Sexta
Feria, 22 de diciembre
SANTA FRANCISCA JAVIERA CABRINI
Misionera
del Sagrado Corazón de Jesús
(+
1917)
"Trabajemos,
trabajemos. Luego tendremos toda una eternidad para descansar"
Breve
Misionera
Italiana. Asistió principalmente a sus connacionales, que emigraron
a Norteamérica, y luego al resto de América. Faro de luz en medio
de una oscuridad muy profunda, que siempre trae el desarraigo.
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JAVIER
PÉREZ DE SAN ROMAN
Los biógrafos de la Santa, nos cuentan que solía jugar de niña en un arroyuelo, haciendo barquitos de papel, en los que colocaba unas violetas. "¡A China!", les decía. Un día se cayó en el riachuelo, y desde entonces tuvo un miedo muy grande al agua, la mujer que en su vida, recorrería diecinueve veces el Océano.
Los biógrafos de la Santa, nos cuentan que solía jugar de niña en un arroyuelo, haciendo barquitos de papel, en los que colocaba unas violetas. "¡A China!", les decía. Un día se cayó en el riachuelo, y desde entonces tuvo un miedo muy grande al agua, la mujer que en su vida, recorrería diecinueve veces el Océano.
En
las violetas que viajaban en sus barquitos de papel, alguien ha
querido ver a las misioneras del Sagrado Corazón de Jesús, que más
tarde fundaría. ¡China!. Al amor de la lumbre leían en el hogar,
al caer la tarde, las vidas de los santos, y los anales de la
Propagación de la Fe.
Francisca
Cabrini vino al mundo el 15 de julio de 1850. Fue la penúltima de
once hermanos. En su casa, conoció la virtud tradicional de unos
honestos y sobrios trabajadores de la tierra. Nació en Italia, en
Sant'Angelo Logidiano, pequeño pueblo de la feraz Lombardía.
Su
padre, Agustín, era un modesto propietario. Su madre, Stela Oldini,
era modelo de madre, tierna y hacendosa. La muerte irá llevando poco
a poco a sus hermanitos. Vivirán únicamente Rosa, Juan Bautista y
Francisca. Esta va creciendo débil y delicada. Su hermana Rosa, que
le lleva quince años, ayudará a su madre en la educación de
nuestra Santa.
Rosa
es severa; tiene un rígido sentido del deber. Quiso ser religiosa,
mas las necesidades de la casa se lo impidieron. Pero en los planes
divinos, contribuiría a forjar una santa. De su madre, heredó
Francisca la ternura de Rosa, un sentido de responsabilidad
extraordinario.
Francisca,
a los ocho años, recibe el sacramento de la confirmación, que la
hace auténtico soldado de Cristo. La firmeza, y su espíritu
sobrenatural, caracterizaron toda su vida y toda su obra. Al año
siguiente recibe la primera comunión. Débil, tímida, abstraída,
cuando llegue la hora, su timidez se cambiará en la franca libertad
de la mujer fuerte. A los once años, ofrece al Señor su virginidad.
Renovará el holocausto a los diecinueve años, aunque a la sazón,
las circunstancias no fueran muy favorables para ser acogida en un
Instituto religioso.
Teniendo
trece años, oye hablar a un misionero, y decide ser religiosa. Su
hermana Rosa la humilla: "¡Tan pequeña, tan ignorante, y
soñando con ser misionera!".
A
los dieciocho años consigue, en la Escuela Normal de Lodi, el título
de maestra. Es de entendimiento despierto, y tiene un afán enorme
por conocer. Con la muerte de sus padres - ambos mueren en el espacio
de once meses - cuando Francisca tenía veinte años, se cierra ese
período de vida familiar, tan rico en alegrías íntimas, y de tan
felices recuerdos. Su hermana Rosa acompañará a Juan Bautista,
cuando éste emigre a Argentina.
Para
Francisca, el Magisterio es un sacerdocio. Por consejo de su padre
espiritual, va a Vidardo, a suplir, por quince días se pensaba, a
una maestra enferma, y permanece en este puesto durante dos años. Su
labor en este pueblo, es eminentemente apostólica y social. Por esta
época, un vómito de sangre le cierra las puertas de dos Institutos
religiosos. Será una prueba providencial, que alargará su
permanencia en el mundo, para lograr mayor experiencia de las
personas y de las cosas.
