jueves, 2 de julio de 2020


1 de julio

San Simeón el Loco


Anacoreta (522-c.a. 590)

La cordura de Jesús, es la locura para el mundo

Reza el refrán castellano, que "cada maestrillo tiene su librillo", refiriéndose a los modos diversísimos, de enseñar a los demás, lo que cada uno sabe. Luego, la ciencia pedagógica, se encarga de proponer a los pedagogos, la mejor manera de transmitir el saber, en cada una de las materias, dictando normas, y diciendo lo que se puede, y lo que no se puede hacer, para conseguir que los alumnos aprendan más, y los maestros desperdicien menos su energía, y su tiempo.

Incluso se necesitan títulos, diplomas, cursos bien aprovechados, conocimientos de técnicas para programar, concretar objetivos, distribuir por tiempos, y evaluar los resultados, para llegar a ser un excelente maestro, e incluso conseguir un puesto de trabajo. Así hemos complicado las cosas hoy. Simeón, como vamos a ver, rompió los esquemas de la pedagogía de todos los tiempos.

Se le cataloga como anacoreta, y lo que cabe esperarse de tal sujeto, es el retiro en el desierto, la vida de oración, y la ascesis de la penitencia; con todo ello, el solitario da testimonio y buen ejemplo, que estimula al resto de los mortales creyentes, a ser menos egoístas, más piadosos, y también mejor dispuestos, a hacer el bien al prójimo con quien convive. De esta manera, vivió treinta años Simeón, pero se salió de la vida como anacoreta, y se convirtió voluntariamente, en un Loco citadino.

Nació en Edesa, en el año 522. A los treinta años, se fue a la parte del desierto, donde el abad Nicon tenía sus dominios, ayudando a sus monjes en la entrega, y recordándoles los compromisos adquiridos.

Pasados treinta años de soledad, oración y penitencia, decide dejar el retiro, para convertirse en su pueblo, en el estrafalario loco, que entre risas, chanzas, lloros, brincos, gritos, gracias, amenazas, consejos, chistes, conducta de lunático, y actitudes de escándalo para los buenos, acaba siendo la conciencia moral del pueblo.

Y es que Simeón, no quiso ser un santo de cliché, ni de esquema. Ni siquiera quiso enseñar el Evangelio, como mandan los cánones; tuvo su estilo, y poniéndolo en práctica consiguió, haciéndose el Loco, para así poder hablar libremente del Reino. Prefirió que la gente se burle de él, en vez de hacerlo con el Evangelio.

No es la leyenda, la imaginación o la fábula, la que nos presenta su imagen; es un personaje bien definido en la época, en la geografía, y en el modo razonado de actuar, del modo menos razonable que se pueda pensar; veinte años después de muerto, el obispo de Chipre, Leoncio, escribió su vida y milagros bien probados, que le contó el diácono Juan de Edesa, ciudad ubicada entre Damasco y Antioquía, que supo ver con los años, la santidad de este Simeón Salo, -así se dice loco en sirio- que se propuso jugar con el mundo, y reírse de él.

Comenzó su hazaña, en la Edesa que le vió nacer en otro tiempo, arrastrando a un perro muerto, que encontró en el basurero próximo, atándole una pata al ceñidor de esparto de su hábito, corriendo y gritando por el pueblo, y llevando tras de sí, una bulliciosa nube de chiquillos, que gritaban al unísono, entre risas y burlas, persiguiendo al monje, que se comportaba de tal manera, y que extrañó tanto, a las personas respetables del pueblo.

El primer domingo, no hace otra cosa, que tirar nueces a las velas del altar, con el acierto de apagarlas, y cuando se indignaron el presbítero y sus feligreses, se subió al púlpito, y tiró las que le quedaban, a las mujeres piadosas del templo. Seguramente quería, que se despertaran los feligreses que asistían a la misa.

Volcó las mesas de los vendedores de bollos y repostería, para la ofrenda del culto, consiguiendo una buena paliza. Contratado para vender verduras por un tabernero, repartió entre los pobres la mercancía, y dijo al de los vinos, que "le había encargado que Dios le guardara su dinero"; reñía entre seriedad y risas a los borrachos, diciéndoles que arruinaban su vida, mientras él bebía un vaso de buen vino; los clientes ríen sus ocurrencias, y se preocupan con sus ridículas máximas de chiflado, por lo que el negocio no le disminuye al tabernero; pensando los dueños, que quizá no estuviera tan loco, el Loco abad.

