Domingo
3 de diciembre
San
Francisco Javier
1506-1552
Cuerpo
Incorrupto
Sacerdote
misionero Jesuita en el lejano Oriente
Llamado
con justicia “el gigante de la historia de las misiones”
Patrono
oficial de las misiones extranjeras, y de todas las obras
relacionadas con la propagación de la fe
“¡Ay
de mí, si no anuncio el Evangelio!”
Breve:
Nació en el castillo de Javier (Navarra), en el año 1506. Cuando estudiaba en París, se unió al grupo de San Ignacio. Fue ordenado sacerdote en Roma, en el año 1537, y se dedicó a obras de caridad. El año 1541 marchó al Oriente. Evangelizó incansablemente la India y el Japón durante diez años, y convirtió a muchos a la fe cristiana. Murió en el año 1552, en la isla de Sanchón Sancián, a las puertas de China.
Nació en el castillo de Javier (Navarra), en el año 1506. Cuando estudiaba en París, se unió al grupo de San Ignacio. Fue ordenado sacerdote en Roma, en el año 1537, y se dedicó a obras de caridad. El año 1541 marchó al Oriente. Evangelizó incansablemente la India y el Japón durante diez años, y convirtió a muchos a la fe cristiana. Murió en el año 1552, en la isla de Sanchón Sancián, a las puertas de China.
“¡Ay
de mí, si no anuncio el Evangelio!”. De sus cartas
a San Ignacio
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Son
pocos los hombres que tienen el corazón tan grande, como para
responder a la llamada de Jesucristo, e ir a evangelizar hasta los
confines de la tierra. San Francisco Javier es uno de esos.
Con
razón ha sido llamado: "El gigante
de la historia de las misiones", y el Papa Pío
X, lo nombró patrono oficial de las misiones extranjeras, y de todas
las obras relacionadas con la propagación de la fe.
La
oración del día de su fiesta dice así: "Señor,
tú has querido, que varias naciones llegaran al conocimiento de la
verdadera religión, por medio de la predicación de San Francisco
Javier".
El
famoso historiador Sir Walter Scott comentó: "El
protestante más rígido, y el filósofo más indiferente, no pueden
negar que supo reunir el valor y la paciencia de un mártir, con el
buen sentido, la decisión, la agilidad mental, y la habilidad del
mejor negociador, que haya ido nunca en embajada alguna".
Francisco
nació en 1506, en el castillo de Javier en Navarra, cerca de
Pamplona, España. Era el benjamín de la familia. A los dieciocho
años, fue a estudiar a la Universidad de París, en el colegio de
Santa Bárbara, donde en 1528 obtuvo el grado de licenciado.
Dios
le estaba preparando grandes cosas, por lo que dispuso que Francisco
Javier, tuviese como compañero de la pensión a Pedro Favre, que
sería como él jesuita y luego beato; también providencialmente
conoció a un extraño estudiante, llamado Ignacio de Loyola, ya
bastante mayor que sus compañeros.
Al
principio, Francisco rehusó la influencia de Ignacio, el cual le
repetía la frase de Jesucristo: "¿De
qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si se pierde a sí
mismo?". Este pensamiento, al principio le
parecía fastidioso, y contrario a sus aspiraciones, pero poco a
poco, fue calando y retando su orgullo y vanidad.
Por
fin, San Ignacio logró que Francisco se apartara un tiempo, para
hacer un retiro especial que el mismo Ignacio había desarrollado,
basado en su propia lucha por la santidad. Se
trata de los "Ejercicios Espirituales" de San Ignacio.
Francisco
fue guiado por Ignacio, en aquellos días de profundo combate
espiritual, y quedó profundamente transformado por la gracia de
Dios. Comprendió las palabras que San Ignacio le decía: "Un
corazón tan grande, y un alma tan noble, no pueden contentarse con
los efímeros honores terrenos. Tu ambición debe ser la gloria que
dura eternamente".
Llegó
a ser uno de los siete primeros seguidores de San Ignacio, fundador
de los jesuitas, consagrándose al servicio de Dios en Montmatre, en
1534. Hicieron voto de absoluta pobreza, y resolvieron ir a
Tierra Santa, para comenzar desde allí su obra misionera, poniéndose
en todo caso a la total dependencia del Papa.
