martes, 7 de julio de 2020


7 de julio

SAN FERMÍN


Obispo de Pamplona. Mártir

(† 553)

Etim.: "firmus", firme, valeroso

Breve
Nació en Pamplona, España, y lo convirtió al cristianismo San Honesto, discípulo de San Saturnino. San Honorato lo consagró Obispo de Tolouse (Sur de Francia).
Predicó en Pamplona y Navarra, dejando allí muchos sacerdotes.

Construyó un templo en Amiens, ciudad en que convirtió a muchos paganos. También allí, fue decapitado por el gobernador, por negarse a renunciar a la predicación.

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JOSÉ DE ARTECHE
Pamplona era entonces Pompelon, una pequeña aglomeración urbana, fundada por los romanos, presidiendo en el centro de la tierra navarra, sobre una pequeña meseta a las orillas del Arga, una llanura rodeada de montañas.

Los vascos, habitantes de esta llanura, conocían esa población romana, con el nombre de Iruña, es decir, “la ciudad”. Según Estrabón: "Sobre la Jaccetania, hacia el Norte, habitan los vascones, en cuyo territorio, se halla Pompelon".

Pompelon, producto humano lógico, tenía para los romanos, un valor estratégico, pero asimismo realizaba otra importante misión: reunía las ásperas montañas pirenaicas, tras las cuales se extendían los ubérrimos campos de Aquitania, con la comarca de las riberas, colindantes con el Ebro. Pompelon era un punto de confluencia, en el trazado de las vías romanas, que atravesaban Navarra.

Aún no había cristianos en el país. Los más antiguos cuentos del folklore vasco, unos cuentos de contextura esquemática, que resuenan todavía, desde el fondo de los siglos, establecen la separación de dos mundos radicalmente distintos: el mundo cristiano, y el mundo anterior, a la evangelización del país.

Hay en algunos de esos seculares cuentos, procedentes casi todos, de una edad pastoril, alusiones claras a las primeras iglesuelas cristianas, y al conjunto de prevenciones y de resistencias, que su emplazamiento exaltaba entre los gentiles.

El vasco introdujo en su milenario idioma, el adjetivo "gentil" (jentillak, los gentiles), expresando así, el mundo idolátrico de sus antepasados, desconocedores del cristianismo, o refractarios a su introducción.

Todos los habitantes de la tierra vasca, eran entonces gentiles, lo mismo que fuesen pastores en el campo, que los avecindados en las aglomeraciones urbanas. Pompelon y sus habitantes, pertenecían al mundo del paganismo.

Entre esos habitantes, se contaba Firmo, alto funcionario de la administración romana en la ciudad, y su esposa Eugenia, matrona de ilustre ascendencia. Todo hace imaginar, sin embargo, que Firmo y Eugenia, aunque paganos, eran creyentes, ya que sus almas sentían aspiraciones, mucho más allá, de sus efigies tutelares predilectas.

Firmo y Eugenia ofrendaban, sacrificaban en los altares de su culto, con la sencilla fe del pueblo, que creía en sus dioses con una pasión, que durante casi medio milenio, hizo frente al cristianismo, que avanzaba con fuerza arrolladora. En la fe pagana del pueblo, había ardor y había vitalidad. Esto explica los mártires.

En la vida de Fermín, el hijo de Firmo y Eugenia, nos movemos en un mundo de conjeturas, pero la mención del nombre de la madre, evoca la gran receptibilidad, de las mujeres paganas, a la nueva doctrina destinada a toda la humanidad, sin excluir de la esperanza, a los más humildes y despreciados, y que traía un positivo consuelo, a los desesperados y a los vacilantes.

Las viejas hagiografías, describen a Firmo y Eugenia, dirigiéndose al templo de Júpiter, para ofrecer sacrificios, y detenidos en el camino, a la vista de un extranjero, que con dulce y grave palabra, explicaba al pueblo, la figura y la doctrina de Cristo. Al llegar aquí, hay que imaginarse, el amoroso ardor de aquellos humildes y eficaces Apóstoles, mucho más cercanos que nosotros en el tiempo, a la figura de Jesús.

Firmo y Eugenia, invitaron a su hogar al extranjero, hondamente impresionados por el discurso de éste. Honesto, que así se llamaba el Apóstol, explicó a aquellos, los fundamentos de la religión cristiana, y cómo venía de Tolosa de Francia, de donde le había enviado, el Santo obispo Saturnino, discípulo de los Apóstoles, con la concreta misión de difundir en Pompelon, la fe en Jesucristo.

Las convincentes palabras de Honesto, en la intimidad del hogar de Firmo, conmovieron todavía más a éste, que no solamente dio a aquél, esperanzas de convertirse al cristianismo, sino que además, manifestó deseos de conocer a Saturnino.

El Santo obispo de Tolosa, no tardó mucho en acceder, a los deseos de Firmo. Una cosa, es la gran devoción de Pamplona y Navarra, a San Saturnino, pero tiene sobre todo importancia, ese recio resumen de su obra apostólica, que acostumbran añadir los navarros, a la mención del mártir, y que vale por la mejor biografía: "San Saturnino, el que nos trajo la fe".

Cuentan que Saturnino, evangelizó en Navarra a más de cuarenta mil paganos, entre ellos a Firmo, Fausto y Fortunato, los tres primeros magistrados de Pompelon, y que a impulsos de aquella ardorosa predicación, se construyó rápidamente la primera iglesia cristiana, que pronto resultó insuficiente.

