Sexta
Feria, 22 de junio
Santo
Tomás More (Moro)
Mártir,
canciller del rey inglés Enrique VIII
Patrono
de los gobernantes y los políticos
“Su
vida nos enseña que el gobierno es, antes que nada, ejercicio de
virtudes”. Papa Juan Pablo II
“Veritas
magna et prevalet”. La verdad suprema prevalece (San Agustín)
"El
hombre no puede ser separado de Dios, ni la política de la moral"
"Ser
buen servidor del rey, pero primero de Dios"
"La
batalla está ganada"
Breve
Nace
en el año 1478, muere mártir en el año 1535, junto con San Juan
Fisher
“Me
pongo totalmente en manos de Dios, con absoluta esperanza y
confianza”, Carta escrita a su hija desde la cárcel
Santo
Tomás Moro, nació en Londres en 1477. Recibió una excelente
educación clásica, graduándose de la Universidad de Oxford en
abogacía. Su carrera en leyes, lo llevó al parlamento.
En
1505 se casó con su querida Jane Colt, con quien tuvo un hijo y tres
hijas. Jane muere joven, y Tomás contrae nuevamente nupcias con
una viuda, Alice Middleton.
Hombre
de gran sabiduría, reformador, amigo de varios obispos.
En
1516, escribió su famoso libro "Utopía". Atrajo la
atención del rey Enrique VIII, quién lo nombró a varios
importantes puestos, y finalmente "Lord Chancellor",
canciller, en 1529. En el culmen de su carrera, Tomás
renunció, en 1532, cuando el rey Enrique persistía en repudiar a su
esposa, para casarse de nuevo, para lo cual el rey, se disponía a
romper la unidad de la Iglesia, y formar la iglesia anglicana bajo su
autoridad.
Santo
Tomás pasó el resto de su vida escribiendo, sobre todo en defensa
de la Iglesia. En 1534, con su buen amigo, el obispo y
Santo Juan Fisher, rehusó rendir obediencia al rey, como cabeza de
la iglesia. Estaba dispuesto a obedecer al rey dentro de su campo de
su autoridad, que es lo civil, pero no aceptaba su usurpación de la
autoridad sobre la Iglesia.
Santo
Tomás y el obispo Fisher, se ayudaron mutuamente a mantenerse fieles
a Cristo, en un momento en que la gran mayoría, cedía ante la
presión del rey, por miedo a perder sus vidas. Ellos demostraron, lo
que es ser de verdad discípulos de Cristo, y el significado de la
verdadera amistad. Ambos pagaron el máximo precio, ya que
fueron encerrados en la Torre de Londres.
Catorce
meses más tarde, nueve días después de la ejecución de San Juan
Fisher, Santo Tomás fue juzgado, y condenado como traidor. Él dijo
a la corte, que no podía ir en contra de su conciencia, y le dijo a
los jueces, que "podemos después en el cielo, felizmente
todos reunirnos para la salvación eterna".
Ya
en el andamio para la ejecución, Santo Tomás le dijo a la gente
allí congregada, que él moría como "El
buen servidor del rey, pero primero está Dios"
("the King's good servant-but God's first"). Nos recuerda
las palabras de Jesús: "Al Cesar lo
que es del Cesar, y a Dios lo que es de Dios".
Fue decapitado el 6 de julio de 1535. Su fiesta es el 22 de junio.
Qué
gran modelo es Santo Tomás Moro para todos, en especial para los
políticos, gobernantes y abogados. Pidámosle que su valentía, les
inspire para mantenerse firmes e íntegros en la verdad, sin guardar
odios ni venganzas.
PENSAMIENTOS
DE SANTO TOMAS MORO
"Si
me distraigo, la Eucaristía me ayuda a recogerme. Si se ofrecen cada
día oportunidades para ofender a mi Dios, me armo cada día para el
combate con la recepción de la Eucaristía. Si necesito una luz
especial, y prudencia para desempeñar mis pesadas obligaciones, me
acerco a mi Señor, y busco Su Consejo y Luz".
"Estas
cosas, buen Señor, por las que rezamos, danos la gracia de
trabajarlas".
"Es
más breve y rápido escribir herejías, que responder a ellas".