Junto
con ellos, recibió la ordenación sacerdotal en Venecia, tres años
más tarde, y con ellos compartió las vicisitudes de la naciente
Compañía. Abandonado el proyecto de la Tierra Santa, emprendieron
camino hacia Roma, en donde Francisco colaboró con Ignacio, en la
redacción de las Constituciones de la Compañía de Jesús. Bien
dice el Libro del Eclesiástico: "Encontrar
un buen amigo, es como encontrarse un gran tesoro".
A
las Misiones
En
1540, San Ignacio envió a Francisco Javier, y a Simón Rodríguez a
la India, en la primera expedición misional de la Compañía de
Jesús. Para embarcarse, Francisco Javier llegó a Lisboa, hacia
fines de junio. Inmediatamente fue a reunirse con el Padre Rodríguez,
quien se ocupaba de asistir, e instruir, a los enfermos en el
hospital donde vivía. Javier se hospedó también ahí, y ambos
solían salir a instruir y catequizar en la ciudad.
Pasaban
los domingos oyendo confesiones en la corte, pues el rey Juan III los
tenía en gran estima. Esa fue la razón por la que el Padre
Rodríguez tuvo que quedarse en Lisboa. También San Francisco
Javier se vio obligado a permanecer ahí ocho meses, y fue por
entonces cuando escribió a San Ignacio: "El rey no está
todavía decidido a enviarnos a la India, porque piensa que aquí
podremos servir al Señor tan eficazmente como allí".
Pero
Dios tenía otros planes, y Francisco Javier partió hacia las
misiones el 7 de abril de 1541, cuando tenía 35 años, el rey le
entregó un breve escrito, por el que el Papa le nombraba nuncio
apostólico en el Oriente. El monarca no pudo conseguir que
aceptase, más que un poco de ropa y algunos libros. Tampoco quiso
Javier llevar consigo a ningún criado, alegando que "la
mejor manera de alcanzar la verdadera dignidad, es lavar los propios
vestidos sin que nadie lo sepa".
Con
él partieron a la India el Padre Pablo de Camerino, que era
italiano, y Francisco Mansilhas, un portugués que aún no había
recibido las órdenes sagradas. En una afectuosa carta de despedida
que el santo escribió a San Ignacio, le decía a propósito de este
último, que poseía "un bagaje de celo, virtud y sencillez,
más que de ciencia extraordinaria".
Otros
cuatro navíos completaban la flota. En el barco, viajaba el
gobernador de la India, Don Martín Alfonso Sousa, y además de la
tripulación, había pasajeros, soldados, esclavos y convictos. Entre
la tripulación y entre los pasajeros, había gente de toda clase, de
suerte que Javier tuvo que mediar en reyertas, combatir la blasfemia,
el juego y otros desórdenes. Francisco se
encargó de catequizar a todos. Los domingos predicaba al
pie del palo mayor de la nave. Convirtió su camarote en enfermería,
y se dedicó a cuidar a todos los enfermos, a pesar de que al
principio del viaje, los mareos le hicieron sufrir mucho a él
también.
Pronto
se desató a bordo una epidemia de escorbuto, y sólo los misioneros
se encargaban del cuidado de los enfermos. La expedición navegó
meses, para alcanzar el Cabo de Buena Esperanza, en el extremo sur
del continente africano, y llegar a la isla de Mozambique, donde se
detuvo durante el invierno; después siguió por la costa este del
África oriental, y se detuvo en Malindi y en Socotra.
Por
fin, la expedición llegó a Goa, el 6 de mayo de 1542, tardándoles
el doble de lo normal. San Francisco Javier se estableció en el
hospital, hasta que llegaron sus compañeros, cuyo navío también se
había retrasado.
La
Pérdida de la fe entre los Cristianos de las Colonias
Goa
era colonia portuguesa desde 1510. Había ahí un número
considerable de cristianos, con obispo, clero y varias iglesias.
Desgraciadamente, muchos de los portugueses
se habían dejado arrastrar por la ambición, la usura y los vicios,
hasta el extremo de que muchos abandonaron la fe.
Los
sacramentos habían caído en desuso; se
usaba el rosario para contar el número de azotes que mandaban dar a
sus esclavos. La escandalosa
conducta de los cristianos, alejaba de la fe a los infieles. Esto fue
un reto para San Francisco Javier.
