Cuarta
Feria, 20 de junio
LOS
MÁRTIRES INGLESES
(s.
XVI)
¿Cuántos
años crees que podría vivir en mi casa?", preguntó Santo
Tomás Moro a su mujer. "Por lo menos veinte, porque no eres
viejo", le dijo ella. "Muy mala ganga, puesto que quieres
que cambie por veinte años, toda la eternidad”
Breve
Fueron
hombres y mujeres, clérigos y laicos, que dieron su vida por la fe
entre los años 1535 y 1679 en Inglaterra.
Asombra
realmente lo que sucedió, rayano en lo más primitivo de lo que nos
podamos imaginar, por parte de las autoridades civiles, tanto
católicas primero, como protestantes después. Recemos por el Eterno
descanso de todos, católicos y protestantes, víctimas de un absurdo
enfrentamiento.
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DAVID
LIONEL GREENSTOCK
Cuando
se habla de los mártires ingleses, se entiende aquellos héroes,
sacerdotes y seglares, hombres y mujeres, que dieron sus vidas
durante la Reforma en Inglaterra, en un esfuerzo supremo para
conservar la fe, la misa y los sacramentos en aquella isla.
Para
entender mejor lo que les llevó a la muerte por su religión, será
menester hacer un pequeño resumen de la historia de aquella Reforma,
tal como se desarrolló en Inglaterra. Es decir, es necesario
comprender el origen, naturaleza y tendencias de la causa en que
perdieron la vida. Si no, nunca podremos comprender por qué se les
acusó de traición, por qué fueron tan vanas las acusaciones
lanzadas contra ellos, y por qué fueron aceptadas dichas acusaciones
tantas veces, juntamente con pruebas ridículas contra su defensa,
delante de los tribunales.
El
protestantismo no logró tener éxito en Inglaterra, hasta el reinado
de Eduardo VI. Todo lo contrario, al rey Enrique VIII le fue
concedido por el Papa, el título de defensor de la fe, por sus
escritos contra aquella herejía. Sin embargo, la semilla de la
separación entre Inglaterra y la Iglesia católica, había sido
sembrada hacía años, puesto que el poder de la Corona, y el del
monarca, habían aumentado mucho desde las guerras de las Rosas, de
tal manera que la Iglesia en Inglaterra, llegó a ser un instrumento
más en las manos del rey.
Por
lo tanto, cuando Enrique VIII decidió casarse con Ana Bolena,
divorciándose de su legítima esposa, Catalina de Aragón, pocas
fueron las voces levantadas en contra de él, dejando aparte la de
Santo Tomás Moro y San Juan Fisher. Así llegó el cisma; pero
todavía no había entrado la herejía.
El
protestantismo empezó su trabajo nefasto, en el reinado del joven
Eduardo VI, introduciéndose primero entre los ministros del rey, y
más tarde, apoderándose, sin mucha oposición, de las grandes
ciudades, tanto como de los condados del este del país. Cuando llegó
al trono la reina María, hija legítima de Enrique VIII y Catalina
de Aragón, defensora de la verdadera religión y ferviente católica,
el protestantismo tenía mucha fuerza en todo el país.
Por
esta razón, el renacimiento del catolicismo durante su reinado, duró
muy poco, escasamente cuatro años, desde su proclamación oficial
hecha por el Parlamento.
Después
de la muerte de María, heredó el trono Isabel I, en el año 1558, y
ésta, olvidando enseguida su solemne promesa de mantener en el reino
la fe católica, se rodeó
de consejeros y ministros protestantes, de los cuales Guillermo
Cecil, puede considerarse el jefe y prototipo. Entonces
empezó la verdadera lucha entre la herejía, y las fuerzas de la
Contrarreforma, tanto que la mayoría de los mártires, fueron
ejecutados durante estos años, siendo relativamente pocos los que
murieron durante el período de Carlos I, Jaime I y el protector
Cromwell.
