tanto daño hacen al alma. Cuando hemos ido
a visitarlo, nos purifica su mirada desde el Sagrario. Pero cada día,
si queremos, hace mucho más: viene a nuestro corazón, y lo llena de
gracias.
Antes de comulgar, el sacerdote nos presenta la Sagrada Forma, y nos repite unas palabras, que recuerdan las que el Bautista dijo al oído de Juan y de Andrés, señalando a Jesús que pasaba: Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Y los fieles, responden con aquellas otras del centurión de Cafarnaún, llenas de fe y de amor: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa”.
En aquella ocasión, Jesús se limitó a curar a distancia al siervo de este gentil, lleno de una fe grande. Pero en la Comunión, a pesar de que le decimos a Jesús que no somos dignos, que nunca tendremos el alma suficientemente preparada, Él desea llegar en Persona, con su Cuerpo y su Alma, a nuestro corazón manchado por tantas indelicadezas. Todos los días, repite las palabras que dirigió a sus discípulos, al comenzar la Última Cena: Desiderio desideravi... He deseado ardientemente comer esta Pascua con vosotros... (7).
“Cómo puede llenar nuestro corazón de gozo y de amor, el meditar con frecuencia, el inmenso deseo que tiene Jesús de venir a nuestra alma!. Bien se puede pensar, que “el milagro de la transustanciación, se ha realizado exclusivamente para vosotros. Jesús vino y habitó sólo para vosotros (...).
Ningún intermediario, ningún agente secundario, nos comunicará la influencia que nuestra alma necesita; vendrá Él mismo. “¡Cuánto debe querernos para hacer esto!. “¡Qué decidido debe estar, a que por parte suya no falte nada, que no tengamos ninguna excusa, para rechazar lo que nos ofrece, cuando lo trae Él mismo!“. Y nosotros tan ciegos, tan vacilantes, tan desdeñosos, tan poco dispuestos, a darnos plenamente a Aquel que se da totalmente a nosotros!” (8).
Antes de comulgar, el sacerdote nos presenta la Sagrada Forma, y nos repite unas palabras, que recuerdan las que el Bautista dijo al oído de Juan y de Andrés, señalando a Jesús que pasaba: Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Y los fieles, responden con aquellas otras del centurión de Cafarnaún, llenas de fe y de amor: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa”.
En aquella ocasión, Jesús se limitó a curar a distancia al siervo de este gentil, lleno de una fe grande. Pero en la Comunión, a pesar de que le decimos a Jesús que no somos dignos, que nunca tendremos el alma suficientemente preparada, Él desea llegar en Persona, con su Cuerpo y su Alma, a nuestro corazón manchado por tantas indelicadezas. Todos los días, repite las palabras que dirigió a sus discípulos, al comenzar la Última Cena: Desiderio desideravi... He deseado ardientemente comer esta Pascua con vosotros... (7).
“Cómo puede llenar nuestro corazón de gozo y de amor, el meditar con frecuencia, el inmenso deseo que tiene Jesús de venir a nuestra alma!. Bien se puede pensar, que “el milagro de la transustanciación, se ha realizado exclusivamente para vosotros. Jesús vino y habitó sólo para vosotros (...).
Ningún intermediario, ningún agente secundario, nos comunicará la influencia que nuestra alma necesita; vendrá Él mismo. “¡Cuánto debe querernos para hacer esto!. “¡Qué decidido debe estar, a que por parte suya no falte nada, que no tengamos ninguna excusa, para rechazar lo que nos ofrece, cuando lo trae Él mismo!“. Y nosotros tan ciegos, tan vacilantes, tan desdeñosos, tan poco dispuestos, a darnos plenamente a Aquel que se da totalmente a nosotros!” (8).
Las
faltas y miserias cotidianas, de las que nadie está nunca libre, no
son obstáculo para recibir la Comunión. “No por
reconocernos pecadores, hemos de abstenernos de la Comunión del
Señor, sino más bien, a prestarnos a ella cada vez con mayor deseo.
Para remedio del alma y purificación del espíritu, pero con tal
humildad y tal fe, que juzgándonos indignos de recibir tan gran
favor, vayamos más bien a buscar el remedio de nuestras heridas”.
(9).
Sólo los pecados graves impiden la digna recepción de la Sagrada Eucaristía, si antes no ha tenido lugar la Confesión sacramental, en la que el sacerdote, haciendo las veces de Cristo, perdona los pecados.
