Cuarta
Feria, 26 de Julio
Santa
Ana
Madre
de la Santísima Virgen María
Fiesta
con San Joaquín
Patrones
de los Abuelos
Breve
Ana
(Hebreo, Hannah, significa gracia). Patrona de las mujeres en parto,
y de los mineros.
Joaquín
(significa Yahweh prepara).
Para
los que necesiten una lectura especial, sobre qué hacer con los
abuelos para motivarlos, aquí pueden hallar siete propuestas para
combatir la soledad y el aislamiento de las personas mayores.
Todo
gira en torno a combatir el aislamiento en que se encuentran, ya que
muchos de ellos, ya no tienen a su lado a antiguos amigos para
conversar y compartir momentos.
----------------------------------------------------------------------
Una
antigua tradición, que arranca del siglo II, atribuye los nombres
San Joaquín y Santa Ana, a los padres de la Santísima Virgen María.
El culto a Santa Ana se introdujo, ya en la Iglesia oriental en el
siglo VI, y pasó a la occidental en el siglo X; el culto a San
Joaquín es más reciente.
Todo
lo que se conoce de ellos, incluso sus nombres, procede de literatura
no canónica: el Evangelio de la Natividad de María, el Evangelio no
canónico de Mateo, y el Protoevangelium de Santiago. El más antiguo
de estos se remonta alrededor del 150 ad. En el Oriente, el
Protoevangelium gozaba de gran autoridad, algunas porciones se leían
en las fiestas de la Virgen María.
En
el Occidente, sin embargo, fue rechazado por los Padres de la
Iglesia. En el siglo XIII, partes del Protoevangelium de Santiago fue
incorporado por Jacobus de Vorágine, en su "Leyenda Dorada".
Desde entonces la historia de Santa Ana se
propagó por Occidente, hasta convertirse en una de las santas mas
populares de la Iglesia latina.
Los
escritos llamados "no canónicos", son los que no fueron
aceptados por la Iglesia como parte del canon de las Sagradas
Escrituras, porque contienen muchos datos que no pueden verificarse
de manera indubitable. Pero sí contienen algunos datos de documentos
históricos, y tienen relatos perfectamente coherentes con los textos
canónicos.
Por
ejemplo, en el protoevangelio de Santiago, se explica el porqué la
Virgen María es Virgen durante la concepción de Jesucristo–
sabemos que el ángel Gabriel le llevó la protección del Espíritu
Santo, autor de toda Vida -, pero fundamentalmente siguió siendo
Virgen después del parto, y de porqué la Sagrada Familia tuvo que
buscar un establo alejado para que la Virgen pudiese concebir.
Esto
se debió, relatan estos Evangelios no canónicos, a que Jesucristo
nació como una bola de fuego, que se desprendió con suavidad del
vientre de la Virgen, y para que eso se realice debían estar
alejados de todo poblado, porque Él era todo radiación en ese
momento– ahora lo podemos explicar - que se fué solidificando en
un cuerpo humano. Todo esto, Dios lo dispuso para respetar la
virginidad de María.
El
Protoevangelium nos ofrece la siguiente historia: En Nazaret vivían
Joaquín y Ana, una pareja rica y piadosa, pero que no tenía hijos.
Cuando en una fiesta, Joaquín se presentó para ofrecer sacrificio
en el Templo, fue rechazado por un tal Rubén, bajo el pretexto de
que hombres sin descendencia, no eran dignos de ser admitidos.
Joaquín, cargado de pena, no volvió a su casa, sino que se fue a
las montañas, a presentarse ante Dios en soledad.
Entonces
Ana, habiendo conocido la razón de la prolongada ausencia de su
esposo, clamó al Señor pidiéndole que retirase de ella la
maldición de la esterilidad, y prometiéndole dedicar su
descendencia a su servicio.
Sus
oraciones fueron escuchadas; un ángel visitó a Ana y le dijo: "Ana,
el Señor ha mirado tus lágrimas; concebirás y darás a luz, y el
fruto de tu vientre será bendecido por todo el mundo".
El ángel hizo la misma promesa a Joaquín, quién volvió a donde
estaba su esposa. Ana dio a luz una hija a quien llamó Miriam
(María). Esta historia, se parece a la de la concepción de Samuel
en las Sagradas Escrituras, cuya madre se llamaba también Ana (1 Re
1).
Según
una tradición antigua, los padres de la Santísima Virgen, siendo
Galileos, se mudaron a Jerusalén. Allí, según la misma tradición,
nació y se crió la Virgen Santísima. Allí también murieron estos
venerables santos.
Una
iglesia, conocida en diferentes épocas como Santa María, Santa
María ubi nata est, Santa María en Probatica, Santa Probatica y
Santa Ana, fue construida en el siglo IV, posiblemente por Santa
Elena (madre del emperador Constantino), sobre el lugar de la casa de
San Joaquín y Ana.
Sus
tumbas fueron honradas hasta el final del siglo IX, cuando los
invasores musulmanes la convirtieron en una escuela. La cripta, que
originalmente contenía las santas tumbas, fue descubierta el 18 de
marzo de 1889.
Muchas
leyendas han sido escritas sobre las vidas de San Joaquín y Santa
Ana, causando gran confusión entre los fieles. Según una de ellas,
Santa Ana concibió a la Virgen Santísima sin concurso de varón,
permaneciendo así virgen. Este error fue condenado por la Santa Sede
en 1677 (Benedicto XIV, De Festis, II, 9).
Veneración
a Santa Ana
En
la Iglesia del Oriente, ya se veneraba a Santa Ana en el siglo IV.
La mejor prueba de ello, es que el emperador Justino I (+565) le
dedicó una iglesia. La devoción a Santa Ana, se encuentra en los
mas antiguos documentos litúrgicos de la Iglesia griega.
En
el Occidente no se veneraba a Santa Ana, excepto quizás en el sur de
Francia, hasta el siglo XIII. Su imagen, pintada en el siglo VIII en
estilo Bizantino, fue mas tarde encontrada en la iglesia de Santa
María Antiqua en Roma. Su fiesta, bajo la influencia de la "Leyenda
Dorada", aparece en el siglo XIII donde se celebraba el 26
Julio.
