miércoles, 15 de julio de 2020


15 de Julio

San Buenaventura
(1217-74)


Cardenal, Obispo y General de la Orden Franciscana
Doctor de la Iglesia

En una oportunidad, recibió la Sagrada Hostia en su boca, de manos de un ángel, ante la vista de la Asamblea

La perfección del cristiano, consiste en hacer perfectamente, las cosas ordinarias. La fidelidad en las cosas pequeñas, es una virtud heroica”

Impongamos silencio, a nuestras preocupaciones, deseos e imaginaciones”

Breve
Nació alrededor del año 1218, en Bagnoregio, en la región toscana; estudió filosofía y teología en París, y habiendo obtenido el grado de maestro, enseñó con gran provecho, estas mismas asignaturas a sus compañeros de la Orden franciscana.

Fue elegido ministro general de su Orden, cargo que ejerció, con prudencia y sabiduría.

-Conocido como el "Doctor Seráfico", por sus escritos encendidos, de Fe y Amor a Jesucristo.

Escribió la vida de San Francisco, y muchas obras filosóficas y teológicas.

-Fue ordenado Cardenal, y Obispo de la diócesis de Albano.
-Murió en Lyon, en el año 1274.

-Sus restos están en Bagnoregio

Recomiendo de manera especial, una lectura completa de todo este contenido, ya que sentirás una profunda claridad, en tu mente y corazón. San Buenaventura, es un auténtico genio esclarecido; es como posarse en las fuertes alas de un gran águila, y tener una visión privilegiada de la espiritualidad.

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Lo único que sabemos, acerca de este ilustre hijo de San Francisco de Asís, por lo que se refiere a sus primeros años, es que nació en Bagnorea, cerca de Viterbo, en el año 1221, y que sus padres fueron Juan Fidanza y María Ritella. Después de tomar el hábito, en la orden seráfica, estudió en la Universidad de París, bajo la dirección del maestro inglés, Alejandro de Hales.

San Buenaventura, a quien la historia debía conocer, con el nombre de "el doctor seráfico", enseñó teología y Sagrada Escritura, en la Universidad de París, desde el año 1248 a 1257.

A su genio penetrante, unía un juicio muy equilibrado, que le permitía ir al fondo de las cuestiones en discusión, y dejar de lado todo lo superfluo, para discernir el núcleo de lo esencial, y poner al descubierto, los sofismas de las opiniones erróneas.

Nada tiene pues de extraño, que el santo se haya distinguido en la filosofía, y teología escolásticas. Buenaventura ofrecía todos los estudios, a la gloria de Dios y a su propia santificación, sin confundir el fin con los medios, y sin dejar que degenerara su trabajo, en disipación y vana curiosidad.

La oración, clave de la vida espiritual
No contento con transformar el estudio, en una prolongación de la plegaria, consagraba gran parte de su tiempo, a la oración propiamente dicha, convencido de que ésa, era la clave de la vida espiritual. Porque como lo enseña San Pablo, sólo el Espíritu de Dios, puede hacernos penetrar sus secretos designios, y grabar sus palabras en nuestros corazones.

Tan grande era la pureza e inocencia del santo, que su maestro, Alejandro de Hales, afirmaba que "parecía que no había pecado en Adán". El rostro de Buenaventura reflejaba el gozo, fruto de la paz en que su alma vivía. Como el mismo santo escribió, "el gozo espiritual es la mejor señal, de que la gracia habita en un alma".

El santo no veía en sí, más que faltas e imperfecciones, y por humildad, se abstenía algunas veces, de recibir la comunión, por más que su alma ansiaba, unirse al objeto de su amor, y acercarse a la fuente de la gracia.

Pero un milagro de Dios, permitió a San Buenaventura, superar tales escrúpulos. Las actas de canonización, lo narran así: "Desde hacía varios días, no se atrevía a acercarse al banquete celestial. Pero cierta vez en que asistía a la Misa, y meditaba sobre la Pasión del Señor, Nuestro Salvador para premiar su humildad y su amor, hizo que un ángel tomara de las manos del sacerdote, una parte de la hostia consagrada, y la depositara en su boca".

A partir de entonces, Buenaventura comulgó sin ningún escrúpulo, y encontró en la Santa Comunión, una fuente de gozo y de gracias. El santo, se preparó a recibir el sacerdocio, con severos ayunos y largas horas de oración, pues su gran humildad, le hacía acercarse con temor y temblor, a esa altísima dignidad. La Iglesia recomienda a todos los fieles, la oración que el santo compuso, para después de la misa, y que comienza así: Transfige, dulcissime Domine Jesu...

Celo por las almas
Buenaventura se entregó con entusiasmo, a la tarea de cooperar con la salvación de su prójimo, como lo exigía la gracia del sacerdocio. La energía con que predicaba la palabra de Dios, encendía los corazones de sus oyentes; cada una de sus palabras, estaba dictada por un ardiente amor.

Durante los años que pasó en París, compuso una de sus obras más conocidas, el "Comentario sobre las Sentencias de Pedro Lombardo", que constituye una verdadera suma de teología escolástica. El Papa Sixto IV, refiriéndose a esa obra, dijo que "la manera como se expresa sobre la teología, indica que el Espíritu Santo hablaba por su boca".

Víctima de ataques
Los violentos ataques, de algunos de los profesores de la Universidad de París, contra los franciscanos, perturbaron la paz de los años que Buenaventura pasó en esa ciudad. Tales ataques se debían, en gran parte, a la envidia que provocaban los éxitos pastorales y académicos, de los hijos de San Francisco, ya que la Santa Vida de los frailes, resultaba un reproche constante, a la mundana existencia de otros profesores. El líder de los que se oponían a los franciscanos, era Guillermo de Saint Amour, quien atacó violentamente a San Buenaventura, en una obra titulada, "Los peligros de los últimos tiempos".

Éste tuvo que suspender sus clases, durante algún tiempo, y contestó a los ataques, con un tratado sobre la pobreza evangélica, con el título de "La Perfección Evangélica".

El Papa Alejandro IV, nombró a una comisión de cardenales, para que examinasen el asunto en Anagni, con el resultado de que fue quemado públicamente, el libro de Guillermo de Saint Amour, fueron devueltas sus cátedras a los hijos de San Francisco, y fue ordenado el silencio a sus enemigos. Un año más tarde, en 1257, San Buenaventura y Santo Tomás de Aquino, recibieron juntos el título de doctores.

Sus escritos, y anhelo de la perfección cristiana
San Buenaventura escribió un tratado, "Sobre la vida de perfección", destinado a la Beata Isabel, hermana de San Luis de Francia, y a las Clarisas Pobres del convento de Longchamps.

Otras de sus principales obras místicas, son el "Soliloquio", y el tratado "Sobre el triple camino". Es conmovedor el amor que respira, cada una de las palabras de San Buenaventura.

Gerson, el erudito y devoto canciller de la Universidad de París, escribe a propósito de sus obras: "A mi modo de ver, entre todos los doctores católicos, Eustaquio (porque así podemos traducir el nombre de Buenaventura), es el que más ilustra la inteligencia, y enciende al mismo tiempo el corazón. En particular, el Breviloquium Itinerarium mentis in Deum, están compuestos con tanto arte, fuerza y concisión, que ningún otro escrito puede aventajarlos".

Y en otro libro comenta: "Me parece que las obras de Buenaventura, son las más aptas para la instrucción de los fieles, por su solidez, ortodoxia y espíritu de devoción. Buenaventura se guarda cuanto puede, de los vanos adornos, y no trata de cuestiones de lógica o física, ajenas a la materia. No existe doctrina más sublime, más divina y más religiosa que la suya".

Estas palabras se aplican sobre todo, a los tratados espirituales, que reproducen sus meditaciones frecuentes, sobre las delicias del cielo, y sus esfuerzos por despertar en los cristianos, el mismo deseo de la gloria, que a él le animaba.

Como dice en un escrito, "Dios, todos los espíritus gloriosos, y toda la familia del Rey Celestial nos esperan, y desean que vayamos a reunirnos con ellos. ¡Es imposible que no se anhele, ser admitido en tan dulce compañía!. Pero quien en este valle de lágrimas, no haya tratado de vivir con el deseo del cielo, elevándose constantemente sobre las cosas visibles, tendrá vergüenza al comparecer, a la presencia de la corte celestial".