Una
imagen de Santo Tomas More en la iglesia anglicana
Por
primera vez en la historia, junio 2002, han puesto una imagen del
mártir en una iglesia anglicana. Es verdaderamente "Un hombre
para todas las épocas" (A Man for All Seasons), tal como se
titula la película sobre su vida.
El
cuadro es obra de Holbein, artista de la corte inglesa. Fue
descubierto por el príncipe de Gales en un acto de reconciliación.
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Sobre
sus escritos:
-por Esteban Kriskovich (Director Instituto Tomás Moro. Universidad Católica. Asunción-Paraguay)
-por Esteban Kriskovich (Director Instituto Tomás Moro. Universidad Católica. Asunción-Paraguay)
En
los catorce meses de prisión, desde el 17 de abril de 1534, al 6 de
julio de 1535, escribió varios cientos de hojas, que forman uno de
los más conmovedores testimonios, de la fidelidad de un ser humano a
su conciencia, a la verdad y a sus principios.
Además
de una numerosa correspondencia, que parcialmente se ha podido
rescatar, y unas cuantas conmovedoras oraciones, encontradas en su
libro de las horas, y una "Instrucción para recibir el cuerpo
de Cristo", ha escrito dos obras impresionantes:
1)
"Diálogo de la fortaleza contra la tribulación",
en el cual dos personajes, Antonio y Vicente, uno anciano y el otro
joven, dialogan ante una eminente invasión turca, de los peligros y
adversidades, que han debido sobrellevar, los cristianos perseguidos
por su fe, dentro y fuera de Inglaterra.
2)
"La agonía de Cristo", obra inconclusa que parece
habérsele arrancado de las manos, justo cuando estaba en el capítulo
de la aprehensión de Cristo, luego de la agonía en el Huerto de los
Olivos. Su última expresión, referida a la captura de Cristo en el
huerto fue "...echaron mano sobre Jesús".
La
imitación a Jesucristo, es la plenitud del hombre, y el amor del
cristiano. Como muy bien lo
dice Alvaro de Silva, Moro escribió este libro con lucidez, afecto y
ternura, pero sin ningún sentimentalismo. El cristiano ha de seguir
los pasos de Cristo, hasta el final, empujado por el amor y la
belleza de Cristo. El Calvario es una montaña, no un hoyo oscuro.
También la Cruz erguida, es un desafío a la ley de la gravedad.
Sobre
ella quiero referirme explícitamente, porque creo que en algunas
páginas, existe algo que luego de casi dos mil años, y de casi
quinientos años, permanece actual.
Moro
hizo de la pasión de Cristo, y de manera dramática, el centro de su
contemplación, durante su encarcelamiento en la Torre de Londres, y
todo el proceso. Para fortalecerse, Moro se ensimisma en
Cristo, y sigue los pasos de Cristo en su agonía, encarcelamiento,
proceso, pasión y muerte.
Y
en un capítulo, que es el que quería recordar, reflexiona el hecho
de que los Apóstoles, en el Huerto de los Olivos, duermen, mientras
el traidor conspira, y Cristo les llama tres veces seguidas, y ellos
se vuelven a dormir, tal vez por cansancio, tal vez por pereza, tal
vez por dolor, pueden existir miles de explicaciones, lo cierto es
que se duermen, mientras Cristo los necesita. ¡Velad y orad!, les
repite, y ellos se vuelven a dormir.
Estado
de somnolencia. ¿No es este contraste, entre el traidor y
los apóstoles como un espejo, y no menos clara que triste y
terrible, de lo que ocurre tantas veces a través de los siglos,
desde aquellos tiempos hasta nuestros días?. La
somnolencia.
Con
razón dice Cristo, que los hijos de las tinieblas, son mucho más
astutos que los hijos de la luz. Y nosotros, ¿estamos despiertos
mientras otros maquinan?; ¿estamos despiertos en nuestras
universidades, fomentando una cultura de la vida humanizadora,
mientras otras universidades pueden estar produciendo tesis
deshumanizante?, ¿estamos despiertos, mientras nuestras leyes,
atentan contra la vida y la dignidad humana?, ¿estamos despiertos,
mientras crean nuevos términos, y manipulan conceptos y el
lenguaje?, legisladores, filósofos, educadores, periodistas,
estudiantes, juristas, jueces, médicos, pastores, intelectuales,
religiosos, hombres de gobierno, padres de familia, familias enteras,
pueblo amante de lo verdadero, ¿estamos
acaso despiertos?.