En
1382, Urbano VI publicó el primer decreto pontificio, referente a
Santa Ana, concediendo la celebración de la fiesta de la santa, a
los obispos de Inglaterra exclusivamente, tal como se lo habían
pedido algunos ingleses. Muy probablemente, la ocasión de dicho
decreto fue el matrimonio del rey Ricardo II con Ana de Bohemia, que
tuvo lugar en ese año. La fiesta fue extendida a toda la Iglesia de
Occidente en 1584.
Las
Reliquias de Santa Ana
Se
dice que las reliquias atribuidas a Santa Ana, fueron traídas de
Tierra Santa a Constantinopla en el 710. Allí estaban en la iglesia
de Santa Sofía en 1333. La tradición de la Iglesia de Apt, en el
sur de Francia, dice que el cuerpo de Santa Ana fue llevado a Apt por
San Lázaro, el amigo de Jesucristo, fue escondido por San Auspicio
(+398), y vuelto a encontrar durante el reino de Carlomagno. La
cabeza de Santa Ana se mantuvo en Mainz hasta el año 1510, cuando
fue robada y llevada a Düren, Alemania. Lamentablemente, no hay
sólidos fundamentos para asegurar la autenticidad de estas
reliquias.
Veneración
de Santa Ana hoy
Su
imagen milagrosa es venerada en Notre Dame D'Auray, en la diócesis
de Vannes. También en Canadá, donde es la principal patrona de la
provincia de Quebec, el santuario de Santa Ana de Beaupré es bien
conocido. Santa Ana es patrona de las
mujeres en parto. También es
patrona de los mineros, Cristo siendo el oro, y María la
plata.
------------------------------------------------------
San
Joaquín
Padre
de la Santísima Virgen María
Una
antigua tradición, que arranca del siglo II, atribuye los nombres
San Joaquín y Santa Ana, a los padres de la Santísima Virgen María.
El culto a Santa Ana, se introdujo ya en la Iglesia oriental en el
siglo VI, y pasó a la occidental en el siglo X; el culto a San
Joaquín es más reciente.
No
conocemos de Joaquín y Ana con certeza más que sus nombres, y el
hecho de que fueron los santos padres de la Madre de Dios.
San
Joaquín era venerado por los griegos desde muy temprano. En el
Occidente, su fiesta fue admitida al calendario más tarde, algunas
veces, el 16 de septiembre, otras el 9 de diciembre.
Julius
II, la puso en el 20 de marzo; mas tarde suprimida, y fue restaurada
por Gregorio XV (1622). Clemente XII (1738) la fijó en el Domingo
después de la Asunción. Con la reforma del calendario después del
Concilio Vaticano II, San Joaquín se celebra junto con su esposa,
Santa Ana, el 26 de Julio. Ellos son los
patrones de los abuelos.
--------------------------------------------------------------
Oficio
de lectura, 26 de julio
San
Joaquín y Santa Ana, Padres de la Virgen María
Por
sus frutos los conoceréis
De
los sermones de San Juan Damasceno, Obispo
Sermón
6, sobre la Natividad de la Virgen María, 2.4.5.6
Ya
que estaba determinado que la Virgen, Madre de Dios, nacería de Ana,
la naturaleza no se atrevió a adelantarse al germen de la gracia,
sino que esperó a dar su fruto, hasta que la gracia hubo dado el
suyo. Convenía, en efecto, que naciese como primogénita, aquella de
la había de nacer el primogénito de toda la creación, en el cual
todo se mantiene.
¡Oh
bienaventurados esposos Joaquín y Ana!. Toda la creación os está
obligada, ya que por vosotros, ofreció al Creador el más excelente
de todos los dones, a saber, aquella madre casta, la única digna del
Creador.
Alégrate,
Ana, la estéril, que no dabas a luz, cantar de júbilo la que no
tenías dolores. Salta de gozo, Joaquín, porque de tu hija, un niño
nos ha nacido, un hijo se nos ha dado, y será llamado: «Ángel del
gran de designio» de la salvación universal, «Dios guerrero».
Este niño es Dios.
¡Oh
bienaventurados esposos Joaquín y Ana, totalmente inmaculados!. Sois
conocidos por el fruto de vuestro vientre, tal como dice el Señor:
Por sus frutos los conoceréis.
Vosotros
os esforzasteis, en vivir siempre de una manera agradable a Dios, y
digna de aquella, que tuvo en vosotros su origen. Con vuestra
conducta casta y santa, ofrecisteis al mundo, la joya de la
virginidad, aquella que había de permanecer virgen antes del parto,
en el parto, y después del parto; aquella que de un modo único y
excepcional, cultivaría siempre la virginidad en su mente, en su
alma y en su cuerpo.
¡Oh
castísimos esposos Joaquín y Ana!. Vosotros, guardando la castidad
prescrita por la ley natural, conseguisteis, por la gracia de Dios,
un fruto superior a la ley natural, ya que engendrasteis para el
mundo, a la que fue madre de Dios sin conocer varón.
Vosotros,
comportándoos en vuestras relaciones humanas, de un modo piadoso y
santo, engendrasteis una hija superior a los ángeles, que es ahora
la reina de los ángeles. ¡Oh bellísima niña, sumamente
amable!. ¡Oh hija de Adán, y madre de Dios!. ¡Bienaventuradas las
entrañas, y el vientre de los que saliste!. ¡Bienaventurados los
brazos que te llevaron, los labios que tuvieron el privilegio de
besarte castamente, es decir, únicamente los de tus padres, para que
siempre, y en todo, guardaras intacta tu virginidad!.
Aclama
al Señor, tierra entera; gritad, vitoread, tocad. Alzad fuerte la
voz, alzadla, no temáis.
----------------------------------------------------------
El
Papa presenta a los abuelos, como «garantes» de la ternura que
todos necesitan
Benedicto
XVI, 8 julio 2006, Valencia, España (ZENIT.org)
El
Papa reconoció, que los abuelos «pueden ser -y son tantas veces-,
los garantes del afecto y la ternura que todo ser humano necesita dar
y recibir».
