jueves, 9 de julio de 2020


9 de julio

Santos Nicolás Pick, Willaldo y compañeros mártires, franciscanos

LOS SANTOS MÁRTIRES DE GORKUM


Los Mártires de Gorkum de Cesare Fracassini

 († 1572)

Breve
Fueron los primeros martirizados de Holanda, en el inicio de la rebelión de Martín Lutero, contra el Papa.

Este terrible suceso fue posterior, al ocurrido durante el reinado de Isabel I de Inglaterra, y que culminó con el martirio de Santo Tomás Moro, y el Cardenal Juan Fisher de Rochester. Los motivos fueron similares.

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LÁZARO DE ASPURZ, O. F. M. CAP.
La primera página de la historia de la nacionalidad holandesa, está manchada de sangre. Hoy quisieran borrarla todos los holandeses, aun los protestantes más reaccionarios. Fueron jornadas inexplicables, en un pueblo que pasa, como prototipo de la cordura, y de sentido de la tolerancia.

Para comprender lo que entonces sucedió, se precisa trasladarse al clima político, religioso, y también social de los Países Bajos, de la segunda mitad del siglo XVI, ricos y superpoblados, invadidos por los predicadores calvinistas, y alzados en guerra sin cuartel, contra el dominio español.

El año 1566, con la aparición en escena, del partido de los gueux o "mendigos", señala el comienzo, de una serie de devastaciones iconoclastas, en todo el Flandes español, no sin la connivencia de la nobleza. Felipe II envía al duque de Alba. La sola presencia del gran estratega, alma recta y mano dura, impone el orden y el silencio. Silencio rencoroso, precursor de las grandes catástrofes.

Guillermo de Nassau, saca partido de la situación, para levantar la bandera de la independencia. El duque de Alba, le derrota en todos los frentes. Pero allí queda, la pesadilla de los "mendigos del mar", guarecidos en las islas que ciñen la costa. Gente desgarrada, rechazada en todos los países, sin otro vínculo que el odio a los papistas, y la sed de pillaje.

Desde 1571, los manda el conde de la Marck, que ha jurado no raparse la barba, ni cortarse las uñas, hasta el día en que haya vengado, en los sacerdotes y religiosos, la muerte de los condes de Egmont y de Hornes, ajusticiados por los españoles.

Un golpe audaz, le ha puesto en posesión, de la importante plaza fuerte de Brielle, en la desembocadura del Mosa. Iglesias y conventos son saqueados, quemadas las imágenes, asesinados con crueldad refinada los eclesiásticos, que no logran ponerse a salvo.

El 25 de junio de 1572, una flotilla comandada por el capitán Marino Brant, atacaba la pequeña ciudad de Gorkum. Las fuerzas fieles al rey, hubieron de hacerse fuertes en la ciudadela, donde fueron a refugiarse, todos los sacerdotes y religiosos. Pertenecían al clero secular, el párroco Leonardo Vechel, su coadjutor Nicolás Jarissen, y un anciano de setenta años, por nombre Godofredo van Duynen.

Los dos primeros, estaban en la plenitud de sus fuerzas, y tenían prominente celo pastoral; eran intrépidos defensores de su grey, y llenos de caridad para con los pobres. El anciano vivía retirado en su casa de Gorkum, debido al debilitamiento de sus aptitudes físicas, pero que no le impedía ejercer, las funciones sacerdotales, ni llevar una intensa vida interior.

El grupo más importante de los refugiados, estaba formado por trece franciscanos de la Observancia, que componían con algunos más, la comunidad existente en la ciudad. La gobernaba como guardián, un religioso de dotes excepcionales, el padre Nicolás Pieck, joven de treinta y ocho años, en cuyo semblante, se reflejaban sin par, la penetración de la mente y la limpidez serena del espíritu.

Era su vicario el padre Jerónimo de Weert, de trato agradable y ejemplar, en la guarda de sus obligaciones religiosas. Venían después, los padres Nicasio de Heeze, eximio director de almas; Teodoro van der Eem, anciano de setenta años, que desempeñaba la capellanía, del monasterio de religiosas de la Tercera Orden; Willehald de Dinamarca, venerable y austero nonagenario, expulsado de su patria, por la persecución protestante; Antonio de Weer, Antonio de Hoornaaxt, el recién ordenado Francisco van Rooy, y un padre llamado Guillermo, que constituía la nota discordante del cuadro, pues tenía contristada a la comunidad, con su conducta poco espiritual. Completaban la comunidad los hermanos legos, fray Pedro de Assche, fray Cornelio de Wyk-by-Duurnstende, y el novicio de dieciocho años, fray Enrique.

Había también un religioso agustino, el padre Juan de Oosterwyk, capellán del segundo monasterio, de las religiosas de Gorkum. Las dos comunidades femeninas, habían sido puestas a salvo con anterioridad.