En
todos sus últimos escritos, se puede notar que Tomás Moro está
prácticamente solo. Si no fuera por la comprensión,
incluso forzada de su hija Margaret, estaría completamente solo.
Pero "solo" en el convencimiento de su participación en la
verdad, y la certeza de la comunión, en esa verdad con todos los
santos. El ex canciller es un hombre solo, pero ¿no es la libertad
original y auténtica, precisamente estar solo el hombre, delante de
su Dios?.
No
se encuentra en los escritos de Moro, ningún fenómeno que ocurrió
a otros santos, como apariciones, voces celestiales, milagros ni
arrebatos místicos. Moro persevera, anclado firmemente en
la claridad de su conciencia cristiana, frente a todo lo que tiene
por delante. Sólo cuenta con su fe y su razón, su libertad anclada
en el amor a Cristo, y a la Iglesia. Ha formado su conciencia durante
largo tiempo. Con estudio y reflexión.
Su
convicción es tan honda y tan pura, que no tiene necesidad de
juzgar, despreciar, o condenar a los demás. Ni disminuye su amor y
respeto al Rey, que le envía a la muerte, ni su lealtad al país que
tanto ama. Pero su amor a Cristo y a la Iglesia es mayor, y fundado
en la clara razón, en la verdad.
Por
esto murió, no tanto por un principio, o idea o tradición, ni
siquiera doctrina, sino por una persona, por Cristo. No
por un amor a Cristo en abstracto, sino a su Iglesia, y a la verdad
revelada en ella, en su caso la aceptación y defensa de la
supremacía espiritual del Romano Pontífice, la "roca".
Moro amaba a Cristo, y comprendió, que negar aquella verdad, o punto
doctrinal, equivalía a renegar de Cristo.
Moro
dentro de su silencio, escogió y valoró cada palabra, para fabricar
una de las protestas más apasionadas, y al mismo tiempo serenas, a
favor de la libertad del espíritu humano, iluminado por la verdad.
El cristiano puede vivir sin muchas cosas, pero no puede vivir sin
libertad. Su pasión por la verdad, debe necesariamente ir unida, a
su pasión por la libertad.
Moro
ingresó en la Torre, por seguir la verdad de su conciencia. No se
adhirió al juramento, porque repugnaba a su conciencia cristiana.
Hacerlo, le hubiera llevado a perder su libertad auténtica, con
mayúsculas, adherida a la verdad, y por consiguiente, a perderse a
sí mismo, para adherirse a la auténtica libertad. Sin esa libertad
original del Espíritu, las demás libertades pueden ser cadenas,
aunque produzcan admiración, y muy hermosas parezcan. Esto es lo que
Moro tiene presente, al hablar en algunas cartas del "respeto a
su alma".
Hablar
de conciencia individual, y de inalienable libertad, no significa de
ningún modo que esté permitido tomar caprichosamente cualquier
decisión, sino más bien, la aptitud y obligación de buscar la
verdad en cualquier asunto, según los medios de que se disponga. Y
por eso fue al suplicio sin hacer concesiones, cuando le hubiera
bastado, aceptar un compromiso equívoco, que todo el mundo esperaba
de él, para hallarse de nuevo en el ocio con dignidad, o en la
mentira con una supuesta dignidad.
La
auténtica libertad es la fuente de la alegría: "La
claridad de mi conciencia, hizo que mi corazón brincara de alegría",
escribió a su hija Margaret, en los últimos meses de vida.
Y esto hacía que el santo, pueda perdonar, rezar por sus enemigos, y
aún en esos momentos difíciles y dolorosos, incluso en el cadalso,
con el buen humor, fruto de la alegría de pertenecer a Cristo, antes
que al propio interés, o a los intereses de Estado.
Un
contemporáneo de Moro, Nicolas Maquiavelo, escribió: "Amo a mi
ciudad, más que a mi propia alma". En esta exclamación, la
trascendencia se borra, el espíritu se aplaca, la conveniencia está
por encima de la verdad, y el ser de las cosas se manipula, causando
incalculables perjuicios. Las consecuencias las conocemos mejor
nosotros, y mucho más trágicamente que Maquiavelo.