Según el Santo, la perfección cristiana, más que en el heroísmo de la vida religiosa, consiste en hacer bien las acciones más ordinarias. He aquí sus propias palabras: "La perfección del cristiano, consiste en hacer perfectamente las cosas ordinarias. La fidelidad en las cosas pequeñas, es una virtud heroica". En efecto, tal fidelidad constituye, una constante crucifixión del amor propio, un sacrificio total de la libertad, del tiempo y de los afectos, y por ello mismo, establece el reino de la gracia en el alma.

El mejor ejemplo que puede darse, de la estima en que San Buenaventura tenía, a la fidelidad en las cosas pequeñas, es la anécdota que se cuenta de él, y del Beato Gil de Asís (23 de abril).

Es elegido superior general de los Franciscanos
En 1257, Buenaventura fue elegido superior general de los Frailes Menores. No había cumplido aún los treinta y seis años, y la orden estaba desgarrada por la división, entre los que predicaban una severidad inflexible, y los que pedían que se mitigase la regla original; naturalmente, entre esos dos extremos, se situaban todas las otras interpretaciones.

Los más rigoristas, a los que se conocía, con el nombre de "los espirituales", habían caído en el error y en la desobediencia, con lo cual, habían dado argumentos válidos, a los enemigos de la orden, en la Universidad de París. El joven superior general, escribió una carta a todos los provinciales, para exigirles la perfecta observancia de la regla, y la reforma de los relajados, pero sin caer en los excesos de los espirituales.

El primero de los cinco capítulos generales, que presidió San Buenaventura, se reunió en Narbona, en 1260. Ahí presentó, una serie de declaraciones de las reglas que fueron adoptadas, y ejercieron gran influencia sobre la vida de la orden, pero no lograron aplacar a los rigoristas. A instancias de los miembros del capítulo, San Buenaventura empezó a escribir, la vida de San Francisco de Asís.

La manera en que llevó a cabo esa tarea, demuestra que estaba empapado de las virtudes del santo, sobre el cual escribía. Santo Tomás de Aquino, que fue a visitar un día a Buenaventura, cuando éste se ocupaba de escribir la biografía del "Pobrecillo de Asís", le encontró en su celda, sumido en la contemplación. En vez de interrumpirle, Santo Tomás se retiró diciendo: "Dejemos a un santo, trabajar por otro santo".

La vida escrita por San Buenaventura, titulada "La Leyenda Mayor", es una obra de gran importancia, acerca de la vida de San Francisco, aunque el autor manifiesta en ella, cierta tendencia a forzar la verdad histórica, para emplearla como testimonio, contra los que pedían la mitigación de la regla.

Lo nombran cardenal
San Buenaventura gobernó la orden de San Francisco, durante diecisiete años, y se le llama con razón, el segundo fundador. En 1265, a la muerte de Godofredo de Ludham, el Papa Clemente IV, trató de nombrar a San Buenaventura arzobispo de York, pero el santo consiguió disuadirle de ello.

Sin embargo, al año siguiente, el Beato Gregorio X, le nombró cardenal y obispo de Albano, le ordenó aceptar el cargo por obediencia, y le llamó inmediatamente a Roma. Los legados pontificios, le esperaban con el capelo, y las otras insignias de su dignidad; según se cuenta, y fueron a su encuentro hasta cerca de Florencia, y le hallaron en el convento franciscano de Mugello, lavando los platos.

Como Buenaventura tenía las manos sucias, rogó a los legados, que colgasen el capelo en la rama de un árbol, y que se paseasen un poco por el huerto, hasta que terminase su tarea. Sólo entonces, San Buenaventura tomó el capelo, y fue a presentar a los legados, los honores debidos.

Gregorio X, encomendó a San Buenaventura, la preparación de los temas que se iban a tratar, en el Concilio ecuménico de Lyon, acerca de la unión con los griegos ortodoxos, ya que el emperador Miguel Paleólogo, había propuesto la unión a Clemente IV.

Los más distinguidos teólogos de la Iglesia, asistieron a dicho Concilio. Como se sabe, Santo Tomás de Aquino murió cuando se dirigía a él. San Buenaventura fue sin duda, el personaje más notable de la asamblea.

Llegó a Lyon con el Papa, varios meses antes, de la apertura del Concilio. Entre la segunda y la tercera sesión, reunió el capítulo general de su orden, y renunció al cargo de superior general. Cuando llegaron los delegados griegos, el santo inició las conversaciones con ellos, y la unión con Roma se llevó a cabo. En acción de gracias, el Papa cantó la misa, el día de la fiesta de San Pedro y San Pablo. La epístola, el evangelio y el credo, se cantaron en latín y en griego, y San Buenaventura predicó en la ceremonia.

Muere el Doctor Seráfico
El Seráfico Doctor murió durante las celebraciones, la noche del 14 al 15 de julio. Ello le ahorró la pena de ver a Constantinopla, rechazar la unión, por la que tanto había trabajado. Pedro de Tarantaise, el dominico que ciñó más tarde la tiara pontificia, con el nombre de Inocencio V, predicó el panegírico de San Buenaventura, y dijo en él: "Cuantos conocieron a Buenaventura, le respetaron y le amaron. Bastaba simplemente con oírle predicar, para sentirse movido a tomarle por consejero, porque era un hombre afable, cortés, humilde, cariñoso, compasivo, prudente, casto, y adornado de todas las virtudes".

La autoridad al servicio
Se cuenta que como superior general, fue un día a visitar el convento Foligno. Cierto frailecillo, tenía muchas ganas de hablar con él, pero era demasiado humilde y tímido, para atreverse.

Pero en cuanto partió San Buenaventura, el frailecillo cayó en la cuenta, de la oportunidad que había perdido, y echó a correr tras él, y le rogó que le escuchase un instante. El santo accedió inmediatamente, y tuvo una larga conversación con él, a la vera del camino.

Cuando el frailecillo partió de vuelta al convento, lleno de consuelo, San Buenaventura observó ciertas muestras de impaciencia, entre los miembros de su comitiva, y les dijo sonriendo: "Hermanos míos, perdonadme, pero tenía que cumplir con mi deber, porque soy a la vez superior y siervo, y ese frailecillo es a la vez, mi hermano y mi amo. La regla nos dice: ‘Los superiores deben recibir a los hermanos, con caridad y bondad, y portarse con ellos, como si fuesen sus siervos, porque los superiores son, en verdad, los siervos de todos los hermanos’. Así pues, como superior y siervo, estaba yo obligado a ponerme, a la disposición de ese frailecillo, que es mi amo, y a tratar de ayudarle lo mejor posible, en sus necesidades".

Tal era el espíritu, con que el santo gobernaba su orden. Cuando se le había confiado, el cargo de superior general, pronunció estas palabras: "Conozco perfectamente mi incapacidad, pero también sé cuán duro, es dar coces contra el aguijón. Así pues, a pesar de mi poca inteligencia, de mi falta de experiencia en los negocios, y de la repugnancia que siento por el cargo, no quiero seguir opuesto, al deseo de mi familia religiosa, y a la orden del Sumo Pontífice, porque temo oponerme con ello, a la voluntad de Dios. Por consiguiente, tomaré sobre mis débiles hombros, esa carga pesada, demasiado pesada para mí. Confío en que el cielo me ayudará, y cuento con la ayuda, que todos vosotros podéis prestarme".

Estas dos citas, revelan la sencillez, la humildad y la caridad, que caracterizaban a San Buenaventura. Y por ese motivo, ha merecido el título de "Doctor Seráfico", por las virtudes angélicas que realzaban su saber.

Fue canonizado en el año 1482, y declarado Doctor de la Iglesia, en 1588.

