Sexta
Feria, 30 de junio
Primeros
mártires de la Iglesia Romana
“¿Vas
al encuentro de Cristo, o sigues otros caminos, que te llevan lejos
de Él, y de Tí mismo?”. Papa
Juan Pablo II, (30-Agosto-2001)
Entre
los mártires de Roma, víctimas de la persecución de Nerón, están
los Apóstoles Pedro y Pablo, pero de la mayoría no conocemos su
nombre.
Nerón
era un emperador depravado, que no se detenía en nada, en sus
obsesiones por placer. Su vida era un desenfreno de vicios. Acusó a
los cristianos por el incendio que destruyó gran parte de Roma en el
año 64 (19 de julio). Esto era falso, pero servía de pretexto para
perseguirlos.
Tertuliano
escribió que "Los paganos atribuyen a los cristianos cualquier
calamidad pública, cualquier flagelo. Si las aguas del Tíber se
desbordan e inundan la ciudad; si por el contrario el Nilo no se
desborda ni inunda los campos; si hay sequía, carestía, peste,
terremoto, la culpa es toda de los cristianos, que desprecian a los
dioses, y por todas partes se grita: ¡Los cristianos a los leones!"
San
Clemente, Obispo de Roma, en su carta a los Corintios (caps. 5-6),
narra lo siguiente: "Pongamos ante
nuestros ojos a los Santos Apóstoles. A Pedro, que por una hostil
emulación, tuvo que soportar no una o dos, sino innumerables
dificultades, hasta sufrir el martirio, y llegar así a la posesión
de la gloria merecida.
Esta
misma envidia y rivalidad, dio a Pablo ocasión de alcanzar el premio
debido a la paciencia: en repetidas ocasiones, fue encarcelado,
obligado a huir, apedreado, y habiéndose convertido en mensajero de
la palabra en el Oriente y en el Occidente, su Fe se hizo patente a
todos, ya que después de haber enseñado a todo el mundo el camino
de la justicia, habiendo llegado hasta el extremo Occidente, sufrió
el martirio de parte de las autoridades, y de este modo, partió de
este mundo hacia el lugar Santo, dejándonos un ejemplo perfecto de
paciencia. A estos hombres, maestros de una vida santa, vino a
agregarse una gran multitud de elegidos, que habiendo sufrido muchos
suplicios y tormentos, también por emulación, se han convertido
para nosotros en un magnífico ejemplo".
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Antonio
R. Rubio Plo
Nada
sabemos de sus nombres, salvo que los Apóstoles Pedro y Pablo
encabezaron este ejército de los primeros mártires romanos,
víctimas en el año 64 de la persecución de Nerón, tras el
incendio de Roma.
A
veces me he preguntado si estaría entre ellos una ilustre dama
romana, Pomponia Graecina, esposa de Aulo Plaucio, gobernador de
Britania. Antiguas leyendas incluso hacen de Pomponia una princesa
britana, y la relacionan con los orígenes del cristianismo en las
Islas Británicas.
Pero
no parece probable, que aquella mujer se contara entre los mártires
de la primera persecución contra los cristianos. Sin embargo, hay
indicios escritos y arqueológicos, que permiten asegurar que hacia
el año 57 ó 58, Pomponia dio también testimonio, aunque incruento,
de su fe cristiana.
Los
Anales de Tácito (XIII, 32), aseguran que fue acusada de
“superstición extranjera”, algo que podría hacer referencia a
su condición de cristiana. Se constituyó un tribunal doméstico,
presidido por su marido, y que finalmente proclamó la inocencia de
la esposa, tras una indagación sobre su vida y su fama.
Con
todo, Tácito atribuye a Pomponia el carácter de “una persona
afligida”, alguien que durante cuarenta años llevó luto por el
asesinato de Julia, una víctima más, entre los miembros de una
familia imperial, diezmada por las ejecuciones o envenenamientos, que
el círculo del poder disponía de forma arbitraria.
Acaso
esa aflicción no procediera de una mera tristeza humana, sino del
deseo de mantenerse al margen de una sociedad marcada por el crimen y
la corrupción. Quizás la tristeza que Tácito ve en Pomponia, no
fuera tal sino un aire de seriedad, una expresión de desaprobación,
por un ambiente en el que no se respira a gusto, pero en el que hay
que estar necesariamente en función de las obligaciones familiares y
sociales.
Habría
que pensar que Pomponia no borraría por completo su afabilidad
femenina, y su “saber estar”, pese a algunas apariencias
externas. En el cristiano no puede caber la
tristeza. Las únicas lágrimas que puede derramar, son
las del Amor, como las que derramó Cristo a la vista de Jerusalén.
Pero cuando alrededor de alguien, se extienden las risas maliciosas,
las alusiones de dudoso gusto, y en general, todas las dimensiones de
las lenguas desatadas, es comprensible que pueda adoptar una
expresión de seriedad.