Como
decía Chesterton, "dentro de la Iglesia, uno tiene que
quitarse el sombrero, pero no la cabeza". No luchaba Moro
obstinado en su concepción personal ni subjetiva, sino en defensa y
amor a la verdad. No aspiraba a "salirse con la suya", sino
"con la de Dios". Moro murió por una verdad, que en su
época había sido puesta en peligro.
Moro
era un intelectual de primera línea, figura cumbre del humanismo
renacentista europeo. Tomás Moro estudió la cuestión
con objetividad, y se aseguró concienzudamente en la verdad. Su
conciencia estaba bien formada, su fe era razonable, y su contenido
había conocido largas horas de reflexión y de estudio. No murió
por defender una simple opinión de su cabeza, ni por un capricho de
su conciencia, sino por salvaguardar la conciencia en la verdad
objetiva revelada. Se opuso a una ley
dictada al antojo, por intereses del momento.
Se
le cortó la cabeza, porque ella era lo que sus enemigos no pudieron
conquistar en él, y necesitaron de un traidor, que con perjurio lo
acuse infamemente. Parecería que la verdad venció sobre la mentira,
pero ¿ha sido así?.
“Veritas
magna et prevalet”. La verdad suprema prevalece (San Agustín). Su
testimonio aún sigue hasta nuestros días, y nos compromete. El peso
de su carácter, de su energía viril, de su honestidad, de su
formación jurídica, y sus quince meses en prisión es abrumador, en
lo que respecta a sus razones, en defensa de la verdad, de lo que las
cosas son realmente, del bien, de la justicia. Había mantenido con
su inteligencia y prestigio humanista, con la tinta de su pluma, la
fe de siempre, muchos años antes de librar la última batalla con la
sangre de su cabeza.
En
un bote antes de ser apresado, hablando con su yerno William Ropper
sobre la posibilidad de perder su libertad, Moro le manifestó: "La
batalla está ganada". La batalla está
ganada, existen muchas interpretaciones de esta expresión: la
batalla de Moro consigo mismo, la batalla frente a la tentación, la
batalla contra los temores, la batalla del bien contra el mal, la
batalla de la verdad contra la mentira, la batalla de la muerte
contra la vida, la batalla que ya Cristo ganó por nosotros.
La
batalla está ganada, pero no abandonemos la lucha.
Estamos llamados a ser notables soldados de Cristo, sobre todo, para
que no hayan más víctimas inocentes del relativismo en lo concreto.
“Si Dios no existe, ya todo está
permitido” –decía Dostoievsky-. Debemos
prepararnos para ello siempre, para anunciar el esplendor de la
verdad en nuestro mundo, hasta las últimas consecuencias.
Para
terminar, quisiera repetir algunas frases de la entrevista sobre
Tomás Moro a Oscar Luigi Scalfaro, ex presidente de Italia: "Para
ser buenos políticos, hay que ser, ante todo, personas íntegras y
formadas; formadas especialmente en la vivencia según los valores
cristianos. De este modo, pueden ser fuertes interiormente, para
poder resistir a las tentaciones del poder. Fuertes con la gracia de
Dios, que conquista, y que se mantiene con la oración y los
sacramentos. Cuando Moro tenía entre manos, algún asunto importante
o grave, iba a la Iglesia, se confesaba, asistía a Misa, y recibía
la Comunión”.
Reconocía
que el poder era un don que venía de lo alto. El poder
por el poder es diabólico; es el pecado de soberbia; es sobre todo,
pensar en sí, en la propia carrera, en el propio interés. ¡Lo
opuesto al servicio de la comunidad!. La formación de la persona,
forma parte de los derechos y deberes naturales de la familia, es
decir, de los padres.
Ahora
bien, también es un deber primario de la Iglesia, que es madre y
maestra, y tiene la tarea de formar integralmente a sus propios
hijos. La responsabilidad de la Iglesia en este campo es grande:
¿quién mejor que la Iglesia, puede hacer sentir al cristiano, que
como ciudadano, no se puede quedar en casa durmiendo, que el bien
común depende de cada uno, y que el sacrificio por la comunidad, es
un deber de justicia?.