Sin
embargo, la persecución no empezó de una manera abierta y violenta,
debido a que Isabel I y sus ministros,
habían condenado de una manera tan rotunda las ejecuciones de
protestantes, durante el reinado de María, que sería
demasiado ingenuo lanzarse en seguida, a su vez, a asesinar a los
católicos.
Así,
por lo menos, pensó Cecil, el primer ministro de Isabel. Primero
sería necesario consolidar la posición del protestantismo, y
preparar el terreno. Esto lo hizo con dos
leyes, el decreto de Supremacía, y el acta de Uniformidad, en el año
1559. Con estos decretos, se planteó un grave problema, que hasta
entonces no había surgido, y por tanto, frente a él, los mismos
católicos se encontraron desconcertados,
Antes
se había discutido mucho la relación entre el poder de la Iglesia y
el del Estado, manteniéndose firme el derecho de la Iglesia, de
nombrar a los obispos, y de concederles sus poderes jurisdiccionales,
mientras el Estado había conseguido en Inglaterra, el derecho de
exigir contribuciones del clero, y de juzgarles.
Ahora
se planteó un problema muy distinto, puesto que el rey se declaró
monarca, no solamente en cuanto a las cosas civiles del país, sino
también de las espirituales y religiosas dentro de su reino.
Algunos
de sus súbditos —la mayoría— resolvieron el problema, aceptando
con sumisión los decretos reales, viendo en ellos solamente los
deseos del rey de enriquecerse, mediante una confiscación de los
bienes de la Iglesia en el país, especialmente de los grandes
monasterios.
Otros,
y al principio fueron muy pocos, dieron sus vidas antes de ceder al
monarca, lo que consideraban una prerrogativa del Romano Pontífice.
Es decir, éstos vieron en el problema su aspecto teológico,
mientras los otros no vieron más que el aspecto político-social.
Pero vamos a continuar con nuestra historia.
El
levantamiento en el norte de Inglaterra en el año 1569, por motivos
puramente religiosos, hizo a Cecil cambiar su política, y desde
entonces la persecución de los católicos fue más dura, tanto
que en el año 1570, el papa San Pío V, excomulgó a la reina
Isabel.
En
seguida, Cecil tomó su revancha. Identificando el protestantismo con
el espíritu nacional, empezó a calificar de traidores, a todos los
que propagaron la noticia de la sentencia papal, a todos los
sacerdotes que continuaron en la verdadera fe, juntamente con los que
les ayudaran con dinero, y les hospedaran en sus casas. Pero
al mismo tiempo, había empezado aquel movimiento espiritual que
llamamos la Contrarreforma.
Con
sus ojos abiertos por la sentencia papal lanzada contra la reina,
muchos católicos se marcharon de Inglaterra al extranjero,
formándose así verdaderas colonias en muchos países, entre éstos,
jóvenes dispuestos a dar sus vidas para conservar la fe en
Inglaterra.
En
1556 el cardenal Allen, abrió su famoso seminario en Douai, mandando
desde allí, a los primeros misioneros en el año 1574. Un poco más
tarde, abrió otro seminario en Roma, en 1578, y en 1589 todavía
otro en Valladolid. El de Roma, como el de Valladolid, perduran aún,
y continúan su trabajo de educar y mandar sacerdotes a todas partes
de Inglaterra.
Tanto
como la oposición, la resistencia de los
católicos se había endurecido. La persecución continuó
bastantes años todavía, hasta el fin del gobierno del protector
CromweIl; pero llegó a su punto más feroz,
después del decreto del año 1585, contra la misa y los sacerdotes.
Según
este decreto, todos los sacerdotes de la isla, tendrían que salir de
ella en un plazo de cuarenta días; el mero
hecho de ser sacerdotes era un acto de traición a la nación;
los que estaban estudiando en seminarios fuera del país, tendrían
que volver a él dentro de un período de seis meses, y prestar un
juramento de fidelidad a la reina, como cabeza de la nación y de la
Iglesia.
Los
que rehusaron cumplir estas condiciones, fueron declarados traidores,
juntamente con todos los que les ayudaron en cualquiera forma. Les
esperaba la pena de muerte. Ésta, en general, fue la
situación política y religiosa de aquellos tiempos. Ahora,
examinemos con más detalle la vida de aquellos gloriosos mártires y
su muerte.