Además,
fuera de Goa, había a lo más, cuatro predicadores, y ninguno de
ellos era sacerdote. El misionero comenzó por instruir a los
portugueses en los principios de la religión, y a formar a los
jóvenes en la práctica de la virtud.
Después
de pasar la mañana, en asistir y consolar a los enfermos y a los
presos, en hospitales y prisiones miserables, recorría las calles
tocando una campanita, para llamar a los niños y a los esclavos al
catecismo.
Éstos
acudían en gran cantidad, y el santo les enseñaba el Credo, las
oraciones, y la práctica de la vida cristiana. Todos los domingos
celebraba la misa a los leprosos, predicaba a los cristianos y a los
hindúes, y visitaba las casas.
Su
amabilidad y su caridad con el prójimo, le ganaron muchas almas. Uno
de los pecados más comunes era el concubinato de los portugueses, de
todas las clases, sociales con las mujeres del país, dado que había
en Goa muy pocas portuguesas.
Tursellini,
el autor de la primera biografía de San Francisco Javier, que fue
publicada en 1594, describe con viveza los métodos que empleó el
santo, para combatir aquella vida de pecado. Por ellos, puede verse
el tacto con que supo Javier predicar la moralidad cristiana,
demostrando que no contradecía ni al sentido común, ni a los
instintos verdaderamente humanos.
Para
instruir a los pequeños y a los ignorantes, el
santo solía adaptar las verdades del cristianismo a la música
popular, un método que tuvo tal éxito que poco
después, se cantaban las canciones que él había compuesto, lo
mismo en las calles que en las casas, en los campos, que en los
talleres.
Misionero
con los Paravas
Cinco
meses más tarde, se enteró Javier de que en las costas de la
Pesquería, que se extienden frente a Ceilán (Sri Lanka), desde el
Cabo de Comorín hasta la isla de Manar, habitaba la tribu de los
paravas.
Éstos
habían aceptado el bautismo, para obtener la protección de los
portugueses contra los árabes y otros enemigos; pero por falta de
instrucción, conservaban aún las supersticiones del paganismo, y
practicaban sus errores (1).
Javier
partió en auxilio de esa tribu, que "sólo sabía que era
cristiana y nada más".
El
santo hizo trece veces aquel viaje tan peligroso, bajo el tórrido
calor del sur de Asia. A pesar de la dificultad, aprendió el idioma
nativo, y se dedicó a instruir y confirmar a los ya bautizados.
Particular atención consagró a la enseñanza del catecismo a los
niños. Los paravas, que hasta entonces no conocían siquiera el
nombre de Cristo, recibieron el bautismo en grandes multitudes.
A
este propósito, Javier informaba a sus hermanos de Europa, que
algunas veces, tenía los brazos tan fatigados por administrar el
bautismo, que apenas podía moverlos. Los generosos paravas, que eran
considerados de casta baja, extendieron a San Francisco Javier una
acogida calurosa, en tanto que los brahamanes, de clase alta,
recibieron al santo con gran frialdad, y su éxito con ellos fue tan
reducido, que al cabo de doce meses, sólo había logrado convertir a
un brahamán. Según parece, en aquella
época, Dios obró varias curaciones milagrosas por medio de Javier.
Por
su parte, Javier se adaptaba plenamente al pueblo con el que vivía.
Con los pobres comía arroz, y dormía en el suelo de una pobre
choza. Dios le concedió maravillosas consolaciones interiores. Con
frecuencia, decía Javier de sí mismo: "Oigo exclamar a
este pobre hombre, que trabaja en la viña de Dios: Señor no me des
tantos consuelos en esta vida; pero si tu misericordia ha decidido
dármelos, llévame entonces todo entero, a gozar plenamente de Ti ".
Javier
regresó a Goa, en busca de otros misioneros, y volvió a la tierra
de los paravas con dos sacerdotes y un catequista indígena, y con
Francisco Mansilhas, a quienes dejó en diferentes puntos del país.
El santo escribió a Mansilhas una serie de cartas, que constituyen
uno de los documentos más importantes para comprender el espíritu
de Javier, y conocer las dificultades con que se enfrentó.
El
Escándalo de los Malos Cristianos: Espina en el Corazón
Nada
podía desanimar a Francisco. "Si no encuentro una barca- dijo
en una ocasión- iré nadando". Al ver la apatía de los
cristianos, ante la necesidad de evangelizar comentó: "Si en
esas islas hubiera minas de oro, los cristianos se precipitarían
allá. Pero no hay sino almas para salvar". Deseaba
contagiar a todos con su celo evangelizador.