Sólo los pecados graves impiden la digna recepción de la Sagrada Eucaristía, si antes no ha tenido lugar la Confesión sacramental, en la que el sacerdote, haciendo las veces de Cristo, perdona los pecados.
La
Redención, su Sangre derramada, se nos aplica de muchas maneras. De
modo muy particular en la Santa Misa, renovación incruenta del
sacrificio del Calvario. En el momento de la Comunión, de manos del
sacerdote, el alma se convierte en un segundo Cielo, lleno de
resplandor y de gloria, ante el cual, los ángeles sienten sorpresa y
admiración. “Cuando le recibas, dile: Señor, espero en Ti; te
adoro, te amo, auméntame la fe. Sé el apoyo de mi debilidad, Tú,
que te has quedado en la Eucaristía, inerme, para remediar la
flaqueza de las criaturas” (10).
III.
...Me immundum, munda tuo sanguine... “, a mí, inmundo, límpiame
con tu sangre... Debemos pedir al Señor, un gran deseo de limpieza
en nuestro corazón. Al menos como aquel leproso, que un día, en
Cafarnaún, se postró delante de Él, y le suplicó que le limpiara
de su enfermedad, que debía de estar ya muy avanzada, pues el
Evangelista, dice que estaba cubierto de lepra (11).
Y Jesús extendió su mano, tocó su podredumbre, y dijo: “Quiero, queda limpio”. Y al instante desapareció de él la lepra. Y eso hará el Señor con nosotros, pues no solamente nos toca, sino que viene a habitar en nuestra alma, y derrama en ella sus gracias y dones.
En
el momento de la Comunión, estamos realmente en posesión de la
Vida. “Tenemos al Verbo encarnado todo entero, con todo lo que
Él es, y todo lo que hace; Jesús, Dios y hombre, todas las gracias
de su Humanidad, y todos los tesoros de su Divinidad, o para hablar
con San Pablo, la riqueza insondable de Cristo (Ef 3, 8)” (12).
En primer lugar, Jesús está en nosotros como hombre. La Comunión derrama en nosotros la vida actual, celestial y glorificada de su Humanidad, de su Corazón y de su Alma. En el Cielo están los ángeles, inundados de felicidad por la irradiación de esta Vida.
En primer lugar, Jesús está en nosotros como hombre. La Comunión derrama en nosotros la vida actual, celestial y glorificada de su Humanidad, de su Corazón y de su Alma. En el Cielo están los ángeles, inundados de felicidad por la irradiación de esta Vida.
Algunos
santos, tuvieron la visión del Cuerpo glorificado de Cristo, como
está en el Cielo, resplandeciente de gloria, y como está en el
alma, en el momento de la Comunión, mientras permanecen en nosotros
las sagradas especies. Dice Santa Angela de Foligno: “era una
hermosura que hacía morir la palabra humana”, y durante mucho
tiempo, conservó de esta visión “una alegría inmensa, una luz
sublime, un deleite indecible y continuo, un deleite deslumbrante,
que sobrepuja a todo deslumbramiento” (13). Éste es el mismo
Jesús, que cada día nos visita en este sacramento, y obra las
mismas maravillas.
También
viene el Señor a nuestra alma, como Dios. Especialmente en esos
momentos, estamos unidos a la vida divina de Jesús, a su vida como
Hijo Unigénito del Padre. Él mismo nos dice: “Yo vivo por el
Padre” (Jn 6, 58). Desde la eternidad, el Padre da a su Hijo,
la vida que tiene en su seno. Y se la da totalmente, sin medida, y
con tal generosidad de amor, que permaneciendo distintos, no forman
más que una divinidad, con una misma vida, plenitud de amor, de la
alegría y de la paz.
“Ésta
es la vida que nosotros recibimos” (14). Ante un misterio tan
insondable, ante tantos dones, ¿cómo no vamos a desear la
Confesión, que nos dispone para recibir mejor a Jesús?. ¿Cómo no
le vamos a pedir, cuando esté en el alma en gracia, que purifique
tantas manchas, tantas flaquezas?. Si el leproso quedó curado, al
ser tocado por la mano de Jesús, ¿cómo no va a quedar purificado
nuestro corazón, si nuestra falta de fe y de amor no lo impide?
Hoy le decimos a Jesús, en la intimidad de la oración: “Señor, si quieres, y Tú quieres siempre, puedes curarme. Tú conoces mi flaqueza; siento estos síntomas, padezco estas otras debilidades. Y le mostramos sencillamente las llagas; y el pus, si hay pus. Señor, Tú que has curado a tantas almas, haz que al tenerte en mi pecho, o al contemplarte en el Sagrario, te reconozca como Médico Divino” (15).
