Tercera
Feria, 17 de noviembre
Santa
Isabel de Hungría
Viuda, religiosa.
Patrona principal de la Arquidiócesis de Bogotá.
Isabel, palabra de origen hebreo que significa: "consagrada a Dios"
Breve
Hija
de Andrés, rey de Hungría, nació el año 1207; siendo aún niña,
fue dada en matrimonio a Luis, landgrave de Turingia, del que tuvo
tres hijos.
Vivía
entregada a la meditación de las cosas celestiales y, después de la
muerte de su esposo, abrazó la pobreza y erigió un hospital en el
que ella misma servía a los enfermos. Murió en Marburgo el año
1231.
Isabel
reconoció y amó a Cristo en la persona de los pobres -De una carta
escrita al Papa por Conrado de Marburgo, director espiritual de santa
Isabel.
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La
vida de Santa Isabel ha sido embelesada por sus hagiógrafos con
numerosos cuentos que han llegado a conocerse como la "Leyenda
Dorada". Sin embargo los datos fundamentales son históricos y
revelan la gran caridad de la santa.
DIETRICH
de Apolda refiere en la biografía de esta santa que, una noche del
verano de 1207, Klingsohr de Transilvania anunció a Herman de
Turingia, que el rey Andrés II de Hungría, primo del emperador de
Alemania, acababa de tener una hija que había de distinguirse por su
santidad y contraería matrimonio con el hijo de Herman. En efecto,
esa misma noche, Andrés II y su esposa, Gertrudis de Andech-Meran,
tuvieron una hijita que nació en Presburgo (Bratislava) o en
Saros-Patak. El matrimonio profetizado por Klingsohr ofrecía grandes
ventajas políticas, por lo cual, la recién nacida Isabel fue
prometida en matrimonio al hijo mayor de Herman. Cuando la niña
tenía unos cuatro años, sus padres la enviaron al castillo de
Wartburg, cerca de Eisenach, para que se educase en la corte de
Turingia con su futuro esposo.
Durante
su juventud, Isabel hubo de soportar la hostilidad de algunos
miembros de la corte que no apreciaban su bondad; pero en cambio, el
joven Luis se enamoró cada vez más de ella. Se cuenta que siempre
que Luis pasaba por una ciudad compraba un regalo para su prometida.
"Cuando se acercaba el momento de la llegada de Luis, Isabel
salía a su encuentro; el joven le daba el brazo amorosamente y le
entregaba el regalo que le había traído". El era un buen
rey que tomó por lema "Piedad, Pureza, Justicia".
En
1221, cuando Luis tenía veintiún años y había heredado ya de su
padre la dignidad de landgrave e Isabel tenía catorce, se celebró
el matrimonio, a pesar de que algunos habían aconsejado a Luis que
hiciese volver a Isabel a Hungría, pues la unión no les convenía.
El joven declaró que estaba dispuesto a perder una montaña de oro
antes que la mano de Isabel. Según los cronistas, Isabel era
hermosa, elegante, morena, seria, modesta, bondadosa en sus palabras,
fervorosa en la oración, muy generosa con los pobres y llena siempre
de bondad y de amor divino". Se dice también que era modesta,
prudente, paciente y leal. Su pueblo la amaba.
El
día de su boda, la joven Duquesa no quiso ir a la iglesia adornada
con los preciosos collares de su rango: "¿Cómo
podría -dijo cándidamente- llevar una corona tan preciosa ante un
Rey coronado de espinas?".
La
vida de matrimonio de la santa sólo duró seis años que fueron
calificados por un escritor inglés de "idilio de arrebatado
amor, de ardor místico, de felicidad casi infantil, como rara vez se
encuentra en las novelas que se leen ni en la experiencia humana".
La joven reina descubrió profundamente el sentido del sacramento del
matrimonio que está en poner a Dios primero de manera que el amor
conyugal se nutra de Cristo y manifieste a Cristo. "Si yo
amo tanto a una criatura mortal - le confiaba la joven reina a su
amiga Isentrude-, ¿cómo no debería amar al Señor inmortal, dueño
de mi alma?".
Dios
concedió tres hijos a la pareja: A los quince años, en el año
1222, Isabel tuvo a su primogénito, Herman quien murió a los
diecinueve años. A los 17 años de edad, Isabel tuvo una niña
(Sofía) y a los 20 otra niña que nació tres semanas después de
haber perdido a su esposo, quien muriera en una cruzada a la que se
había unido con entusiasmo juvenil. Sofía, que fue más tarde
duquesa de Brabante y la Beata Gertrudis de Aldenburg. A diferencia
de otros esposos de santas, Luis no puso obstáculo alguno a las
obras de caridad de Isabel, a su vida sencilla y mortificada, ni a
sus largas oraciones. Una de las damas de compañía de Isabel
escribió: "Mi señora se levanta a orar por la noche y mi
señor la tiene por la mano, como si temiera que eso le haga daño y
le suplica que no abuse de sus fuerzas y que vuelva a descansar”.
