martes, 26 de febrero de 2019


Tercera Feria, 26 de febrero

SAN ALEJANDRO


PATRIARCA DE ALEJANDRIA
(† 326)

Breve
San Alejandro, patriarca de Alejandría, tiene una especial significación, en la historia de la Iglesia de principios del siglo IV, por haber sido el primero en descubrir y condenar la herejía de Arrio, y haber iniciado la campaña contra esta herejía, que tanto preocupó a la Iglesia durante aquel siglo. Todo giraba en torno a la divinidad de Jesucristo.

A él cabe también la gloria, de haber formado y asociado, en el gobierno de la Iglesia alejandrina, a San Atanasio, preparándose de este modo un digno sucesor, que debía ser el portavoz de la ortodoxia católica, en las luchas contra el arrianismo.

Es muy interesante leer completa la crónica histórica, porque nos da la perspectiva en que se desarrollaron los acontecimientos, e incluso sabemos que en ese siglo, hubo violencia, muerte y destrucción entre cristianos, debido a estas discusiones.

A tal punto llegó la violencia y el desorden en el Imperio, que el propio emperador Constantino, impulsó el Concilio de Nicea, para que los cristianos se pongan de acuerdo en qué creían, (él mismo todavía no se había bautizado).

Este tema tiene actualmente completa vigencia, ya que en cierto modo el islamismo, es otra forma de arrianismo, dado que el Islam acepta la Biblia, y el Nuevo Testamento como libros sagrados, aunque “el libro de cabecera” sea el Corán, pero no acepta la divinidad del amado maestro, aunque lo considera como un profeta, y le tiene un gran respeto y veneración, como así también a la Virgen María.

Pero niegan que Jesús haya sido crucificado, ya que afirman que otro hombre tomó su lugar. Difícil de creer eso documentadamente, ya que su Madre, la Santísima Virgen María, estuvo con Él todo el tiempo de Pasión, y lo acompañó hasta el pie de la cruz, junto a San Juan Evangelista.

Además su propio discípulo Judas Iscariote, lo entregó en el huerto de Getsemaní, por lo que es de dudar que se haya equivocado. Además el propio Jesús afirma “Yo Soy”, cuando preguntan los soldados por Él. Y por último, están todos los milagros, que sucedieron al expirar en la Santa Cruz.

Por otra parte, la cláusula filoque – es parte también de la división entre católicos y ortodoxos. Los católicos afirmamos que el Padre y el Hijo engendraron el Espíritu Santo, y ellos dicen que el Padre engendró al Hijo y al Espíritu Santo. Reconocen los ortodoxos la divinidad de Jesucristo, pero le asignan un “origen” en el “no tiempo” a Él, y al Espíritu Santo por parte del Padre. Como vemos ha sido y es, un tema arduo y muy profundo y actual, hasta hoy mismo.

Quizás la verdad esté escondida de manera sencilla, y estuvo siempre ante nuestros ojos, solo que no reflexionamos adecuadamente el sentido real.

Es muy posible que Nuestro Divino Maestro, nuestro amado y dulce Jesús, sea realmente nuestro Padre directo, ya que el propio Evangelio de San Juan, lo afirma al principio: “Por Él fué todo creado”, es decir la parte del Universo en donde habitamos; y sea al mismo tiempo, el Hijo del Hijo de la Santísima Trinidad, el Hijo del Hijo Eterno y Original.

Es decir, tiene origen divino; tiene poderes divinos, ya que creó nuestro Universo de la nada; y fué crucificado para limpiar nuestros crímenes y pecados, ya que Él es nuestro Padre directo; Él nos engendró, y se hizo cargo de nuestras locuras, como lo hace cualquier padre con sus hijos....

Quizás el gran desconocido, sea la Segunda Persona de la Trinidad, del cual procedería nuestro amado Jesucristo, el Hijo del Hijo Eterno y Original, verdadero Hijo Creador, y verdadero Hombre...

Esto solucionaría muchas controversias, y abriría muchas otras...Es poco probable que la Segunda y Tercera Persona de la Trinidad, hayan sido “engendradas” por la Primera, como afirman los ortodoxos. Carece de una lógica profunda.

Lo que a mí me queda claro, es que Dios es Familia, es Amor, es Confianza mutua, es Sacrificio hasta la Muerte. Por eso, el demonio ataca en primer lugara la Familia, en las personas de Adán y Eva, ya que ataca a Dios en su esencia.

¡Gracias Señor, por darnos siempre una honesta ocupación intelectual y espiritual, para reflexionar sobre Tí, para Amarte más cada día, y para abrirte nuestra mente y corazón, a todos tus divinos misterios!. Amén.
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BERNARDINO LLORCA, S, I.

