Quinta
Feria, 29 de Junio
Fiesta
de San Pedro y San Pablo
Artista: Carlo Crivelli, 1473. Holandés
SAN
PABLO
Apóstol
de los Gentiles
“Ya
no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”
Breve
Mientras
iba a la ciudad de Damasco, para continuar su persecución contra los
cristianos, y hacerles renegar de su fe, Jesucristo se le apareció,
y tirándolo por suelo le pregunta: «Saúl,
Saúl, ¿por qué me persigues?» Hechos 9,4.
Este
hecho crucial en la vida de este héroe cristiano, lo hizo
transformarse profundamente, y quedando ciego por tres días, se
abrió a la Luz al cabo de ese tiempo, como una conmemoración de la
Resurrección del Señor.
Hay
un punto también crucial en el mensaje del Divino Maestro. No le
dice a San Pablo, “¿por qué persigues a la Iglesia cristiana?
etc”...Dice concretamente “¿Por qué ME
persigues?”. Es una confirmación que la Iglesia es Él mismo,
parte indivisible de su Cuerpo Místico, y no una invención de los
Apóstoles.
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25
de Enero: fiesta de su conversión.
¿Era
San Pablo sacerdote?
No
solo era San Pablo sacerdote, sino también Obispo. Como Obispo, él
ordenó a otros Obispos, entre ellos a Tito y a Timoteo. A este
último le escribe: "Por eso te recomiendo que reavives el
don de Dios, que has recibido por la imposición de mis manos"
2 Tim 6. En las cartas que San Pablo les escribió, vemos que ellos
eran los pastores de sus comunidades.
Cuando
Pablo fue tirado por tierra, fue capaz de entregarle a Cristo
absolutamente todo su ser. Mas tarde pudo decir "ya
no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mi".
Pablo
escribió 13 cartas, que forman parte del Nuevo Testamento, y están
dirigidas a las comunidades de gentiles, paganos convertidos por su
predicación. En ellas les exhorta, les guía en la fe, y enseña
sobre ética y doctrina. Estas cartas son
inspiradas por el Espíritu Santo, y forman parte de la revelación
divina.
Es
decir, son Palabra de Dios, y por medio de ellas, Dios mismo se da a
conocer. Pablo es el instrumento en esta comunicación divina, pero
al mismo tiempo, las cartas nos ayudan a conocer al autor humano.
Reflejan su personalidad, sus dones y sus luchas intensas. Otras
fuentes que nos ayudan a conocer al Apóstol, son los Hechos de los
Apóstoles, escritos por San Lucas, y ciertos libros apócrifos.
Pablo
nació de una familia judía acomodada, de la tribu de Benjamín, en
Tarso de Cilicia (hoy Turquía). Su nombre semítico era Saulo. No
sabemos cuando comenzó a llamarse con el nombre latino de Pablo. Por
ser Tarso una ciudad griega, gozó de ciudadanía romana. La fecha de
su nacimiento se calcula alrededor del año 3 A.D. Según se cree,
Jesús nació alrededor del 6 o 7 B.C. Entonces
Jesucristo sería sólo unos 10 años mayor que San Pablo.
Aunque
criado en una ortodoxia rigurosa, mientras vivía en su hogar de
Tarso, estuvo bajo la influencia liberal de los helenistas, es decir
de la cultura griega, que en ese tiempo había penetrado todos los
niveles de la sociedad en el Asia Menor. Se formó en las tradiciones
y culturas judaicas, romanas y griegas.
Siendo
joven, no sabemos la edad, Saúl fue a estudiar en Jerusalén, en la
famosa escuela rabínica dirigida por Gamaliel. Además de
estudiar la ley y los profetas, allí aprendió un oficio como era la
costumbre. El joven Saúl escogió el de construir tiendas. No se
sabe si jamás vió a Jesús antes de su crucifixión, pues no cuenta
nada sobre ello.
Hacia
el año 34, Saúl aparece como un recto joven fariseo, fanáticamente
dispuesto contra los cristianos. Creía que la nueva secta era una
amenaza para el judaísmo, por lo que debía ser eliminada, y sus
seguidores castigados. Se nos dice en los Hechos de los Apóstoles,
que Saúl estuvo presente aprobando cuando San Esteban, el primer
mártir, fue apedreado y muerto.