«Ellos
dan a los pequeños, la perspectiva del tiempo, son memoria y riqueza
de las familias».
«Ojalá
que bajo ningún concepto, sean excluidos del círculo familiar»
«Son
un tesoro que no podemos arrebatarles a las nuevas generaciones,
sobre todo cuando dan testimonio de fe, ante la cercanía de la
muerte».
"Los
abuelos: su testimonio y presencia en la familia" Benedicto
XVI, 5 abril, 2008.
El
Papa, tras recordar que la Iglesia, siempre reconoció la "gran
riqueza de los abuelos desde el punto de vista humano y social,
religioso y espiritual", dijo que "en el pasado, los
abuelos tenían un papel importante en la vida y en el crecimiento de
la familia. Incluso cuando la edad avanzaba, seguían estando
presentes con sus hijos, con los nietos, y quizá con los bisnietos,
dando un testimonio vivo de atención, de sacrificio, y de entrega
cotidiana sin reservas".
El
Papa afirmó, que con los "profundos cambios en la vida de las
familias debidos a la evolución económica y social", algunos
ancianos se dan cuenta, de que "son un peso para la familia, y
prefieren vivir solos o en asilos, con todas las consecuencias que
conllevan estas decisiones".
"Por
desgracia, se sigue difundiendo la 'cultura de la muerte', que
amenaza también a la tercera edad. Con gran insistencia, se
llega incluso a proponer la eutanasia, como solución para resolver
ciertas situaciones difíciles".
Por
eso, "es necesario reaccionar siempre con fuerza, ante lo que
deshumaniza la sociedad. Hay que derrotar juntos toda marginación,
porque los abuelos, las abuelas, los ancianos, no son los únicos que
se ven arrollados por la mentalidad individualista, sino todos
nosotros. Si los abuelos, como se dice a menudo, constituyen un
precioso talento, hay que poner en práctica decisiones coherentes
que permitan valorarlos mejor".
El
Papa pidió, que "los abuelos
vuelvan a ser una presencia viva en la familia, en la Iglesia, y en
la sociedad, que continúen siendo testigos de unidad, de
valores fundados en la fidelidad a un único amor, que genera la fe y
la alegría de vivir.
Los llamados nuevos modelos de familia, y el relativismo reinante,
han debilitado estos valores fundamentales del núcleo familiar".
"Para
afrontar la crisis de la familia, ¿no se podría partir precisamente
de la presencia, y del testimonio de aquellos -los abuelos- , que
cuentan con una mayor firmeza de valores y de proyectos?. No
se puede proyectar el futuro, sin retornar a un pasado rico de
experiencias significativas, y de puntos de referencia espiritual y
moral".
---------------------------------------------------
A
LOS ANCIANOS
Carta
del Papa Juan Pablo II, 1999
¡A
mis hermanos y hermanas ancianos!
"Aunque
uno viva setenta años, y el más robusto hasta ochenta, la mayor
parte son fatiga inútil, porque pasan aprisa y vuelan "
(Sal 90 [89], 10)
1.
Setenta, eran muchos años en el tiempo en que el Salmista escribía
estas palabras, y eran pocos los que los superaban; hoy, gracias a
los progresos de la medicina, y a la mejora de las condiciones
sociales y económicas, en muchas regiones del mundo, la vida se ha
alargado notablemente. Sin embargo, sigue siendo verdad, que los años
pasan aprisa; el don de la vida, a pesar de la fatiga y el dolor, es
demasiado bello y precioso para que nos cansemos de él.
He
sentido el deseo, siendo yo también anciano, de ponerme en diálogo
con vosotros. Lo hago, ante todo, dando gracias a Dios, por los dones
y las oportunidades que hasta hoy, me ha concedido en abundancia.
Al
recordar las etapas de mi existencia, que se entremezcla con la
historia de gran parte de este siglo, me vienen a la memoria los
rostros de innumerables personas, algunas de ellas particularmente
queridas: son recuerdos de hechos ordinarios y extraordinarios, de
momentos alegres, y de episodios marcados por el sufrimiento.
Pero
por encima de todo, experimento la mano providente y misericordiosa
de Dios Padre, el cual "cuida del mejor modo todo lo que
existe" (1), y que " si le pedimos algo según su
voluntad, nos escucha " (1 Jn 5, 14). A Él me dirijo, con
el Salmista: "Dios mío, me has instruido desde mi juventud,
y hasta hoy relato tus maravillas, ahora en la vejez y las canas, no
me abandones, Dios mío, hasta que describa tu brazo a la nueva
generación, tus proezas, y tus victorias excelsas " (Sal
71[70], 17-18).
Mi
pensamiento se dirige con afecto a todos vosotros, queridos ancianos
de cualquier lengua o cultura. Os escribo esta carta, en el año en
que la Organización de las Naciones Unidas, con buen criterio, ha
querido dedicar a los ancianos, para llamar la atención de toda la
sociedad sobre la situación de quien por el peso de la edad, deben
afrontar frecuentemente muchos y difíciles problemas.
El
Pontificio Consejo para los Laicos, ha ofrecido ya valiosas pautas de
reflexión sobre este tema.(2). Con la presente carta, deseo
solamente expresaros mi cercanía espiritual, con el estado de ánimo
de quien, año tras año, siente crecer dentro de sí, una
comprensión cada vez más profunda de esta fase de la vida, y en
consecuencia, se da cuenta de la necesidad de un contacto más
inmediato con sus coetáneos, para tratar de las cosas que son
experiencia común, poniéndolo todo bajo la mirada de Dios, el cual
nos envuelve con su amor, y nos sostiene y conduce con su
providencia.
2.
Queridos hermanos y hermanas: a nuestra edad, resulta espontáneo
recorrer de nuevo el pasado, para intentar hacer una especie de
balance. Esta mirada retrospectiva, permite una valoración más
serena y objetiva, de las personas que hemos encontrado, y de las
situaciones vividas a lo largo del camino.