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Del oficio de lectura, Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús (viernes posterior, al segundo domingo, después de Pentecostés)

En Tí está la fuente viva
De las obras de San Buenaventura, Obispo
Opúsculo 3, El árbol de la vida 29-30.47

Y tú, hombre redimido, considera quién, cuál y cuán grande, es éste que está pendiente de la cruz por ti. Su muerte resucita a los muertos, su tránsito lo lloran los cielos y la tierra, y las mismas piedras, como movidas de compasión natural, se quebrantan. ¡Oh corazón humano, más duro eres que ellas, si con el recuerdo de tal víctima, ni el temor te espanta, ni la compasión te mueve, ni la compunción te aflige, ni la piedad te ablanda!.

Para que del costado de Cristo, dormido en la cruz, se forma la Iglesia, y se cumple la Escritura que dice: “Mirarán al que atravesaron”, uno de los soldados, lo hirió con una lanza, y le abrió el costado.

Y fue permisión de la divina providencia, a fin de que brotando de la herida, sangre y agua, se derramase el precio de nuestra salud, el cual, manando de la fuente cercana del corazón, diese a los sacramentos de la Iglesia, la virtud de conferir la vida de la gracia, y fuese para los que viven en Cristo, como una copa llenada en la fuente viva, que salta hasta la Vida Eterna.

Levántate pues, alma amiga de Cristo, y sé la paloma que anida en la pared de una cueva; sé el gorrión que ha encontrado una casa, y no deja de guardarla; sé la tórtola que esconde los polluelos, de su casto amor, en aquella abertura sacratísima.

Aplica a ella tus labios, para que bebas el agua de las fuentes del Salvador. Porque ésta es la fuente, que mana en medio del paraíso, y dividida en cuatro ríos, que se derraman en los corazones amantes, riega y fecunda toda la tierra.

Corre con vivo deseo, a esta fuente de vida y de luz, quienquiera que seas, ¡oh alma amante de Dios!, y con toda la fuerza del corazón exclama:

«¡Oh hermosura inefable del Dios altísimo, resplandor purísimo de la eterna luz!. ¡Vida que vivificas toda vida y luz, que iluminas toda luz, y conservas en perpetuo resplandor, millares de luces que desde la primera aurora, fulguran ante el trono de tu divinidad!.

¡Oh eterno e inaccesible, claro y dulce manantial de la fuente, oculta a los ojos mortales, cuya profundidad es sin fondo, cuya altura es sin término, su anchura ilimitada, y su pureza imperturbable!.

De ti procede el río, que alegra la ciudad de Dios, para que con voz de regocijo y gratitud, te cantemos himnos de alabanza, probando por experiencia, que en Tí está la fuente viva, y tu luz nos hace ver la luz”.

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Del Oficio de Lectura, 15 de julio, San Buenaventura
Obispo y Doctor de la Iglesia
La Sabiduría misteriosa, revelada por el Espíritu Santo
De las obras de San Buenaventura, Obispo
Opúsculo sobre el itinerario de la mente hacia Dios, 7,1.2.4.6

Cristo es el camino y la puerta. Cristo es la escalera y el vehículo, Él, que es la placa de la expiación, colocada sobre el arca de Dios, y el misterio escondido, desde el principio de los siglos.

El que mira plenamente de cara, esta placa de expiación, y la contempla suspendida en la cruz, con la fe, con la esperanza y la caridad, con devoción, admiración, alegría, reconocimiento, alabanza y júbilo, este tal realiza con Él la Pascua, esto es, el paso, ya que sirviéndose del bastón de la cruz, atraviesa el mar Rojo, sale de Egipto, y penetra en el desierto, donde saborea el maná escondido, y descansa con Cristo en el sepulcro, muerto en lo exterior, pero sintiendo en cuanto es posible, en el presente estado de valores, lo que dijo Cristo al ladrón, que estaba crucificado a su lado: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

Para que este paso sea perfecto, hay que abandonar toda especulación de orden intelectual, y concentrar en Dios, la totalidad de nuestras aspiraciones. Esto es algo misterioso y secretísimo, que sólo puede conocer Aquel que lo recibe, y nadie lo recibe, sino el que lo desea; y no lo desea sino Aquel, a quien inflama en lo más íntimo, el fuego del Espíritu Santo, que Cristo envió a la tierra. Por esto, dice el Apóstol, que esta sabiduría misteriosa, es revelada por el Espíritu Santo.

Si quieres saber cómo se realizan estas cosas, pregunta a la gracia, no al saber humano; pregunta al deseo, no al entendimiento; pregunta al gemido expresado en la oración, no al estudio y la lectura; pregunta al Esposo, no al Maestro; pregunta a Dios, no al hombre; pregunta a la niebla, no a la claridad; no a la luz, sino al fuego que abrasa totalmente, y que transporta hacia Dios, con unción suavísima y ardentísimos afectos.

Este fuego es Dios, cuyo horno, como dice el profeta, está en Jerusalén, y Cristo es quien lo enciende, con el fervor de su ardentísima pasión, fervor que sólo puede comprender, el que es capaz de decir: “Preferiría morir asfixiado, y a la misma muerte”. El que de tal modo ama la muerte, puede ver a Dios, ya que está fuera de duda, aquella afirmación de la Escritura: “Nadie puede ver mi rostro, y quedar con vida”.

Muramos pues, y entremos en la oscuridad, impongamos silencio a nuestras preocupaciones, deseos e imaginaciones; pasemos con Cristo crucificado, de este mundo al Padre, y así, una vez que nos haya mostrado al Padre, podremos decir con Felipe: “Eso nos basta”; oigamos aquellas palabras dirigidas a Pablo: “Te basta mi gracia”; alegrémonos con David, diciendo: “Se consumen mi corazón y mi carne por Dios, mi lote perpetuo. Bendito sea el Señor por siempre, y todo el pueblo diga: «¡Amén!»

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Benedicto XVI: San Buenaventura, el teólogo de Cristo
Hoy en la Audiencia General

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 3 de marzo de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación, la catequesis realizada hoy por el Papa, en el Aula Pablo VI, ante grupos de peregrinos de todo el mundo, sobre San Buenaventura, Doctor de la Iglesia.
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Queridos hermanos y hermanas,

Hoy quisiera hablar, de San Buenaventura de Bagnoregio. Os confío que, al proponeros este argumento, advierto una cierta nostalgia, porque recuerdo las investigaciones, que como joven estudioso, realicé precisamente sobre este autor, particularmente querido para mí.

Su conocimiento, ha incidido no poco en mi formación. Con mucha alegría, hace pocos meses, me dirigí en peregrinación a su lugar natal, Bagnoregio, una pequeña ciudad italiana, en el Lacio, que custodia con veneración su memoria.

Nacido probablemente en 1217, y muerto en 1274, vivió en el siglo XIII, una época en la que la fe cristiana, penetrada profundamente en la cultura y en la sociedad de Europa, inspiró obras imperecederas en el campo de la literatura, de las artes visuales, de la filosofía y de la teología.

Entre las grandes figuras cristianas, que contribuyeron a la composición de esta armonía, entre fe y cultura, destaca precisamente Buenaventura, hombre de acción y de contemplación, de profunda piedad, y de prudencia en el gobierno.

Se llamaba Giovanni da Fidanza. Un episodio, que sucedió cuando era aún muchacho, marcó profundamente su vida, como él mismo relata. Había sido afectado por una grave enfermedad, y ni siquiera su padre, que era médico, esperaba ya salvarlo de la muerte. Su madre entonces, recurrió a la intercesión de San Francisco de Asís, canonizado hacía poco. Y Giovanni se curó.

La figura del Pobrecillo de Asís, se le hizo aún más familiar, algunos años después, cuando se encontraba en París, donde se había dirigido para sus estudios. Había obtenido el diploma de Maestro de Artes, que podríamos comparar, al de un prestigioso Liceo de nuestra época.

En ese punto, como tantos jóvenes del pasado, y también de hoy, Giovanni se planteó una pregunta crucial: “¿Qué debo hacer con mi vida?”. Fascinado por el testimonio de fervor, y radicalidad evangélica de los Frailes Menores, que habían llegado a París en 1219, Giovanni llamó a las puertas del Convento franciscano de esa ciudad, y pidió ser acogido, en la gran familia de los discípulos de San Francisco.

Muchos años después, explicó las razones de su elección: en San Francisco, y en el movimiento iniciado por él, reconocía la acción de Cristo.