Al
terminarse la persecución, 316 personas habían dado sus vidas, para
conservar los restos de la fe en Inglaterra. De éstas, 79 fueron
seglares, y 237 sacerdotes, de los cuales 85 eran religiosos de
distintas Ordenes religiosas, entre ellas jesuitas, dominicos,
benedictinos y franciscanos.
Al
leer estas cifras, nuestra primera reacción es: ¿por qué fueron
tan pocos?. La respuesta a esta pregunta no es sencilla, pero podemos
resumirla, diciendo que al principio, no se vio claramente el peligro
que encerró el cisma, en tiempos de Enrique VIII, siendo solamente
cincuenta, los que murieron por la fe durante su reinado.
Pero
entre ellos, encontramos aquellos dos santos, Santo
Tomás Moro y San Juan Fisher, obispo de Rochester, y gran defensor
de la reina Catalina de Aragón. Además, la supresión de
los monasterios, y la flaqueza de los obispos en tiempos de Enrique,
planteó un problema para los fieles y para los sacerdotes. No
tuvieron más remedio que seguir el ejemplo de sus obispos.
En
tiempos de Isabel I, como hemos indicado, se endureció la
resistencia, pero ya era demasiado tarde, para conseguir la completa
conversión de la isla. Sin embargo, tenemos que decir que si hoy
día, la misa se celebra en Inglaterra, y si hay cuatro millones de
católicos fervorosos allí, este hecho se debe, en gran parte, al
sacrificio de aquellos católicos, que murieron entre 1535 y 1679.
No
podemos escribir aquí las vidas de cada uno de los mártires, puesto
que no disponemos de espacio suficiente para ello. Por tanto, los
vamos a dividir en dos grupos: los seglares y los sacerdotes.
Entre
los seglares, encontramos todas las clases sociales, desde lo más
alto hasta lo más bajo, desde un canciller del reino, hasta un
simple obrero. Entre ellos hay tres mujeres. Cada uno dio
su vida en circunstancias muy distintas, pero todos murieron por la
misma causa: su fe.
Entre
ellos se destaca, tanto por su carácter, como por las circunstancias
de su muerte, el canciller Santo Tomás
Moro. Intimo compañero y amigo del rey Enrique VIII,
abogado distinguido, de mucha cultura general, amigo de Erasmo,
cariñoso padre de familia, era un hombre muy simpático, por razón
de su buen humor, y además, era un católico fervoroso.
Cuando
vio que no era compatible con su religión, aceptar el juramento de
sumisión a Enrique, como cabeza de la Iglesia en Inglaterra,
presentó su dimisión, tratando de vivir una vida tranquila en su
casa, sin más complicaciones. Pero por fin fue arrestado, e
interrogado en la Torre de Londres. A todos
los esfuerzos para convencerle, de que debía prestar el juramento,
contestó sencillamente que no podía reconciliarlo con su
conciencia.
Cuando
su propia mujer, añadió sus esfuerzos a los de sus amigos, le
contestó, "¿Cuántos años crees
que podría vivir en mi casa?". "Por lo menos veinte,
porque no eres viejo", le dijo ella. "Muy mala ganga,
puesto que quieres que cambie por veinte años, toda la eternidad”.
Por
fin, murió después de quince meses en la cárcel. Su
catolicismo se demuestra en la pequeña obra “Diálogo en tiempos
de tribulación”, que escribió en la cárcel; mientras
su buen humor se reveló en los últimos momentos de su vida, cuando
al agachar la cabeza sobre la madera, para recibir el hachazo, dijo,
quitando su barba de la madera: "Dejadme
quitar la barba de aquí; ésa no ha cometido ninguna traición".
La
mayoría de los otros, murieron porque ayudaron a los sacerdotes en
su trabajo como misioneros, ocultándoles en sus casas, preparándoles
escondites donde podían refugiarse con sus hábitos, y con todo lo
que podía demostrar, que se había celebrado misa en aquel lugar.