El
desafío es grande, y necesita personas, y sobre todo jóvenes,
dispuestos a vivir la política como una misión, dispuestos a seguir
los grandes ideales del Evangelio, con generosidad y afrontando todo
riesgo.
"Simón,
¿tú duermes?". Pedro y los demás lo amaban con locura,
pero estaban en un estado de somnolencia. "Simón, ¿tu
duermes?", pongamos en lugar de Simón allí nuestro nombre,
y ensimismémonos con esta pregunta de Cristo. Permanezcamos
despiertos.
Estas
Jornadas para muchos en su historia, puede marcar un hito muy
importante. No es casual que nos hallamos encontrado. Dios suele
llamar con una sutileza muy especial. Tal vez, este llamado se haya
dado, con la invitación a participar de estas Jornadas.
El
compromiso es personal. Es personal.
La tarea de la iluminación de la inteligencia no es fácil, pero es
necesaria y apasionante. No estamos solos,
aunque aparentemente lo sintamos así, porque de hecho, estamos
llamados en tiempos difíciles.
La
batalla está ganada, pero la lucha continúa. Todos
estamos llamados para este desafío, aunque nos encontremos
aparentemente solos contra el poder, Dios Padre nos protege, Dios
Hijo Jesucristo nos acompaña, y Dios Espíritu Santo, nos ilumina
con su gracia, y además tenemos la compañía de todos los santos.
El
mundo está hambriento de una respuesta política auténtica y
humana. Dios por algo nos hizo nacer en
este tiempo, y en esta tierra. Respondamos a su
llamado. Muchas gracias.
Cartas
desde la Torre, Introducción, Pág. 16 y 145.
Un hombre solo. Cartas desde la Torre. Rialp. Madrid. 1990. Pág. 148.
La Agonía de Cristo. Rialp. Madrid. 1997. Pág. 21,22 y 76
Louis Brouyer. "Tomás Moro. Humanista y mártir". Encuentro. Madrid. Pág. 88.
Carta de Maquiavelo a Francesco Vettoni el 16 de abril de 1527.
La agonía de Cristo. Introducción de Álvaro de Silva. Pág. 24 y 26
Louis Bouyer. "Tomás Moro. Humanista y Martir". Encuentro. Madrid. Pág. 91.
Un hombre solo. Cartas desde la Torre. Rialp. Madrid. 1990. Pág. 148.
La Agonía de Cristo. Rialp. Madrid. 1997. Pág. 21,22 y 76
Louis Brouyer. "Tomás Moro. Humanista y mártir". Encuentro. Madrid. Pág. 88.
Carta de Maquiavelo a Francesco Vettoni el 16 de abril de 1527.
La agonía de Cristo. Introducción de Álvaro de Silva. Pág. 24 y 26
Louis Bouyer. "Tomás Moro. Humanista y Martir". Encuentro. Madrid. Pág. 91.
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Carta
del Santo Padre Juan Pablo II
declarando a Santo Tomás Moro, patrono de los gobernantes y políticos.
declarando a Santo Tomás Moro, patrono de los gobernantes y políticos.
31
Oct 2000, «motu proprio».
1.
De la vida y del martirio de Santo Tomás Moro, brota un mensaje, que
a través de los siglos, habla a los hombres de todos los tiempos, de
la inalienable dignidad de la conciencia, la cual, como recuerda el
Concilio Vaticano II, «es el núcleo más secreto y más sagrado del
hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más
íntimo de ella» (Gaudium et spes, 16).
Cuando
el hombre y la mujer, escuchan la llamada de la verdad, entonces la
conciencia orienta con seguridad, sus actos hacia el bien.
Precisamente por el testimonio, ofrecido hasta el derramamiento de su
sangre, de la primacía de la verdad sobre el poder, Santo Tomás
Moro es venerado como ejemplo imperecedero de coherencia moral. Y
también fuera de la Iglesia, especialmente entre los que están
llamados a dirigir los destinos de los pueblos, su figura es
reconocida como fuente de inspiración, para una política que tenga
como fin supremo, el servicio a la persona humana.
Recientemente,
algunos Jefes de Estado y de Gobierno, numerosos exponentes
políticos, algunas Conferencias Episcopales y Obispos de forma
individual, me han dirigido peticiones, en favor de la proclamación
de Santo Tomás Moro, como patrono de los gobernantes y de los
políticos. Entre los firmantes de esta petición, hay
personalidades de diversa orientación política, cultural y
religiosa, como expresión de vivo y difundido interés, hacia el
pensamiento y la conducta de este insigne hombre de gobierno.