Nacido Alejandro hacia el año 250, ya durante el gobierno de Pedro de Alejandría, se distinguió de un modo especial, en aquella Iglesia. Los pocos datos que poseemos, sobre sus primeras actividades, nos han sido transmitidos por los historiadores Sócrates, Sozomeno y Teodoreto de Ciro, a los que debemos añadir, la interesante información de San Atanasio. Así pues, en general, podemos afirmar que las fuentes, son relativamente seguras.

El primer rasgo de su vida, en el que convienen todos los historiadores, nos lo presenta, como un hombre de carácter dulce y afable, lleno siempre de un entrañable amor y caridad para con sus hermanos, y en particular, para con los pobres.

Esta caridad, unida con un espíritu de conciliación, tan conforme con los rasgos característicos de la primitiva Iglesia, proyectan una luz muy especial, sobre la figura de San Alejandro de Alejandría, que conviene tener muy presente, en medio de las persistentes luchas, que tuvo que mantener más tarde contra la herejía; pues viéndolo envuelto en las más duras batallas contra el arrianismo, pudiera creerse, que era de carácter belicoso, intransigente y acometedor.

En realidad, San Alejandro era por inclinación natural, todo lo contrario; pero poseía juntamente una profunda estima, y un claro conocimiento, de la verdadera ortodoxia, unidos con un abrasador celo por la gloria de Dios, y la defensa de la Iglesia, lo cual lo obligaba a sobreponerse constantemente, a su carácter afable, bondadoso y caritativo, y a emprender las más duras batallas contra la herejía.

De este espíritu de caridad y conciliación, que constituyen la base fundamental de su carácter, dio bien pronto claras pruebas, en su primer encuentro con Arrio. Éste comenzó a manifestar su espíritu inquieto y rebelde, afiliándose al partido de los melecianos, constituido por los partidarios del obispo Melecio de Lycópolis, que mantenía un verdadero cisma, frente al legítimo obispo Pedro de Alejandría.

Por este motivo, Arrio había sido arrojado por su obispo de la diócesis de Alejandría. Pero Alejandro, se interpuso con todo el peso de su autoridad y prestigio, y obtuvo, no sólo su readmisión en la diócesis, sino su ordenación sacerdotal por Aquillas, sucesor de Pedro, en la sede de Alejandría.

Muerto pues prematuramente Aquillas, en el año 313, le sucedió el mismo Alejandro, y por cierto son curiosas algunas circunstancias, que sobre esta elección nos transmiten sus biógrafos.

Filostorgo asegura que Arrio, al frente entonces de la iglesia de Baucalis, apoyó decididamente esta elección, lo cual se hace muy verosímil, si tenemos presente, la conducta observada con él por Alejandro. Mas, por otra parte, Teodoreto atestigua que Arrio, había presentado su propia candidatura a Alejandría, frente a Alejandro, y que precisamente por haber sido éste preferido, concibió desde entonces contra él, una verdadera aversión, y una marcada enemistad.

Sea de eso lo que se quiera, Arrio mantuvo durante los primeros años, las más cordiales relaciones con su obispo, el nuevo patriarca de Alejandría, San Alejandro. Éste desarrolló entre tanto, una intensa labor apostólica y caritativa, en consonancia con sus inclinaciones naturales, y con su carácter afable y bondadoso. Uno de los rasgos que hacen resaltar los historiadores, en esta etapa de su vida, es su predilección por los cristianos que se retiraban del mundo, y se entregaban al servicio de Dios en la soledad.

Precisamente en este tiempo, comenzaban a poblarse los desiertos de Egipto, de aquellos anacoretas, que siguiendo los ejemplos de San Pablo, primer ermitaño, de San Antonio, y otros maestros de la vida solitaria, daban el más sublime ejemplo de la perfecta entrega, y consagración a Dios. Estimando pues, en su justo valor, la virtud de algunos entre ellos, les puso al frente de algunas iglesias, y atestiguan sus biógrafos, que fue feliz en la elección de estos prelados.

Por otra parte, se refiere que hizo levantar la iglesia dedicada a San Teonás, que fue la más grandiosa de las construidas, hasta entonces, en Alejandría.

Al mismo tiempo, consiguió mantener la paz y tranquilidad, de las iglesias de Egipto, a pesar de la oposición que ofrecieron algunos, en la cuestión sobre el día de la celebración de la Pascua, y sobre todo, de las dificultades promovidas por los melecianos, que persistían en el cisma, negando la obediencia al obispo legítimo.