Entre
ellos, encontramos a tres mujeres. Una, Ana
Line, fue condenada por tener sacerdotes en su casa.
Antes de ser ahorcada, dijo a la muchedumbre: "Me
han condenado por recibir en mi casa a sacerdotes. Ojalá donde
recibí uno, pudiera haber recibido a miles, y no me arrepiento por
lo que he hecho".
Las
últimas palabras de Margarita Clitheroe
fueron: "Este camino al cielo, es
tan corto como cualquier otro”. Margarita
Ward perdió la vida porque llevó en una cesta, la
cuerda con que se escapó de la cárcel el padre Watson, sabiendo que
de ser descubierta, nada la podría salvar de la horca. Los jueces
hicieron lo posible para que prometiese ir a la iglesia protestante,
pero su contestación fue sencilla y clara: "Eso
no me lo permite la conciencia".
La
vida de los sacerdotes es más fácil de describir, por la semejanza
que existe entre ellas. Se educaron en seminarios y colegios en el
extranjero, (en España había tres: en Valladolid, Madrid y
Sevilla), cursando sus años de filosofía y teología. Después
de ordenarse, se marchaban a Inglaterra, disfrazados de comerciantes,
soldados, criados, etc., sabiendo que la muerte les acechaba a cada
paso. Algunos fueron hechos prisioneros nada más al
llegar, mientras otros consiguieron pasar muchos años
desapercibidos, sin despertar las sospechas de las autoridades
civiles.
Pero
más tarde o más temprano, para todos llegó el momento de la
prueba. Generalmente debido a informes de algún traidor o espía,
los guardias les buscaban, encontrándoles a veces en el acto de
celebrar la misa, o escondidos con sus hábitos sacerdotales en una
casa.
Encadenados,
pasaban un periodo indefinido en la cárcel, donde eran interrogados
repetidas veces, para conseguir las pruebas necesarias contra ellos,
y los nombres de aquellos, que les habían dado alojamiento o ayuda,
tanto como los sitios donde habían celebrado la misa.
Pero
fieles a su fe y su vocación, en ningún caso revelaban datos
importantes. Por lo que eran sometidos a la
tortura, para conseguir por la fuerza, lo que no quisieron decir
libremente. Esta tortura fue tan
dura a veces, que al llegar al juicio público, había que dejarles
sentar, porque no tenían fuerza suficiente para mantenerse de pie.
Las
condiciones en la cárcel fueron tan miserables, que algunos murieron
allí, sin llegar a la horca. Un alumno del Colegio Inglés de
Valladolid, fue traicionado por su propio padre, quien después de la
muerte de su hijo en la cárcel, rehusó darle cristiano entierro.
Después
del interrogatorio oficial, venían las disputas con los pastores
protestantes, quienes trataban de conseguir la apostasía de los
misioneros, mediante sus argumentos, sin éxito, saliendo vencidos
por la sabiduría y la paciencia de los mártires, debidamente
preparados, durante sus estudios para este momento.
Luego
venía el juicio, del cual sabemos todos los detalles, puesto que los
documentos oficiales y deposiciones, se encuentran en los archivos
del Estado todavía. Un estudio de estos
documentos, nos revela que la causa principal fue siempre religiosa,
disfrazada bajo acusación de traición.
Los
documentos del juicio del Beato Edmundo Campion, uno de los más
renombrados mártires de la Compañía de Jesús, también demuestran
la insuficiencia de las pruebas admitidas por el juez, tanto como el
truco principal que utilizaron los jueces, para conseguir la condena,
cuando las otras pruebas les fallaron.
Este
método consistió en una serie de preguntas, como las siguientes:
"¿Aceptaría usted la libertad, tanto para usted como para
su Iglesia, si esto fuese posible?". Dada la contestación
afirmativa, el juez continuó: "¿La aceptaría de manos de
una fuerza papal?. En caso de una
invasión de este reino, por las fuerzas papales, ¿qué debe hacer
un buen católico?". Como ningún católico de
aquellos tiempos podía dar una contestación satisfactoria a estas
preguntas, no había dificultad en condenarles como traidores al
reino. Campion denunció con toda su elocuencia, la injusticia de
este truco en su juicio.