El
reverendo Serrati, párroco de Vidardo, es trasladado a la parroquia
de Codoño. En este pueblo, de 8.000 habitantes, existe el Hospicio
de la Providencia, muy necesitado de orden y de cuidado. El nuevo
párroco de Codoño, sabe muy bien que Francisca, a pesar de sus
veintitrés años, es capaz de poner las cosas en su sitio,
gobernando una institución, en la que un grupo de mujeres mal
avenidas, hacían gala de piadosas, y tenían una responsabilidad
para la cual no estaban preparadas. Cabrini va por obediencia. Es el
12 de agosto de 1874.
Cuatro
años antes, este grupo de mujeres se había constituído en
Instituto religioso. Vistieron el hábito, y emitieron los tres
votos. Francisca Cabrini emite los votos en este Instituto el año
1877, y el 30 de agosto del mismo año, es nombrada superiora del
Hospicio de la Providencia.
Después
vienen los enfados, las disensiones, las incomprensiones, los dramas
íntimos. Las lágrimas que sorberá la Santa en silencio, serán
rocío que vivificará esta rosa que nace entre las espinas. Pequeñas
y grandes perfidias, envidias, sarcasmos. La respuesta es: paciencia.
El
señor obispo disuelve el Instituto. El vino nuevo, se colocará en
odres nuevos. El prelado llama a Cabrini: "Tienes
deseos de hacerte misionera: no conozco ningún Instituto de
misioneras: funda uno". Francisca Cabrini tiene
treinta años, cuando escucha estas palabras.
El
10 de noviembre de 1880, se firma en Codoño la compra de un
edificio, y a los cuatro días, tiene lugar la consagración de
Francisca Cabrini, y de sus siete primeras hijas. Preside el
instituto, la imagen del Sagrado Corazón, como en todas las casas
que erigirá el nuevo Instituto, que se llamará “Misioneras del
Sagrado Corazón de Jesús”. El día 3 de diciembre, festividad de
San Francisco Javier, lo celebran con gran fervor. Desde esta fecha,
Francisca se llamará Francisca Javier. También ella sueña con
China
En
1881, obtiene la aprobación diocesana, y en 1901 logrará la
pontificia. El cardenal Vives y Tutó, prefecto de la Sagrada
Congregación de Religiosos, afirmó en esta ocasión: “Si en
todo el período de mi prefectura, solamente hubiera firmado este
decreto, tendría bastante de qué gloriarme”.
El
pensamiento de la Santa corre ahora hacia China, como aquellos
barquitos de papel, que llevaban violetas, mecidas por la corriente
del arroyuelo de su infancia.
El
grano de mostaza empieza a expandirse. La madre Cabrini morirá a los
sesenta y siete años, después de haber fundado personalmente 67
casas. En los comienzos, figura la de Milán, residencia para las
muchachas que emigran de los pueblos a la ciudad, por razón de
estudios. Con idéntico fin, fundará otra en Roma poco después, y
más tarde en Génova.
El
papa León XIII, que dió el sello al Instituto, le marcará también
el camino. Cabrini buscaba China, los países salvajes. No quería
para sus hijas la comodidad de la civilización, que entibiaría su
espiritu. Pero...
Por
aquel entonces regía la diócesis de Piacenza, un santo y celoso
prelado, monseñor Scalabrini. Hacía unos años que había fundado
una asociación de misioneros, que tenía por finalidad asistir,
principalmente en América, a millares de emigrados italianos, que
vivían en una deplorable situación moral y religiosa.
Pero
a todos ellos, les faltaba la delicadeza y la ternura de una madre.
Propuso la idea a Santa Francisca Javier. A la madre Cabrini, no se
le presentaba todavía esta labor en toda su grandeza. No por falta
de celo ni de espíritu, sino porque no en balde había acariciado la
idea del Oriente durante treinta años.
