Sábado
29 de julio
Santa
Beatriz de Nazaret
(1200-1269)
Transverberación
- Corazón Traspasado
Etimológicamente
significa “la que hace feliz”. Viene de la lengua latina.
Atributos:
Flecha transverberando su corazón. Una pluma en su mano.
Santa
Beatriz de Nazaret (n. 1200, Tirlemont, Bélgica. † 1269), era la
última de seis hermanos. Nació en la ciudad de Tirlemont, Bélgica.
Era hija del beato Bartolomé, fundador de un monasterio
cistercience, después de fallecer su esposa. Beatriz ingresó al
monasterio a los 17 años.
Escribió
un tratado en estilo flamenco medieval, en el que resume las siete
maneras de amar santamente, según ella. Cuenta
la tradición que el Señor Jesús se le apareció, y transverberó
(traspasó) su corazón con una fecha.
Falleció
en el año de 1269. La devoción a esta santa es tradicional, no
incluida en el Martirologio.
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Todo
ser humano ha sido llamado para amar al mundo. La respuesta que Dios
nos pide, es que seamos contemplativos. Cualquier creyente que vive
una vida estrechamente unida a la Eucaristía, es un contemplativo.
Había
la costumbre en los monasterios belgas del siglo XI, de admitir para
el coro a las chicas de buenas familias, de la alta burguesía. Las
otras, incultas, entraban solamente en calidad de conversas.
Existía
– como ocurre hoy –, la necesidad de nuevas vocaciones, y por
tanto, había que abrir los monasterios a otro tipo de actuaciones
distintas.
Esta
idea la llevaban ya a cabo los cistercienses. Recibían la ayuda de
familias importantes, como los Brabantes o Tirlemont. Beatriz era
hija de esta última familia. Vino al mundo en el año 1200.
Su
padre, el Beato Bartolomé, ingresó como lego cisterciense, al
fallecer su mujer. Ayudó a construir otros tres Monasterios de
Monjas, como el Oplinter, y el de Nazaret.
A
los 17 años, Beatriz ingresó en este último cerca de Lier en
Brabant, siendo después la superiora durante muchos años. Pero no
porque fuera hija del padre del fundador del monasterio, sino porque
brillaba ante todos por su virtud, su piedad, y su generosidad sin
límites.
Se
habla de que en sus primeros años, le sucedió como a San Bernardo,
entregándose a penitencias más para admirar que para imitar, cosa
frecuente en los principiantes, quienes al meditar la pasión de
Cristo, que dio su vida por nosotros en la cruz, entre indecibles
tormentos, se suscita en ellos un ansia de inmolarse por amor a él.
San
Bernardo lamentará más tarde tales excesos de juventud, pues toda
la vida tendrá que luchar para mantenerse en pie. Igual le pasó a
Beatriz: se entregó a severas austeridades, entre ellas usando un
cinturón de espinas, y comprimiendo su cuerpo con cuerdas, y más
tarde pagaría el coste de aquellas penitencias indiscretas.
Luego
de profesar, la enviaron al monasterio de La Ramee, para que se
perfeccionase en la caligrafía e iluminación de manuscritos
(coloreado), habiendo resultado una excelente maestra en el arte de
iluminar pergaminos.
Allí
se encontró con una santa religiosa - Ida
de Nivelles -, la cual le serviría de maestra y como
madre espiritual, gracias a su perfecta preparación y experiencia en
los caminos de Dios, de que estaba adornada. Se dio cuenta Beatriz
que esta religiosa se esmeraba demasiado en atenderla, y como le
preguntara cómo era que dedicaba tanto tiempo a ayudarla
espiritualmente, la contestación fue porque veía claro que Dios la
había elegido para grandes cosas. Palabras proféticas que se
cumplirían con creces.
Beatriz
se esmeró en seguir de cerca los pasos de su maestra, viviendo una
espiritualidad centrada toda ella en el amor. Fijándose en dos
textos de San Juan: "El amor procede de
Dios", es decir, el amor pertenece a la razón, a la
afectividad y a la voluntad, siendo Dios mismo el sujeto en el obrar,
y a la vez, "Dios es amor", el amor entendido como medio
por el cual Dios se manifiesta a la criatura, y a quien ésta puede
contestar, dio por resultado de esta experiencia mística la obra
preciosa titulada: "De siete modos de
practicar el amor", la cual según quienes la han
estudiado a fondo, es un tratado que contiene una belleza singular.