2.
Tomás Moro vivió una extraordinaria carrera política en su país.
Nacido en Londres en 1478, en el seno de una respetable familia,
entró desde joven al servicio del arzobispo de Canterbury, Juan
Morton, canciller del Reino.
Prosiguió
después los estudios de leyes en Oxford y Londres, interesándose
también, por amplios sectores de la cultura, de la teología y de la
literatura clásica. Aprendió bien el griego, y mantuvo relaciones
de intercambio y amistad, con importantes protagonistas de la cultura
renacentista, entre ellos Erasmo Desiderio de Rotterdam.
Su
sensibilidad religiosa, lo llevó a buscar la virtud, a través de
una asidua práctica ascética: cultivó la amistad con los frailes
menores observantes del convento de Greenwich, y durante un tiempo,
se alojó en la cartuja de Londres, dos de los principales centros de
fervor religioso del Reino.
Sintiéndose
llamado al matrimonio, a la vida familiar, y al compromiso laical, se
casó en 1505 con Juana Colt, de la cual tuvo cuatro hijos. Juana
murió en 1511, y Tomás se casó en segundas nupcias con Alicia
Middleton, viuda con una hija. Fue durante toda su vida, un marido y
un padre cariñoso y fiel, profundamente comprometido en la educación
religiosa, moral e intelectual de sus hijos.
Su
casa acogía yernos, nueras y nietos, y estaba abierta a muchos
jóvenes amigos, en busca de la verdad, o de la propia vocación. La
vida de familia permitía, además, largo tiempo para la oración
común, y la «lectio divina», así como para sanas formas de recreo
hogareño. Tomás asistía diariamente a
misa en la iglesia parroquial, y las austeras penitencias que se
imponía, eran conocidas solamente por sus parientes más íntimos.
3.
En 1504, bajo el rey Enrique séptimo, fue elegido por primera
vez para el Parlamento. Enrique octavo, le renovó el mandato en
1510, y lo nombró también representante de la Corona en la capital,
abriéndole así, una brillante carrera en la administración
pública.
En
la década sucesiva, el rey lo envió en varias ocasiones, para
misiones diplomáticas y comerciales en Flandes, y en el territorio
de la actual Francia. Nombrado miembro del Consejo de la Corona, juez
presidente de un tribunal importante, vicetesorero y caballero, en
1523 llegó a ser portavoz, es decir, presidente de la Cámara de los
Comunes.
Estimado
por todos, por su indefectible integridad moral, la agudeza de su
ingenio, su carácter alegre y simpático, y su erudición
extraordinaria, en 1529, en un momento de crisis política y
económica del país, el rey le nombró canciller del Reino. Como
primer laico en ocupar este cargo, Tomás afrontó un período
extremadamente difícil, esforzándose en servir al rey y al país.
Fiel
a sus principios, se empeñó en promover la justicia, e impedir el
influjo nocivo, de quien buscaba los propios intereses en detrimento
de los débiles. En 1532, no queriendo dar su apoyo al
proyecto de Enrique octavo, que quería asumir el control sobre la
Iglesia en Inglaterra, presentó su dimisión. Se retiró de la vida
pública, aceptando sufrir con su familia, la pobreza y el abandono
de muchos, que en la prueba, se mostraron falsos amigos.
Constatada
su gran firmeza, en rechazar cualquier compromiso contra su propia
conciencia, el Rey, en 1534, lo hizo encarcelar en la Torre de
Londres, dónde fue sometido a diversas formas de presión
psicológica.
Tomás
Moro no se dejó vencer, y rechazó prestar el juramento que se le
pedía, porque ello hubiera supuesto, la aceptación de una situación
política y eclesiástica, que preparaba
el terreno a un despotismo sin control.
Durante
el proceso al que fue sometido, pronunció una apasionada apología
de las propias convicciones, sobre la indisolubilidad
del matrimonio, el respeto del patrimonio jurídico,
inspirado en los valores cristianos, y la libertad de la Iglesia ante
el Estado. Condenado por el tribunal, fue decapitado.
