lunes, 4 de junio de 2018


Segunda Feria, 4 de Junio

San Quirino de Tivoli


San Quirino, en un grabado de Durero de 1517

Obispo y Mártir
+308 - Hungría

Protector contra la gota y los dolores de pies

He confesado al verdadero Dios en Siscia, y aquí haré lo mismo, porque nunca adoré a otro”

Breve
En Sabaria, lugar de Panonia, ejercía como Obispo de Siscia, y fué martirizado bajo el emperador Diocleciano, por la fe en Cristo.

Fué arrojado a un río, con una rueda de molino atada al cuello.
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Entre los muchos mártires que ofrendaron su vida, en las provincias del Danubio, durante el reinado de Diocleciano, uno de los más célebres fue San Quirino, cuyas alabanzas escribieron San Jerónimo, Prudencia y Fortunato.

Las «Actas» en las que se registró su proceso, sus sufrimientos y su muerte, son esencialmente auténticas, a pesar de que estuvieron sujetas a ampliaciones, e intercalaciones de los copistas.

Quirino fue obispo de Siscia, población de la Croacia, que ahora se llama Sisak. Cuando recibió noticias, de que habían llegado las órdenes para aprehenderlo, huyó de la ciudad, pero fue capturado tras una corta persecución, y entonces se le condujo ante el magistrado Máximo.

Éste comenzó por interrogarle sobre su intento de fuga, que el acusado explicó sencillamente, al indicar que sólo había obedecido el consejo de su Señor Jesucristo, el verdadero Dios, quien dijo: «Cuando te veas perseguido en una ciudad, huye a otra».

-¿No sabías que el poder del Emperador, te habría encontrado en cualquier parte?, inquirió el magistrado-. A ése que tú llamas el verdadero Dios, ¿no le puedes pedir que te ayude ahora, una vez que el Emperador te ha atrapado, como vas a comprobarlo en seguida en carne propia?.

-Dios está siempre con nosotros, y puede ayudarnos en cualquier momento -repuso humildemente, y con entera serenidad el obispo-. Estaba conmigo cuando me atraparon, y está conmigo ahora. Es Él quien me fortalece, y el que habla por mi boca.

-¡Hablas demasiado, por lo visto!, cortó Máximo con cierta impaciencia. Y con tanta charla, hace que te olvides, de obedecer los mandatos de nuestro soberano. ¡Lee los edictos, y haz lo que te ordenan!.

Entonces se irguió Quirino para contestar resueltamente, que nunca consentiría en hacer lo que ordenaban los edictos, puesto que lo consideraba como un sacrilegio.

-¡Los dioses que tú adoras no son nada! -exclamó con vehemencia-. Mi Dios, al que yo sirvo, está en el cielo, en la tierra, y en el mar, pero se encuentra por encima de todo, porque todas las cosas están contenidas en Él, todas las cosas fueron creadas por Él, y sólo por Él existen.

-Tú debes ser tan simple como un niño, para creer en esas fábulas -declaró el juez en tono despectivo-; acepta el incienso que te ofrecen mis hombres, quémalo ante los dioses, y serás bien recompensado; pero si te niegas, te sujetaremos a las torturas, y recibirás una muerte horrible.

Sin alterarse en lo más mínimo, Quirino repuso que aceptaba los dolores y la muerte, como una gloria para él, y a continuación, Máximo ordenó que le apalearan. Mientras los soldados descargaban los golpes sobre el cuerpo del anciano, el magistrado le aconsejaba que ofreciera sacrificios, y le prometía hacerlo sacerdote de Júpiter, si accedía.

-Aquí, ahora mismo ejerzo mi sacerdocio, al ofrecerme a Dios -clamó el mártir sin doblegarse. Te agradezco los golpes; no me hacen daño. Con gusto soportaría un tratamiento peor, a fin de dar ánimos, a todos aquellos que son de mi rebaño, para que me sigan por este atajo hacia la vida eterna.

Como Máximo no tenía la autoridad para dictar sentencia de muerte, dispuso que el reo fuera enviado a Amancio, el gobernador de la provincia de Pannonia, Prima.

Los esbirros condujeron al obispo a través de varias ciudades sobre el Danubio, hasta llegar a Sabaria (la actual Szombothely en Hungría), que pocos años más tarde, sería la cuna de San Martín. Ahí compareció ante Amancio, quien luego de leer en voz alta, el informe sobre el juicio previo, preguntó al acusado si lo encontraba correcto.

Éste repuso afirmativamente, y agregó:
-He confesado al verdadero Dios en Siscia, y aquí haré lo mismo, porque nunca adoré a otro. A Él lo llevo en el corazón, y no hay hombre sobre la tierra, que pueda separarlo de mí.

Amancio admitió que se sentía inclinado a perdonar; que no deseaba someter a la tortura, ni mandar matar a un anciano tan venerable como el acusado, y rogó encarecidamente al obispo, que cumpliese con los requisitos que le exigían, para tener la dicha de acabar sus días en paz. Pero en vista de que ni los halagos, ni las promesas, ni las amenazas surtieron efecto, el gobernador no tuvo otra alternativa que la de condenar al reo.

La sentencia de muerte consistía, en atar una piedra al cuello del obispo, y arrojarlo al río Raab. Así se hizo, en presencia de numerosos espectadores, pero el cuerpo del anciano tardó en hundirse, y todos los presentes pudieron oírle rezar, y pronunciar palabras de aliento para su grey, antes de que desapareciera bajo la corriente.

A corta distancia, río abajo, los cristianos rescataron el cadáver. A principios del siglo quinto, los fugitivos que huían de Pannonia, invadida por los bárbaros, llevaron las reliquias de San Quirino a Roma. Ahí quedaron guardadas, en la Catacumba de San Sebastián, hasta el año de 1140, cuando se las trasladó a Santa María en Trastévere.

Fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

El texto de la pasión fue impreso por Ruinart en las Acta Sanctorum, junio, vol. I. Gran interés se despertó en torno a San Quirino, a raíz de las investigaciones de Monseñor de Waal en la región de Panonia, donde se descubrieron los restos de una gran inscripción, en honor del santo. Ver la monografía de de Waal Die Apostelgruft ad Catacombas, impresa como un suplemento al Rómische Quartalschrift (1894); véase también a Duchesne en La Memoria de los Apóstoles de la Via Apia, en sus Memorie della Pontificia Academia romana di Archeologia, vol. I (1923), pp. 8-10; junto con Comentario sobre el Martirologium Hieronymianum, p. 303.

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También celebramos hoy la veneración de otro mártir del mismo nombre. Su cuerpo lo enterraron en las catacumbas de San Ponciano, una vez que lo sacaron del río Tíber, a donde lo habían arrojado.
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Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, te pedimos que nos infundas la misma fortaleza espiritual que concediste a los mártires Quirino, adorándote y sirviéndote sólo a Tí con devoción, todos los días de nuestra Vida. A Tí Señor, que nos dejaste a San Moisés ese mandato, al pie del Monte Sinaí, con las Tablas de la Ley. Amén.


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