Asimismo, habían dejado la ciudad a tiempo, los canónigos del Cabildo; a excepción del doctor Pontus van Huyter, administrador de los bienes capitulares, quien se hallaba con los demás, en el castillo.

En la noche del 27 de junio, la guarnición tuvo que capitular. Brant juró respetar la vida y la libertad, de todos los defensores y refugiados. Pero ¿podía confiarse en la palabra de aquella gente?. Como primera precaución, todos se confesaron, y se aprestaron, con el Pan de los fuertes, para la inmolación.

Las escenas que siguieron, vinieron a confirmar plenamente los presentimientos. Primero, el saqueo general. Después el despojo a los detenidos, uno a uno. Los gueux querían dinero, y como los franciscanos, fieles cumplidores de su regla, no lo llevaban, fueron maltratados sin piedad.

El hallazgo de los cálices, y demás vasos sagrados ocultos en la torre, dio pie para una orgía sacrílega. Durante ocho días, tuvieron que soportar cuantas burlas y crueldades, es capaz de inventar una soldadesca ebria: parodias litúrgicas, simulacros de ejecución, torturas inauditas.

Al padre Pieck, le suspendieron con su propio cordón; éste se rompió, y el guardián, cayó al suelo sin sentido. Los verdugos, para comprobar si había muerto, le aplicaron una llama a los oídos, a la nariz, y en el interior de la boca.

Para curarle, fue preciso llamar un cirujano, que resultó ser su propio cuñado, ardid de que se sirvieron los familiares, para poder libertarlo, como ya se había conseguido con otros dos sacerdotes. El padre Pieck, en efecto, era natural de Gorkum, donde tenía parientes, y amigos de influencia. Merced a ellos, tuvo desde el primer momento, la libertad en su mano.

Su respuesta, sin embargo, lo mismo ante el cirujano, que ante sus dos hermanos, ladeados ya hacia la herejía, y empeñados hasta el trance final, en doblegarle con ruegos, persuasiones y amenazas, fue invariablemente la del superior, fiel a su puesto:

 —No aceptaré la libertad, si no es juntamente con mis religiosos.


El 7 de julio, eran conducidos a Brielle. Los reclamaba el conde de la Marck, desde su cuartel general. Y el emisario de confianza, fue el canónigo apóstata Juan de Omal, auténtica estampa del renegado. Las befas y malos tratos, se multiplicaron durante el trayecto, hasta la llegada al puerto de Brielle.

Medio desnudos, y atados de dos en dos, fueron conducidos a la ciudad, entre los insultos soeces del populacho, y obligados a parodiar una procesión. El canto escogido por los confesores de la fe, fue el Te Deum.

En la inmunda cárcel, adonde fueron hacinados, hallaron a los párrocos Andrés Wouters y Andrés Bonders. Aquel mismo día, se les unieron dos religiosos premonstratenses: Jacobo Lacops, que seis años antes, había dado el escándalo de hacerse pastor protestante, pero lo había reparado con una vida ejemplar, y Adrián de Hilvarenbeek. Sumaban en total, veintitrés los prisioneros.

Era demasiado hermoso. El conde de la Marck y su satélite, Juan de Omal, buscaban la apostasía. Y se iniciaron, taimados interrogatorios, proposiciones, disputas sobre puntos de fe. Fue conmovedora la respuesta, en que se cerró el lego fray Cornelio, ante las capciosas argumentaciones:

 —Yo creo en todo lo que cree mi superior.

Hubo defecciones dolorosas. Pontus van Huyter y Andrés Bonders, lograron la libertad claudicando. El guardián, hubo de sufrir el ataque supremo de los suyos: “¡qué le costaba lograr que sus religiosos, sin negar ningún artículo de la fe, retiraran la obediencia al Papa, al menos fingidamente!”.

A la una de la mañana, del día 9, fue la ejecución. Pieck subió el primero a la horca, sin dejar de animar a los demás. Ante el patíbulo, hubo aún otras dos deserciones: la del padre Guillermo, tibio hasta el final, y la del novicio imberbe fray Enrique. Los demás afrontaron la muerte con serenidad, resistiendo hasta el final, a las insinuaciones de los ministros calvinistas,

Los diecinueve fueron canonizados por Pío IX, el 29 de junio de 1867.

Oración: Haz Señor y Dios Todopoderoso, que por los méritos e intercesión, de los santos mártires de Gorkum, y de los santos Pedro Canisio y Santa Liduvina de Schiedam, también holandeses, que Holanda vuelva con fervor a la Fe Católica y Apostólica, y la preserves de todo mal, y la bendigas con tu paz. A Tí Señor, que nos bendijiste con el saludo de Paz, en el tiempo Pascual. Amén.


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