El
sufrimiento de los nativos, a manos de los paganos y de los
portugueses, se convirtió en lo que él describía, como "una
espina que llevo constantemente en el corazón". En cierta
ocasión, fue raptado un esclavo indio, y el santo escribió: "¿Les
gustaría a los portugueses, que uno de los indios se llevase por la
fuerza a un portugués al interior del país?. Los indios tienen
idénticos sentimientos que los portugueses".
Poco
tiempo después, San Francisco Javier extendió sus actividades a
Travancore. Algunos autores han exagerado el éxito que tuvo ahí,
pero es cierto que fue acogido con gran regocijo en todas las
poblaciones, y que bautizó a muchos de los habitantes.
En
seguida, escribió al Padre Mansilhas, que fuese a organizar la
Iglesia entre los nuevos convertidos. En su tarea, solía valerse el
santo de los niños, a quienes seguramente divertía mucho, repetir a
otros lo que acababan de aprender de labios del misionero. Los
badagas del norte, cayeron sobre los cristianos de Comoín y
Tuticorín, destrozaron las poblaciones, asesinaron a varios, y se
llevaron a otros muchos como esclavos.
Ello
entorpeció la obra misional del santo. Según se cuenta, en cierta
ocasión, salió solo Javier al encuentro del enemigo, con el
crucifijo en la mano, y le obligó a detenerse. Por otra parte,
también los portugueses entorpecían la evangelización; así, por
ejemplo, el comandante de la región estaba en tratos secretos con
los badagas.
A
pesar de ello, cuando el propio comandante tuvo que salir huyendo,
perseguido por los badagas, San Francisco Javier escribió
inmediatamente al Padre Mansilhas: "Os suplico, por el amor
de Dios, que vayáis a prestarle auxilio sin demora". De no
haber sido por los esfuerzos infatigables del santo, el enemigo
hubiese exterminado a los paravas. Y hay que decir, en honor de esa
tribu, que su firmeza en la fe católica resistió a todos los
embates.
El
reyezuelo de Jaffna (Ceilán del norte), al enterarse de los
progresos que había hecho el cristianismo en Manar, mandó asesinar
ahí a 600 cristianos.
El
gobernador, Martín de Sousa, organizó una expedición punitiva que
debía partir de Negatapam. San Francisco Javier se dirigió a ese
sitio; pero la expedición no llegó a partir, de suerte que el santo
decidió emprender una peregrinación a pie, al santuario del Apóstol
Santo Tomás en Milapur, donde había una reducida colonia
portuguesa, a la que podía prestar sus servicios.
Se
cuentan muchas maravillas de los viajes de San Francisco Javier.
Además de la conversión de numerosos pecadores públicos europeos,
a los que se ganaba con su exquisita cortesía, se le atribuyen
también otros milagros.
Carta
de Protesta al Rey
En
1545, el santo escribió desde Cochín al rey de Portugal, en la que
le daba cuenta del estado de la misión. En ella habla del peligro en
que estaban los neófitos de volver al paganismo, "escandalizados
y desalentados por las injusticias y vejaciones, que les imponen los
propios oficiales de Vuestra Majestad . . . Cuando nuestro Señor
llame a Vuestra Majestad a juicio, oirá tal vez Vuestra Majestad las
palabras airadas del Señor: '¿Por qué no castigaste a aquellos de
tus súbitos sobre los que tenías autoridad, y que me hicieron la
guerra en la India? ' ".
El
santo habla muy elogiosamente del vicario general en las Indias, Don
Miguel Vaz, y ruega al rey que le envíe nuevamente con plenos
poderes, una vez que éste haya rendido su informe en Lisboa. "Como
espero morir en estas partes de la tierra, y no volveré a ver a
Vuestra Majestad en este mundo, le ruego que me ayude con sus
oraciones, para que nos encontremos en el otro, ciertamente estaremos
más descansados que en éste".
San
Francisco Javier repite sus alabanzas sobre el vicario general, en
una carta al Padre Simón Rodríguez, en donde habla todavía con
mayor franqueza acerca de los europeos: "No
titubean en hacer el mal, porque piensan que no puede ser malo lo que
se hace sin dificultad, y para su beneficio. Estoy aterrado ante el
número de inflexiones nuevas, que se dan aquí a la conjugación del
verbo 'robar'"
Malaca
y el Gozo de Servir al Señor
En
la primavera de 1545, San Francisco Javier partió para Malaca, donde
pasó cuatro meses. Malaca era entonces una ciudad grande y próspera.