Con
el paso de los siglos, se atenuó la discriminación respecto a la
Iglesia. En 1850, fue restablecida en Inglaterra la jerarquía
católica. Así fue posible, iniciar las causas de canonización de
numerosos mártires. Tomás Moro, junto con otros 53 mártires, entre
ellos el obispo Juan Fisher, fue beatificado por el Papa León XIII
en 1886. Junto con el mismo obispo, fue canonizado después por Pío
XI, en 1935, con ocasión del IV centenario de su martirio.
4.
Son muchas las razones a favor de la proclamación de Santo Tomás
Moro, como patrono de los gobernantes y de los políticos. Entre
éstas, la necesidad que siente el mundo político y administrativo,
de modelos creíbles, que muestren el camino de la verdad, en un
momento histórico, en el que se multiplican arduos desafíos y
graves responsabilidades.
En
efecto, fenómenos económicos muy innovadores, están hoy
modificando las estructuras sociales. Por otra parte, las conquistas
científicas en el sector de las biotecnologías, agudizan la
exigencia de defender la vida humana, en todas sus expresiones,
mientras las promesas de una nueva sociedad, propuestas con buenos
resultados, a una opinión pública desorientada, exigen con urgencia
opciones políticas claras, en favor de la familia, de los jóvenes,
de los ancianos y de los marginados.
En
este contexto, es útil volver al ejemplo de Santo Tomás Moro, que
se distinguió por la constante fidelidad a las autoridades, y a las
instituciones legítimas, precisamente porque en las mismas, quería
servir no al poder, sino al supremo ideal de la justicia.
Su
vida nos enseña que el gobierno es, antes que nada, ejercicio de
virtudes. Convencido de este riguroso imperativo
moral, el estadista inglés, puso su actividad pública al servicio
de la persona, especialmente si era débil o pobre; gestionó las
controversias sociales, con exquisito sentido de equidad; tuteló la
familia, y la defendió con gran empeño; promovió la educación
integral de la juventud.
El
profundo desprendimiento de honores y riquezas, la humildad serena y
jovial, el equilibrado conocimiento de la naturaleza humana, y de la
vanidad del éxito, así como la seguridad de juicio basada en la fe,
le dieron aquella confiada fortaleza interior, que lo sostuvo en las
adversidades, y frente a la muerte. Su santidad, que brilló en el
martirio, se forjó a través de toda una vida entera de trabajo, y
de entrega a Dios y al prójimo.
Refiriéndome
a semejantes ejemplos de armonía, entre la fe y las obras, en la
Exhortación apostólica postsinodal «Christifideles laici» escribí
que «la unidad de vida de los fieles laicos, tiene una gran
importancia. Ellos, en efecto, deben santificarse en la vida
profesional ordinaria. Por tanto, para que puedan responder a su
vocación, los fieles laicos, deben considerar las actividades de la
vida cotidiana, como ocasión de unión con Dios, y de cumplimiento
de su voluntad, así como también de servicio a los demás hombres»
(n. 17).
Esta
armonía entre lo natural y lo sobrenatural, es tal vez el elemento
que mejor define la personalidad del gran estadista inglés. Él
vivió su intensa vida pública, con sencilla humildad, caracterizada
por el célebre «buen humor», incluso ante la muerte.
Éste
es el horizonte, a donde le llevó su pasión por la verdad. El
hombre no se puede separar de Dios, ni la política de la moral. Ésta
es la luz que iluminó su conciencia. Como ya tuve ocasión
de decir, «el hombre es criatura de Dios, y por esto los derechos
humanos, tienen su origen en Él; se basan en el designio de la
creación, y se enmarcan en el plan de la Redención. Podría
decirse, con expresión atrevida, que los derechos del hombre son
también derechos de Dios» (Discurso 7.4.1998, 3).
Y
fue precisamente, en la defensa de los derechos de la conciencia,
donde el ejemplo de Tomás Moro, brilló con intensa luz. Se puede
decir, que él vivió de modo singular, el valor de una conciencia
moral, que es «testimonio de Dios mismo, cuya voz y cuyo juicio,
penetran la intimidad del hombre, hasta las raíces de su alma»
(Enc. «Veritatis splendor», 58). Aunque, por lo que se refiere a su
acción contra los herejes, sufrió los límites de la cultura de su
tiempo.