Pero lo más digno de notarse, es su intervención, en la cuestión ocasionada por Atanasio en sus primeros años. En efecto, niño todavía, había procedido Atanasio, a bautizar a algunos de sus compañeros, dando origen a la discusión, sobre la validez de este bautismo. San Alejandro resolvió favorablemente la controversia, constituyéndose desde entonces en su protector, y promoviendo la esmerada formación de aquel niño, que debía ser su sucesor, y el paladín de la causa católica.

Pero la verdadera significación de San Alejandro de Alejandría, fue su acertada intervención en todo el asunto de Arrio, y del arrianismo, y su decidida defensa de la ortodoxia católica. En efecto, ya antes del año 318, comenzó a manifestar Arrio, una marcada oposición, al patriarca San Alejandro de Alejandría.

Esto se vio de un modo especial en la doctrina, pues mientras Alejandro insistía claramente en la divinidad del Hijo, y su igualdad perfecta con el Padre, Arrio comenzó a esparcir la doctrina, de que no existe más que un solo Dios, que es el Padre, eterno, perfectísimo e inmutable, y por consiguiente, el Hijo o el Verbo no es eterno, sino que tiene principio, ni es de la misma naturaleza del Padre, sino pura criatura.

La tendencia general, era rebajar la significación del Verbo, al que se concebía como inferior, y subordinado al Padre. Es lo que se designaba como subordinacionismo, verdadero racionalismo, que trataba de evitar el misterio de la Trinidad, y de la distinción de personas divinas.

Mas por otra parte, como los racionalistas modernos, para evitar el escándalo de los simples fieles, ponderaban las excelencias del Verbo, si bien éstas no lo elevaban, más allá del nivel de pura criatura.

En un principio, Arrio esparció estas ideas con la mayor reserva, y solamente entre los círculos más íntimos. Mas como encontrara buena acogida, en muchos elementos procedentes del paganismo, acostumbrados a la idea del Dios supremo, y los dioses subordinados, e incluso en algunos círculos cristianos, a quienes les parecía la mejor manera, de impugnar el mayor enemigo de entonces, que era el sabelianismo, procedió ya con menos cuidado, y fue conquistando muchos adeptos, entre los clérigos y laicos de Alejandría, y otras diócesis de Egipto.

Bien pronto, pues, se dio cuenta el patriarca Alejandro, de la nueva herejía, e inmediatamente se hizo cargo, de sus gravísimas consecuencias en la doctrina cristiana, pues si se negaba la divinidad del Hijo, se destruía el valor infinito de la Redención. Por esto, reconoció inmediatamente como su deber sagrado, el detener los pasos, a tan destructora doctrina.

Para ello, tuvo ante todo, conversaciones privadas con Arrio; le dirigió paternales amonestaciones, tan conformes con su propio carácter conciliador y caritativo; en una palabra, probó toda clase de medios, para convencer a buenas a Arrio, de la falsedad de su concepción.

Mas todo fue inútil. Arrio no sólo no se convencía de su error, sino que continuaba con más descaro su propaganda, haciendo cada día más adeptos, sobre todo entre los clérigos. Entonces pues, juzgó San Alejandro necesario, proceder con rigor, contra el obstinado hereje, sin guardar ya el secreto de la persona.

Así, reunió un sínodo en Alejandría, en el año 320, en el que tomaron parte un centenar de obispos, e invitó a Arrio a presentarse, y dar cuenta de sus nuevas ideas. Se presentó él, en efecto, ante el sínodo, y expuso claramente su concepción, por lo cual fue condenado por unanimidad, por toda la asamblea.

Tal fue el primer acto solemne, realizado por San Alejandro contra Arrio, y su doctrina. En unión con los cien obispos de Egipto y de Libia, lanzó el anatema contra el arrianismo. Pero Arrio, lejos de someterse, salió de Egipto, y se dirigió a Palestina, y luego a Nicomedia, donde trató de denigrar a Alejandro de Alejandría, y presentarse a sí mismo, como inocente perseguido. Al mismo tiempo, propagó con el mayor disimulo sus ideas, e hizo notables conquistas, particularmente la de Eusebio de Nicomedia.

Entre tanto, continuaba San Alejandro, la iniciada campaña contra el arrianismo. Aunque de natural suave, caritativo, paternal, y amigo de conciliación, viendo la pertinacia del hereje, y el gran peligro de su ideología, sintió arder en su interior, el fuego del celo, por la defensa de la verdad, y de la responsabilidad que sobre él recaía, y continuó luchando con toda decisión, y sin arredrarse por ninguna clase de dificultades.