"Su estilo es sobrio, y sus frases muy elegantes; su exposición
neta y clara; la prosa es dulce y ágil, con lindas asonancias y
rimas muy naturales.
La
autora posee una inteligencia excepcional, logra expresar
magistralmente en el plano de la forma y del pensamiento, sus
experiencias místicas extraordinarias. El tratado es muy sintético,
cada palabra tiene su peso y su valor... dejándonos seducir por su
mensaje, a través de la belleza literaria del texto, que más que
toda otra cosa, expresa la belleza de su alma, y es testimonio de su
búsqueda absoluta del Amor".
Las
tres experiencias activas son el amor purificante, el amor devorante
y amor elevante, a las que siguen cuatro pasivas: amor infuso, amor
vulnerado, amor triunfante y amor eterno.
Escribió
otras obras. Sus lecturas preferidas eran la Biblia, y los tratados
sobre la Santísima Trinidad. Sus restos hubo que esconderlos, para
que los calvinistas no los profanaran.
Se
cuenta que le apareció Nuestro Señor, y le perforó el corazón con
una flecha incandescente.
Oración:
Dios Todopoderoso y Eterno, que la flecha incandescente de tu Amor,
atraviese nuestros corazones, para que así podamos ofrecértelo en
Ofrenda Pura y Consagrada, quedando en la palma de tus manos todas
las penas, dolores y pecados de nuestra Vida, y así podamos sentir
que ya no nos pertenecemos, sino que somos tuyos para siempre. Amén.
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Un
resumen de los "Siete modos de vivir el Amor"
ß
Siete
modos de Santo Amor
Hay
siete modos de vida en el amor. Vienen del Supremo y vuelven al
Altísimo.
Gentileza
de la revista Cistercium
Traducción
para CISTERCIUM de Ana María Schlüter Rodés.
NOTA DE LA
TRADUCTORA: He traducido, a partir de la transcripción al neerlandés
actual, que ha hecho Rob Faesen SJ (Beatrijs van Nazareth: Seven
manieren van minne, Uitgeverij Pelckmans, Kapellen 1999), recurriendo
a menudo al texto original que publica conjuntamente.
Como
señala dicho autor, la palabra central es "minne", amor.
Se refiere aquí al amor entre Dios y el ser humano; pero a la vez en
muchas ocasiones al divino Amado mismo, pues el alma experimenta en
el amor, una vida abismal y trascendente, por la que participa en el
mismo movimiento de amor entre el Espíritu Santo (eternidad de
amor), el Hijo (sabiduría incomprensible), y el Padre (altura
silenciosa y profundidad abismal), como lo expresa Beatriz de
Nazareth en el séptimo modo de amor. A pesar de esto, siempre he
puesto amor en minúscula, siguiendo la transcripción y el original.
He
traducido "manieren", en la transcripción al neerlandés
actual "wijzen", por "modos" siguiendo el
criterio de R. Faesen, el cual considera menos acertado traducir por
clases, grados, aspectos o peldaños, pues se trata de modos de vivir
el amor o modos de amar.
En
el primer modo, Beatriz de Nazareth expresa el anhelo de vivir de
acuerdo a la imagen según la cual ha sido creada, y esta imagen es
Cristo.
Los
místicos no sólo hablan de una primera venida de Cristo en carne y
debilidad, y de una segunda al final de los tiempos en gloria y
majestad, sino además de una venida intermedia en espíritu y
fuerza. Esta tiene lugar en el corazón humano.
De ello,
se toma conciencia de un modo especial en el siglo XII. Se
realza la relación amorosa entre Dios y cada ser humano, como eje
central de la vida. Sobresalen en este sentido San
Bernardo, y también las "mulieres religiosae",
especialmente las beguinas, con las que Beatriz de Nazareth se formó
en algún momento. Mientras que el clero masculino, debido a la
influencia aristotélica en las universidades, en general se apartó
de esta corriente, la siguieron cultivando sobre todo las mujeres. De
ello da cumplida cuenta esta obra de "Los siete modos de Santo
Amor" de Beatriz de Nazareth.