Escribía así, en una carta dirigida a otro fraile: “Confieso ante Dios, que la razón que me hizo amar más, la vida del beato Francisco, es que se parece a los inicios, y al crecimiento de la Iglesia. La Iglesia comenzó con simples pescadores, y se enriqueció en seguida, con doctores muy ilustres y sabios; la religión del beato Francisco, no fue establecida por la prudencia de los hombres, sino por Cristo" (Epistula de tribus quaestionibus ad magistrum innominatum, en Opere di San Bonaventura. Introduzione generale, Roma 1990, p. 29).

Por tanto, en torno al año 1243, Giovanni vistió el sayal franciscano, y asumió el nombre de Buenaventura. Fue en seguida dirigido a los estudios, y frecuentó la Facultad de Teología de la Universidad de París, siguiendo un conjunto de cursos muy difíciles. Consiguió los diversos títulos requeridos, por la carrera académica, los de “bachiller bíblico", y de "bachiller sentenciario".

Así Buenaventura, estudió a fondo la Sagrada Escritura, las Sentencias de Pietro Lombardo, el manual de teología de aquel tiempo, y a los más importantes autores de teología, y en contacto con los maestros y estudiantes, que llegaban a París desde toda Europa, maduró su propia reflexión personal, y una sensibilidad espiritual de gran valor, que en el transcurso de los años siguientes, supo traslucir en sus obras y en sus sermones, convirtiéndose así, en uno de los teólogos más importantes, de la historia de la Iglesia.

Es significativo recordar, el título de la tesis que defendió, para ser habilitado en la enseñanza de la teología, la “licentia ubique docendi”, como se decía entonces. Su disertación llevaba por título “Cuestiones sobre el conocimiento de Cristo”. Este argumento muestra el papel central, que Cristo tuvo siempre en la vida, y en la enseñanza de Buenaventura. Podemos decir sin más, que todo su pensamiento, fue profundamente cristocéntrico.

En aquellos años en París, la ciudad de adopción de Buenaventura, estallaba una violenta polémica, contra los Frailes Menores de San Francisco de Asís, y los Frailes Predicadores, de Santo Domingo de Guzmán. Se discutía su derecho de enseñar en la Universidad, y se ponía en duda incluso, la autenticidad de su vida consagrada.

Ciertamente, los cambios introducidos por las Órdenes Mendicantes, en la manera de entender la vida religiosa, de la que hablé en las catequesis precedentes, eran tan innovadoras, que no todos llegaban a comprenderlas.

Se añadían también, como alguna vez sucede también, entre personas sinceramente religiosas, motivos de debilidad humana, como la envidia y los celos. San Buenaventura, aunque rodeado de la oposición de los demás maestros universitarios, había ya comenzado a enseñar, en la cátedra de teología de los Franciscanos, y para responder a quienes criticaban a las Órdenes Mendicantes, compuso un escrito titulado “La Perfección Evangélica”.

En este escrito, demuestra cómo las Órdenes Mendicantes, especialmente los Frailes Menores, practicando los votos de pobreza, de castidad y de obediencia, seguían los consejos del propio Evangelio.

Más allá de estas circunstancias históricas, la enseñanza proporcionada por Buenaventura, en esta obra suya, y también en su vida, permanece siempre actual: la Iglesia se hace luminosa y bella, por la fidelidad a la vocación, de esos hijos e hijas suyas, que no sólo ponen en práctica los preceptos evangélicos, sino que por la gracia de Dios, están llamados a observar sus consejos, y dan testimonio así, con su estilo de vida pobre, casto y obediente, de que el Evangelio es fuente de gozo y de perfección.

El conflicto se apaciguó, al menos por un cierto tiempo, y por intervención personal del papa Alejandro IV, en 1257, Buenaventura fue reconocido oficialmente como doctor y maestro, de la Universidad parisina. Con todo, tuvo que renunciar a este prestigioso cargo, porque en ese mismo año, el Capítulo general de la Orden, le eligió Ministro general.

Desempeñó este cargo durante diecisiete años, con sabiduría y dedicación, visitando las provincias, escribiendo a los hermanos, interviniendo a veces con una cierta severidad, para eliminar los abusos.

Cuando Buenaventura comenzó este servicio, la Orden de los Frailes Menores, se había desarrollado de un modo prodigioso: eran más de 30.000 los frailes dispersos en todo Occidente, con presencias misioneras en el norte de África, en Oriente Medio, y también en Pekín. Era necesario consolidar esta expansión, y sobre todo conferirle, en plena fidelidad al carisma de Francisco, unidad de acción y de espíritu.

De hecho, entre los seguidores del Santo de Asís, se registraban diversas formas de interpretar su mensaje, y existía realmente el riesgo, de una fractura interna. Para evitar este peligro, el Capítulo general de la Orden en Narbona, en 1260, aceptó y ratificó un texto propuesto por Buenaventura, en el que se unificaban las normas, que regulaban la vida cotidiana de los Frailes Menores.

San Buenaventura intuía, con todo, que las disposiciones legislativas, aun inspiradas en la sabiduría y en la moderación, no eran suficientes, para asegurar la comunión del espíritu y de los corazones. Era necesario compartir los mismos ideales, y las mismas motivaciones.

Por este motivo. Buenaventura quiso presentar el auténtico carisma de Francisco, su vida y su enseñanza. Por ello, recogió con gran celo, documentos relativos al Pobrecillo, y escuchó con atención los recuerdos, de aquellos que habían conocido directamente a Francisco.

De ahí nació una biografía, históricamente bien fundada, del Santo de Asís, titulada “Legenda Maior”, redactada también de forma más sucinta, y llamada por ello “Legenda minor”. La palabra latina, a diferencia de la italiana (y tb. del término español “leyenda”, n.d.t.) no indica un fruto de la fantasía, sino al contrario, Legenda significa un texto autorizado, “que leer” oficialmente.

De hecho, el Capítulo general de los Frailes Menores de 1263, reunido en Pisa, reconoció en la biografía de San Buenaventura, el retrato más fiel del Fundador, y ésta se convirtió así, en la biografía oficial del Santo.

¿Cuál es la imagen de San Francisco, que surge del corazón y de la pluma, de su hijo devoto y sucesor, San Buenaventura?. El punto esencial: San Francisco es un alter Christus, un hombre que buscó apasionadamente a Cristo. En el amor que empuja a la imitación, se conformó enteramente a Él. Buenaventura señalaba este ideal vivo, a todos los seguidores de Francisco. Este ideal válido para todo cristiano, ayer, hoy y siempre, fue indicado como programa también, para la Iglesia del Tercer Milenio, por mi Predecesor, el Venerable Juan Pablo II.

Este programa, escribía en la Carta Tertio Millennio ineunte, se centra “en Cristo mismo, a quien conocer, amar, imitar, para vivir en Él, la Vida Trinitaria, y transformar con Él, la historia hasta su cumplimiento, en la Jerusalén celeste" (n. 29).

En 1273, la vida de San Buenaventura, conoció otro cambio. El Papa Gregorio X, lo quiso consagrar Obispo y nombrar Cardenal. Le pidió también que preparara, un importantísimo acontecimiento eclesial: el II Concilio Ecuménico de Lyon, que tenía como objetivo, el restablecimiento de la comunión, entre la Iglesia latina y la griega. Él se dedicó a esta tarea con diligencia, pero no llegó a ver la conclusión, de aquella cumbre ecuménica, porque murió durante su celebración.

Un anónimo notario pontificio, compuso un elogio de San Buenaventura, que nos ofrece un retrato conclusivo de este gran santo, y excelente teólogo: “Hombre bueno, afable, piadoso y misericordioso; lleno de virtudes, amado por Dios y por los hombres... Dios de hecho, le había dado tal gracia, que todos aquellos que lo veían, quedaban invadidos por un amor, que el corazón no podía ocultar” (cfr J.G. Bougerol, Bonaventura, en A. Vauchez (vv.aa.), Storia dei santi e della santità cristiana. Vol. VI. L’epoca del rinnovamento evangelico, Milán 1991, p. 91).