León
XIII conocía muy bien, la triste situación de los emigrados
italianos en ultramar. Hacía poco tiempo, que había lanzado un
conmovedor grito de socorro a los obispos americanos, para que
vinieran en su ayuda. Cuando la madre Cabrini va a exponer al Santo
Padre, la proposición de monseñor Scalabrini, recibe una orden
explícita perentoria: "¡Al
Oriente, no; al Occidente!".
Cristo
ha hablado por boca de su Vicario. China desaparece como nube
arrebolada, herida por el sol. Bastaba recorrer el andén de Turín,
o asomarse a los puertos de Génova y Nápoles, para ver el
espectáculo: maletas, fardos pesados, y
sobre ellos, sentados, hombres, mujeres y niños. Muchos analfabetos.
Todos sin orientación, sin rumbo fijo, sin ninguna asistencia. Han
de buscar en otros horizontes, lo que en su patria no encuentran.
Victimas de engaños, sin recursos económicos, van a regar con su
sudor y con su sangre los campos, las minas, las industrias de
ultramar. Marchan a los grandes desiertos, a las enormes ciudades. A
un mundo distinto y extraño, fundidos entre los nativos, entre los
franceses, españoles, portugueses, irlandeses... En una mezcolanza
impresionante de ideas, de credos y de razas.
Frente
a una lucha a muerte, contra todo lo que se opusiera al logro de sus
legítimos deseos de mejorar o de vivir. Sin
asistencia espiritual, sin colegios, sin asilos, sin orfanatos, sin
hospitales, sin solidaridad nacional, sin recíproca comprensión,
vivían o malvivían a la sazón en América, cerca de un millón de
italianos.
Después
este número ha crecido extraordinariamente. Faltaba una asistencia
amorosa y paciente, que conservara integra su fe, mantuviera su
esperanza, diera a su camino áspero y duro, un sentido noble de
misión, e hiciera consciente tanto dolor, como medio de superación
y elevación personal y colectiva.
Faltaba
una cultura, que de suyo constituye siempre una gran fuerza moral, y
brinda oportunidad para triunfar Tan lamentable espectáculo hizo
decir a monseñor Scalabrini: "Se me
enciende el rostro de vergüenza. Me siento humillado, en mi doble
condición de sacerdote y de italiano".
El
13 de julio de 1888, había partido para América el primer grupo de
misioneros de monseñor Scalabrini: siete sacerdotes y tres legos.
Llevaban un crucifijo, y la bendición de León XIII. El 21 de marzo
de 1889, el navío Bourgogne sale de El Havre, llevando a Francisca
Javier. Va a Nueva York para hacer su primera fundación.
En
el camino, se cruza un telegrama del arzobispo de Nueva York, en el
que le anuncia que desiste de sus propósitos de fundar un orfanato,
por haber fallado sus planes. Por eso, al llegar, las recibe
únicamente la estatua de la Libertad. Van la madre y seis
religiosas. El saludo de monseñor Carrigan es: "Me parece
que la mejor solución es que regresen a Italia". Este
comienzo es el pórtico, de una vida llena de penalidades.
Alguien
ha dicho: "Si Cristóbal Colón descubrió América, la madre
Cabrini ha descubierto a todos los italianos en América". Y
es verdad. Fue a su encuentro y los halló en los barrotes de la
cárcel, en el campo de trabajo, en la orilla de los ríos, en los
muelles de los puertos, en las tabernas, en las buhardillas.
Dondequiera que un alma de su tierra sufría y lloraba, allí llegó
la madre Cabrini.
Con
su sonrisa ancha, con afán de servicio, con la ilusión de renovar
el follaje seco, injertándolo en el árbol perenne, siempre fresco,
de la Iglesia. "Trabajemos,
trabajemos. Luego tendremos toda una eternidad para descansar",
decía constantemente.
A
los cuatro meses vuelve a Italia. ¿Cómo relatar ahora, en tan breve
espacio los diecinueve viajes que realizó a través del Océano?.
Fundó en Italia, en Francia, en Inglaterra, y en España. Creó
personalmente hospitales, preventorios, orfanatos, colegios y asilos
en Nueva York, Nueva Orleáns, Denver, Los Angeles, Chicago, Seattle,
Filadelfia, etc., etc.