El
primer modo de Amor
El
primer modo, es un anhelo
provocado por el amor. Este anhelo tiene que reinar mucho
tiempo en el corazón, para poder llegar a expulsar totalmente al
enemigo, y tiene que actuar con fortaleza y circunspección y tener
valor para avanzar en este estado.
Este
modo, es un anhelo que nace sin duda del amor, es decir, de un alma
buena que quiere servir fielmente a nuestro Señor, seguirle con
valor y amarlo de verdad. Esta alma se
mueve por el deseo de alcanzar la pureza, la libertad y la nobleza,
de las que le ha dotado su creador al crearla a su imagen y
semejanza, y permanecer ahí, algo que es especialmente digno de ser
amado y cuidado. En esto desea emplear su
vida.
En
esto, desea colaborar para crecer y ascender, a una nobleza de amor
más sublime aún, y a un conocimiento más cercano de Dios, hasta
alcanzar la madurez plena, para la que ha sido creada y llamada por
Dios. En esto está desde la mañana hasta la noche. A esto se ha
entregado totalmente.
Sólo
una cosa pide a Dios, una sola cosa quiere saber, una sola cosa
reclama, en una sola cosa piensa: cómo poder alcanzar esto, y cómo
conseguir la mayor semejanza con el amor, con todo el tesoro de
belleza de las virtudes que lo acompañan, así como la pureza y
nobleza sublimes del amor.
Esta
alma, a menudo examina seriamente lo que es, y lo que podría ser, lo
que tiene, y lo que aún falta a su anhelo. Con celo muy grande, con
gran empeño y tan dispuesta como le es posible, se
esfuerza por evitar todo aquello que distrae su atención de esto o
que pudiera impedirlo. Su corazón nunca está
tranquilo; nunca descansa en esta búsqueda, reclamo y
discernimiento, en este tomar a pecho, y conservar lo que le pudiera
ayudar, y lo que la pudiera hacer crecer en el amor.
En
esto consiste la dedicación principal del alma, que ha llegado a
este estado - y en esto ha de trabajar y esforzarse, con gran
dedicación y fidelidad, hasta que reciba de Dios, el que en adelante
pueda servir al amor con claro entendimiento, y sin verse impedida
por errores pasados.
Un
anhelo tal, tan puro y tan noble, nace sin duda del amor, y no del
miedo. El miedo lleva a trabajar y padecer, a hacer y
dejar de hacer por temor a que nuestro Señor pueda estar enojado. Lo
cual además conlleva espanto ante el juicio del Juez justo, o al
castigo eterno o a penas temporales.
El
amor, en cambio, actúa exclusivamente con la mirada puesta en la
pureza, y en la sublime nobleza, que ella es en lo más profundo
cuando es ella misma, que ella tiene, y que ella disfruta.
Actuando
así, ella enseña lo mismo a quienes tienen trato con ella.
ß
El
segundo modo de amor
A
veces el alma también vive otro modo de amor. Este
se da cuando se dedica a servir a nuestro Señor gratuitamente, sin
más, sólo por amor, sin tener a la vista ningún motivo, o
recompensa de gracia, o gloria.
Como
una joven doncella, que sirve a su señor con gran amor, sin
perseguir ninguna recompensa - le basta poderle servir, y que a él
le plazca que le sirve -, así el alma desea poder servir al amor con
un amor sin medida, inmenso, más allá de toda racionalidad y
cálculo humano, con todos los servicios que su fidelidad le inspira.
Cuando
el alma se encuentra en este estado, ¡cómo arde su anhelo!. Está
dispuesta a cualquier servicio. ¡Cuán ligeras le parecen las
cargas!. ¡Con qué facilidad soporta los sinsabores!. ¡Cómo se
alegra, cuando las cosas se ponen difíciles!. ¡Qué alegría tan
grande, cuando descubre algo que puede hacer o sufrir para servir al
amor, por su honor!.
ß
El
tercer modo de amor
(Nota:
Es la constancia en el amor. No es
un amor errático, caprichoso, voluble. No admite inconstancias.
Permanece firme e inclaudicable. Me atrevo a introducir estas notas,
para mejorar la precisión que los verdaderos místicos no pueden
hacer dado el estado de éxtasis que los embarga).