Todos estos preliminares, un poco extenso, resultan necesarios, para explicar la figura de Fermín, el hijo de Firmo y Eugenia, niño de diez años de edad, que Honorato se encargó de modelar en el espíritu, al quedar a la cabeza de la grey de Pompelon, vuelto ya Saturnino a Tolosa.

La historia de Fermín, a esa grande e imprecisa distancia histórica, resulta demasiado lineal, pero no por eso, menos reveladora, del ardor de aquellos heroicos confesores de Jesucristo, íntimamente comprometidos, a confesarlo dondequiera, y en cualquier situación que fuese.

Honesto, dedicando con afán sus esfuerzos al alma, que él adivinó excepcional en el niño Fermín, obtuvo que éste, ya para los dieciocho años, hablara en público, con admiración de todos los oyentes.

Firmo y Eugenia, enviaron entonces a Fermín a Tolosa, poniéndole bajo la dirección de Honorato, Obispo y sucesor de Saturnino. Éste, no menos admirado, del talento y de la prudencia de Fermín, venciendo su modestia, le ordenó presbítero, consagrándolo después Obispo de Pamplona, su ciudad natal.

El celo evangelista de Fermín, en su tierra navarra, emparejaba con el de su antecesor Saturnino. Al conjuro de la palabra entusiasta de Fermín, los templos paganos se arruinaban sin objeto, y los ídolos se hacían pedazos: en poco tiempo, el territorio fue llenándose de fervorosos cristianos.

Las devociones fundamentales de San Fermín, eran la Santísima Trinidad y la Santísima Virgen María.

Invocando a la Santísima Trinidad, la devoción de las devociones, operaba milagros tan prodigiosos, que los gentiles en Navarra y en las Galias, llegaron a mirarle como un dios. Vamos a dejar a un lado la leyenda. Digamos en lenguaje actual, que el amor de Dios, inflamaba el alma de Fermín, en una caridad milagrosa.

Fermín, después de ordenar suficiente número de presbíteros en su tierra, pasó a las Galias, cuyas regiones reclamaban, el entusiasmo del joven Obispo, pues a la sazón ardía en ellas, furiosa, la persecución. La indiferencia ante la persecución, constituía en Fermín, otra manera de predicar, y no precisamente la menos eficaz.

Los paganos de Agen, de la Auvernia, de Angers, de Anjou, en el corazón de las Galias, y también en Normandía, quedaban admirados de aquella presencia, que daba sereno testimonio de Cristo, indiferente a todos los peligros. El ansia tranquila del martirio, movía a Fermín.

Esta ansia dirigió a Fermín hacia Beauvais, donde el procónsul Valerio, sostenía una crudelísima persecución, contra todo lo que tuviera nombre de cristiano. Fermín, encerrado a muy a poco de llegar allí, hubiese muerto en la prisión, víctima de durísimas privaciones y sufrimientos, de no haber acaecido la muerte de Valerio, circunstancia que el pueblo creyente, aprovechó para ponerlo en libertad.

La fama de su entereza moral, y su gesto, de comenzar a predicar públicamente a Jesucristo, tan pronto como salió de la cárcel, movieron en aquella ocasión eficazmente, el corazón de muchos paganos, que juntamente con los viejos cristianos, contagiados todos ellos, del entusiasmo de Fermín, edificaron iglesias por todo el territorio.

A Fermín infatigable, se le señala en la Picardia, y más tarde, de regreso de una correría por los Países Bajos, otra vez en la ciudad de Amiéns, capital de aquella región, en donde había de encontrar gloriosa muerte. La cercanía intuída del martirio, acrecentó más todavía, su santa indiferencia, y el entusiasmo de Fermín, ya incontenible, en su empeño de predicar a Jesucristo. Por otra parte, la fe de Fermín, seguía operando milagros asombrosos, comparables a los de los primeros apóstoles.

El pretor de Amiéns, alarmado de aquel ascendiente, llamó a su presencia a Fermín; pero prendado de su persona, y de la sinceridad de sus palabras, mandó ponerle en libertad.

Pero como Fermín, insistiera en predicar al pueblo, la fe en Cristo, el pretor, volviendo de su acuerdo, ordenó encerrarlo en la prisión. La agitación del pueblo creyente, mal resignado con esta medida, determinó un miedoso y cruel impulso del pretor: mandó cortar la cabeza a San Fermín, en la misma cárcel.

En medio de la consternación de los cristianos, un tal Faustiniano, convertido por San Fermín, tuvo el valor de atreverse a rescatar el cuerpo decapitado, para enterrarlo provisionalmente, en una de sus heredades; y más tarde, con todo sigilo, trasladó los restos, de aquel gran devoto de María a una iglesia, que el mismo San Fermín, había dedicado a la Santísima Virgen.

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Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, infúndenos el don de la sinceridad en nuestra Vida, como lo hiciste con San Fermín y San Panteno, para que podamos animar siempre, a todos los que nos rodean, en la Fe en Jesucristo. Bendice a todos los padres y madres, como lo hiciste con Firmo y Eugenia, para que la evangelización, empiece en casa, con todos los niños y niñas del mundo. A Tí Señor, que nos ordenaste llevar a todos los corazones, la Buena Noticia de tu Palabra, en el momento de tu Ascensión. Amén.


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