El
paso del tiempo, difumina los rasgos de los acontecimientos y suaviza
sus aspectos dolorosos. Por desgracia, en la existencia de cada uno,
hay sobradas cruces y tribulaciones. A veces se trata de problemas y
sufrimientos, que ponen a dura prueba la resistencia psicofísica, y
hasta conmocionan quizás la fe misma. No
obstante, la experiencia enseña, que con la gracia del Señor, los
mismos sinsabores cotidianos, contribuyen con frecuencia a la madurez
de las personas, templando su carácter.
La
reflexión que predomina, por encima de los episodios particulares,
es la que se refiere al tiempo, el cual transcurre inexorable. "El
tiempo se escapa irremediablemente", sentenciaba ya el
antiguo poeta latino.(3).
El
hombre está sumido en el tiempo: en él nace, vive y muere. Con el
nacimiento se fija una fecha, la primera de su vida, y con su muerte
otra, la última. Es el alfa y la omega, el comienzo y el final de su
existencia terrena, como subraya la tradición cristiana, al esculpir
estas letras del alfabeto griego en las lápidas sepulcrales.
No
obstante, aunque la existencia de cada uno de nosotros es limitada y
frágil, nos consuela el pensamiento de que, por el alma espiritual,
sobrevivimos incluso a la muerte. Además,
la fe nos abre a una "esperanza que no defrauda" (cf. Rm 5,
5), indicándonos la perspectiva de la resurrección final.
Por
eso la Iglesia usa, en la Vigilia pascual, estas mismas letras con
referencia a Cristo vivo, ayer, hoy y siempre: Él es "principio
y fin, alfa y omega. Suyo es el tiempo y la eternidad " (4).
La existencia humana, aunque está sujeta al tiempo, es introducida
por Cristo en el horizonte de la inmortalidad. Él "se ha hecho
hombre entre los hombres, para unir el principio con el fin, esto es,
el hombre con Dios".(5)
Un
siglo complejo hacia un futuro de esperanza
3.
Al dirigirme a los ancianos, sé que hablo a personas y de personas,
que han realizado un largo recorrido (cf. Sb 4, 13). Hablo a los de
mi edad; me resulta fácil, por tanto, buscar una analogía en mi
experiencia personal. Nuestra vida, queridos hermanos y hermanas, ha
sido inscrita por la Providencia en este siglo XX, que ha recibido
una compleja herencia del pasado, y ha sido testigo de numerosos y
extraordinarios acontecimientos.
Como
tantas otras épocas de la historia, nuestro siglo ha conocido luces
y sombras. No todo han sido penumbras. Hay muchos aspectos positivos,
que han sido el contrapeso de otros negativos, o han surgido de éstos
últimos, como una beneficiosa reacción de la conciencia colectiva.
No
obstante, es cierto, -y sería tan injusto como peligroso olvidarlo-
que se han producido daños inauditos, que han incidido en la vida de
millones y millones de personas. Bastaría pensar en los
conflictos surgidos en diversos continentes, debidos a contenciosos
territoriales entre Estados, o al odio entre diversas etnias.
Tampoco
se han de considerar menos graves, las condiciones de pobreza extrema
de amplios sectores sociales en el Sur del mundo, el vergonzoso
fenómeno de la discriminación racial, y la sistemática violación
de los derechos humanos en muchos países. Y en fin, ¿qué decir
de los grandes conflictos mundiales?.
Sólo
en la primera parte del siglo hubo dos, de una magnitud hasta
entonces desconocida, por las muertes y la destrucción ocasionadas.
La primera guerra mundial segó la vida de millones de soldados y
civiles, truncando la existencia de muchos seres humanos, casi en la
adolescencia, o incluso en su niñez.
Y
¿qué decir de la segunda guerra mundial?. Estalló tras pocos años
de una relativa paz en el mundo, especialmente en Europa, y fue más
trágica que la anterior, con tremendas consecuencias para las
naciones y los continentes. Fue una guerra total, una inaudita
explosión de odio, que se abalanzó brutalmente también sobre la
inerme población civil, y destruyó generaciones enteras.
Fue
incalculable, el tributo pagado en los diversos frentes al delirio
bélico, y terroríficos los estragos, llevados a cabo en los
campos de exterminio, auténticos Gólgotas de la época
contemporánea.
Durante
muchos años, en la segunda mitad del siglo, se ha vivido la
pesadilla de la guerra fría, esto es, la confrontación entre
los dos grandes bloques ideológicos contrapuestos, el Este y el
Oeste, con una desenfrenada carrera de armamentos, y la amenaza
constante de una guerra atómica, capaz de destruir a la humanidad
entera.(6)
Gracias
a Dios, esta página oscura se ha terminado, con la caída en Europa
de los regímenes totalitarios opresivos, como fruto de una lucha
pacífica, que ha empuñado las armas de la verdad y la justicia.(7)
Se ha comenzado así un arduo, pero provechoso proceso de diálogo y
reconciliación, orientado a instaurar una convivencia más serena y
solidaria entre los pueblos.
No
obstante, demasiadas Naciones, están todavía muy lejos de
experimentar los beneficios de la paz y la libertad. En los últimos
meses, el violento conflicto surgido en la región de los Balcanes,
que ya en los años precedentes había sido teatro de una terrible
guerra de carácter étnico, ha suscitado gran conmoción; se ha
derramado más sangre, se han intensificado las destrucciones, y se
han alimentado nuevos odios.
Ahora,
cuando finalmente el fragor de las armas se ha apaciguado, se
comienza a pensar en la reconstrucción en la perspectiva del nuevo
milenio. Pero mientras tanto, siguen propagándose también en otros
continentes, numerosos focos de guerra, a veces con masacres y
violencias olvidadas demasiado pronto por las crónicas.
4.
Aunque estos recuerdos, y estas dolorosas situaciones actuales nos
entristecen, no podemos olvidar que nuestro siglo, ha visto surgir
múltiples aspectos positivos, los cuales son al mismo tiempo,
motivos de esperanza para el tercer milenio. Así, se ha
acrecentado -aunque entre tantas contradicciones, especialmente en lo
que se refiere al respeto de la vida de cada ser humano- la
conciencia de los derechos humanos universales, proclamados en
declaraciones solemnes, que comprometen a los pueblos.