Hoy le decimos a Jesús, en la intimidad de la oración: “Señor, si quieres, y Tú quieres siempre, puedes curarme. Tú conoces mi flaqueza; siento estos síntomas, padezco estas otras debilidades. Y le mostramos sencillamente las llagas; y el pus, si hay pus. Señor, Tú que has curado a tantas almas, haz que al tenerte en mi pecho, o al contemplarte en el Sagrario, te reconozca como Médico Divino” (15).
(1)
Himno Adoro te devote.- (2) Cfr. SAN ISIDORO DE SEVILLA, Etimologías,
12, 7, 26, BAC, Madrid 1982, p. 111.- (3) Jn 19, 34.- (4) SAN
AGUSTIN, Tratado sobre el Evangelio de San Juan, 120, 2.- (5) SANTO
TOMAS, Lectura sobre el Evangelio de San Juan, in loc., n. 2458 .-
(6) Cfr. Apoc 1, 5.- (7) Lc 22, 15.- (8) R. A. KNOX, Sermones
pastorales, pp. 516-517.- (9) CASIANO, Colaciones, 23, 21.- (10) J.
ESCRIVA DE BALAGUER, Forja, n. 832.- (11) Cfr. Lc 5, 12 ss.- (12) P.
M. BERNADOT, De la Eucaristía a la Trinidad, Palabra, 7ª ed.,
Madrid 1976, pp. 22-23.- (13) Cfr. Ibídem.- (14) P. M. BERNADOT, o.
c., p. 24.- (15) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 93.
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Homilía de Benedicto XVI en el Corpus Christi
Cristo sale a las calles y entra en las casas
CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 26 mayo 2005 (ZENIT.org).- Publicamos la homilía que pronunció Benedicto XVI, en el día del Corpus Christi, al celebrar la eucaristía en la plaza de la Basílica de San Juan de Letrán. Tras la celebración, presidió la procesión hasta la Basílica de Santa María la Mayor.
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En la fiesta del Corpus Christi, la Iglesia revive el misterio del Jueves Santo, a la luz de la Resurrección. También en el Jueves Santo, se tiene una procesión eucarística, con la que la Iglesia repite el éxodo de Jesús, del Cenáculo al Monte de los Olivos.
En Israel, se celebraba la noche de Pascua en casa, en la intimidad de la familia; se recordaba así la primera Pascua, en Egipto, la noche en la que la sangre del cordero pascual, rociada en los dinteles y en los postes de las casas, protegía contra el exterminador.
Jesús, en esa noche, sale y se entrega en las manos del traidor, el exterminador, y de este modo, vence a la noche, vence a las tinieblas del mal. Sólo así el don de la Eucaristía, instituida en el Cenáculo, encuentra su cumplimiento: Jesús entrega realmente su cuerpo y su sangre. Atravesando el umbral de la muerte, se convierte en Pan vivo, auténtico maná, alimento inagotable por todos los siglos. La carne se convierte en pan de vida.
En la procesión del Jueves Santo, la Iglesia acompaña a Jesús al Monte de los Olivos: la Iglesia orante siente el vivo deseo de velar con Jesús, de no dejarle solo en la noche del mundo, en la noche de la traición, en la noche de la indiferencia de muchos. En la fiesta del Corpus Christi, reanudamos esta procesión, pero con la alegría de la Resurrección.
El Señor ha resucitado, y nos precede. En las narraciones de la Resurrección, se da un rasgo común y esencial; los ángeles dicen: el Señor «irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis» (Mateo 28, 7). Considerando esto con más atención, podemos decir que este «ir delante» de Jesús implica una doble dirección. La primera, es como hemos escuchado, Galilea. En Israel, Galilea era considerada como la puerta al mundo de los paganos. Y en realidad, precisamente en Galilea, encima del monte, los discípulos ven a Jesús, el Señor, que les dice: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes» (Mateo 28, 19).
La otra dirección en la que precede el Resucitado, aparece en el Evangelio de San Juan, en las palabras de Jesús a Magdalena: «No me toques, que todavía no he subido al Padre…» (Juan 20, 17). Jesús nos precede ante el Padre, sube a la altura de Dios, y nos invita a seguirle. Estas dos direcciones del camino del Resucitado, no se contradicen, sino que indican juntas el camino del seguimiento de Cristo. La verdadera meta de nuestro camino es la comunión con Dios, Dios mismo es la casa de las muchas moradas (Cf. Juan 14, 2 y siguientes).