Fue
poco después que Pablo experimentó la revelación, que iba a
transformar su vida. Mientras iba a la
ciudad de Damasco, para continuar su persecución contra los
cristianos, y hacerles renegar de su fe, Jesucristo se le apareció,
y tirándolo por suelo le pregunta: «Saúl, Saúl, ¿por qué me
persigues?» Hechos 9,4.
Por
la luz sobrenatural quedó ciego. Pablo ante el Señor, se entregó
totalmente: -"Señor, ¿qué quieres
que haga?”. Jesús le pide un profundo acto de
humildad, ya que se debía someter a quienes antes perseguía: -"Vete
donde Ananías, y él te lo dirá". Después de
su llegada a Damasco, siguió su conversión, la sanación de su
ceguera por el discípulo Ananías, y su bautismo.
Pablo
aceptó ávidamente la misión de predicar el Evangelio de Cristo,
pero como todos los santos, vio su indignidad, y se apartó del mundo
para pasar tres años en Arabia en meditación y oración, antes de
iniciar su Apostolado. Hacía falta mucha purificación. Jesucristo
lo constituyó Apóstol de una manera especial, sin haber convivido
con Él.
Es
pues el último Apóstol constituido. "Y en último término, se
me apareció también a mí, como a un abortivo". Primera Carta
a los Corintios 15:8. Su vida es totalmente transformada en Cristo:
"Lo que era para mí ganancia, lo
he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Y más aún: juzgo que
todo es pérdida, ante la sublimidad del conocimiento de Cristo
Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por
basura para ganar a Cristo" (Filipenses
3,7-8).
Desde
entonces era un hombre verdaderamente nuevo, y totalmente movido por
el Espíritu Santo, para anunciar el Evangelio con poder. Saúl desde
ahora se llamará con el nombre romano: Pablo.
Él
por su parte nunca descansó de sus labores. Predicación, escritos y
fundaciones de iglesias, sus largos y múltiples viajes por tierra y
mar, con al menos cuatro viajes apostólicos, tan repletos de
aventuras, podrán ser seguidos por cualquiera que lea cuidadosamente
las cartas del Nuevo Testamento.
No
podemos estar seguros si las cartas y evidencias que han llegado
hasta nosotros, contienen todas las actividades de San Pablo. Él
mismo nos dice que fue apedreado, azotado, naufragó tres veces,
aguantó hambre y sed, noches sin descanso, peligros y dificultades.
Fue preso, y además de estas pruebas físicas, sufrió muchos
desacuerdos, y casi constantes conflictos, los cuales soportó con
gran entusiasmo por Cristo, por las muchas y dispersas comunidades
cristianas.
Tuvo
una educación natural mucho mayor que los humildes pescadores, que
fueron los primeros Apóstoles de Cristo. Decimos "educación
natural" porque los otros apóstoles tuvieron al mismo Jesús de
maestro, recibiendo así una educación divina.
Ésta
también la recibió San Pablo, por gracia de la revelación. Siendo
docto, tanto en la sabiduría humana como en la divina, Pablo fue
capaz de enseñar que la sabiduría humana, es nada en comparación
con la divina: "Tened un mismo sentir los unos para con los
otros; sin complaceros en la altivez; atraídos más bien por lo
humilde; no os complazcáis en vuestra propia sabiduría".
Romanos 12,16.
“A
Aquel que puede consolidaros conforme al Evangelio mío, y la
predicación de Jesucristo: revelación
de un Misterio mantenido en secreto durante siglos eternos,
pero manifestado al presente, por la Escrituras que lo predicen, por
disposición del Dios eterno, dado a conocer a todos los gentiles,
para obediencia de la fe, a Dios, el único sabio, por Jesucristo, ¡a
Él la gloria por los siglos de los siglos!. Amén”. Romanos
16,25-27
Pablo
inició su predicación en Damasco. Aquí la rabia de los judíos
ortodoxos, contra este "traidor" era tan fuerte, que tuvo
que escaparse, dejándose bajar de la pared de la ciudad en una
canasta. Al bajar a Jerusalén, fue sentenciosamente vigilado por los
judíos cristianos, porque no podían creer que él, que tanto los
había perseguido. se había convertido.
De
regreso a su ciudad nativa de Tarso, otra vez se unió Barnabás, y
juntos viajaron a Antioquía siriana, donde encontraron tantos
seguidores, que fue fundada por la constancia de los primeros
cristianos. Fue aquí donde los discípulos de Jesús fueron llamados
cristianos por primera vez - del Griego Christos, los Ungidos.
