Sexta
Feria, 22 de Junio
San
Paulino de Nola
Obispo
y confesor. Exorcista.
(c 353-431)
(c 353-431)
“El
hombre sin Cristo es polvo y sombra”
“Para
mí el único arte es la fe, y Cristo mi poesía”
Breve
Nace
en el año 353, en Burdeos, Francia
Muere el 22 Junio del año 431, en Nola, Italia, provincia de Campaña
Muere el 22 Junio del año 431, en Nola, Italia, provincia de Campaña
Su
padre era un gobernador de familia muy rica. Tuvo como maestros, a
los más famosos literatos de su época. Llegó a ser un reconocido
abogado, con importantes cargos públicos en el Imperio Romano,
por lo que viajó a lo largo y ancho del mismo.
Todos
le admiraban por su educación y su trato. En Milán, se hizo amigo
de San Ambrosio y San Agustín. Mantuvo correspondencia con San
Jerónimo. Recibió el bautismo de su amigo, San Delfín, obispo de
Burdeos.
Se
retiró a España, donde se casó con Teresa. Tras la muerte de su
único hijo, cuando este tenía ocho días de nacido, el matrimonio
decidió repartir sus riquezas entre los pobres, y vivir como
hermanos.
En
la Navidad del año 393, el pueblo pidió al Obispo de Barcelona, que
ordenase a Paulino sacerdote.
Paulino
y Teresa se fueron a vivir a Nola, Italia. Allí junto a la tumba de
San Félix, construyeron su casa, donde vivían austeramente en
oración, y se dedicaban a la ayuda de los pobres.
En
el año 409, al morir el obispo de Nola, el pueblo aclamó a Paulino
como obispo. Fué un pastor ejemplar por 21 años, hasta su muerte.
Sostuvo
una extensa evangelización por correo. De él se
conservan 50 cartas. También escribía bellas poesías. Conocido
también por su poder contra los demonios.
En
el año 410, Nola fue invadida por los vándalos del rey Genserico.
Se llevaron muchos esclavos, entre ellos al hijo único de una pobre
viuda. Paulino se ofreció de esclavo, en lugar de aquel joven. Pero
aquellos invasores, tuvieron un cambio de corazón, y devolvieron
libres al obispo Paulino, y a los demás prisioneros.
Murió
San Paulino el 22 de Junio de 431, a los 74 años de edad, y fue
sepultado en la iglesia de San Félix.
Su
cuerpo fue trasladado a Roma, donde es venerado en la Iglesia de San
Bartolomé, en la isla del Tiber, junto con el Apóstol.
Otros
santos escribieron, sobre sus virtudes de obispo modelo, entre ellos
San Ambrosio, San Jerónimo, San Agustín y San Gregorio de Tours.
Según
San Francisco de Sales, doctor de la amabilidad, San Paulino vivía
un octavo sacramento, que consistía en ser exquisitamente amable y
bien educado con todos.
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Benedicto
XVI
Catequesis
sobre San Paulino de Nola
12-XII-2007
El
padre de la Iglesia que presentamos hoy, es San Paulino de Nola. De
la época de San Agustín, con quien estuvo unido por una intensa
amistad, Paulino ejerció su ministerio en Campania, en Nola, donde
fue monje, y luego presbítero y Obispo.
Ahora
bien, era originario de Aquitania, en el sur de Francia, más en
concreto de Burdeos, donde nació en el seno de una familia de alta
alcurnia. Allí recibió una fina educación
literaria, teniendo por maestro al poeta Ausonio. Se alejó
de su tierra en una primera ocasión, para seguir su precoz carrera
política. Siendo todavía joven, desempeñó el papel de gobernador
de Campania. En este cargo público, destacó por su sabiduría y
mansedumbre.
En
este período, la gracia hizo germinar en su corazón la semilla de
la conversión. La chispa surgió de la fe sencilla e intensa, con la
que el pueblo honraba la tumba de un santo, el mártir Félix, en el
santuario de la actual Cimitile. Como responsable público, Paulino
se preocupó por este santuario, e hizo construir un hospicio para
los pobres, y un camino para hacer más fácil el acceso de los
numerosos peregrinos.
Mientras
se dedicaba a construir la ciudad terrena, descubría el camino hacia
la ciudad celestial. El encuentro con Cristo, fue el punto
de llegada después de un camino arduo, sembrado de pruebas.
Circunstancias dolorosas, comenzando por la pérdida del favor de la
autoridad política, le hicieron tocar con la mano la caducidad de lo
terrenal.