Recojamos la herencia de este Santo Doctor de la Iglesia, que nos recuerda el sentido de nuestra vida, con estas palabras: “En la tierra... podemos contemplar la inmensidad divina, mediante el razonamiento y la admiración; en la patria celeste, en cambio, mediante la visión, cuando seremos hechos semejantes a Dios, y mediante el éxtasis... entraremos en el gozo de Dios" (La conoscenza di Cristo, q. 6, conclusione, en Opere di San Bonaventura. Opuscoli Teologici /1, Roma 1993, p. 187).
[Traducción del italiano por Inma Álvarez
©Libreria Editrice Vaticana]

ZS10030309 - 03-03-2010
Permalink: http://www.zenit.org/article-34492?l=spanish

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Benedicto XVI: San Buenaventura y el sentido de la Historia
Hoy en la Audiencia General (II)


CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 10 de marzo de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso del Papa, durante la segunda parte de la Audiencia General, celebrada en el Aula Pablo VI, junto con los peregrinos procedentes de todo el mundo.
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Queridos hermanos y hermanas,
La semana pasada, hablé sobre la vida y la personalidad de San Buenaventura de Bagnoregio. Esta mañana, quisiera proseguir con su presentación, deteniéndome en una parte de su obra literaria y de su doctrina.

Como ya decía, San Buenaventura, entre sus muchos méritos, tuvo el de interpretar auténtica y fielmente, la figura de San Francisco de Asís, venerado y estudiado por él, con gran amor.

De modo particular, en los tiempos de San Buenaventura, una corriente de Frailes Menores, llamados “espirituales”, sostenía que con San Francisco, se había inaugurado una fase totalmente nueva de la historia, habría aparecido el “Evangelio eterno”, del que habla el Apocalipsis, que sustituía al Nuevo Testamento.

Este grupo afirmaba, que la Iglesia había agotado ya su papel histórico, y que su lugar, lo ocupaba una comunidad carismática de hombres libres, guiados interiormente por el Espíritu, es decir, los “Franciscanos espirituales”.

En la base de las ideas de este grupo, estaban los escritos de un abad cisterciense, Joaquín de Fiore, muerto en 1202. En sus obras, él afirmaba un ritmo trinitario de la historia. Consideraba el Antiguo Testamento, como la era del Padre, seguida por el tiempo del Hijo, el tiempo de la Iglesia. Habría que esperar la tercera era, la del Espíritu Santo.

Toda la historia era así interpretada, como una historia de progreso: de la severidad del Antiguo Testamento, a la relativa libertad del tiempo del Hijo, en la Iglesia, hasta la plena libertad de los Hijos de Dios, en el período del Espíritu Santo, que habría sido también, finalmente, el periodo de la paz entre los hombres, de la reconciliación de los pueblos y de las religiones.

Joaquín de Fiore, había suscitado la esperanza, de que el inicio del nuevo tiempo, habría venido de un nuevo monaquismo. Así es comprensible, que un grupo de franciscanos, creyese reconocer en San Francisco de Asís, al iniciador del tiempo nuevo, y en su Orden, a la comunidad del periodo nuevo – la comunidad del tiempo del Espíritu Santo, que dejaba tras de sí, a la Iglesia jerárquica, para iniciar la nueva Iglesia del Espíritu, ya no ligada a las viejas estructuras.

Existía por tanto, el riesgo de un gravísimo malentendido, del mensaje de San Francisco, de su humilde fidelidad al Evangelio y a la Iglesia, y este equívoco, comportaba una visión errónea del Cristianismo en su conjunto.

San Buenaventura, que en el año 1257, se convirtió en Ministro General de la Orden Franciscana, se encontró frente a una gran tensión, dentro de su misma orden, a causa precisamente, de quienes sostenían la mencionada corriente, de los “franciscanos espirituales”, que se remitían a Joaquín de Fiore.

Precisamente para responder a este grupo, y volver a dar unidad a la Orden, San Buenaventura estudió con cuidado, los escritos auténticos de Joaquín de Fiore, y los atribuidos a él, y teniendo en cuenta, la necesidad de presentar correctamente la figura, y el mensaje de su amado San Francisco, quiso exponer una visión correcta de la teología de la historia.

San Buenaventura afrontó el problema, precisamente en su última obra, una recopilación de conferencias, a los monjes del estudio parisino, que quedó incompleta, y que se terminó, a través de las transcripciones de los oyentes, titulada Hexaëmeron, es decir, una explicación alegórica, de los seis días de la Creación.

Los Padres de la Iglesia, consideraban los seis o siete días, del relato sobre la creación, como profecía de la historia del mundo, de la humanidad. Los siete días representaban para ellos, siete períodos de la historia, más tarde interpretados también, como siete milenios. Con Cristo habríamos entrado en el último, es decir, en el sexto período de la historia, al que seguiría después el gran sábado de Dios. San Buenaventura supone esta interpretación histórica, de la relación de los días de la creación, pero de una forma muy libre e innovadora.

Para él, dos fenómenos de su tiempo hacen necesaria, una nueva interpretación del curso de la historia: El primero: la figura de San Francisco, el hombre totalmente unido a Cristo, hasta la comunión de los estigmas, casi un Alter Christus, y con San Francisco, la nueva comunidad creada por él, distinta del monaquismo conocido hasta entonces. Este fenómeno exigía una nueva interpretación, como novedad de Dios aparecida en ese momento.

El segundo: la postura de Joaquín de Fiore, que anunciaba un nuevo monaquismo, y un período totalmente nuevo de la historia, yendo más allá de la revelación del Nuevo Testamento, exigía una respuesta.

Como Ministro General de la Orden de los Franciscanos, San Buenaventura había visto en seguida, que con la concepción espiritualista, inspirada por Joaquín de Fiore, la Orden no era gobernable, sino que iba lógicamente hacia la anarquía.

Dos eran para él las consecuencias:

La primera: la necesidad práctica de estructuras, y de inserción en la realidad de la Iglesia jerárquica, de la Iglesia real, necesitaba un fundamento teológico, también porque los demás, los que seguían la concepción espiritualista, mostraban un aparente fundamento teológico.

La segunda: aún teniendo en cuenta el realismo necesario, no había que perder la novedad, de la figura de San Francisco.

¿Cómo respondió San Buenaventura, a la exigencia práctica y teórica?. De su respuesta, puedo dar aquí, sólo un resumen muy esquemático e incompleto, en algunos puntos:

1. San Buenaventura rechaza la idea, del ritmo trinitario de la historia. Dios es uno para toda la historia, y no se divide en tres divinidades. En consecuencia, la historia es Una, aunque es un camino, y – según San Buenaventura – un camino de progreso.

2. Jesucristo es la última palabra de Dios – en él Dios lo ha dicho todo, donándose a sí mismo. Más que Sí mismo, Dios no puede decir ni dar. El Espíritu Santo, es Espíritu del Padre y del Hijo. Cristo mismo dice del Espíritu Santo: “...os recordará todo lo que yo os he dicho" (Jn 14, 26), "tomará de lo mío, y os lo comunicará" (Jn 16, 15).

Por tanto, no hay otro Evangelio más alto, no hay otra Iglesia que esperar. Por eso también, la Orden de San Francisco, debe insertarse en esta Iglesia, en su fe, en su ordenamiento jerárquico.

(Nota: Es muy claro y preciso, el razonamiento de San Buenaventura, ya que el Espíritu Santo, en Pentecostés, vino enseguida a los Apóstoles, y a toda la Asamblea reunida, inmediatamente después de la Ascensión a los Cielos de Jesús, y no un milenio y doscientos años después, cuando apareció San Francisco de Asís. Por lo tanto, no era correcto dividir la historia sagrada, en tres capítulos diferentes).

3. Esto no significa que la Iglesia está inmóvil, fija en el pasado, y no pueda haber novedades en ella. Opera Christi non deficiunt, sed proficiunt, las obras de Cristo no van hacia atrás, no disminuyen, sino que progresan, dice el Santo en la carta De tribus quaestionibus. Así San Buenaventura, formula explícitamente la idea del progreso, y esta es una novedad respecto a los Padres de la Iglesia, y a gran parte de sus contemporáneos.