Después
que regresaron a Jerusalén, una vez más para asistir a los miembros
de la iglesia, que estaban escasos de alimentos, estos dos misioneros
regresaron a Antioquía, y después navegaron a la isla de Chipre;
durante su estancia convirtieron al procónsul, Sergius Paulus.
Una
vez más en tierra de Asia Menor, cruzaron las Montañas Taurus, y
visitaron muchos pueblos del interior, particularmente aquellos en
que habitaban judíos. Generalmente en estos lugares, Pablo primero
visitaba las sinagogas, y predicaba a los judíos; si ellos lo
rechazaban entonces predicaba a los gentiles.
En
Antioquía de Pisid, Pablo lanzó un discurso memorable a los judíos,
concluyendo con estas palabras: Hechos 13,46-47. Entonces dijeron con
valentía Pablo y Bernabé: «Era
necesario anunciaros a vosotros en primer lugar la Palabra de Dios;
pero ya que la rechazáis, y vosotros mismos no os juzgáis dignos de
la vida eterna, mirad que nos volvemos a los gentiles. Pues así nos
lo ordenó el Señor: Te he puesto como la luz de los gentiles, para
que lleves la salvación hasta el fin de la tierra» .
Después
de esto, Pablo y Bernabé volvieron a Jerusalén, donde los ancianos
trataban el tema de la posición de la Iglesia, todavía en su
mayoría formada por miembros judíos, hacia los gentiles
convertidos. La cuestión de la circuncisión fue problemática,
porque para los judíos era importante que los gentiles se sometieran
a este requisito de la ley judía.
Pablo
se mostró en contra de la circuncisión, no porque quisiera hacer un
cristianismo fácil, sino porque comprendía que el
Espíritu ahora requería una
circuncisión del corazón, una transformación interior.
La
ley no puede justificar al hombre, sino sólo la gracia recibida por
medio de Jesucristo. Vivir esta gracia es,
sin embargo, un reto aun más radical que el que presenta la ley, y
exige entrega total. Esta
llamada a la gracia, y a la respuesta total hasta la muerte, forma
parte esencial de su enseñanza y de su vida.
La
segunda jornada misionera, la cual duró del año 49 al 52, llevó
Pablo a Silas, su nuevo asistente a Frigia, Galacia, Troas, y a
través de tierra de Europa, a Filipos en Macedonia. Lucas el médico,
era ahora un miembro del grupo, y en el libro de los Hechos, él nos
da un relato que ellos fueron a Tesalónica, y después bajó a
Atenas y Corinto.
En
Atenas, Pablo predicó en el Areópago, y sabemos que algunos de los
estoicos y epicureanos lo escucharon y discutieron con él
informalmente, atraídos por su intelecto vigoroso, su personalidad
magnética, y su enseñanza ética.
Pero
más importante, el Espíritu Santo tocaba los corazones de aquellos
que abriendo su corazón, podían comprender que Pablo tenía una
sabiduría nunca antes enseñada.
Pasando
a Corinto, se encontró en el mismo corazón del mundo greco-romano,
y sus cartas de este período, muestran que él está consciente de
la gran ventaja en su contra, de la lucha incesante contra el
escepticismo, e indiferencia pagana.
Él
sin embargo, se quedó en Corinto por 18 meses, y encontró éxito
considerable. Un matrimonio, Aquila y Priscila, se convirtieron, y
llegaron a ser muy valiosos servidores de Cristo. Volvieron con él
al Asia.
Fue
durante su primer invierno en Corinto, que Pablo escribió las
primeras cartas misioneras. Estas muestran su suprema preocupación
por la conducta, y revelan la importancia
de que el hombre reciba la inhabitación del Espíritu Santo,
ya que solo así hay salvación y poder para bien.
La
tercera jornada misionera, cubrió el periodo del 52 a 56. En Éfeso,
ciudad importante de Lidia, donde el culto a la diosa griega Artemisa
era muy popular. Pablo fue motivo de un disturbio público, ya que
los comerciantes veían peligrar sus negocios de imágenes de plata
de la diosa que allí florecía. Después,
en Jerusalén, causó una conmoción al visitar el templo; fue
arrestado, tratado brutalmente y encadenado.
Pero
cuando fue ante el tribunal, él se defendió de tal forma que
sorprendió a sus opresores. Fue llevado a Cesarea por el rumor de
algunos judíos en Jerusalén, que lo habían acusado falsamente de
haber dejado entrar a gentiles en el templo. Así planeaban matarlo.