Albuquerque la había conquistado para la corona portuguesa en 1511,
y desde entonces, se había convertido en un centro de costumbres
licenciosas.
Anticipándose
a la moda que se introduciría varios siglos más tarde, las mujeres
jóvenes se paseaban en pantalones, sin tener siquiera la excusa de
que trabajaban como los hombres. El santo fue acogido en la ciudad
con gran reverencia y cordialidad, y tuvo cierto éxito en sus
esfuerzos de reforma.
En
los dieciocho meses siguientes, es difícil seguirle los pasos. Fue
una época muy activa y particularmente interesante, pues la pasó en
un mundo en gran parte desconocido, visitando ciertas islas a las que
él da el nombre genérico de Molucas, y que es difícil identificar
con exactitud.
Sabemos
que predicó y ejerció el ministerio sacerdotal en Amboina, Ternate,
Gilolo y otros sitios, en algunos de los cuales, había colonia de
mercaderes portugueses. Aunque sufrió mucho en aquella misión,
escribió a San Ignacio: "Los peligros a los que me
encuentro expuesto, y los trabajos que emprendo por Dios, son
primavera de gozo espiritual. Estas islas son el sitio del mundo, en
que el hombre puede más fácilmente perder la vista de tanto llorar;
pero se trata de lágrimas de alegría. No recuerdo haber gustado
jamás tantas delicias interiores, y los consuelos no me dejan
sentir, el efecto de las duras condiciones materiales y de los
obstáculos que me oponen los enemigos declarados, y los amigos
aparentes".
De
vuelta a Malaca, el santo pasó ahí otros cuatro meses predicando.
Antes de volver a la India, oyó hablar del Japón a unos mercaderes
portugueses, y conoció personalmente a un fugitivo del Japón,
llamado Anjiro. Javier desembarcó nuevamente en la India, en enero
de 1548.
Pasó
los siguientes quince meses viajando sin descanso entre Goa, Ceilán
y Cabo de Comorín, para consolidar su obra (sobre todo el "Colegio
Internacional de San Pablo" en Goa), y preparar su partida al
misterioso Japón, en el que hasta entonces no había penetrado
ningún europeo.
Escribió
la última carta al rey Juan III, a propósito de un obispo armenio,
y de un fraile franciscano. En ella decía: "La
experiencia me ha enseñado, que Vuestra Majestad tiene poder para
arrebatar a las Indias sus riquezas, y disfrutar de ellas, pero no lo
tiene para difundir la fe cristiana".
Japón
En
abril de 1549, partió de la India, acompañado por otro sacerdote de
la Compañía de Jesús, y un hermano coadjutor, por Anjiro (que
había tomado el nombre de Pablo), y por otros dos japoneses que se
habían convertido al cristianismo.
El
día de la fiesta de la Asunción, desembarcaron en Kagoshima, Japón.
En Kagoshima, los habitantes los dejaron en paz. San Francisco Javier
se dedicó a aprender el japonés, lo cual no era nada fácil para
él. Sin embargo, logró traducir al japonés una exposición muy
sencilla de la doctrina cristiana, que repetía a cuantos se
mostraban dispuestos a escucharle. Al cabo de un año de trabajo,
había logrado unas cien conversiones.
Ello
provocó las sospechas de las autoridades, las cuales le prohibieron
que siguiese predicando. Entonces, el santo decidió trasladarse a
otro sitio con sus compañeros, dejando a Pablo al cuidado de los
neófitos. Antes de partir de Kagashima, fue a visitar la fortaleza
de Ichku; ahí convirtió a la esposa del jefe de la fortaleza, al
criado de ésta, a algunas personas más, y dejó la nueva
cristiandad a cargo del criado. Diez años más tarde, Luis de
Almeida, médico y hermano coadjutor de la Compañía de Jesús,
encontró en pleno fervor a esa cristiandad aislada.