Asimismo,
se ha desarrollado el sentido del derecho de los pueblos al
autogobierno, en el marco de relaciones nacionales e internacionales,
inspirados en la valoración de las identidades culturales, y al
mismo tiempo, al respeto de las minorías. La caída de los
sistemas totalitarios, como los del Este europeo, ha hecho percibir
mejor, y más universalmente, el valor de la democracia y del libre
mercado, aunque planteando el gran desafío de compaginar la libertad
y la justicia social.
También
se ha de considerar un gran don de Dios, el que las religiones estén
intentando, cada vez con mayor determinación, un diálogo que les
permita ser un factor fundamental de paz y de unidad para el mundo.
Tampoco
se ha de olvidar, que aumenta en la conciencia común, el debido
reconocimiento a la dignidad de la mujer. Indudablemente,
queda aún mucho camino por andar, pero se ha trazado el rumbo a
seguir. También es motivo de esperanza, el auge de las
comunicaciones, que favorecidas por la tecnología actual, permiten
superar los límites tradicionales, y hacernos sentir ciudadanos del
mundo.
Otro
campo importante en el que se ha madurado, es la nueva sensibilidad
ecológica, la cual merece ser alentada. También son factores de
esperanza, los grandes progresos de la medicina, y de las ciencias
aplicadas al bienestar del hombre.
Así
pues, hay tantos motivos por los que debemos dar gracias a Dios.
A pesar de todo, este final de siglo, presenta grandes posibilidades
de paz y de progreso. De las mismas pruebas por las que ha pasado
nuestra generación, surge una luz capaz de iluminar los años de
nuestra vejez. Se confirma así un principio muy entrañable para la
tradición cristiana: "Las
tribulaciones no sólo no destruyen la esperanza, sino que son su
fundamento".(8)
Por
tanto, mientras el siglo y el milenio están llegando a su ocaso, y
se vislumbra ya el alba de una nueva época para la humanidad, es
importante que nos detengamos a meditar, sobre la realidad del tiempo
que pasa con rapidez, no para resignarnos a un destino inexorable,
sino para valorar plenamente los años que nos quedan por vivir.
El
otoño de la vida
5.
¿Qué es la vejez?. A veces se habla de ella como del otoño de
la vida -como ya decía Cicerón (9) -, por analogía con las
estaciones del año, y la sucesión de los ciclos de la naturaleza.
Basta observar a lo largo del año, los cambios de paisaje en la
montaña, y en la llanura, en los prados, los valles y los bosques,
en los árboles y las plantas. Hay una gran semejanza entre los
biorritmos del hombre, y los ciclos de la naturaleza, de la cual él
mismo forma parte.
Al
mismo tiempo, sin embargo, el hombre se distingue de cualquier otra
realidad que lo rodea, porque es persona. Plasmado a imagen y
semejanza de Dios, es un sujeto consciente y responsable.
Aún así, también en su dimensión espiritual, el hombre
experimenta la sucesión de fases diversas, igualmente fugaces. A San
Efrén el Sirio, le gustaba comparar la vida con los dedos de una
mano, bien para demostrar que los dedos no son más largos de un
palmo, bien para indicar que cada etapa de la vida, al igual que cada
dedo, tiene una característica peculiar, y "los
dedos representan los cinco peldaños sobre los que el hombre
avanza".(10)
Por
tanto, así como la infancia y la juventud, son el periodo en el cual
el ser humano está en formación, vive proyectado hacia el futuro, y
tomando conciencia de sus capacidades, hilvana proyectos para la edad
adulta, también la vejez tiene sus ventajas porque -como observa San
Jerónimo-, atenuando el ímpetu de las pasiones, "acrecienta
la sabiduría, da consejos más maduros ".(11).
En
cierto sentido, es la época privilegiada de aquella sabiduría, que
generalmente es fruto de la experiencia, porque "el
tiempo es un gran maestro".(12). Es bien conocida
la oración del Salmista: "Enséñanos
a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato".
(Sal 90 [89], 12).
Los
ancianos en la Sagrada Escritura
6.
"Juventud y pelo negro, vanidad", observa el
Eclesiastés (11, 10). La Biblia no se recata, en llamar la atención
sobre la caducidad de la vida y del tiempo, que pasa inexorablemente,
a veces con un realismo descarnado: "¡Vanidad de vanidades!
[...] ¡vanidad de vanidades, todo vanidad! " (Ecl 1, 2). ¿Quién
no conoce esta severa advertencia del antiguo Sabio?. Nosotros los
ancianos, especialmente nosotros, enseñados por la experiencia, lo
entendemos muy bien.
No
obstante este realismo desencantado, la Escritura conserva una visión
muy positiva del valor de la vida. El hombre
sigue siendo un ser creado "a imagen de Dios" (cf. Gn 1,
26), y cada edad tiene su belleza y sus tareas. Más aún,
la palabra de Dios, muestra una gran consideración por la edad
avanzada, hasta el punto de que la longevidad, es interpretada como
un signo de la benevolencia divina (cf. Gn 11, 10-32).
Con
Abraham, del cual se subraya el privilegio de la ancianidad, dicha
benevolencia se convierte en promesa: "De
ti haré una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre;
y sé tú una bendición. Bendeciré a quienes te bendigan, y
maldeciré a quienes te maldigan. Por ti se bendecirán todos los
linajes de la tierra" (Gn 12, 2-3).
Junto
a él está Sara, la mujer que vio envejecer su propio cuerpo, pero
que experimentó, en la limitación de la carne ya marchita, el poder
de Dios, que suple la insuficiencia humana.
Moisés
es ya anciano, cuando Dios le confía la misión de hacer salir de
Egipto al pueblo elegido. Las
grandes obras realizadas en favor de Israel, por mandato del Señor,
no las lleva a cabo en su juventud, sino ya entrado en años.