El
Concilio Ecuménico Vaticano II, en la Constitución «Gaudium et
spes», señala cómo en el mundo contemporáneo, está creciendo «la
conciencia de la excelsa dignidad que corresponde a la persona
humana, ya que está por encima de todas las cosas, y sus derechos y
deberes son universales e inviolables» (n.26).
La
historia de Santo Tomás Moro, ilustra con claridad, una verdad
fundamental de la ética política. En efecto, la defensa
de la libertad de la Iglesia, frente a indebidas injerencias del
Estado, es al mismo tiempo, defensa en nombre de la primacía de la
conciencia, de la libertad de la persona, frente al poder político.
En esto reside, el principio fundamental de todo orden civil, de
acuerdo con la naturaleza del hombre.
5. Confío, por tanto, que la elevación, de la eximia figura de Santo Tomás Moro, como patrono de los gobernantes y de los políticos, ayude al bien de la sociedad. Ésta es, además, una iniciativa en plena sintonía, con el espíritu del Gran Jubileo, que nos introduce en el tercer milenio cristiano.
5. Confío, por tanto, que la elevación, de la eximia figura de Santo Tomás Moro, como patrono de los gobernantes y de los políticos, ayude al bien de la sociedad. Ésta es, además, una iniciativa en plena sintonía, con el espíritu del Gran Jubileo, que nos introduce en el tercer milenio cristiano.
Por
tanto, después de una madura consideración, acogiendo complacido
las peticiones recibidas, constituyo y declaro, patrono de los
gobernantes y de los políticos, a Santo Tomás Moro, concediendo que
le vengan otorgados, todos los honores y privilegios litúrgicos que
corresponden, según el derecho, a los patronos de categorías de
personas.
Sea
bendito y glorificado Jesucristo, Redentor del hombre, ayer, hoy y
siempre.
Roma,
junto a San Pedro, el día 31 de octubre de 2000, vigésimo tercero
de mi Pontificado
IOANNES PAULUS PP.II
N.B.: El texto original de la carta está escrito en latín. La traducción que aquí presentamos, ha sido distribuida por la Sala de Prensa de la Santa Sede.
IOANNES PAULUS PP.II
N.B.: El texto original de la carta está escrito en latín. La traducción que aquí presentamos, ha sido distribuida por la Sala de Prensa de la Santa Sede.
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ORACION
DE SANTO TOMÁS MORO
Dios
Glorioso, dame gracia para enmendar mi vida, y tener presente mi fin,
sin eludir la muerte, pues para quienes mueren en Ti, buen Señor, la
muerte es la puerta a una vida de riqueza.
Y
dame, buen Señor, una mente humilde, modesta, calma, pacífica,
paciente, caritativa, amable, tierna y compasiva en todas mis obras,
en todas mis palabras, y en todos mis pensamientos, para tener el
sabor de tu santo y bendito espíritu.
Dame
buen Señor, una fe plena, una esperanza firme, y una caridad
ferviente, un amor a Ti, muy por encima de mi amor por mí.
Dame,
buen Señor, el deseo de estar contigo, de no evitar las calamidades
de este mundo, no tanto por alcanzar las alegrías del cielo, como
simplemente por amor a Ti.
Y
dame, buen Señor, Tu amor y Tu favor; que mi amor a Tí, por grande
que pueda ser, no podría merecerlo, si no fuera por tu gran bondad.
Buen Señor, dame Tu gracia, para trabajar por estas cosas que te
pido. Amén.
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La
despedida de Tomás Moro a su hija Margarita, escrita en la cárcel
poco antes de su martirio
"Ten,
pues, buen ánimo, hija mía, y no te preocupes por mí, sea lo que
sea que me pase en este mundo. Nada puede pasarme que Dios no quiera.
Y todo lo que Él quiere, por muy malo que nos parezca, es en
realidad, lo mejor".
"Aunque
estoy convencido, mi querida Margarita, de que la maldad de mi vida
pasada es tal, que merecería que Dios me abandonase del todo, ni
por un momento dejaré de confiar en su inmensa bondad. Hasta ahora,
su gracia santísima me ha dado fuerzas para postergarlo todo: las
riquezas, las ganancias y la misma vida, antes que prestar juramento,
en contra de mi conciencia".
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