La
liberalidad de Isabel era tan grande, que en algunas ocasiones
provocó graves críticas. En 1225, el hambre se dejó sentir en
aquella región de Alemania, y la santa acabó con todo su dinero y
con el grano que había almacenado en su casa para socorrer a los más
necesitados. El landgrave estaba entonces ausente. Cuando volvió,
algunos de sus empleados se quejaron de la liberalidad de Santa
Isabel. Luis preguntó si su esposa había vendido alguno de sus
dominios y ellos le respondieron que no. Entonces el landgrave
declaró: "Sus liberalidades atraerán sobre nosotros la
misericordia divina. Nada nos faltará mientras le permitamos
socorrer así a los pobres".
El
castillo de Wartburg se levantaba sobre una colina muy empinada, a la
que no podían subir los inválidos. (La colina se llamaba
"Rompe-rodillas"). Así pues, Santa Isabel construyó un
hospital al pie del monte, y solía ir allá a dar de comer a los
inválidos con sus propias manos, a hacerles la cama y a asistirlos
en medio de los calores más abrumadores del verano. Además
acostumbraba pagar la educación de los niños pobres, especialmente
de los huérfanos.
Fundó
también otro hospital en el que se atendía a veintiocho personas y,
diariamente alimentaba a novecientos pobres en su castillo, sin
contar a los que ayudaba en otras partes de sus dominios. Por lo
tanto, puede decirse con verdad que sus bienes eran el patrimonio de
los pobres.
Sin
embargo, la caridad de la santa no era indiscreta. Por ejemplo, en
vez de favorecer la ociosidad entre los que podían trabajar, les
procuraba tareas adaptadas a sus fuerzas y habilidades.
Por
entonces se predicó en Europa una nueva cruzada, y Luis de Turingia
tomó el manto marcado con la cruz. El día de San Juan Bautista, se
separó de Santa Isabel, y fue a reunirse con el emperador Federico
II en Apulia. El 11 de septiembre de ese mismo año murió en
Otranto, víctima de la peste.
La
noticia no llegó a Alemania sino hasta el mes de octubre, cuando
acababa de nacer su segunda hija. La suegra de Santa Isabel, para
darle la funesta noticia en forma menos violenta, le habló vagamente
de "lo que había acontecido" a su esposo y de "la
voluntad de Dios". La santa entendió mal y dijo: "Si está
preso, con la ayuda de Dios y de nuestros amigos conseguiremos
ponerlo en libertad". Cuando le explicaron que no estaba preso
sino que había muerto, la santa exclamó: "El mundo y cuanto
había de alegre en el mundo está muerto para mí".
Lo
que sucedió después es bastante oscuro. Según el testimonio de
Isentrudis, una de sus damas de compañía, Enrique, el cuñado de
Santa Isabel, que era el tutor de su único hijo, echó fuera del
castillo a la santa, a sus hijos y a dos criados, para apoderarse del
gobierno. Se cuentan muchos detalles de la forma degradante en
que la santa fue tratada, hasta que su tía Matilde, abadesa de
Kitzingen, la sacó de Eisenach. Unos afirman que fue despojada de su
casa de Marburgo de Hesse, y otros que abandonó voluntariamente el
castillo de Wartburg.
Desde
Kitzingen fue a visitar a su tío Eckemberto, obispo de Bamberga,
quien puso a su disposición su castillo de Pottenstein. La santa se
trasladó allá con su hijo Herman y su hijita de brazos, dejando a
Sofía al cuidado de las religiosas de Kitzingen. Eckemberto, movido
por la ambición, proyectaba un nuevo matrimonio, pero Santa Isabel
se negó absolutamente, pues antes de la partida de su esposo a la
Cruzada se habían prometido mutuamente no volver a casarse.
A
principios de 1228, se trasladó el cadáver de Luis a Alemania para
sepultarlo en la iglesia abacial de Reinhardsbrunn. Los parientes de
Santa Isabel le proporcionaron lo necesario para vivir. El Viernes
Santo de ese año, la viuda renunció formalmente al mundo en la
iglesia de los franciscanos de Eisenach. Más tarde, tomó el hábito
de la Tercera Orden de San Francisco.