(Nota: Otro razonamiento luminoso de San Buenaventura. Tenemos continuas apariciones de la Santísima Virgen, hasta en fechas muy recientes, lo que prueba el dinamismo de la Fe, que profesamos los católicos, a diferencia de otras confesiones cristianas, que son estáticas, y por eso, tienen un profundo decaimiento de la Fe, en donde se profesan. A este dinamismo le llamamos “La Tradición”, los testimonios, las apariciones, los milagros, en especial los Eucarísticos. Para los católicos, las Sagradas Escrituras y la Tradición, son los pilares de nuestra filosofía. El Señor, en muchos casos, por intermedio de la Santísima Virgen, nos habla y nos interpela HOY, en nuestro corazón).

Para San Buenaventura, Cristo ya no es, como lo era para los Padres de la Iglesia, el final, sino el centro de la historia; con Cristo la historia no termina, sino que comienza un nuevo período.

Otra consecuencia es la siguiente: hasta aquel momento, dominaba la idea de que los Padres de la Iglesia, eran el culmen absoluto de la teología, todas las generaciones siguientes, podían solo ser sus discípulas. También San Buenaventura, reconoce a los Padres como maestros para siempre, pero el fenómeno de San Francisco, le da la certeza, de que la riqueza de la palabra de Dios es inagotable, y que también en las nuevas generaciones, pueden aparecer nuevas luces. La unicidad de Cristo, garantiza también novedad y renovación, en todos los períodos de la historia.

(Nota: Brillante, exactísimo y conmovedor lo expresado por San Buenaventura. Así como el Espíritu Santo, se movía sobre las aguas sin vida, en el momento de la Creación, así se mueve continuamente HOY, en el océano de nuestro corazón, para engendrar vida en él).

Ciertamente, la Orden franciscana – así subraya – pertenece a la Iglesia de Jesucristo, a la Iglesia Apostólica, y no puede construirse un espiritualismo utópico. Pero al mismo tiempo, es válida la novedad de esta Orden, respecto del monaquismo clásico, y San Buenaventura – como dije en la Catequesis precedente – defendió esta novedad, contra los ataques del Clero secular de París: los franciscanos no tienen un monasterio fijo, pueden estar presentes en todas partes, para anunciar el Evangelio. Precisamente, la ruptura con la estabilidad, característica del monaquismo, a favor de una nueva flexibilidad, restituyó a la Iglesia, el dinamismo misionero.

En este punto, quizás sea útil decir, que también hoy existen visiones, según las cuales toda la historia de la Iglesia, en el segundo milenio, habría sido un ocaso permanente; algunos ven el ocaso, inmediatamente después del Nuevo Testamento.

En realidad, Opera Christi non deficiunt, sed proficiunt, las obras de Cristo no van hacia atrás, sino que progresan. ¿Qué sería de la Iglesia, sin la nueva espiritualidad de los cistercienses, de los franciscanos y dominicos, de la espiritualidad de Santa Teresa de Ávila, y de San Juan de la Cruz, etc.?. También hoy vale esta afirmación: Opera Christi non deficiunt, sed proficiunt, van adelante.

San Buenaventura nos enseña, el conjunto del necesario discernimiento, también severo, del realismo sobrio, y de la apertura a los nuevos carismas, dados por Cristo en el Espíritu Santo, a su Iglesia.

Y mientras se repite esta idea del ocaso, hay también otra idea, este "utopismo espiritualista", que se repite. Sabemos de hecho, que tras el Concilio Vaticano II, algunos estaban convencidos, de que todo fuese nuevo, que hubiese otra Iglesia, que la Iglesia preconciliar hubiese acabado, y que tendríamos otra, totalmente “nueva”. ¡Un utopismo anárquico!.

Y gracias a Dios, los sabios timoneles de la barca de Pedro, el Papa Pablo VI, y el Papa Juan Pablo II, por una parte, defendieron la novedad del Concilio, y por la otra, al mismo tiempo, defendieron la unicidad y la continuidad de la Iglesia, que es siempre Iglesia de pecadores, y siempre lugar de Gracia.

4. En este sentido, San Buenaventura, como Ministro General de los franciscanos, tomó una línea de gobierno, en la que estaba muy claro, que la nueva Orden no podía, como comunidad, vivir a la misma “altura escatológica”, de San Francisco, en el que él ve anticipado, el mundo futuro, sino que – guiado al mismo tiempo, por un sano realismo y por el valor espiritual – debía acercarse lo más posible, a la realización máxima del Sermón de la Montaña, que para San Francisco, fue “la” regla, aun teniendo en cuenta los límites del hombre, marcado por el pecado original.

Vemos así, que para San Buenaventura, gobernar no era sencillamente un hacer, sino que era sobre, todo pensar y rezar. En la base de su gobierno, encontramos siempre la oración y el pensamiento; todas sus decisiones resultan de la reflexión, del pensamiento iluminado por la oración.

(Nota: Conmovedor. Brillante. Es una crítica muy medida, a todos los que creemos, que con un alud de buenas obras, estamos haciendo el Bien. NO BASTAN. Se necesita, además Reflexión y Oración, ya que de esa manera, bebemos de a sorbos, de las aguas sagradas del Divino Manantial, que nos ayuda a depurarnos de nuestra soberbia y vanidad, y a ser “astutos” para la edificación del Reino de Dios, como lo aconsejaba el Divino Maestro: “Sed astutos como serpientes, pero inocentes como una paloma”. No siempre hacemos el Bien, con nuestras “buenas intenciones”, y eso ocurre por la falta de Reflexión y Oración.

Su contacto íntimo con Cristo, acompañó siempre su trabajo de Ministro General, y por ello compuso, una serie de escritos teológico-místicos, que expresan el ánimo de su gobierno, y manifiestan la intención, de guiar interiormente a la Orden; es decir, de gobernar, no sólo mediante mandatos y estructuras, sino guiando e iluminando las almas, orientándolas hacia Cristo.

De estos escritos suyos, que son el alma de su gobierno, y que muestran el camino a recorrer, sea uno solo o como comunidad, quisiera mencionar solo uno, su obra maestra, Itinerarium mentis in Deum, que es un “manual” de contemplación mística. Este libro, fue concebido en un lugar de profunda espiritualidad: el monte de la Verna, donde San Francisco recibió los estigmas.

En la introducción, el autor ilustra las circunstancias, que dieron origen a este escrito suyo: “Mientras meditaba sobre las posibilidades del alma, de ascender a Dios, se me presentó, por otro lado, ese acontecimiento admirable, ocurrido en aquel lugar al beato Francisco, es decir, la visión del Serafín alado, en forma de Crucificado. Y meditando sobre esto, en seguida me dí cuenta, de que esta visión, me ofrecía el éxtasis contemplativo, del mismo padre Francisco, y al mismo tiempo, el camino que conduce a él" (Itinerario della mente in Dio, Prologo, 2, en Opere di San Bonaventura. Opuscoli Teologici /1, Roma 1993, p. 499).

Las seis alas del Serafín, se convierten así, en el símbolo de seis etapas, que conducen progresivamente, al hombre al conocimiento de Dios, a través de la observación del mundo y de las criaturas, y a través de la exploración de la propia alma, con sus facultades, hasta la unión gratificante con la Trinidad, por medio de Cristo, a imitación de San Francisco de Asís.

Las últimas palabras del Itinerarium de San Buenaventura, que responden a la pregunta, de cómo se puede alcanzar esta comunión mística con Dios, lo habrían hecho descender, a lo profundo del corazón: “Si ahora anhelas saber cómo sucede esto, (la comunión mística con Dios), interroga a la gracia, no a la doctrina; al deseo, no al intelecto; al gemido de la oración, no al estudio de la letra; al esposo, no al maestro; a Dios, no al hombre; a la niebla, no a la claridad; no a la luz, sino al fuego que lo inflama todo, y te transporta a Dios con las fuertes unciones, y los afectos ardentísimos... Entremos por tanto en la niebla, acallemos a los afanes, a las pasiones y a los fantasmas; pasemos con Cristo Crucificado, de este mundo al Padre, para que tras haberle visto, digamos con Felipe: esto me basta" (ibid., VII, 6).