En
la América Central, los fundó en Costa Rica, en Panamá y en
Nicaragua.
De
la bahía de Costa Rica es esta anécdota: el barco ha fondeado cerca
de la costa. En una barquita se acercan las religiosas a tierra para
comulgar. Como preparación van cantando. De improviso unas aves, en
ordenado vuelo, se colocan encima del esquife. La madre dice: "Son
las jóvenes americanas, que ingresarán en el Instituto".
Una religiosa le dice: "¿No serán las almas, que por
nuestro sacrificio se salvarán?". La respuesta es
inmediata. Millares de aves acuáticas levantan el vuelo, y giran en
torno de la embarcación.
Este
doble presagio se cumplirá: a la muerte de la madre Cabrini, el
Instituto contaba ya con dos mil religiosas. ¿Y quién podrá contar
las almas que se han salvado, y se salvarán por su mediación?.
¿Quién podrá describir su paso por la cordillera de los Andes,
sobre una mula, y el encuentro con los icebers frente a Terranova, y
las terribles tempestades, tras las cuales, sobre el lomo del mar
pacificado, se veían innumerables restos de veleros hundidos, y sus
viajes de siete días y siete noches en tren, con altas fiebres?.
¿Cómo enumerar las contradicciones de los nativos y connacionales,
las estrecheces, las dificultades que surgieron por parte de las
autoridades civiles y eclesiásticas, la
guerra que le hicieron los masones, los liberales, las sectas
anticatólicas?
Hizo
fundaciones en Buenos Aires, Rosario de Santa Fe, Mendoza. En el
Brasil abre colegios en San Pablo, y en Río de Janeiro.
El
papa León XIII la recibía, aun estando las audiencias suspendidas.
El venerable anciano, con admiración de los presentes, le ponía su
cansada mano sobre la cabeza, acariciándola mientras decía: "La
Iglesia abraza al Instituto". Y añadía: "Trabajemos,
trabajemos, que después será muy hermoso el paraíso".
Después repetiría la Santa: "Tengo asegurado el paraíso.
Me lo ha dicho el Santo Padre".
El
día 22 de diciembre de 1917, la madre Cabrini entraba en el paraíso
prometido. Moría en Chicago.
En
la oración fúnebre, el obispo de Seattle decía: "Fue
una mujer extraordinaria, no solamente en la historia de América,
sino en la historia del mundo entero".
El
comisario de la Emigración en América, afirmó: "La madre
Cabrini ha hecho por los emigrantes, mucho más que el Ministerio de
Asuntos Exteriores".
Pío
XI la inscribió en el catálogo de los beatos, el día 13 de
noviembre de 1938. El papa Pío XII, decretó su canonización, el
día 20 de junio de 1943.
Y
el papa Pío XII, el gran papa de los emigrantes, el día de su
canonización, destacó en un precioso discurso lo fundamental, el
impulso interno que animó todas sus obras: era
un alma ricamente dotada por la naturaleza y por la gracia.
En
ella, se dieron cita la audacia y el valor, la previsión y la
vigilancia, la perspicacia y la constancia. La desconfianza en sí
misma, se tradujo en confianza inmensa en Dios. Fue misionera del
Corazón de Jesús, al que hizo conocer, adorar, amar y servir.
Pío
XII recordó la frase de la Santa: "Yo siento que el mundo
entero es demasiado pequeño para satisfacer mis deseos". Y
a continuación, hacía hablar Su Santidad a Porcia, el personaje de
Shakespeare, símbolo de la mujer estéril y aburrida: "Mi
pequeño cuerpo está cansado de este gran mundo".
¡Qué
contraste!. Fue humilde de corazón, obediente, desprendida y
virginal. Vivió una vida de unión íntima con el Corazón de Jesús,
autor de la gracia, y con el Corazón de María, Madre de todas las
gracias.
Oración:
Te pedimos Señor y Dios nuestro, que por los méritos y la
intercesión de la Madre Cabrini, sean aliviados los dolores de todos
los inmigrantes del Mundo, cualquiera sea su raza o creencias, y
siempre cuenten con su auxilio maternal en todo momento. A Tí Señor
que Eres Camino, Verdad y Vida. Amén.
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