Tras
descubrir la fe, escribirá: «El hombre
sin Cristo es polvo y sombra» (Carmen X, 289).
Buscando
el sentido de la existencia, viajó a Milán para aprender de San
Ambrosio. Después completó la formación cristiana en su tierra
natal, donde recibió el bautismo de manos del obispo Delfín, de
Burdeos.
En
su camino de fe, aparece también el matrimonio. Se casó con Teresa,
una mujer noble de Barcelona, con quien tuvo un hijo. Hubiera seguido
siendo un buen laico cristiano, si la muerte del niño a los pocos
días, no le hubiera sacudido interiormente, mostrándole que Dios
tenía otro designio para su vida. Se sintió llamado a entregarse a
Cristo, en una rigurosa vida ascética.
En
pleno acuerdo con su mujer, Teresa, vendió sus bienes para ayudar a
los pobres, y junto con ella, dejó Aquitania para ir a
vivir a Nola, junto a la basílica del protector San Félix, en casta
fraternidad, según una forma de vida, a la que otros se unieron. El
ritmo era típicamente monástico, pero cuando Paulino, que fue
ordenado presbítero en Barcelona, comenzó a ejercer también el
ministerio sacerdotal con los peregrinos.
Esto
le atrajo la simpatía y la confianza de la comunidad cristiana, que
al morir el obispo, hacia el año 409, le eligió como sucesor en la
cátedra de Nola. Su acción pastoral se intensificó,
caracterizándose por una atención por los pobres.
Dejó
la imagen de un auténtico pastor de la caridad, como lo describió
San Gregorio Magno, en el capítulo III de sus Diálogos, en donde
Paulino es retratado, en el heroico gesto de ofrecerse como
prisionero, en lugar del hijo de una viuda.
El episodio es discutido históricamente, pero queda la figura de un
obispo de gran corazón, que supo estar junto a su pueblo, en las
tristes contingencias de las invasiones de los bárbaros.
La
conversión de Paulino impresionó a sus contemporáneos. Su maestro,
Ausonio, poeta pagano, se sintió «traicionado», y le dirigió
palabras duras, reprendiéndole por su «desprecio», considerado
irrazonable, de los bienes materiales, y por abandonar su vocación
de escritor.
San
Paulino replicó, que su ayuda a los pobres, no significaba desprecio
por los bienes terrenales, sino más bien, valorarlos con el fin más
elevado de la caridad. Por lo que se refiere a sus
capacidad literaria, Paulino no había abandonado el talento poético,
que seguiría cultivando, sino las fórmulas poéticas, inspiradas en
la mitología y en los ideales paganos. Una
nueva ascética regía su sensibilidad: era la belleza del Dios
encarnado, crucificado y resucitado, de
quien ahora se había convertido en trovador.
En
realidad, no había dejado la poesía, sino que pasaba a buscar
inspiración en al Evangelio, como dice en este verso: «Para
mí el único arte es la fe, y Cristo mi poesía»
(«At nobis ars una fides, et musica Christus»: Carme XX, 32).
Sus
poemas son cantos de fe y de amor, en los que la historia diaria, de
los pequeños y grandes acontecimientos, es vista como historia de
salvación, como historia de Dios con nosotros.
Muchas
de estas composiciones, los así llamados «Cármenes de Navidad»,
están ligados a la fiesta anual del mártir Félix, a quien había
escogido como patrono celestial. Recordando a San Félix, quería
glorificar al mismo Cristo, convencido de que la intercesión del
santo, le había alcanzado la gracia de la conversión: «En
tu luz, glorioso, he amado a Cristo» (Carmen XXI,
373).
Expresó
este mismo concepto, ampliando el espacio del santuario, con una
nueva basílica, que decoró de manera que las pinturas, ilustradas
con explicaciones adecuadas, se convirtieran para los peregrinos en
una catequesis visual.
De
este modo, explicaba su proyecto en un carmen, dedicado a otro gran
catequista, San Niceto de Remesiana, mientras le acompañaba en una
visita a sus basílicas: «Ahora quiero
que contemples, la larga serie de pinturas de las paredes de los
pórticos... Nos ha parecido útil representar con la pintura,
argumentos sagrados en toda la casa de Félix, con la esperanza de
que al ver estas imágenes, la figura dibujada, suscite el interés
de las mentes sorprendidas de los campesinos» (Carmen
XXVII, versículos 511.580-583). Todavía hoy se pueden admirar
aquellos vestigios, que hacen del santo de Nola una de las figuras de
referencia de la arqueología cristiana.