Después
de la sentencia condenatoria, les dejaban en la cárcel unos días
más, sacándoles solamente para llevarles a la horca, atados a una
especie de trineo arrastrado por un caballo, siendo acompañados
siempre por el pastor protestante, discutiendo con ellos, sin duda
para que no tuviesen oportunidad para hablar con amigos, o rezar en
paz.
Al
llegar al sitio de su martirio, les quitaban la ropa, dejándoles
solamente la camisa, así facilitaban el cumplimiento de los últimos
detalles de la sentencia brutal. Ataban la cuerda al palo, y el
mártir subía las escaleras de la horca. La gente alrededor esperaba
un discurso del condenado, y muchos de los
mártires aprovecharon esta ocasión, para hacer su última
predicación de la verdadera fe, a la gente ignorante que les
rodeaba.
Después
de rezar una oración, sin miedo alguno, y muchas veces con visible
alegría, se preparaban para el supremo sacrificio. Quitando las
escaleras, o el carro debajo de sus pies, el verdugo les dejaba
congestionarse, hasta casi perder el conocimiento. En
este momento les echaba al suelo, donde les quitaban las entrañas y
el corazón. A muy pocos, como favor especial, les dejaron
en la horca hasta morir, y la mayoría tuvieron bastantes fuerzas,
para elevar una última oración al cielo, en el momento de quitarles
el corazón. Luego les cortaban la cabeza, y
les descuartizaban, con el fin de exponer sus restos en un lugar
público.
Así
murieron por su fe, sabiendo que otros vendrían detrás de ellos
para continuar su trabajo. En efecto, al recibir las noticias del
martirio, los estudiantes, todavía en sus colegios en el extranjero,
solían acudir a la capilla para cantar el Te Deum y la Salve,
En
el Colegio de Valladolid, esta ceremonia tenía lugar delante de una
estatua de la Virgen, mutilada por las tropas inglesas durante el
saqueo de Cádiz. Como siempre, de la sangre de los mártires,
brotó una resistencia cada día más fuerte y más eficaz. España
puede tener el merecido orgullo, de haber dado refugio a muchos de
aquellos sacerdotes, puesto que el Colegio de Valladolid, cuenta
entre sus alumnos de aquellos tiempos veintitrés mártires,
diecinueve de ellos ya beatificados por la Iglesia. El país tendrá
su recompensa, por ese acto de generosidad y verdadero espíritu
católico.
Quizá
sea verdad, que la resistencia a la Reforma, fue menos dura y eficaz
en Inglaterra, que en otros países de Europa; pero también es
cierto que el heroísmo de los pocos que lucharon tanto, perdiendo
sus vidas por la causa de la fe, es un ejemplo, no solamente para los
católicos ingleses, sino también para el mundo entero.
De
aquellos esfuerzos y de aquella sangre, ha brotado la fe de nuevo en
la isla, tanto que podemos afirmar, que no fue derramada en vano. Lo
mismo se dirá de todos los mártires de la Santa Iglesia, y mientras
existan hombres y mujeres que estén dispuestos a sacrificar todo,
incluso sus vidas, por la causa de la verdad, aquella verdad
triunfará sobre todos los obstáculos, y todos los perseguidores.
Oración:
Dios Todopoderoso y Eterno, que suscitaste a todos los
católicos mártires, a defender las creencias cristianas y católicas
en Inglaterra, te pedimos que su sacrificio, así como el de los
protestantes ejecutados anteriormente, sea la prenda de paz entre
todos los cristianos, y así llevar a la Gran Bretaña y todo el
Continente Europeo, de nuevo al fervor religioso y misionero que supo
tener para iluminar el mundo. A Tí Señor, que nos dijiste que
seremos reconocidos por la gente como discípulos tuyos, cuando vean
como nos amamos. Amén.
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