Pero sólo podemos subir a esta morada, caminando «hacia Galilea», caminando por los caminos del mundo, llevando el Evangelio a todas las naciones, llevando el don de su amor, a los hombres de todos los tiempos. Por ello, el camino de los Apóstoles, se ha extendido por «los confines de la tierra» (Cf. Hechos 1, 6 y siguientes); de este modo, San Pedro y San Pablo llegaron hasta Roma, ciudad que entonces, era el centro del mundo conocido, auténtica «caput mundi».
La procesión del Jueves Santo, acompaña a Jesús en su soledad, hacia el «vía crucis». La procesión del Corpus Christi, por el contrario, responde simbólicamente al mandato del Resucitado: os precedo en Galilea. Id hasta los confines del mundo, llevad el Evangelio al mundo. Ciertamente la Eucaristía, para la fe, es un misterio de intimidad.
El Señor ha instituido el Sacramento en el Cenáculo, circundado por su nueva familia, por los doce Apóstoles, prefiguración y anticipación de la Iglesia de todos los tiempos. Por ello, en la liturgia de la Iglesia antigua, la distribución de la santa comunión, se introducía con las palabras: «Sancta sanctis», el don santo está destinado, a quienes han permanecido santos. Se respondía así a la advertencia, dirigida por San Pablo a los corintios: «Examínese pues cada cual, y coma así el pan y beba del cáliz…» (1 Cor 11, 28).
Sin embargo, de esta intimidad, que es un don sumamente personal del Señor, la fuerza del sacramento de la Eucaristía, va más allá de los muros de nuestras Iglesias. En este sacramento, el Señor se encuentra siempre en camino hacia el mundo. Este aspecto universal de la presencia eucarística, se muestra en la procesión de nuestra fiesta. Llevamos a Cristo, presente en la figura del pan, por las calles de nuestra ciudad.
Encomendamos estas calles, estas casas, nuestra vida cotidiana, a su bondad. ¡Que nuestras calles sean calles de Jesús!. ¡Que nuestras casas, sean casas para Él y con Él!. Que en nuestra vida de cada día, penetre su presencia.
Con
este gesto, ponemos ante sus ojos los sufrimientos de los enfermos,
la soledad de los jóvenes y de los ancianos; las tentaciones, los
miedos, toda nuestra vida. La procesión, quiere ser una bendición
grande y pública para nuestra ciudad: Cristo es en persona, la
bendición divina para el mundo. ¡Que el rayo de su bendición, se
extienda sobre todos nosotros!.
En la procesión del Corpus Christi, acompañamos al Resucitado, en su camino por el mundo entero, como hemos dicho. Y de este modo, respondemos también a su mandato: «Tomad y comed… Bebed todos» (Mateo 26, 26 y siguientes). No se puede «comer» al Resucitado, presente en la forma del pan, como un simple trozo de pan. Comer este pan es comulgar, es entrar en comunión con la persona del Señor vivo.
Esta comunión, este acto de «comer», es realmente un encuentro entre dos personas, es un dejarse penetrar por la vida de quien es el Señor, de quien es mi Creador y Redentor. El objetivo de esta comunión, es la asimilación de mi vida con la suya, mi transformación y configuración, con quien es Amor vivo.
En la procesión del Corpus Christi, acompañamos al Resucitado, en su camino por el mundo entero, como hemos dicho. Y de este modo, respondemos también a su mandato: «Tomad y comed… Bebed todos» (Mateo 26, 26 y siguientes). No se puede «comer» al Resucitado, presente en la forma del pan, como un simple trozo de pan. Comer este pan es comulgar, es entrar en comunión con la persona del Señor vivo.
Esta comunión, este acto de «comer», es realmente un encuentro entre dos personas, es un dejarse penetrar por la vida de quien es el Señor, de quien es mi Creador y Redentor. El objetivo de esta comunión, es la asimilación de mi vida con la suya, mi transformación y configuración, con quien es Amor vivo.
Por
ello, esta comunión implica la adoración, implica la voluntad de
seguir a Cristo, de seguir a quien nos precede. Adoración y
procesión, forman parte, por tanto, de un único gesto de comunión;
responden a su mandato: «Tomad y comed».