A
veces ocurre que el alma buena, aún vive otro modo de amor, el cual
le produce mucho dolor y sufrimiento. Se
da cuando intenta responder al amor enteramente, cuando desea
seguirle totalmente, con todas las muestras de respeto y servicio,
con todas las formas de obediencia y sumisión por amor.
Este
anhelo se convierte de vez en cuando en un auténtico tormento para
el alma. Ansiosamente se propone hacer todo, imitarle en todos los
sufrimientos, padecerlos y soportarlos, y seguir el amor con obras de
una manera total, sin ahorrar ningún esfuerzo, sin medida.
En
este estado, está verdaderamente dispuesta a cualquier servicio,
está presta y animada a cualquier trabajo y sufrimiento. Pero no
queda satisfecha. Nada de lo que hace, le
parece suficiente. Sin embargo, lo que más la
entristece, es ver que le es imposible responder al amor plenamente,
según le inspira su gran anhelo, y ver que siempre le falta tanto
para amar del todo.
Sabe
bien que esto supera la capacidad humana, y rebasa sus fuerzas. Lo
que anhela es algo imposible, por esencia impropio de una criatura.
Pues ella sola, quisiera llevar a cabo todo lo que todos los seres
humanos en la tierra, todos los espíritus del cielo, todas las
criaturas en lo alto y en lo bajo, e innumerables seres más,
pudieran hacer en servicio del amor, según corresponde al honor y a
la dignidad del amor.
Quiere
conseguir lo que le falta, para un servicio tal. Lo ansía con todas
sus fuerzas y con voluntad ardiente. Pero todo esto no es capaz de
dejarla satisfecha.
Sabe
muy bien que satisfacer este deseo, rebasa por completo sus fuerzas,
que supera toda comprensión y entendimiento humano. Pero a pesar de
esto, no es capaz de mitigar, dominar o calmar su anhelo. Hace
todo lo que puede.
Agradece
y alaba el amor, trabaja y se afana por él, suspira y ansía el
amor, está totalmente entregada al amor. Pero nada de ello la deja
tranquila. Le resulta un gran sufrimiento, no poder dejar de anhelar
lo que no puede alcanzar. Por esto tiene que permanecer en el dolor
de su corazón, y vivir en la insatisfacción. Le parece que muere
estando viva, y que así muriendo experimenta el sufrimiento del
infierno.
Lleva
una vida infernal. Todo es padecimiento e insatisfacción, debido a
ese anhelo terrible y temeroso, que no puede satisfacer, que no puede
calmar ni saciar. En este dolor, ha de permanecer hasta el momento en
que nuestro Señor la consuela trasladándola a otro modo de amar y
anhelar, y a un conocimiento más profundo de sí. Y entonces tendrá
que esforzarse, según lo que en ese momento reciba de nuestro Señor.
ß
El
cuarto modo de amor
(Nota:
Es la fusión del amor con la persona amada.
Es cuando ya no somos nosotros, sino totalmente de Dios. “En Él
vivimos, nos movemos y existimos”).
Pues
nuestro Señor suele conceder todavía otro modo de amar, a veces
acompañado de gran felicidad, a veces de gran dolor, lo cual
queremos exponer ahora.
A
veces ocurre que el amor despierta en el alma de un modo dulce, y que
surge alegremente instalándose en el corazón, sin intervención de
actividad humana alguna. El corazón entonces siente un toque tan
delicado de amor, se siente tan atraído por el amor, se ve conmovido
tan apasionadamente por el amor, tan fuertemente subyugado por el
amor, y tan suavemente abrazado por el amor, que el alma queda
vencida totalmente por el amor.
En
este estado experimenta una gran presencia de Dios, una claridad de
comprensión. y un bienestar maravilloso, una noble libertad, una
intensa dulzura, un sentirse fuertemente abrazada por el amor, y una
plenitud rebosante de gran gozo.
Experimenta
que todos sus sentidos se han unificado en el amor, y que su propia
voluntad se ha convertido en amor, que ha quedado
abismada y absorbida en el hondón del amor, convirtiéndose ella
misma totalmente en amor.
La
belleza del amor la ha engullido, la fuerza del amor la ha consumido,
la dulzura del amor la ha hecho desfallecer, la grandeza del amor la
ha devorado, la nobleza del amor la ha abrazado, la pureza del amor
la ha adornado, la excelencia del amor la ha elevado e unificado en
el amor, de modo que ha de pertenecer totalmente al amor, y ya no
puede tratar más que con el amor.