Fue
puesto en prisión en Cesarea, esperando juicio por aproximadamente
dos años bajo el procónsul Félix y Festus. Los gobernadores
romanos deseaban evitar problemas entre judíos y cristianos, por lo
que postergaron su juicio de mes a mes.
Pablo
al final apeló al Emperador, demandando el derecho legal de un
ciudadano romano, de tener su juicio escuchado por el mismo Nerón.
Fue entonces colocado bajo la custodia de un centurión, el cual lo
llevó a Roma. Los Hechos de los Apóstoles lo dejan en la ciudad
imperial esperando su tribunal.
Aparentemente
la apelación de Pablo fue un éxito, porque hay evidencia de otra
jornada misionera, probablemente a Macedonia. En esta última visita
a las comunidades cristianas, se cree que nombró a Tito obispo
en Creta, y a Timoteo en Efeso. Volviendo a Roma, fue una vez mas
arrestado. Su espíritu no decae ante las tribulaciones, porque
sabe en quien ha puesto su confianza.
“Por
este motivo, estoy soportando estos sufrimientos; pero no me
avergüenzo, porque yo sé bien en quién tengo puesta mi Fe, y estoy
convencido de que es poderoso para guardar mi depósito hasta aquel
día”. -Segunda Carta a Timoteo 1,12.
La
vida de Cristo en San Pablo, lo transforma en hombre nuevo, lleno de
la gracia, conocimiento de Dios. Es capaz
de comunicar la vida de Cristo.
Murió
el "hombre viejo" (cf. Romanos 6,6.11; Flp 3,10). Nace el
"hombre nuevo" (2Cor 5,17; Gal 5,1). Ahora la vida de
Cristo es su vida (cf. Col 2,12-13; Rm 6,8; 2Tim 2,11). Está
plenamente identificado con ÉL (cf. Flp 3,12). Ofrece su vida con su
Señor en su misterio de pasión, muerte y resurrección (Rm 6,3-4),
para completar lo que falta en su propia carne a la pasión de Cristo
(cf. Col 1,24). Está lleno de agradecimiento porque Cristo "se
entregó a sí mismo por mí" (Gal 2,20; cf 1,4; Ef 5,2; Jn
10,10).
Pablo
es el libre prisionero de Cristo (cf. Hch 20,22); ya no se pertenece,
sino que su vivir, amar y morir es Cristo Jesús (cf. Gal 2,20).
Amar a Cristo es inseparable de amar a
aquellos que le han sido confiados, con el mismo amor de Cristo. Ese
amor es superior a los meros esfuerzos humanos, es el amor divino que
ha recibido, que no escatima en nada para llevar al amado a Cristo
(cf. 1Cor 4,14-17; 2Cor 6,13; 11,2; 12,15; 1Tes 2,7.10-11; Fil 10;
Gal 4,19).
Después
de dos años de estar encadenado en la cárcel Mamertina que puede
ser aun visitada en Roma, sufrió martirio en Roma al mismo tiempo
que el Apóstol Pedro, Obispo de la Iglesia de Roma. San Pablo, por
ser romano, no fue crucificado sino degollado.
Según
una antigua tradición, su martirio fue cerca de la Via Hostia, donde
hoy está la abadia de Tre Fontana, llamada así por tres fuentes,
que según la tradición surgieron cuando su cabeza, separada ya del
cuerpo, rebotó tres veces.
Las
inscripciones del segundo y tercer siglo en las catacumbas, nos dan
evidencia de un culto a los Santos Pedro y Pablo. Esta devoción
nunca ha disminuido en popularidad.
En
el arte cristiano, San Pablo normalmente es pintado como un hombre
calvo con barba negra, pero vigoroso e intenso. Cerca
del lugar de su martirio se levantó una preciosa basílica mayor:
San Pablo extramuros.
Sus
restos junto con los de San Pedro, están bajo el altar mayor de la
Basílica de San Pedro en el Vaticano, Sede de la Iglesia Católica.
San
Pablo, que al final dijo: "He
competido en la noble competición, he llegado a la meta en la
carrera, he conservado la Fe" -II Timoteo 4,7.
Nos ha dado la Palabra de Dios que nos fortalece para nuestras
luchas, y salir como él, victoriosos. Es por lo tanto esencia,l que
meditemos asiduamente sus cartas, como toda la Palabra de Dios que
encontramos en la Santa Biblia. Allí encontraremos la Sabiduría.