Escribió pues, entonces, algunas cartas, de las que se nos han conservado dos, de las que se deduce el verdadero carácter de este gran obispo, por un lado lleno de dulzura y suavidad, mas por otro, firme y decidido, en defensa de la verdadera fe cristiana.

Por su parte, Arrio y sus adeptos, continuaron insistiendo, cada vez más en su propaganda. Eusebio de Nicomedia, y Eusebio de Cesarea, trabajaban en su favor en la corte de Constantino.

Se trataba de restablecer a Arrio en Alejandría, y hacer retirar el anatema, lanzado contra él. Pero San Alejandro, consciente de su responsabilidad, ponía como condición indispensable, la retractación pública de su doctrina, y entonces fue cuando compuso, una excelente síntesis de la herejía arriana, donde aparece ésta con todas sus fatales consecuencias.

Por su parte, el emperador Constantino, influido sin duda por los dos Eusebios, inició su intervención directa en la controversia. Ante todo, envió sendas cartas a Arrio y a Alejandro, donde en la suposición, de que se trataba de cuestiones de palabras, y deseando a todo trance la unión religiosa, los exhortaba a renunciar cada uno, a sus puntos de vista, en bien de la paz.

El gran obispo Osio de Córdoba, confesor de la fe, y consejero religioso de Constantino, fue el encargado de entregar la carta a San Alejandro, y juntamente de procurar la paz, entre los diversos partidos. Entre tanto Arrio, había vuelto a Egipto, donde difundía ocultamente sus ideas, y por medio de cantos populares, y sobre todo, con el célebre poema Thalia, trataba de extenderlas entre el pueblo cristiano.

Llegado pues Osio a Egipto, tan pronto como se puso en contacto con el patriarca Alejandro, y conoció la realidad de las cosas, se convenció rápidamente de la inutilidad de todos sus esfuerzos.

Así se confirmó plenamente, en un concilio celebrado por él, en Alejandría. Sólo con un concilio universal o ecuménico, se podía poner término, a tan violenta situación. Vuelto pues, a Nicomedia, donde se hallaba el emperador Constantino, le aconsejó decididamente esta solución. Lo mismo le propuso, el patriarca Alejandro de Alejandría. Tal fue la verdadera génesis, del primer concilio ecuménico, reunido en Nicea, en el año 325.

No obstante su avanzada edad, y los efectos que había producido en su cuerpo, tan continua y enconada lucha, San Alejandro acudió al concilio de Nicea, acompañado de su secretario, el diácono San Atanasio.

Desde un principio, fue hecho objeto de los mayores elogios, de parte de Constantino, y de la mayor parte de los obispos, ya que él era, quien había descubierto el virus de aquella herejía, y aparecía ante todos, como el héroe de la causa por Dios. Como tal, tuvo la mayor satisfacción, al ver condenada solemnemente, la herejía arriana en aquel concilio, que representaba a toda la Iglesia, y estaba presidido por los legados del Papa.

Vuelto San Alejandro a su sede de Alejandría, sacando fuerzas de flaqueza, trabajó lo indecible durante el año siguiente, en remediar los daños causados por la herejía. Su misión en este mundo, podía darse por cumplida.

Como pastor, colocado por Dios, en una de las sedes más importantes de la Iglesia, había consumado en ella, los tesoros de su caridad, y de la más delicada solicitud pastoral, y habiendo descubierto la más solapada y perniciosa herejía, la había condenado en su diócesis, y había conseguido, a su vez, que fuera condenada solemnemente por toda la Iglesia en Nicea.

Es cierto que la lucha entre la ortodoxia y arrianismo, no terminó con la decisión de este concilio, sino que continuó con una fuerza, cada vez más intensa, durante gran parte del siglo IV. Pero San Alejandro, había desempeñado bien su papel, y dejaba tras sí a su sucesor, en la misma sede de Alejandría, San Atanasio, quien recogía plenamente su herencia de adalid, de la causa católica.

Según todos los indicios, murió San Alejandro en el año 326, probablemente el 26 de febrero, si bien otros indican el 17 de abril. En Oriente, su nombre fue pronto incluido, en el martirologio. En el Occidente no lo fue hasta el siglo IX.

Oración: Te pedimos Señor y Dios nuestro, que por intercesión del Obispo y Patriarca San Alejandro de Alejandría, podamos interesarnos y adentrarnos en TU misterio, la TRINIDAD, y así poner siempre el foco de nuestra vida en Tí Señor, el Alfa y el Omega de nuestra Vida. Para que nunca la religión sea motivo de violencia, divisiones o sectarismos, sino un motivo de Paz, Unión y de espíritu de Familia, como lo eres Tú en el seno de la SANTÍSIMA TRINIDAD. Amén.

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