Queridos amigos, acojamos la invitación que nos dirige San Buenaventura, el Doctor Seráfico, y pongámonos en la escuela del Divino Maestro: escuchemos su Palabra de Vida y de Verdad, que resuena en lo íntimo de nuestra alma. Purifiquemos nuestros pensamientos y nuestras acciones, para que Él pueda habitar en nosotros, y nosotros podamos comprender su Voz Divina, que nos atrae hacia la felicidad verdadera.

[Tras los saludos en diversos idiomas, hizo el siguiente llamamiento]
Estoy profundamente cercano, a las personas afectadas por el reciente seísmo en Turquía, y a sus familias. A cada uno, aseguro mi oración, mientras pido a la comunidad internacional, que contribuya con prontitud y generosidad, a su socorro.

Mi sentida condolencia, va también a las víctimas de la atroz violencia, que ensangrienta a Nigeria, y que no se ha detenido, ni siquiera ante niños indefensos. Una vez más, repito con ánimo dolorido, que la violencia no resuelve los conflictos, sino que sólo acrecienta sus trágicas consecuencias.

Hago un llamamiento a cuantos en el país, tienen responsabilidades civiles y religiosas, para que trabajen por la seguridad, y la convivencia pacífica de toda la población. Expreso finalmente mi cercanía, a los pastores y a los fieles nigerianos, y rezo para que fuertes y firmes en la esperanza, sean testigos auténticos de reconciliación.

[Traducción del original italiano por Inma Álvarez
©Libreria Editrice Vaticana]

ZS10031010 - 10-03-2010
Permalink: http://www.zenit.org/article-34587?l=spanish

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Benedicto XVI: San Buenaventura y la primacía del amor
Hoy en la Audiencia General (III)

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 17 de marzo de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación, la catequesis dirigida hoy por el Papa Benedicto XVI, a los peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro, para la Audiencia General, dedicada una vez más, a San Buenaventura de Bagnoregio.
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Queridos hermanos y hermanas,
Esta mañana, continuando la reflexión del miércoles pasado, quisiera profundizar con vosotros, otros aspectos de la doctrina, de San Buenaventura de Bagnoregio. Es un eminente teólogo, que merece ser puesto, junto a otro grandísimo pensador, su contemporáneo, Santo Tomás de Aquino.

Ambos escrutaron, los misterios de la Revelación, valorando los recursos de la razón humana, en ese fecundo diálogo entre fe y razón, que caracteriza al Medioevo cristiano, convirtiéndola en una época, de gran vivacidad intelectual, además de fe y de renovación eclesial, a menudo no evidenciada lo suficiente.

Otras analogías les unen: tanto Buenaventura, franciscano, como Santo Tomás, dominico, pertenecían a las Órdenes Mendicantes, que con su frescura espiritual, como he recordado en las catequesis anteriores, renovaron en el siglo XIII, a la Iglesia entera, y atrajeron a muchos seguidores.

Los dos sirvieron a la Iglesia con diligencia, con pasión y con amor, hasta el punto que fueron invitados a participar, en el Concilio Ecuménico de Lyon de 1274, el mismo año en que murieron Santo Tomás mientras se dirigía a Lyon, y San Buenaventura, durante la celebración del mismo Concilio.

También en la Plaza de San Pedro, las estatuas de los dos santos están paralelas, colocadas precisamente al principio de la Columnata, partiendo desde la fachada de la Basílica Vaticana: una en el Brazo de la izquierda, y la otra en el Brazo de la derecha.

A pesar de todos estos aspectos, podemos distinguir en los dos santos, dos aproximaciones distintas, a la investigación filosófica y teológica, que muestran la originalidad y la profundidad de pensamiento, de uno y del otro. Quisiera señalar algunas de estas diferencias.

Una primera diferencia concierne al concepto de teología. Ambos doctores se preguntan, si la teología es una ciencia práctica, o una ciencia teórica, especulativa. Santo Tomás reflexiona, sobre dos posibles respuestas contrarias. La primera dice: la teología es reflexión sobre la fe, y el objetivo de la fe, es que el hombre llegue a ser bueno, y viva según la voluntad de Dios.

Por tanto, el fin de la teología debería ser el de guiar por el camino correcto, bueno; en consecuencia ésta, en el fondo, es una ciencia práctica. La otra postura dice: la teología intenta conocer a Dios. Nosotros somos obra de Dios; Dios está por encima de nuestro actuar, Dios opera en nosotros, el actuar correcto.

Por tanto, se trata sustancialmente, no de nuestro hacer, sino de conocer a Dios, y no de nuestro obrar. La conclusión de Santo Tomás es: la teología implica ambos aspectos: es teórica, intenta conocer a Dios cada vez más, y es práctica, porque intenta orientar nuestra vida al bien.

Pero hay una primacía del conocimiento: debemos sobre todo, conocer a Dios, después viene el actuar según Dios (Summa Theologiae Ia, q. 1, art. 4). Esta primacía del conocimiento frente a la praxis, es significativa para la orientación fundamental de Santo Tomás.

La respuesta de San Buenaventura es muy parecida, pero los acentos son distintos. San Buenaventura conoce los mismos argumentos, en una y en la otra dirección, como Santo Tomás, pero para responder a la pregunta, de si la teología es una ciencia práctica o teórica, San Buenaventura hace una triple distinción – alarga, por tanto, la alternativa entre teórica (primacía del conocimiento) y práctica (primacía de la praxis), añadiendo una tercera actitud, que llama “sapiencial”, y afirmando que la sabiduría, abraza ambos aspectos.

Y después prosigue: “la sabiduría, busca la contemplación (como la más alta forma de conocimiento), y tiene como intención ut boni fiamus – que seamos buenos, sobre todo esto: que seamos buenos” (cfr Breviloquium, Prologus, 5).

Después añade: “La fe está en el intelecto, de manera tal que provoca el afecto. Por ejemplo: conocer que Cristo murió 'por nosotros', no se queda en conocimiento, sino que se convierte necesariamente en afecto, en amor” (Proemium in I Sent., q. 3).

En la misma línea, se mueve su defensa de la teología, es decir, de la reflexión racional y metódica de la Fe.

San Buenaventura, recoge algunos argumentos, contra el hacer teología, quizás difundidos también, en una parte de los frailes franciscanos, y presentes también en nuestro tiempo: la razón vaciaría la fe, sería una postura violenta, hacia la Palabra de Dios; debemos escuchar, y no analizar la Palabra de Dios (cfr Carta de San Francisco de Asís, a San Antonio de Padua).

A estos argumentos contra la teología, que demuestran los peligros existentes en la misma teología, el santo responde: “es verdad, que hay un modo arrogante de hacer teología, una soberbia de la razón, que se pone por encima de la Palabra de Dios.

Pero la verdadera teología, el trabajo racional de la verdadera, y de la buena teología, tiene otro origen, no la soberbia de la razón. Quien ama, quiere conocer cada vez mejor y más, a lo amado; la verdadera teología, no empeña la razón, y su búsqueda motivada por la soberbia, sed propter amorem eius cui assentit – sino motivada por el amor de Aquel, al que ha dado su consenso (Proemium in I Sent., q. 2), y quiere conocer mejor al amado: esta es la intención fundamental de la teología”.

Para San Buenaventura, es por tanto determinante al final, la primacía del Amor.

En consecuencia, Santo Tomás y San Buenaventura, definen de modo distinto, el destino último del hombre, su felicidad plena: para Santo Tomás el fin supremo, a que se dirige nuestro deseo, es ver a Dios.

En este sencillo acto de ver a Dios, encuentran solución todos los problemas: somos felices, no necesitamos nada más.

Para San Buenaventura, el destino último del hombre es en cambio: amar a Dios, el encuentro y la unión de su amor, y del nuestro. Ésta es para él, la definición más adecuada, de nuestra felicidad.

En esta línea, podríamos decir también, que la categoría más alta para Santo Tomás es lo Verdadero, mientras que para San Buenaventura, es el Bien.

Sería erróneo ver en estas dos respuestas, una contradicción. Para ambos, lo Verdadero es también el Bien, y el Bien es también lo Verdadero; Ver a Dios es Amar, y Amar es Ver.