Los
frailes menores habían inculcado a Santa Isabel un espíritu de
pobreza que en sus años de Langravina no podía practicar
plenamente. Ahora, sus hijos tenían todo lo necesario, y la santa se
vio obligada a abandonar Marburgo y a vivir en Wehrda, en una cabaña,
a orillas del río Lahn. Más tarde, construyó una casita en las
afueras de Marburgo y ahí fundó una especie de hospital para los
enfermos, los ancianos y los pobres y se consagró enteramente a su
servicio.
El
sacerdote Maese Conrado de Marburgo tuvo gran influencia sobre la
santa. Dicho sacerdote había sustituido, desde 1225, al franciscano
Rodinger en el cargo de confesor de la santa. El esposo de la santa
le había permitido hacer un voto de obediencia al sacerdote en todo
aquello que no se opusiese a su propia autoridad marital.
El
Padre Conrado la protegió no permitiéndole pedir de puerta en
puerta, desposeerse definitivamente de todos sus bienes, dar más que
determinadas limosnas ni exponerse al contagio de la lepra y otras
enfermedades.
Cierto
día, un noble húngaro fue a Marburgo y pidió que le dijesen dónde
vivía la hija de su soberano, de cuyas penas había oído hablar. Al
llegar al hospital, encontró a Isabel sentada, hilando, vestida con
su túnica burda. El pobre hombre casi se fue de espaldas y se
santiguó asombrado: "¿Quién había visto hilar a la hija de
un rey?" El noble intentó llevar a Isabel a Hungría, pero la
santa se negó: sus hijos, sus pobres y la tumba de su esposo estaban
en Turingia y ahí quería pasar el resto de su vida.
Por
lo demás, le quedaban ya pocos años en la tierra. Vivía muy
austeramente y trabajaba sin descanso, ya fuese en el hospital, ya en
las casas de los pobres o pescando en el río a fin de ganar un poco
de dinero para sus protegidos. Cuando la enfermedad le impedía hacer
otra cosa, hilaba o cargaba lana.
En
cierta ocasión en que estaba en cama, la persona que la atendía la
oyó cantar dulcemente. "Cantáis muy bien, señora", le
dijo. La santa replicó: "Os voy a explicar por qué. Entre el
muro y yo había un pajarito que cantaba tan alegremente que me
dieron ganas de imitarlo".
La
víspera del día de su muerte, a media noche, entre dormida y
despierta murmuró: "Es ya casi la hora en que el Señor nació
en el pesebre y creó con su omnipotencia una nueva estrella. Vino a
redimir el mundo, y me va a redimir a mí". Y cuando el gallo
comenzó a cantar, dijo: "Es la hora en que resucitó del
sepulcro y rompió las puertas del infierno, y me va a librar a mí".
Santa Isabel murió al anochecer del 17 de noviembre de 1231, antes
de cumplir veinticuatro años. Su cuerpo estuvo expuesto tres días
en la capilla del hospicio. Ahí mismo fue sepultada y Dios obró
muchos milagros por su intercesión.
Prodigiosos
milagros por la intercesión de Santa Isabel
El
mismo día de la muerte de la santa, a un hermano lego se le destrozó
un brazo en un accidente y estaba en cama sufriendo terribles
dolores. De pronto vio aparecer a Isabel en su habitación, vestida
con trajes hermosísimos. El dijo: "Señora, Ud. que siempre
ha vestido trajes tan pobres, ¿por qué está ahora tan hermosamente
vestida?". Y ella sonriente le dijo: "Es que voy
para la gloria. Acabo de morir para la tierra. Estire su brazo que ya
ha quedado curado". El paciente estiró el brazo que tenía
totalmente destrozado, y la curación fue completa e instantánea.
Dos
días después de su entierro, llegó al sepulcro de la santa un
monje cisterciense el cual desde hacía varios años sufría un
terrible dolor al corazón, y ningún médico había logrado
aliviarle de su dolencia. Se arrodilló por un buen rato a rezar
junto a la tumba de la santa, y de un momento a otro quedó
completamente curado de su dolor y de su enfermedad.
Maese
Conrado empezó a reunir testimonios acerca de su santidad, pero
murió antes de que Isabel fuese canonizada, en 1235 por el Papa
Gregorio IX. Al año siguiente, las reliquias de la santa fueron
trasladadas a la iglesia de Santa Isabel de Marburgo, que había sido
construida por su cuñado. A la ceremonia asistieron el emperador
Federico II y "una multitud tan grande, formada por gentes de
diversas naciones, pueblos y lenguas, que probablemente no se había
visto ni se volverá a ver en estas tierras alemanas algo semejante".
La iglesia en que reposaban las reliquias de la santa fue un sitio de
peregrinación hasta 1539, año en que el landgrave protestante,
Felipe de Hesse, las trasladó a un sitio desconocido.