Cuando
se siente tan colmada de bienestar, y tan rebosante en su corazón,
su espíritu empieza a hundirse en el amor, y su cuerpo empieza a
sustraérsele, su corazón empieza a derretirse, y desfallecen sus
potencias. De tal manera es vencida por el amor, que a duras penas
puede dominarse, y a veces pierde el dominio de sus miembros y
sentidos.
Como
un recipiente lleno a rebosar se derrama inmediatamente en cuanto se
toca, así esta alma, cuando se siente tocada de repente, y vencida
por la gran plenitud de su corazón, muchas veces sale fuera de sí
sin poderlo remediar.
ß
El
quinto modo de amor
(Nota:
Es la potencia del amor. Es el
momento de las inspiraciones, de una fuerza arrolladora personal que
sentimos, cuando viene Nuestro Pentecostés. Sentimos que los límites
de difuminaron, y que nuestro ser es parte de la energía Sagrada del
Espíritu Santo, y puede planear sobre el océano del mundo. Nos
sentimos en la cresta de una inmensa ola, como en un tsunami, y todo
avanza en nuestro interior de manera vertiginosa).
A
veces también ocurre que el amor se despierta en el alma de un modo
vigoroso, y surge impetuosamente con gran vehemencia y
apasionamiento, como si fuera a partir violentamente el corazón, y
sacar el alma fuera de sí, más allá de sí, en las obras de amor y
en los fallos de amor.
Se
ve absorbida valientemente por el anhelo de cumplir las grandes y
puras obras del amor, y de responder a las múltiples exigencias del
amor.
Pues anhela encontrar descanso en el dulce
abrazo del amor, en la apetecible enajenación y en la posesión
gozosa del amor. Su corazón y todos sus sentidos lo ansían, sólo
en eso se empeñan, sólo eso pretenden apasionadamente.
Cuando
se encuentra en este estado, es tan poderosa de espíritu, tan
emprendedora en su corazón, en su cuerpo tan fuerte y valiente, tan
diligente y dispuesta en su trabajo, interior y exteriormente tan
activa, que tiene la impresión que toda ella está activa, aunque
por fuera no se esté moviendo.
A
la vez siente con mucha claridad, su pereza interior así como una
gran atracción del amor. Se siente inquieta a causa de esta ansia, y
siente dolor debido a una gran insatisfacción. Pero otras veces,
siente dolor intenso al experimentar el amor mismo de manera pura y
gratuita, o por reclamar con mucha insistencia el amor, y sentirse
insatisfecha al no poder disfrutar de él.
De
vez en cuando el amor se vuelve tan inmenso y desbordante en el alma
- al tocarla con tanta fuerza e ímpetu en el corazón -, que tiene
la impresión que su corazón queda dolorosamente herido de múltiples
maneras. Las heridas parecen abrirse de nuevo cada día, volviéndose
cada vez más dolorosas; es un dolor intenso que siente cada vez de
nuevo.
Le
parece que sus venas van a estallar, que su sangre arde, que su
médula se consume, que sus huesos se debilitan, su pecho arde y su
garganta se seca, de modo que todo lo exterior y sus miembros,
perciben el ardor interior del ansia enloquecida de amor. Muchas
veces, entonces siente como
una flecha atraviesa su corazón,
pasando por la garganta
hasta el cerebro, como si se fuera a volver loca.
Como
un fuego devorador, que se apodera de todo lo que puede engullir y
vencer, así experimenta el amor que actúa en su interior de una
manera rabiosa, despiadadamente, sin medida, apoderándose de todo y
arrasándolo.
Esto
la deja muy herida. Su corazón se debilita, sus fuerzas ceden. Su
alma recibe alimento, y su amor cuidados, y su espíritu se ve sacado
fuera de sí, pues el amor está tan por encima de todo
entendimiento, que ella no puede de ninguna manera gustarlo.
Debido
a este dolor quisiera romper el lazo, aunque no destrozar la unidad
del amor. Sin embargo, está tan dominada por el lazo del amor, y tan
vencida por la inmensidad del amor, que no es capaz de moderación ni
de ordenar sus actividades sensatamente, o de cuidarse o de limitarse
a lo que la razón le presenta como posible.