Entre
otros ejemplos de ancianos, quisiera citar la figura de Tobías, el
cual, con humildad y valentía, se compromete a observar la ley de
Dios, a ayudar a los necesitados, y a soportar con paciencia la
ceguera, hasta que experimenta la intervención finalmente sanadora
del ángel de Dios (cf. Tb 3, 16-17); también la de Eleazar, cuyo
martirio es un testimonio de singular generosidad y fortaleza (cf. 2
Mac 6, 18-31).
7.
El Nuevo Testamento, inundado de la luz de Cristo, nos ofrece
asimismo figuras elocuentes de ancianos. El Evangelio de Lucas
comienza presentando una pareja de esposos "de avanzada edad"
(1, 7), Isabel y Zacarías, los
padres de Juan Bautista. A ellos se dirige la misericordia del Señor
(cf. Lc 1, 5-25. 39-79); a Zacarías, ya anciano, se le anuncia el
nacimiento de un hijo. Lo subraya él mismo: "yo soy viejo, y
mi mujer avanzada en edad" (Lc 1, 18).
Durante
la visita de María, su anciana prima Isabel, llena del Espíritu
Santo, exclama: "Bendita tú entre
las mujeres, y bendito el fruto de tu seno" (Lc
1, 42). Al nacer Juan Bautista, Zacarías proclama el himno del
Benedictus. He aquí una admirable pareja de ancianos, animada por un
profundo espíritu de oración.
En
el templo de Jerusalén, María y José, que habían llevado a Jesús
para ofrecerlo al Señor, o mejor dicho, para rescatarlo como
primogénito según la Ley, se encuentran con el anciano
Simeón, que durante tanto tiempo, había esperado la
venida del Mesías. Tomando al niño en sus brazos, Simeón bendijo a
Dios, y entonó el Nunc dimitis: "Ahora
Señor puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en
paz... " (Lc 2, 29).
Junto
a él encontramos a Ana, una viuda de ochenta y cuatro años,
que frecuentaba asiduamente el Templo, y que tuvo en aquella ocasión,
el gozo de ver a Jesús. Observa el Evangelista, que se puso a alabar
a Dios, "y hablaba del niño, a todos los que esperaban la
redención de Jerusalén" (Lc 2, 38).
Anciano
es Nicodemo, notable miembro del Sanedrín, que visita a Jesús por
la noche, para que no lo vean. El divino Maestro le
revelará, que el Hijo de Dios es Él, venido para salvar al mundo
(cf. Jn 3, 1-21). Volvemos a encontrar a Nicodemo, en el momento de
la sepultura de Cristo, cuando llevando una mezcla de mirra y áloe,
supera el miedo, y se manifiesta como discípulo del Crucificado (cf.
Jn 19, 38-40). ¡Qué testimonios tan confortantes!. Nos recuerdan
cómo el Señor, en cualquier edad, pide a cada uno que aporte sus
propios talentos. ¡El servicio al Evangelio, no es una cuestión de
edad!.
Y
¿qué podemos decir del anciano Pedro, llamado a dar testimonio de
su fe con el martirio?. Un día, Jesús le había dicho:
"cuando eras joven, tú mismo te
ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo,
extenderás tus manos, y otro te ceñirá, y te llevará adonde tú
no quieras" (Jn 21, 18).
Como
Sucesor de Pedro, estas palabras me afectan muy directamente, y me
hacen sentir profundamente, la necesidad de tender las manos hacia
las de Cristo, obedeciendo su mandato: "Sígueme"
(Jn 21, 19).
8.
El Salmo 92 [91], como sintetizando los maravillosos testimonios
de ancianos que encontramos en la Biblia, proclama: "El
justo crecerá como una palmera, se alzará como un cedro del Líbano;
[...] En la vejez seguirá dando fruto, y estará lozano y frondoso,
para proclamar que el Señor es justo" (13,
15-16).
El
apóstol Pablo, haciéndose eco del Salmista, escribe en la carta a
Tito: "que los ancianos sean sobrios, dignos, sensatos, sanos
en la fe, en la caridad, en la paciencia, en el sufrimiento; que las
ancianas asimismo sean en su porte cual conviene a los santos [...];
para que enseñen a las jóvenes a ser amantes de sus maridos, y de
sus hijos " (2, 2-5).
Así
pues, a la luz de la enseñanza, y según la terminología propia de
la Biblia, la vejez se presenta como un "tiempo
favorable" para la culminación de la existencia
humana, y forma parte del proyecto divino sobre cada hombre, como ese
momento de la vida, en el que todo confluye, permitiéndole de este
modo comprender mejor el sentido de la vida, y alcanzar la "sabiduría
del corazón". "La
ancianidad venerable -advierte el libro de la Sabiduría- no es la de
los muchos días, ni se mide por el número de años; la verdadera
calvicie para el hombre es la prudencia, y la edad que proyecta una
vida inmaculada" (4, 8-9). Es la etapa definitiva
de la madurez humana, y a la vez, expresión de la bendición divina.
Depositarios
de la memoria colectiva
9.
En el pasado se tenía un gran respeto
por los ancianos. A este propósito, el poeta latino
Ovidio escribía: "En un tiempo, había una gran reverencia
por la cabeza canosa".(13). Siglos antes, el poeta griego
Focílides amonestaba: "Respeta el cabello blanco: ten con el
anciano sabio, la misma consideración que tienes con tu padre".(14)
Si
nos detenemos a analizar la situación actual, constatamos cómo en
algunos pueblos, la ancianidad es tenida en gran estima y aprecio; en
otros, sin embargo, lo es mucho menos, a causa de una mentalidad, que
pone en primer término la utilidad inmediata, y la productividad del
hombre. A causa de esta actitud, la llamada tercera o cuarta edad, es
frecuentemente infravalorada, y los ancianos
mismos se sienten inducidos a preguntarse, si su existencia es
todavía útil.
Se
llega incluso a proponer con creciente insistencia, la eutanasia como
solución para las situaciones difíciles. Por desgracia, el
concepto de eutanasia ha ido perdiendo en estos años para muchas
personas, aquellas connotaciones de horror, que suscita naturalmente
en quienes son sensibles al respeto de la vida.