Algunos
testimonios de la época: Uno de los sacerdotes de ese tiempo
escribió: "Afirmo delante de Dios que raramente he visto una
mujer de una actividad tan intensa, unida a una vida de oración y de
contemplación tan elevada". Algunos religiosos franciscanos que
la dirigían en su vida de total pobreza, afirman que varias veces,
cuando ella regresaba de sus horas de oración, la vieron rodeada de
resplandores y que sus ojos brillaban como luces muy
resplandecientes”.
El
emperador Federico II afirmó: "La venerable Isabel, tan
amada de Dios, iluminó las tinieblas de este mundo como una estrella
luminosa en la noche oscura".
Bibliografía
Sálesman, Eliécer. Vidas de Santos # 4.
Sgarbossa, Mario y Luigi Giovannini. Un Santo Para Cada Día.
Sálesman, Eliécer. Vidas de Santos # 4.
Sgarbossa, Mario y Luigi Giovannini. Un Santo Para Cada Día.
Isabel
reconoció y amó a Cristo en la persona de los pobres
De una carta escrita por Conrado de Marburgo, director espiritual de Isabel
Al Sumo pontífice, año 1232
De una carta escrita por Conrado de Marburgo, director espiritual de Isabel
Al Sumo pontífice, año 1232
Pronto
Isabel comenzó a destacar por sus virtudes, y, así como durante
toda su vida había sido consuelo de los pobres, comenzó luego a ser
plenamente remedio de los hambrientos.
Mandó
construir un hospital cerca de uno de sus castillos y acogió en él
gran cantidad de enfermos e inválidos; a todos los que allí acudían
en demanda de limosna les otorgaba ampliamente el beneficio su
caridad, y no sólo allí, sino también en todos los lugares sujetos
a la jurisdicción de su marido, llegando a agotar de tal modo todas
las rentas provenientes de los cuatro principados de éste, que se
vio obligada finalmente a vender en favor de los pobres todas las
joyas y vestidos lujosos.
Tenía
la costumbre de visitar personalmente a todos sus enfermos, dos veces
al día, por la mañana y por la tarde, curando también
personalmente a los más repugnantes, a los cuales daba de comer, les
hacía la cama, los cargaba sobre sí y ejercía con ellos muchos
otros deberes de humanidad; y su esposo, de grata memoria, no veía
con malos ojos todas estas cosas.
Finalmente,
al morir su esposo, ella, aspirando a la máxima perfección, me
pidió con lágrimas abundantes que le permitiese ir a mendigar de
puerta en puerta.
En
el mismo día del Viernes santo, mientras estaban denudados los
altares, puestas las manos sobre el altar de una capilla de su
ciudad, en la que había establecido frailes menores, estando
presentes algunas personas, renunció a su propia voluntad, a todas
las pompas del mundo y a todas las cosas que el Salvador, en el
Evangelio, aconsejó abandonar.
Después
de esto, viendo que podía ser absorbida por la agitación del mundo
y por la gloria mundana de aquel territorio en el que, en vida de su
marido, había vivido rodeada de boato, me siguió hasta Marburgo,
aun en contra de mi voluntad: allí, en la ciudad, hizo edificar un
hospital, en el que dio acogida a enfermos e inválidos, sentando a
su mesa a los más míseros y despreciados.
Afirmo
ante Dios que raramente he visto una mujer que a una actividad tan
intensa juntara una vida tan contemplativa, ya que algunos religiosos
y religiosas vieron más de una vez cómo, al volver de la intimidad
de la oración, su rostro resplandecía de un modo admirable, y de
sus ojos salían como unos rayos de sol.
Antes
de su muerte, la oí en confesión, y, al preguntarle cómo había de
disponer de sus bienes y de su ajuar, respondió que hacía ya mucho
tiempo que pertenecía a los pobres todo lo que figuraba como suyo, y
me pidió que se lo repartiera todo, a excepción de la pobre túnica
que vestía y con la que quería ser sepultada.
Recibió
luego el cuerpo del Señor y después estuvo hablando, hasta la
tarde, de las cosas buenas que había oído en la predicación:
finalmente, habiendo encomendado a Dios con gran devoción a todos
los que la asistían, expiró como quien se duerme plácidamente.
Oración:
Te pedimos Señor, que por intercesión de Santa Isabel de
Hungría, nuestros gobernantes sepan imitarla fielmente haciendo una
sincera opción por los más pobres. Te pedimos que por sus méritos
se restablezca la santidad y la fidelidad en el seno de las familias,
y que todos nosotros sepamos compartir lo que tenemos con quienes más
lo necesitan. Te lo pedimos a Tí que reinas por Siempre. Amén.
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