“¡Oh
abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios!.
¡Cuán insondables son sus designios, e inescrutables sus caminos!”
-Romanos 11,33
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Benedicto
XVI, 25 Octubre, 2006
San
Pablo de Tarso
La
Revolución de Dios
San
Juan Crisóstomo le exalta como personaje superior, incluso a muchos
ángeles y arcángeles (Cf. «Panegírico» 7, 3).
Dante
Alighieri en la Divina Comedia, inspirándose en la narración de
Lucas, en los Hechos de los Apóstoles (Cf 9, 15), le define
simplemente como «vaso de elección» (Infierno 2, 28), que
significa: instrumento escogido por Dios.
Otros
le han llamado el «decimotercer Apóstol», --y realmente él
insiste mucho en el hecho de ser un auténtico Apóstol, habiendo
sido llamado por él, Resucitado, o incluso «el primero después del
Único».
Ciertamente,
después de Jesús, él es el personaje de los orígenes, del que más
estamos informados. De hecho, no sólo contamos con la narración que
hace de él Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, sino también de
un grupo de cartas, que provienen directamente de su mano, y que sin
intermediarios nos revelan su personalidad y pensamiento.
Lucas
nos informa, que su nombre original era Saulo (Cf. Hechos 7,58; 8,1
etc.), en hebreo Saúl (Cf. Hechos 9, 14.17; 22,7.13; 26,14), como el
rey Saúl (Cf. Hechos 13,21), y era un judío de la diáspora, dado
que la ciudad de Tarso se sitúa entre Anatolia y Siria.
Muy
pronto había ido a Jerusalén para estudiar a fondo la Ley mosaica,
a los pies del gran rabino Gamaliel (Cf. Hechos 22,3). Había
aprendido también un trabajo manual y rudo, la fabricación de
tiendas (cf. Hechos 18, 3), que más tarde le permitiría sustentarse
personalmente, sin ser un peso para las Iglesias (Cf. Hechos 20,34; 1
Corintios 4,12; 2 Corintios 12, 13-14).
Para
él fue decisivo conocer la comunidad, de quienes se profesaban
discípulos de Jesús. Por ellos tuvo
noticia de una nueva fe, un nuevo «camino», como se decía, que no
ponía en el centro la Ley de Dios, sino
la persona de Jesús,
crucificado y resucitado, a quien se le atribuía la remisión de los
pecados.
Como
judío celoso, consideraba este mensaje inaceptable, es más, le
parecía escandaloso, y sintió el deber de perseguir a los
seguidores de Cristo, incluso fuera de Jerusalén. Precisamente, en
el camino hacia Damasco, a inicios de los años treinta, Saulo, según
sus palabras, fue « alcanzado por Cristo Jesús» (Filipenses 3,
12).
Mientras
Lucas cuenta el hecho con abundancia de detalles, --la manera en que
la luz del Resucitado le alcanzó, cambiando fundamentalmente toda su
vida-- en sus cartas él va directamente a lo esencial, y habla no
sólo de una visión (Cf. 1 Corintios 9,1), sino de una iluminación
(Cf. 2 Corintios 4, 6), y sobre todo de una revelación, y una
vocación en el encuentro con el Resucitado (Cf. Gálatas 1, 15-16).
De
hecho, se definirá explícitamente «Apóstol
por vocación» (Cf. Romanos 1, 1; 1 Corintios 1, 1) o
«Apóstol por voluntad de Dios»
(2 Corintios 1, 1; Efesios 1,1; Colosenses 1, 1), como queriendo
subrayar que su conversión no era el resultado de bonitos
pensamientos, de reflexiones, sino el fruto de una intervención
divina, de una gracia divina imprevisible.
A
partir de entonces, todo lo que antes constituía para él un valor,
se convirtió paradójicamente, según sus palabras, en pérdida y
basura (Cf. Filipenses 3, 7-10). Y desde aquel momento, puso todas
sus energías al servicio exclusivo de Jesucristo y de su Evangelio.
Su existencia se convertirá en la de un Apóstol que quiere «hacerse
todo a todos» (1 Corintios 9,22) sin reservas.
De
aquí se deriva una lección muy importante para nosotros: lo
que cuenta es poner en el centro de la propia vida a Jesucristo,
de manera que nuestra identidad se caracterice esencialmente por el
encuentro, la comunión con Cristo, y su Palabra. Bajo su luz,
cualquier otro valor debe ser recuperado y purificado de posibles
escorias.