Cuanto
más recibe de lo alto, más reclama. Y cuanto más
apetecible se le presenta, tanto más ansía acercarse a la luz de la
verdad, de la pureza y de la nobleza y disfrutar del amor.
Constantemente se ve incitada y seducida, pero no satisfecha ni
saciada. Y precisamente lo que más la duele y hiere, es lo que más
la sana y cura. Lo que le produce la
herida más honda, sólo esto le proporciona salud.
ß
El
sexto modo de amor
(Nota:
Es la seguridad del amor. Ya no
tememos lanzarnos del “borde del acantilado”, de nuestras propias
limitaciones, porque estamos seguros que habrá una poderosa mano que
nos sostendrá en el vuelo).
Cuando
la esposa de nuestro Señor ha avanzado más, y ha ascendido a mayor
heroicidad, experimenta todavía otro modo de amar, siente un estado
de mayor presencia, y un conocimiento más elevado.
Se
da cuenta que el amor ha vencido todas sus resistencias interiores,
ha corregido sus deficiencias, y ha subyugado su ser más profundo.
El amor la ha dominado totalmente, ya no hay oposición. El
amor posee su corazón con seguridad serena, puede descansar en él
gozosamente, y ha de actuar con total libertad.
Cuando
el alma se encuentra en este estado, le parece poco todo lo que ha de
hacer por la gran dignidad del amor, le resulta fácil hacer y dejar
de hacer, padecer y soportar. Y por lo tanto, vive con suavidad su
entrega al amor.
Experimenta
una fuerza vital divina, una pureza clara, una dulzura espiritual,
una libertad envidiable, una sabiduría perspicaz, una dichosa
igualdad con Dios.
Ahora
es como una mujer, que ha administrado bien su casa, que la ha
dispuesto sensatamente, la ha gobernado con sabiduría, la ha
ordenado con pulcritud, la ha asegurado con previsión, y trabaja con
entendimiento. Mete y saca, hace y deshace según ella misma quiere.
Así
ocurre con el alma en este estado. Ella es amor; el amor gobierna en
ella, soberano y fuerte, trabajando y descansando, haciendo y
deshaciendo, tanto externa como internamente, según ella quiere.
Como
el pez que nada en la gran corriente, y descansa en su profundidad, y
como el pájaro que vuela valientemente en la anchura y altura del
espacio, así ella siente que su espíritu
se mueve libremente en la anchura y profundidad, en la espaciosidad y
altura del amor.
La
fuerza soberana del amor, ha atraído el alma hacia sí, la ha
guiado, cuidado y protegido. Le ha dado
el entendimiento, la sabiduría, la dulzura y la fortaleza del amor.
Sin embargo, ha ocultado al alma su fuerza soberana, hasta que llegue
el momento en que haya ascendido a mayor altura, y hasta que haya
conseguido liberarse completamente de sí misma, y el amor reine en
ella con más vigor todavía.
Entonces
el amor la hace tan valiente y libre, que no teme ni a hombres ni a
demonios, ni a ángeles ni a santos, ni al mismo Dios, en todo lo que
hace o deja de hacer, en el trabajo o en el descanso.
Se
da claramente cuenta que el amor está muy despierto y activo en su
interior, tanto si descansa su cuerpo, como cuando trabaja mucho.
Sabe y percibe claramente, que en quienes reina el amor, éste no
está supeditado a la actividad o al dolor.
Pero
todos aquellos que desean llegar al amor, han de buscarlo con
respeto, seguirlo con fidelidad, y vivirlo con un gran deseo. No
pueden llegar a él si se retraen, cuando se trata de trabajar duro,
padecer mucho dolor y molestias o sufrir desprecios.
Deben
prestar mucha atención a cualquier detalle, hasta que el amor llegue
a realizar, en su dominio, las grandes obras del amor, haciendo fácil
todo, ligero todo trabajo, dulce todo dolor, y borrando toda culpa.
Esto
es libertad de conciencia, dulzura de corazón, bondad de
sentimientos, nobleza del alma, altura de espíritu y base, y
fundamento de la vida eterna.
Esto
es ya ahora una vida como la de los ángeles. Le sigue la vida
eterna, que Dios, en su bondad, nos conceda a todos.