Sea
como fuere, Pomponia padeció en su fama y en su ánimo por seguir a
Cristo. Como en todas las épocas, los cristianos que están en el
mundo, pero no son del mundo, son señalados con el dedo, tachados de
locos, o etiquetados con calumnias.
Pomponia
Graecina es también un personaje secundario de la célebre novela
Quo Vadis de Henryk Sienckewicz. La matrona romana acoge en su casa,
y educa en la fe cristiana a Ligia, la hija del rey de los ligios
reducida a la esclavitud. El novelista polaco presenta a Pomponia,
como un modelo de virtud femenina en una sociedad corrompida.
En
las páginas de su obra, se trasluce que ha leído a Tácito, sobre
todo cuando describe la persecución neroniana, cuando “se empezó
a detener abiertamente a los que confesaban su fe” (Anales XV, 44).
Tácito no expresa la menor simpatía por los cristianos, tal y como
demuestran los calificativos que aparecen muchas veces en el citado
pasaje: “ignominias”, “execrable superstición”, “atrocidades
y vergüenzas”, “odio al género humano”, “culpables”,
“merecedores del máximo castigo”...
Lo
de menos, es que fuera verdad o mentira que los cristianos hubieran
incendiado Roma; el odio se había desatado, y todos tenían que
morir. Poco más de treinta años después de la crucifixión de
Cristo, se cumplía el pronóstico del Maestro, de que sus seguidores
serían también perseguidos, y de que serían odiados por su causa.
Tácito
especifica claramente los géneros de muerte que se aplicaron a los
cristianos: “A su suplicio se unió el escarnio, de manera que
perecían desgarrados por los perros, tras haberlos hecho cubrirse
con pieles de fieras, o bien clavados en cruces, al caer el día,
eran quemados de manera que sirvieran como iluminación durante la
noche”.
Juan
Pablo II reflexionó sobre aquellos primeros mártires de la Iglesia
romana, con motivo del preestreno de un film polaco, que pudo ver en
la tarde del 30 de agosto de 2001. Se trataba de la quinta versión
cinematográfica de Quo Vadis, adaptado y dirigido por Jerzy
Kawalerowicz, uno de los más importantes directores de la
cinematografía polaca, desde la década de 1960.
Me
sorprendió que Kawalerowicz dirigiera esta película, dados sus
antecedentes: realizó Madre Juana de los Ángeles, escandalosa
crónica de un supuesto caso de posesión demoníaca en un convento
francés del siglo XVII, y también fue autor de Faraón, una
superproducción en la que presentaba a un desconocido faraón,
Ramsés XIII, como un gobernante manipulado por los sacerdotes de
Amón.
Detrás
de esta historia, algunos críticos veían una referencia a la
Iglesia Católica, en sus relaciones con el Estado polaco. Pero en
Polonia han cambiado muchas cosas. El hoy octogenario Kawalerowicz se
hacía, con ocasión del lanzamiento de su película, esta pregunta:
Quo vadis, homo?, ¿Hacia dónde va el hombre contemporáneo?. Tras
la proyección de Quo Vadis, el Papa matizaba la misma pregunta:
“¿Vas al encuentro de Cristo, o sigues
otros caminos, que te llevan lejos de Él y de Tí mismo?”.
El
recuerdo de los primeros mártires romanos, era para Juan Pablo II,
mucho más que un dato histórico. De allí surge una reflexión
enteramente actual, una llamada para los cristianos de hoy y de
tiempos futuros: “Es necesario recordar
el drama que experimentaron en su alma, en el que se confrontaron, el
temor humano y la valentía sobrehumana; el deseo de vivir, y la
voluntad de ser fieles hasta la muerte; el sentido de la soledad ante
el odio inmutable, y al mismo tiempo, la experiencia de la fuerza que
proviene de la cercana e invisible presencia de Dios, y de la Fe
común de la Iglesia naciente. Es preciso recordar aquel drama para
que surja la pregunta: ¿algo de ese drama se verifica en mí?”.
Estas
palabras del Papa nos recuerdan, que tarde o temprano, los cristianos
son llamados a ser mártires, es decir testigos. Pocos serán los que
derramarán su sangre, al menos en los países del mundo
desarrollado. La mayoría experimentarán, en cambio, la
incomprensión, el ridículo o el odio. Tendrán que pedirle a Cristo
la fortaleza suficiente, para no negarle delante de los hombres.
Oración:
Dios Todopoderoso y Eterno, te pedimos la fortaleza espiritual y la
lucidez intelectual, para que todos los días podamos recibir de tus
manos el sagrado bautismo del fuego y del agua, y de esa manera
participar dignamente en la Vida de tu Cuerpo Místico. A Tí Señor,
que nos advertiste que nunca los discípulos corren mejor suerte que
su Maestro. Amén.
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