Otra
lección fundamental dejada por Pablo, es el horizonte espiritual que
caracteriza a su Apostolado. Sintiendo agudamente el problema de la
posibilidad para los gentiles, es decir de los paganos, de alcanzar a
Dios, que en Jesucristo crucificado y resucitado ofrece la salvación
a todos los hombres sin excepción, se dedicó a dar a conocer este
Evangelio, literalmente «buena noticia», es decir, el anuncio de
gracia destinado a reconciliar al hombre con Dios, consigo mismo y
con los demás.
Desde
el primer momento, había comprendido que ésta es una realidad que
no afectaba sólo a los judíos, a un cierto grupo de hombres, sino
que tenía un valor universal, y afectaba a todos.
La
Iglesia de Antioquia de Siria, fue el punto de partida de sus viajes,
donde por primera vez el Evangelio fue anunciado a los griegos, y
donde fue acuñado también el nombre de «cristianos» (Cf. Hechos
11, 20.26), es decir, creyentes en Cristo.
Desde
allí tomó rumbo en un primer momento hacia Chipre, y después en
diferentes ocasiones hacia regiones de Asia Menor, (Pisidia,
Licaonia, Galacia), y después a las de Europa, (Macedonia, Grecia).
Más reveladoras fueron las ciudades de Éfeso, Filipos, Tesalónica,
Corinto, sin olvidar tampoco Berea, Atenas y Mileto.
En
el apostolado de Pablo, no faltaron dificultades, que él afrontó
con valentía por amor a Cristo. Él mismo recuerda que tuvo que
soportar «trabajos…, cárceles…, azotes; peligros de muerte,
muchas veces…Tres veces fui azotado con varas; una vez apedreado;
tres veces naufragué… Viajes frecuentes; peligros de ríos;
peligros de salteadores; peligros de los de mi raza; peligros de los
gentiles; peligros en ciudad; peligros en despoblado; peligros por
mar; peligros entre falsos hermanos; trabajo y fatiga; noches sin
dormir muchas veces; hambre y sed; muchos días sin comer; frío y
desnudez.
Y
aparte de otras cosas, mi responsabilidad diaria: la preocupación
por todas las Iglesias» (2 Corintios 11,23-28). En un
pasaje de la Carta a los Romanos (Cf. 15, 24.28), se refleja su
propósito de llegar hasta España, hasta el confín de Occidente,
para anunciar el Evangelio por doquier hasta los confines de la
tierra entonces conocida.
¿Cómo
no admirar a un hombre así?. ¿Cómo no dar gracias al Señor por
habernos dado un Apóstol de esta talla?. Está claro que no hubiera
podido afrontar situaciones tan difíciles, y a veces tan
desesperadas, si no hubiera tenido una razón de valor absoluto, ante
la que no podía haber límites.
Para
Pablo, esta razón, lo sabemos, es Jesucristo, de quien escribe: «El
amor de Cristo nos apremia… murió por todos, para que ya no vivan
para sí los que viven, sino para Aquel que murió y resucitó por
ellos» (2 Corintios 5,14-15), por nosotros, por todos.
De
hecho, el Apóstol ofrecerá su testimonio supremo con la sangre bajo
el emperador Nerón aquí, en Roma, donde conservamos y veneramos sus
restos mortales.
Clemente
Romano, mi predecesor en esta sede apostólica, en los últimos años
del siglo I, escribió: «Por celos y discordia, Pablo se vio
obligado a mostrarnos cómo se consigue el premio de la paciencia…
Después de haber predicado la justicia a todos en el mundo, y
después de haber llegado hasta los últimos confines de Occidente,
soportó el martirio ante los gobernantes; de este modo se fue de
este mundo, y alcanzó el lugar santo, convertido de este modo en el
más grande modelo de perseverancia» (A los Corintios 5). Que el
Señor nos ayude a vivir la exhortación que nos dejó el Apóstol en
sus cartas: «Sed mis imitadores, como lo
soy de Cristo» (1 Corintios 11, 1).
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Oración:
Dios Todopoderoso y Eterno, concédenos la gracia de ya no
vivir por nosotros mismos, sino que convierte nuestra Vida y nuestro
Cuerpo, en Tu Tabernáculo Eterno, y podamos decir con San Pablo: “Ya
no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”. Amén.
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