Se trata, por tanto, de acentos distintos, dentro una visión fundamentalmente común. Ambos acentos, han formado tradiciones y espiritualidades diversas, y así han mostrado la fecundidad de la fe, una en la diversidad de sus expresiones.

Volvamos a San Buenaventura. Es evidente, que el acento específico de su teología, del que he dado solo un ejemplo, se explica a partir del carisma franciscano: el Pobrecillo de Asís, más allá de los debates intelectuales de su tiempo, había mostrado en toda su vida, la primacía del amor: era un ícono viviente y enamorado de Cristo, y así hizo presente en su tiempo, la figura del Señor – convenció a sus contemporáneos, no con las palabras, sino con su vida.

En todas las obras de San Buenaventura, también en sus obras científicas, de escuela, se ve y se encuentra, esta inspiración franciscana; es decir, se nota que piensa, partiendo del encuentro con el Pobrecillo de Asís.

Pero para entender, la elaboración concreta del tema "primacía del amor”, debemos tener presente también otra fuente: los escritos del llamado Pseudo-Dionisio, un teólogo sirio del siglo VI, que se escondió bajo el pseudónimo de Dionisio el Areopagita, señalando, con este nombre, una figura de los Hechos de los Apóstoles (cfr 17,34).

Este teólogo, había creado una teología litúrgica y una teología mística, y había hablado ampliamente, de las diversas órdenes de los ángeles. Sus escritos fueron traducidos al latín, en el siglo IX; en la época de San Buenaventura – estamos en el siglo XIII – aparecía una nueva tradición, que provocó el interés del santo, y de otros teólogos de su siglo. Dos cosas atraían en particular, la atención de San Buenaventura:

1. El Pseudo-Dionisio, habla de nueve órdenes de los ángeles, cuyos nombres había encontrado en la Escritura, y luego los había ordenado a su manera, desde los simples ángeles, hasta los serafines.

San Buenaventura, interpreta estas órdenes de ángeles, como escalones, en el acercamiento de la criatura a Dios. Así éstos, pueden representar el camino humano, la subida hacia la comunión con Dios.

Para San Buenaventura, no hay ninguna duda: San Francisco de Asís, pertenecía al orden seráfico, al orden supremo, al coro de los serafines, es decir: era puro fuego de amor. Y así deberían haber sido los franciscanos. Pero San Buenaventura sabía bien, que este último grado de acercamiento a Dios, no puede ser insertado en un ordenamiento jurídico, sino que es siempre un don particular de Dios.

Por esto, la estructura de la Orden franciscana, es más modesta, más realista, pero debe ayudar a los miembros, a acercarse cada vez más, a una existencia seráfica de puro amor. El pasado miércoles, hablé sobre esta síntesis, entre realismo sobrio y radicalidad evangélica, en el pensamiento, y en el actuar de San Buenaventura.

2. San Buenaventura, sin embargo, encontró en los escritos del Pseudo-Dionisio otro elemento, para él aún más importante.

Mientras para San Agustín, el intellectus, el ver con la razón y el corazón, era la última categoría del conocimiento, el Pseudo-Dionisio da aún otro paso: en la subida hacia Dios, en donde se puede llegar a un punto, en que la razón ya no ve más.

Pero en la noche del intelecto, el Amor aún ve – ve lo que permanece inaccesible para la razón. El Amor se extiende más allá de la razón; ve más, entra más profundamente en el misterio de Dios. San Buenaventura quedó fascinado por esta visión, que se alineaba con su espiritualidad franciscana.

Precisamente, en la noche oscura de la Cruz, aparece toda la grandeza del Amor Divino; donde la razón ya no ve más, ve el Amor. Las palabras conclusivas de su "Itinerario de la mente en Dios", en una lectura superficial, pueden parecer, como la expresión exagerada, de una devoción sin contenido; leídas, en cambio, a la luz de la teología de la Cruz, de San Buenaventura, son una expresión límpida y realista, de la espiritualidad franciscana: "Si ahora anhelas saber, cómo sucede esto (es decir, la subida hacia Dios), interroga a la gracia, no a la doctrina; al deseo, no al intelecto; al gemido de la oración, no al estudio de la letra;... no a la luz, sino al fuego, que inflama y transporta todo en Dios” (VII, 6).

Todo esto no es anti intelectual, ni tampoco anti racional: supone el camino de la razón, pero lo trasciende en el Amor del Cristo crucificado. Con esta transformación de la mística del Pseudo-Dionisio, San Buenaventura se coloca en los inicios, de una gran corriente mística, que ha elevado y purificado mucho la mente humana: es un culmen en la historia del espíritu humano.

Esta teología de la Cruz, nacida del encuentro, entre la teología del Pseudo-Dionisio, y la espiritualidad franciscana, no debe hacernos olvidar, que San Buenaventura, comparte con San Francisco de Asís también, el amor por la creación, la alegría por la belleza de la creación de Dios.

Cito sobre este punto, una frase del primer capítulo del "Itinerario": "Aquel… que no ve los esplendores innumerables de las criaturas, está ciego; aquel que no se despierta por sus muchas voces, está sordo; quien no alaba a Dios, por todas estas maravillas, está mudo; quien, con tantos signos, no se eleva al primer principio, es necio” (I, 15).

Toda la creación, habla en voz alta de Dios, del Dios Bueno y Bello; de su Amor.

Toda nuestra vida, es por tanto, para San Buenaventura, un "itinerario", una peregrinación – una subida hacia Dios. Pero solo con nuestras fuerzas, no podemos subir, hacia la altura de Dios. Dios mismo debe ayudarnos, debe “subirnos”. Por eso, es necesaria la oración.

La oración – así dice el santo – es la madre y el origen de la elevación – sursum actio, acción que nos lleva a lo alto – dice San Buenaventura.

Concluyo por ello, con la oración con la que comienza su "Itinerario": "Oremos por tanto, y digamos al Señor, Dios nuestro: 'Condúceme Señor, en tu camino, y yo caminaré en tu verdad. Que mi corazón se alegre, al temer tu nombre'” (I, 1).

[en inglés dijo:]
Hoy es la fiesta de San Patricio, y de manera especial, saludo a todos los fieles y peregrinos de Irlanda, aquí presentes. Como vosotros sabéis, en los últimos meses, la Iglesia en Irlanda, se ha sido gravemente afectada, como consecuencia de la crisis de abusos a menores.

Como una señal de mi profunda preocupación, he escrito una carta pastoral, que trata sobre esta dolorosa situación. La firmaré en la solemnidad de San José, custodio de la Sagrada Familia, y patrono de la Iglesia Universal, y la enviaré inmediatamente después. Os pido a todos, que la leáis por vosotros mismos, con un corazón abierto, y en un espíritu de Fe. Mi esperanza, es que ayude en el proceso de arrepentimiento, de curación y renovación.

[En italiano dijo:]
Y ahora mi saludo va a los jóvenes. Queridos jóvenes, encontraros es siempre para mí, motivo de consuelo y de esperanza, porque vuestra edad, es la primavera de la vida. Sed siempre fieles al Amor, que Dios tiene por vosotros.

Dirijo ahora, un pensamiento afectuoso a vosotros, queridos enfermos. Cuando se sufre, toda la realidad en nosotros, y alrededor nuestro, parece oscurecerse, pero en lo íntimo de nuestro corazón, esto no debe apagar la luz consoladora de la Fe. Cristo con su Cruz, nos sostiene en la prueba.

Y vosotros, queridos recién casados, a quienes saludo cordialmente, sed agradecidos a Dios, por el don de la familia. Contando siempre con su ayuda, haced de vuestra existencia, una misión de amor fiel y generoso.

[Traducción del original italiano e inglés por Inma Álvarez
©Libreria Editrice Vaticana]

ZS10031705 - 17-03-2010
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Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, que a semejanza de San Buenaventura, y por sus méritos e intercesión, podamos siempre confiar en tu Amor, que nos ayudará a entender, los trances difíciles en nuestra Vida, en nuestra propia Familia, y en la Iglesia toda. Que nunca confiemos de manera plena, en nuestra propia razón, y en nuestras propias fuerzas, sino en tus Sagrados y Amorosos Designios. Amén.

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