Nuestra procesión acaba ante la Basílica de Santa María la Mayor, en el encuentro con la Virgen, llamada por el querido Papa Juan Pablo II «mujer eucarística». María, la Madre del Señor, nos enseña realmente lo que es entrar en comunión con Cristo: María ofreció su propia carne, su propia sangre a Jesús, y se convirtió en tienda viva del Verbo, dejándose penetrar en el cuerpo y en el espíritu, por su presencia.
Nuestra procesión acaba ante la Basílica de Santa María la Mayor, en el encuentro con la Virgen, llamada por el querido Papa Juan Pablo II «mujer eucarística». María, la Madre del Señor, nos enseña realmente lo que es entrar en comunión con Cristo: María ofreció su propia carne, su propia sangre a Jesús, y se convirtió en tienda viva del Verbo, dejándose penetrar en el cuerpo y en el espíritu, por su presencia.
Pidámosle
a ella, nuestra Santa Madre, que nos ayude a abrir cada vez más todo
nuestro ser, a la presencia de Cristo, para que nos ayude a seguirle
fielmente, día tras día, por los caminos de nuestra vida. ¡Amén!
[Traducción del original italiano realizada por Zenit]
ZS05052621
[Traducción del original italiano realizada por Zenit]
ZS05052621
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Comentario
por el P. Raniero Cantalamessa
“Los
dos cuerpos de Cristo”
1
Corintios 10,16-17
El
cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la
sangre de Cristo?. Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el
cuerpo de Cristo?. El pan es uno, y así nosotros, aunque somos
muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan.
En
la segunda lectura, San Pablo nos presenta a la Eucaristía, como
misterio de comunión: "El cáliz que bendecimos, ¿no es
acaso comunión con la sangre de Cristo?. Y el pan que partimos, ¿no
es comunión con el cuerpo de Cristo?".
Comunión
significa intercambio, compartir. La regla fundamental de
compartir es ésta: lo que es mío es tuyo, y lo que es tuyo es mío.
Probemos a aplicar esta regla, a la comunión eucarística, y nos
daremos cuenta de la "enormidad" del tema.
¿"Qué
tengo yo específicamente 'mío' "?. La miseria, el pecado: esto
es exclusivamente mío. ¿Y qué tiene "suyo" Jesús que no
sea santidad, perfección de todas las virtudes?. Entonces
la comunión, consiste en el hecho de que yo doy a Jesús mi pecado y
mi pobreza, y Él me da su santidad. Se realiza el
"maravilloso intercambio", como lo define la liturgia.
Conocemos
diversos tipos de comunión. Una comunión bastante íntima, es la
que se produce entre nosotros y el alimento que comemos, pues éste
se hace carne de nuestra carne, y sangre de nuestra sangre. He oído
a madres decir a su niño, estrechándole hacia su pecho, y
besándole: "¡Te quiero tanto que te comería!".
Es
verdad que la comida, no es una persona viva e inteligente, con la
que podemos intercambiar pensamientos y afectos, pero supongamos por
un momento que lo fuera. ¿Acaso no se tendría la perfecta
comunión?.
Pues es lo que precisamente sucede en la comunión eucarística. Jesús, en el pasaje evangélico, dice: "Yo soy el pan vivo, bajado del cielo... Mi carne es verdadera comida... El que come mi carne tiene vida eterna". Aquí el alimento no es una simple cosa, sino una persona viva. Se tiene la más íntima, si bien la más misteriosa de las comuniones.
Pues es lo que precisamente sucede en la comunión eucarística. Jesús, en el pasaje evangélico, dice: "Yo soy el pan vivo, bajado del cielo... Mi carne es verdadera comida... El que come mi carne tiene vida eterna". Aquí el alimento no es una simple cosa, sino una persona viva. Se tiene la más íntima, si bien la más misteriosa de las comuniones.
Observemos
qué sucede en la naturaleza, en el ámbito de la nutrición. Es el
principio vital más fuerte, el que asimila al menos fuerte. Es el
vegetal el que asimila al mineral; es el animal el que asimila al
vegetal. También en las relaciones entre el hombre y Cristo, se
verifica esta ley. Es Cristo quien nos asimila; nosotros nos
transformamos en Él, no Él en nosotros.
Un
famoso materialista ateo dijo: "El hombre es lo que come".
Sin saberlo, dio una definición óptima de la Eucaristía, gracias a
la cual el hombre se convierte verdaderamente en lo que come, esto
es, ¡en el cuerpo de Cristo!.