En
el cenobio de Cimitile, la vida discurría en pobreza, oración, y
totalmente sumergida en la lectio divina. La Escritura leída,
meditada, asimilada, era el rayo de luz, a través del cual, el santo
de Nola escrutaba su alma, en su búsqueda de la perfección.
A
quien se sorprendía, por la decisión de abandonar los bienes
materiales, le recordaba que este gesto, no representaba ni muchos
menos la plena conversión: «Abandonar o
vender los bienes temporales, poseídos en este mundo, no
significa el cumplimiento, sino sólo el inicio de la carrera en el
estadio; no es, por
así decir, la meta, sino sólo la salida. El atleta no gana cuando
se quita los vestidos, pues los deja a un lado, para poder comenzar a
luchar. Sólo recibe la corona de vencedor, después de haber
combatido como se debe» (Cf. Epístola XXIV, 7 a
Sulpicio Severo).
Junto
a la ascesis y a la Palabra de Dios, estaba la caridad. En la
comunidad monástica, los pobres se sentían en su casa. San Paulino
no se limitaba a darles limosna: les acogía como si fuera el mismo
Cristo.
Les
reservaba un ala del monasterio, y de este modo, no tenía la
impresión de dar, sino de recibir, en el intercambio de dones, entre
la acogida ofrecida, y la gratitud hecha oración, de aquellos a
quienes ayudaba. Llamaba a los pobres sus «dueños» (Cf. Epístola
XIII, 11 a Pamaquio), y al observar que se alojaban en el piso
inferior, les decía que su oración, desempeñaba la función de los
cimientos de su casa (Cf. Carmen XXI, 393-394).
San
Paulino no escribió tratados de teología, sino que sus cármenes y
su denso epistolario, están llenos de una teología vivida,
penetrada por la Palabra de Dios, escrutada constantemente como luz
para la vida. En particular, expresa el sentido de la Iglesia como
misterio de unidad.
Vivía
la comunión, sobre todo, a través de una profunda práctica de la
amistad espiritual. En este sentido, San Paulino fue un verdadero
maestro, haciendo de su vida, un cruce de caminos de espíritus
elegidos: de Martín de Tours a Jerónimo, de Ambrosio a Agustín, de
Delfín de Burdeos a Niceto de Remesiana, de Vitricio de Rouen, a
Rufino de Aquileya, de Pamaquio a Sulpicio Severo, y muchos más, ya
sean conocidos o no. En este clima, nacen las intensas páginas que
dirigió a San Agustín.
Independientemente
de los contenidos de las diferentes cartas, impresiona el ardor, con
el que el santo de Nola canta la amistad misma, como manifestación
del único cuerpo de Cristo, animado por el Espíritu Santo.
Este
es un significativo pasaje, de los inicios de la correspondencia
entre los dos amigos: «No hay que
sorprenderse si nosotros, a pesar de la lejanía, estamos juntos, y
sin habernos conocido nos conocemos, pues somos miembros de un solo
cuerpo, tenemos una sola cabeza, hemos quedado inundados por una sola
gracia, vivimos de un solo pan, caminamos por un camino único,
vivimos en la misma casa» (Epístola 6, 2).
Como
puede verse, se trata de una bellísima descripción de lo que
significa ser cristianos, ser Cuerpo de Cristo, vivir en la comunión
de la Iglesia. La teología en nuestro tiempo, ha
encontrado precisamente en el concepto de comunión, la clave para
afrontar el misterio de la Iglesia.
El
testimonio de San Paulino de Nola, nos ayuda a experimentar la
Iglesia, tal y como la presenta el Concilio Vaticano II: sacramento
de la íntima unión con Dios, y de este modo, de la unidad de todos
nosotros, y por último de todo el género humano (Cf. Lumen gentium,
1). Con esta perspectiva, os deseo a todos vosotros un feliz tiempo
de Adviento.
Oración:
Dios Todopoderoso y Eterno, que a imitación del Obispo San Paulino,
podamos sentir y vivir una auténtica Amistad y Amor hacia Tí, junto
con el Agradecimiento por todo lo que nos enseñaste, y sufriste por
nosotros en la Tierra, y por abrirnos las puertas del Cielo, y
enviarnos al Espíritu Santo. A Tí Señor, que te declaraste, en la
Última Cena, nuestro amigo. Amén.
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