San
Francisco Javier se trasladó a Hirado, al norte de Nagasaki. El
gobernador de la ciudad acogió bien a los misioneros, de suerte que
en unas cuantas semanas, pudieron hacer más de lo que había hecho
en Kagoshima en un año. El santo dejó esa cristiandad a cargo del
Padre de Torres, y partió con el hermano Fernández y un japonés a
Yamaguchi, en Honshu. Ahí predicó en las calles, y delante del
gobernador; pero no tuvo ningún éxito, y las gentes de la región
se burlaron de él.
Javier
quería ir a Miyako (Kioto), que era entonces la principal ciudad del
Japón. Después de trabajar un mes en Yamaguchi, donde apenas
cosechó algo más que afrentas, prosiguió el viaje con sus dos
compañeros. Como el mes de diciembre estaba ya muy avanzado, los
aguaceros, la nieve y los abruptos caminos, hicieron el viaje muy
penoso. En febrero, llegaron los misioneros a Miyako. Ahí se enteró
el santo de que para tener una entrevista con el mikado, necesitaba
pagar una suma mucho mayor a la que poseía.
Por
otra parte, como una guerra civil hacía estragos en la ciudad, San
Francisco Javier comprendió que por el momento, no podía hacer
ningún bien ahí, por lo cual volvió a Yamaguchi, quince días
después.
Viendo
que la pobreza de su persona se convertía en un obstáculo para
llegar al gobernador, se vistió con gran pompa, y fue a ver al
gobernador escoltado por sus compañeros, con toda la regalía de su
título de embajador de Portugal. Le entregó las cartas que le
habían dado para el caso las autoridades de la India, y le regaló
una caja de música, un reloj y unos anteojos, entre otras cosas.
El
gobernador quedó encantado con esos regalos, dio al santo permiso de
predicar, y le cedió un antiguo templo budista para que se alojase,
mientras estuviese ahí. Habiendo obtenido así la protección
oficial, San Francisco Javier predicó con gran éxito, y bautizó a
muchas personas.
Habiéndose
enterado de que un navío portugués había atracado en Funai (Oita)
de Kiushu, el santo partió para allá, y resolvió partir en ese
barco a visitar a sus comunidades cristianas en la India, antes de
hacer el deseado viaje a China. Los cristianos del Japón, que eran
ya unos 2000 quedaron al cuidado del Padre Cosme de Torres, y del
hermano Fernández. A pesar de las dificultades que sufrió, San
Francisco Javier opinaba que "no hay
entre los infieles, ningún pueblo más bien dotado que el japonés".
Regreso
a la India y expedición a la China
La
cristiandad había prosperado en la India durante la ausencia de
Javier; pero también se habían multiplicado las dificultades y los
abusos, tanto entre los misioneros, como entre las autoridades
portuguesas, y todo ello necesitaba urgentemente la atención del
santo.
Francisco
Javier emprendió la tarea con tanta caridad como firmeza. Cuatro
meses después, el 25 de abril de 1552, se embarcó nuevamente,
llevando por compañeros a un sacerdote y un estudiante jesuitas, un
criado indio, y un joven chino, que hubiera sido su intérprete si no
hubiese olvidado su lengua natal. En Malaca, el santo fue recibido
por Diego Pereira, a quien el virrey de la India, había nombrado
embajador ante la corte de China.
San
Francisco tuvo que hablar en Malaca sobre dicha embajada, con Don
Alvaro de Ataide, hijo de Vasco de Gama, que era el jefe en la marina
de la región. Como Alvaro de Ataide, era enemigo personal de Diego
Pereira, se negó a dejar partir a Pereira y a Francisco Javier,
tanto en calidad de embajador, como de comerciante.
Ataide
no se dejó convencer por los argumentos de Francisco Javier, ni
siquiera cuando éste le mostró el breve de Paulo III, por el que
había sido nombrado nuncio apostólico. Por el hecho de oponer
obstáculos a un nuncio pontificio, Ataide incurría en la
excomunión.
Finalmente,
Ataide permitió que Francisco Javier partiese a la China. El santo
envió al Japón al sacerdote jesuita, y sólo conservó a su lado al
joven chino, que se llamaba Antonio. Con su ayuda, esperaba poder
introducirse furtivamente en China, que hasta entonces había sido
inaccesible a los extranjeros.
A
fines de agosto de 1552, la expedición llegó a la isla desierta de
Sancián (Shang-Chawan), que dista unos veinte kilómetros de la
costa, y está situada a cien kilómetros al sur de Hong Kong.