Leamos
cómo prosigue, el texto inicial de San Pablo: "Porque aun
siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos
participamos de un solo pan".
Está claro, que en este segundo caso, la palabra "cuerpo" no indica ya el cuerpo de Cristo nacido de María, sino que nos indica a "todos nosotros", indica aquel cuerpo de Cristo más amplio, que es la Iglesia. Esto significa que la comunión eucarística, es siempre también comunión entre nosotros. Comiendo todos del único alimento, formamos un solo cuerpo.
Está claro, que en este segundo caso, la palabra "cuerpo" no indica ya el cuerpo de Cristo nacido de María, sino que nos indica a "todos nosotros", indica aquel cuerpo de Cristo más amplio, que es la Iglesia. Esto significa que la comunión eucarística, es siempre también comunión entre nosotros. Comiendo todos del único alimento, formamos un solo cuerpo.
¿Cuál
es la consecuencia?. Que no podemos tener
verdadera comunión con Cristo, si estamos divididos entre nosotros,
si nos odiamos, si no estamos dispuestos a reconciliarnos.
Si has ofendido a tu hermano, decía San Agustín, si has cometido una injusticia contra él, y después vas a recibir la comunión, es como si nada hubiera pasado, tal vez lleno de fervor ante Cristo, te pareces a quien ve llegar a un amigo, al que no ve desde hace mucho tiempo. Corre a su encuentro, le echa los brazos al cuello, y se pone de puntillas para besarle en la frente.
Pero al hacer esto, no se percata de que le está pisando los pies con su calzado embarrado. Los hermanos, en efecto, especialmente los más pobres y desvalidos, son los miembros de Cristo, son sus pies posados aún en la tierra. Al darnos la sagrada forma, el sacerdote dice: "El cuerpo de Cristo", y respondemos: "¡Amén!". Ahora sabemos a quién decimos "Amen", o sea, sí, te acojo: no sólo a Jesús, el Hijo de Dios, sino también al prójimo.
Si has ofendido a tu hermano, decía San Agustín, si has cometido una injusticia contra él, y después vas a recibir la comunión, es como si nada hubiera pasado, tal vez lleno de fervor ante Cristo, te pareces a quien ve llegar a un amigo, al que no ve desde hace mucho tiempo. Corre a su encuentro, le echa los brazos al cuello, y se pone de puntillas para besarle en la frente.
Pero al hacer esto, no se percata de que le está pisando los pies con su calzado embarrado. Los hermanos, en efecto, especialmente los más pobres y desvalidos, son los miembros de Cristo, son sus pies posados aún en la tierra. Al darnos la sagrada forma, el sacerdote dice: "El cuerpo de Cristo", y respondemos: "¡Amén!". Ahora sabemos a quién decimos "Amen", o sea, sí, te acojo: no sólo a Jesús, el Hijo de Dios, sino también al prójimo.
En
la fiesta del Corpus Domini, no puedo ocultar un pesar. Hay formas de
enfermedad mental, que impiden reconocer a las personas cercanas. Es
cuando hay quien grita durante horas: "¿Dónde está mi hijo?,
¿dónde está mi esposa?, ¿qué fue de ellos?", y tal vez el
hijo o la esposa están ahí, le toman de la mano y le repiten:
"Estoy aquí, ¿no me ves?. ¡Estoy contigo!". Así le
ocurre también a Dios.
Los
hombres, nuestros contemporáneos, buscan a Dios en el cosmos, o en
el átomo; discuten si hubo o no un creador en el inicio del mundo.
Seguimos preguntando: "¿Dónde está Dios?", y no nos
percatamos de que está con nosotros, y se ha hecho comida y bebida,
para estar aún más íntimamente unido a nosotros. San Juan el
Bautista debería repetir tristemente: "En
medio de vosotros, hay uno a quien no conocéis".
La
solemnidad del Corpus Domini, nació precisamente para ayudar a los
cristianos, a tomar conciencia de esta presencia de Cristo entre
nosotros, para mantener despierto lo que Juan Pablo II, llamaba
"estupor eucarístico".
Oración:
Dios Todopoderoso y Eterno, que tu Sagrado Cuerpo y tu Sagrada
Sangre, sea el vínculo de Unión y Amor hacia Tí, y con nuestros
hermanos. Para que cese toda discordia, odio, envidia y codicia, y
marchemos juntos, todos tomados de la mano hacia el Cielo. Amén.
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