Ciertamente,
puede suceder que, en casos de enfermedad grave, con dolores
insoportables, las personas aquejadas sean tentadas por la
desesperación, y que sus seres queridos, o los encargados de su
cuidado, se sientan impulsados, movidos por una compasión
malentendida, a considerar como razonable la solución de una "muerte
dulce".
A
este propósito, es preciso recordar, que la ley moral consiente la
renuncia al llamado "ensañamiento terapéutico ",
exigiendo sólo aquellas curas que son parte de una normal asistencia
médica. Pero eso es muy distinto de la eutanasia, entendida como
provocación directa de la muerte. Más allá de las intenciones,
y de las circunstancias, la eutanasia sigue siendo un acto
intrínsecamente malo, una violación de la ley divina, una ofensa a
la dignidad de la persona humana.(15)
10.
Es urgente recuperar una adecuada
perspectiva, desde la cual se ha de considerar la vida en su
conjunto. Esta perspectiva es la eternidad, de la cual la vida es una
preparación, significativa en cada una de sus fases.
También la ancianidad tiene una misión que cumplir, en el proceso
de progresiva madurez del ser humano, en camino hacia la eternidad.
De esta madurez, se beneficia el mismo grupo social del cual forma
parte el anciano.
Los
ancianos ayudan a ver los acontecimientos terrenos con más
sabiduría, porque las vicisitudes de la vida los han hecho expertos
y maduros. Ellos son depositarios de la memoria colectiva,
y por eso, intérpretes privilegiados del conjunto de ideales y
valores comunes, que rigen y guían la convivencia social. Excluirlos
es como rechazar el pasado, en el cual hunde sus raíces el presente,
en nombre de una modernidad sin memoria. Los
ancianos, gracias a su madura experiencia, están en condiciones de
ofrecer a los jóvenes consejos y enseñanzas preciosas.
Desde
esta perspectiva, los aspectos de la fragilidad humana, relacionados
de un modo más visible con la ancianidad, son una llamada a la mutua
dependencia, y a la necesaria solidaridad que une a las generaciones
entre sí, porque toda persona está
necesitada de la otra, y se enriquece con los dones y
carismas de todos.
A
este respecto, son elocuentes las consideraciones de un poeta que
aprecio, el cual escribe: "No es eterno sólo el futuro, ¡no
sólo!... Sí, también el pasado es la era de la eternidad: lo que
ya ha sucedido, no volverá hoy como antes... Volverá, sin embargo,
como Idea, no volverá como él mismo "(16).
Honra
a tu padre y a tu madre
11.
¿Por qué entonces, no seguir tributando al anciano aquel respeto
tan valorado, en las sanas tradiciones de muchas culturas en todos
los continentes?. Para los pueblos del ámbito influenciado por la
Biblia, la referencia ha sido, a través de los siglos, el
mandamiento del Decálogo: "Honra a
tu padre y a tu madre", un deber, por lo demás,
reconocido universalmente.
De
su plena y coherente aplicación, no ha surgido solamente el amor de
los hijos a los padres, sino que también se ha puesto de manifiesto
el fuerte vínculo que existe entre las generaciones. Donde
el precepto es reconocido y cumplido fielmente, los ancianos saben
que no corren peligro de ser considerados un peso inútil y
embarazoso.
El
mandamiento enseña, además, a respetar a los que nos han precedido,
y todo el bien que han hecho: "tu padre y tu madre" indican
el pasado, el vínculo entre una generación y otra, la condición
que hace posible la existencia misma de un pueblo.
Según
la doble redacción, propuesta por la Biblia (cf. Ex 20, 2-17; Dt 5,
6-21), este mandato divino ocupa el primer puesto en la segunda
Tabla, la que concierne a los deberes del ser humano hacia sí mismo,
y hacia la sociedad. Es el único al que se añade una promesa:
"Honra a tu padre y a tu madre, para
que se prolonguen tus días sobre la tierra, que el Señor, tu Dios,
te va a dar" (Ex 20, 12; cf. Dt 5, 16).
12.
"Ponte de pie ante las canas, y
honra el rostro del anciano" (Lv 19, 32). Honrar
a los ancianos supone un triple deber hacia ellos: acogerlos,
asistirlos y valorar sus cualidades. En muchos ambientes eso sucede
casi espontáneamente, como por costumbre inveterada.
En
otros, especialmente en las Naciones desarrolladas, parece obligado
un cambio de tendencia, para que los que avanzan en años puedan
envejecer con dignidad, sin temor a quedar reducidos a personas que
ya no cuenta en nada. Es preciso convencerse, de que es propio de una
civilización plenamente humana, respetar y amar a los ancianos,
porque ellos se sienten, a pesar del debilitamiento de las fuerzas,
parte viva de la sociedad. Ya observaba Cicerón que "el
peso de la edad es más leve, para el que se siente respetado y amado
por los jóvenes".(17)
El
espíritu humano, por lo demás, aún participando del envejecimiento
del cuerpo, en un cierto sentido permanece siempre joven, si vive
orientado hacia lo eterno; esta perenne juventud se
experimenta mejor cuando, al testimonio interior de la buena
conciencia, se une el afecto atento y agradecido de las personas
queridas.
El
hombre, entonces, como escribe San Gregorio Nacianceno, "no
envejecerá en el espíritu: aceptará la disolución del cuerpo,
como el momento establecido para la necesaria libertad. Dulcemente
transmigrará hacia el más allá, donde nadie es inmaduro o viejo,
sino que todos son perfectos en la edad espiritual".(18)
Todos
conocemos ejemplos elocuentes de ancianos, con una sorprendente
juventud y vigor de espíritu. Para quien los trata de
cerca, son estímulo con sus palabras, y consuelo con el ejemplo. Es
de desear que la sociedad valore plenamente a los ancianos, que en
algunas regiones del mundo -pienso en particular en África- son
considerados justamente, como "bibliotecas
vivientes " de sabiduría, custodios de un
inestimable patrimonio de testimonios humanos y espirituales.