ß
El
séptimo modo de amor
(Nota:
Es la quietud del amor. Es el
momento en el que el tiempo y el espacio desaparecen. Ya no tenemos
prisa por nuestros anhelos mundanos. Solo nos importa la vida
sobrenatural. Entramos en una quietud profunda, como cuando estamos
dentro de un gran avión, a enorme altitud, que cruza el inmenso
océano de la eternidad...).
El
alma dichosa todavía tiene otro modo de amar más elevado, que le
proporciona no poco trabajo interior.
Consiste
en que trascendiendo su humanidad, es introducida en el amor, y que
trascendiendo todo sentir y razonar humano, toda actividad de nuestro
corazón, es introducida, sólo por el amor eterno, en la eternidad
del amor, en la sabiduría incomprensible, y
en la altura silenciosa y profundidad abismal de la divinidad,
la cual es todo en todo, siempre incognoscible y más allá de todo,
inmutable, la cual es todo, puede todo, abarca todo, y obra
todopoderosamente.
En
este estado, el alma dichosa se ve tan delicadamente sumergida en el
amor, y tan intensamente introducida en el anhelo, que su corazón
está fuera de sí e interiormente inquieto. Su
alma se derrama y derrite de amor. Su espíritu es
todo él anhelo.
Todas
sus potencias la empujan en una misma dirección: ansía gozar del
amor. Lo reclama con insistencia a Dios. Lo busca apasionadamente en
Dios. Esta sola cosa anhela, sin poder remediarlo. Pues el amor ya no
la deja reposar, ni descansar, ni estar en paz.
El
amor la levanta y la derriba. El amor de pronto la acaricia, y en
otro momento la atormenta. El amor le da muerte, y le devuelve la
vida, da salud, y vuelve a herir. La vuelve loca, y luego de nuevo
sensata. Obrando así, el amor eleva el alma a un estado superior. De
esta manera, el alma ha subido - en lo más alto de su espíritu -
por encima del tiempo a la eternidad.
Por
encima de los regalos del amor, ha sido elevada a la eternidad del
mismo amor, donde no hay tiempo.
Está por encima de los modos humanos de amar, por encima de su
propia naturaleza humana, en el anhelo de estar ahí arriba.
Allí
está toda su vida y voluntad, su anhelo y su amor: en la seguridad y
la claridad diáfana, en la noble altura, y en la belleza radiante,
en la dulce compañía de los espíritus más
excelsos, que rebosan amor desbordante, y que se
encuentran en un estado de conocimiento claro, de posesión y
disfrute del amor.
A
veces ahí arriba, vive su relación anhelante, especialmente en
compañía de los ardientes serafines; en la gran divinidad y en la
sublime Trinidad, tiene su amable descanso, y su dichosa morada.
Ella
lo busca en su majestad, Le sigue allí, y Lo contempla con su
corazón y con su espíritu. Lo conoce, Lo ama, Le desea tanto, que
es incapaz de prestar atención a santos o seres humanos, a ángeles
o criaturas, a no ser en el amor a Él, que lo abarca todo, y en el
que lo ama todo.
Sólo
a Él ha elegido por amor, por encima de todo, por debajo de todo, en
todo, de tal modo que con el anhelo de su corazón, y con todas las
potencias de su espíritu desea verlo, poseerlo y disfrutarlo.
Por
esto la vida terrena para ella, es un verdadero destierro, una dura
cárcel y un gran dolor. Desprecia el mundo, la tierra
le pesa, y lo terreno no es capaz de satisfacerla, ni contentarla. Le
resulta un gran dolor tener que estar tan lejos, y vivir como
exiliada. No es capaz de olvidar que vive en el destierro. Su anhelo
no puede ser calmado. Su ansia la tortura lastimosamente. Lo vive
como un camino de pasión y de tormento, sin medida, sin gracia.
Por
esto siente un ansia grande, y un anhelo ardiente de ser liberada de
este destierro, y poder desprenderse de este cuerpo. Con un corazón
herido, dice lo mismo que dijo el Apóstol: Cupio dissolvi et esse
cum Christo, es decir: 'Mi deseo es
morir y estar con Cristo'.