Muerte
a las Puertas de China
Por
medio de una de las naves, Francisco Javier escribió desde ahí
varias cartas. Una de ellas iba dirigida a Pereira, a quien el santo
decía: "Si hay alguien que merezca que Dios le premie en
esta empresa, sois vos. Y a vos se deberá su éxito".
En
seguida, describía las medidas que había tomado: con mucha
dificultad y pagando generosamente, había conseguido que un mercader
chino, se comprometiese a desembarcar de noche en Cantón, no sin
exigirle que jurase que no revelaría su nombre a nadie. En tanto que
llegaba la ocasión de realizar el proyecto, Javier cayó enfermo.
Como sólo quedaba uno de los navíos portugueses, el santo se
encontró en la miseria.
En
su última carta escribió: "Hace mucho tiempo que no tenía
tan pocas ganas de vivir como ahora". El mercader chino no
volvió a presentarse. El 21 de noviembre, el santo se vio atacado
por una fiebre, y se refugió en el navío. Pero el movimiento del
mar le hizo daño, de suerte que al día siguiente, pidió que le
transportasen de nuevo a tierra.
En
el navío predominaban los hombres de Don Alvaro de Ataide, los
cuales, temiendo ofender a éste, dejaron a Javier en la playa,
expuesto al terrible viento del norte. Un compasivo comerciante
portugués, le condujo a su cabaña, tan maltrecha, que el viento se
colaba por las rendijas. Ahí estuvo Francisco Javier, consumido por
la fiebre.
Sus
amigos le hicieron algunas sangrías, sin éxito alguno. Entre los
espasmos del delirio, el santo oraba constantemente. Poco a poco, se
fue debilitando. El sábado 3 de diciembre, según escribió Antonio,
"viendo que estaba moribundo, le puse en la mano un cirio
encendido. Poco después, entregó el alma a su creador y Señor con
gran paz y reposo, pronunciando el nombre de Jesús".
San
Francisco Javier tenía entonces cuarenta y seis años, y había
pasado once en el oriente. Fue sepultado el domingo por la tarde. Al
entierro asistieron Antonio, un portugués y dos esclavos (2).
Su
cuerpo se conserva incorrupto
Uno
de los tripulantes del navío había aconsejado que se llenase de
barro el féretro, para poder trasladar más tarde los restos. Diez
semanas después, se procedió a abrir la tumba. Al
quitar el barro del rostro, los presentes descubrieron que se
conservaba perfectamente fresco, y que no había perdido el color;
también el resto del cuerpo estaba incorrupto, y sólo olía a
barro.
El
cuerpo fue trasladado a Malaca, donde todos salieron a recibirlo con
gran gozo, excepto Don Alvaro de Ataide. Al
fin del año, fue trasladado a Goa, donde los médicos comprobaron
que se hallaba incorrupto. Ahí reposa todavía, en la
iglesia del Buen Jesús.
Francisco
Javier fue canonizado en 1622, al mismo tiempo que Ignacio de Loyola,
Teresa de Avila, Felipe Neri, e Isidro el Labrador.
NOTAS
(1)
-El Padre Coleridge, S. J. escribió: "Probablemente todos los
misioneros que han ido a regiones, en las que sus compatriotas se
hallaban ya establecidos . . . han encontrado en ellos a los peores
enemigos de su obra de evangelización. En este sentido, las naciones
católicas son tan culpables como las protestantes. España, Francia
y Portugal son tan culpables como Inglaterra y Holanda".
(2)
Antonio describió los últimos días del santo, en una carta a
Manuel Teixeira, el cual la publicó en su biografía de San
Francisco Javier.
BIBLIOGRAFIA
Eliécer Sálesman, P. - Vidas de los Santos
Mario Sgarbossa - Luigi Giovannini - Un Santo Para Cada Día
Eliécer Sálesman, P. - Vidas de los Santos
Mario Sgarbossa - Luigi Giovannini - Un Santo Para Cada Día
Oración:
Dios Todopoderoso y Eterno, que por los méritos e
intercesión de San Francisco Javier, puedan la India, Indonesia,
Malasia, Mongolia, Corea, China y Japón; así como Sri Lanka, Laos,
Birmania, Vietnam y Camboya, incorporarse masivamente a la Fe
Católica y Apostólica, y así acelerar la venida de tu Reino. A Tí
Señor que Vives y Reinas por los Siglos de los Siglos. Amén.
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