Vive en una cueva, la suciedad y el desaliño son ahora su propiedad, pero pasea por el pueblo, adornado con ramas de palmera en la cabeza, y colgantes de uvas y de ajos; así va a la plaza del pueblo, predicando conversión; el Loco, entre risas y saltos, se retuerce como un reptil por el suelo, con los puños cerrados, amenaza destrucción; para la gente es un cínico y lunático, simple, loco o brujo.

Para que no quepa ninguna duda de su maldad, a las mozas peligrosas por su belleza, las deja con los ojos estrábicos, aunque las vuelve guapas de nuevo, si dejan que les bese los ojos tuertos, permitiendo que se les aproxime, con su rala y sucia barba.

No se sabe cómo, pero no le faltan cinco sueldos, para organizar mesa y comida, para los pobres en la plaza del pueblo; si alguien pensó que eso era cosas de buenos, pregunta a las de vida alegre, si aceptan su amistad, y así se ve, que es para vicio su dinero - quizá quepa reseñar, que algunas de ellas, terminaron en un convento.

Como dijeron que no se probara bocado en la Cuaresma, apareció a la salida de la Iglesia un Jueves Santo, devorando -no solo comiendo- medio cordero. Buscaba con seguridad, llamar a la verdadera conversión del corazón.

Busca ocasiones de infamia, aceptando la calumnia, de una criada joven embarazada, de ser el padre de lo que lleva en su seno; a la hora del parto, confesó la pobrecilla a su señora, la mentira, descubriendo la estrategia del Loco, que la cuidó con esmero, todo el tiempo del embarazo, como si de veras hubiera sido su hijo.

¿Por qué el santo decidió ser Salo, dejando de ser cuerdo?. Cuando era anacoreta, se acostumbró a la pobreza, no le costaba ser casto, le importaba poco la soledad, no le escocía la falta de sueño, el trabajo era normal, comer yerbas cocidas, por lo que no tenía más interés; el calor, el frío y la penitencia dura, no le asustaban. Todo era poco por Cristo; pero Él merecía más que eso.

Pero la soberbia, el amor propio, el orgullo, la fama era otro cuento; que le dijeran "santo" le daba gozo, y que le llamaran "penitente observante", le traía consuelo; sí, de novicio, de profeso, de asceta consagrado... siempre tenía serpeando, la soberbia enredada en su cuerpo.

Amando a Dios tanto, pensó que era preciso reírse de sí, del mundo y llegar al desprecio. La locura era buen recurso, para limpiar el desierto del orgullo, que bajo capa de santo, se puede encerrar en el anacoreta de su tiempo, porque parecía intentar batir récords de hambres, y querer superar marcas de penitencias anteriores.

Para hacer el bien, sin peligro de que le llamaran "bueno", la locura fue el remedio cierto; así podía aparecer como frívolo, malo, juerguista, pecador, tonto, necio, Loco o Salo, que es lo mismo.

De alguna manera, lograba también que la atención social, se concentrara en su locura, que era en definitiva, la locura del mundo y de ellos mismos, aunque disimulada socialmente bajo la capa de “cordura”, y así dejar en claro, la cordura del mensaje de Jesucristo, que es locura para el mundo.

Si además, a Dios le gustó el trabajo de su bufón risueño, profeta, taumaturgo, excéntrico, escandaloso, payaso, que rompía el envaramiento tieso de los creyentes, premiándolo con milagros, ¿qué "peros" podremos ponerle, al método pedagógico de Simeón Salo?.

Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, que revestiste a San Simeón de tu sagrada locura, haz que tu sagrada cordura en el mundo, se convierta en locura para los demás, y así ganar para nosotros, y para quienes nos rodean, el Reino de los Cielos. A Tí Señor que viniste, para que los estaban ciegos puedan ver, y para quienes decían ver, permanecieran como ciegos. Amén.


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