Así
pues, el alma se encuentra en un ansia ardiente, y en una inquietud
dolorosa de ser liberada, y vivir con Cristo. La razón de ello, no
es que la vida actual le entristezca, ni que tenga miedo a los
sinsabores que la esperan. No, debido sólo a un amor santo y eterno,
languidece en ansias, y se derrite en el anhelo de poder llegar a la
patria eterna, y a la gloria del gozo.
El
anhelo en ella es grande y fuerte, su inconstancia le pesa mucho, y
el dolor que sufre por este anhelo, es indescriptible. A pesar de
todo, no tiene más remedio que vivir en la esperanza; y es
precisamente esta esperanza la que le hace ansiar y padecer tanto.
Oh
santo deseo de amor, ¡qué grande es tu fuerza, en el alma que ama!.
Es un dichoso sufrimiento, un tormento agudo, un dolor que dura
demasiado, una muerte traidora, y un vivir muriendo.
No
puede llegar allí arriba, y aquí abajo, no puede encontrar descanso
ni reposo. Su anhelo le hace insoportable pensar en Él, y prescindir
de Él hace sufrir de anhelo su corazón. Así pues, ha de vivir con
gran incomodidad.
Y
así es que no puede, ni quiere ser consolada, como dice el profeta:
Renuit consolari anima mea, etcetera, que quiere decir: 'Mi
alma rehúsa ser consolada'. Rehúsa toda
consolación, a menudo incluso de Dios, y de sus criaturas. Porque
toda alegría que esto podría comportar, intensifica su amor, y
aviva su anhelo de un estado superior.
Esto
renueva su ansia por poner en práctica su amor,
permanecer en el goce del amor, y vivir sin consuelo en el destierro.
De esta manera, sigue insaciable e insatisfecha en todo lo que
recibe, por tener que carecer de la presencia real de su amor.
Es
una dura vida de padecimiento, por no querer ser consolada, mientras
no reciba lo que busca sin descanso.
El
amor la ha seducido, la ha guiado y enseñado, a andar por su camino,
y ella lo ha seguido fielmente. A menudo en trabajo costoso y muchas
obras, en gran ansia y fuerte anhelo, en inquietud de muchas clases y
gran insatisfacción, en alegría y dolor y mucho sufrimiento,
buscando y reclamando, careciendo y teniendo, saliendo fuera de sí,
en el seguimiento y el ansia, en agobio y pena, en miedo y
preocupaciones, derritiéndose y sucumbiendo, en gran confianza y
mucha desconfianza, en lo bueno y en lo malo - en todo esto está
dispuesta a sufrir. En la muerte y en la vida quiere dedicarse al
amor; en el sentimiento de su corazón sufre mucho dolor; por el amor
anhela llegar a la patria.
Cuando
en este destierro lo ha probado todo, todo su refugio es la gloria.
Esto es verdaderamente la obra del amor: anhelar la forma de vida que
más conecta con el amor, en que mejor se puede dedicar al amor, y
seguir esta forma de vida.
Por
esto siempre quiere seguir al amor, conocer el amor, y gozar del
amor. En este destierro esto no lo consigue. Por esto, quiere partir
hacia su patria, en donde ha construido su morada, hacia donde ha
dirigido su anhelo, y donde descansa con amor.
Pues
esto lo sabe muy bien: allí en su patria quedará libre de todos los
obstáculos, y será recibida con amor por su Amado.
Allí
contemplará ardientemente, al haber amado tan delicadamente. Su
recompensa eterna será poseerle a Él, a quien ha servido tan
fielmente. Gozará plenamente satisfecha de Él, a quien tantas veces
ha abrazado llena de amor en su interior. Allí entrará en la
alegría del Señor, como dice San Agustín: Qui in te intrat, intrat
in gaudium domini sui etcetera, lo cual quiere decir: 'Quien
entra en Ti, entra en la alegría de su Señor'.
No le tendrá miedo, sino que lo poseerá - morando como amada en el
Amado.
Allí
el alma se une a su esposo, se hace un solo espíritu con Él, en
fidelidad inquebrantable, y amor eterno.
Quien
se haya empleado activamente en esto en el tiempo de gracia, lo
gozará en el tiempo de la gloria, cuando ya no se haga otra cosa más
que alabar y amar. Que Dios nos conduzca
allí a todos. Amén.
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