Aunque
es verdad, que a nivel físico tienen generalmente necesidad de
ayuda, también es verdad que en su avanzada edad, pueden ofrecer
apoyo a los jóvenes, que en su recorrido se asoman al horizonte de
la existencia, para probar los distintos caminos.
Mientras
hablo de los ancianos, no puedo dejar de dirigirme también a los
jóvenes, para invitarlos a estar a su lado. Os exhorto, queridos
jóvenes, a hacerlo con amor y generosidad. Los ancianos pueden daros
mucho más de cuanto podáis imaginar.
En
este sentido, el Libro del Eclesiástico dice: "No
desprecies lo que cuentan los viejos, que ellos también han
aprendido de sus padres" (8, 9); "Acude a
la reunión de los ancianos; ¿que hay un sabio?, júntate a él"
(6, 34); porque "¡qué bien parece la sabiduría en los
viejos!" (25, 5).
13.
La comunidad cristiana, puede recibir mucho de la serena
presencia de quienes son de edad avanzada. Pienso sobre todo, en la
evangelización: su eficacia no depende principalmente de la
eficiencia operativa. ¡En cuantas
familias, los nietos reciben de los abuelos la primera educación en
la fe!. Pero la aportación beneficiosa de los
ancianos, puede extenderse a otros muchos campos. El Espíritu actúa
como y donde quiere, sirviéndose no pocas veces de medios humanos,
que cuentan poco a los ojos del mundo.
¡Cuántos
encuentran comprensión y consuelo en las personas ancianas, solas o
enfermas, pero capaces de infundir ánimo, mediante el consejo
afectuoso, la oración silenciosa, el testimonio del sufrimiento
acogido con paciente abandono!. Precisamente, cuando las energías
disminuyen y se reducen las capacidades operativas, estos hermanos y
hermanas nuestros, son más valiosos en el designio misterioso de la
Providencia.
También
desde esta perspectiva, por tanto, además de la evidente exigencia
psicológica del anciano mismo, el lugar más natural para vivir la
condición de ancianidad, es el ambiente en el que él se siente "
en casa ",
entre parientes, conocidos y amigos, y donde puede realizar todavía
algún servicio.
A
medida que se prolonga la media de vida, y crece del número de los
ancianos, será cada vez más urgente promover esta cultura de una
ancianidad acogida y valorada, no relegada al margen. El
ideal sigue siendo la permanencia del anciano en la familia, con la
garantía de eficaces ayudas sociales, para las crecientes
necesidades que conllevan la edad o la enfermedad.
Sin
embargo, hay situaciones en las que las mismas circunstancias,
aconsejan o imponen el ingreso en " residencias de ancianos ",
para que el anciano pueda gozar de la compañía de otras personas, y
recibir una asistencia específica. Dichas instituciones son por
tanto, loables y la experiencia dice que pueden dar un precioso
servicio, en la medida en que se inspiran en criterios, no sólo de
eficacia organizativa, sino también de una atención afectuosa.
Todo
es más fácil, en este sentido, si se establece una relación con
cada uno de los ancianos residentes por parte de familiares, amigos y
comunidades parroquiales, que los ayude a sentirse personas amadas, y
todavía útiles para la sociedad. Sobre este particular, ¿cómo no
recordar con admiración y gratitud a las Congregaciones religiosas,
y los grupos de voluntariado, que se dedican con especial cuidado,
precisamente a la asistencia de los ancianos, sobre todo de aquellos
más pobres, abandonados, o en dificultad?.
Mis
queridos ancianos, que os encontráis en precarias condiciones por la
salud, u otras circunstancias, me siento afectuosamente cercano a
vosotros. Cuando Dios permite nuestro sufrimiento por la enfermedad,
la soledad u otras razones relacionadas con la edad avanzada, nos da
siempre la gracia y la fuerza, para que nos unamos con más amor al
sacrifico del Hijo, y participemos con más intensidad en su proyecto
salvífico. Dejémonos persuadir: ¡Él es Padre, un Padre rico de
amor y misericordia!.
Pienso
de modo especial en vosotros, viudos y viudas, que os habéis quedado
solos, en el último tramo de la vida; en vosotros, religiosos y
religiosas ancianos, que por muchos años, habéis servido fielmente
a la causa del Reino de los Cielos; en vosotros, queridos hermanos en
el Sacerdocio y en el Episcopado, que por alcanzar los límites de
edad, habéis dejado la responsabilidad directa del ministerio
pastoral. La Iglesia aún os necesita.
Ella aprecia los servicios que podéis seguir prestando, en múltiples
campos de apostolado, cuenta con vuestra oración constante, espera
vuestros consejos, fruto de la experiencia, y se enriquece del
testimonio evangélico que dais día tras día.
"Me
enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu
presencia" (Sal 15 [16], 11)
14.
Es natural que con el paso de los años, llegue a sernos familiar el
pensamiento del " ocaso de la vida ". Nos lo recuerda, al
menos, el simple hecho de que la lista de nuestros parientes, amigos
y conocidos se va reduciendo: nos damos cuenta de ello en varias
circunstancias, por ejemplo, cuando nos juntamos en reuniones de
familia, encuentros con nuestros compañeros de la infancia, del
colegio, de la universidad, del servicio militar, con nuestros
compañeros del seminario... El límite
entre la vida y la muerte, recorre nuestras comunidades, y se acerca
a cada uno de nosotros inexorablemente. Si la vida es una
peregrinación hacia la patria celestial, la ancianidad es el tiempo
en el que más naturalmente se mira hacia el umbral de la eternidad.
Sin
embargo, también a nosotros, ancianos, nos cuesta resignarnos ante
la perspectiva de este paso. En efecto, éste
presenta, en la condición humana marcada por el pecado, una
dimensión de oscuridad, que necesariamente nos entristece y
nos da miedo. En realidad, ¿cómo podría ser de otro
modo?.
El
hombre está hecho para la vida, mientras que la muerte -como la
Escritura nos explica desde las primeras páginas (cf. Gn 2-3)- no
estaba en el proyecto original de Dios,
sino que ha entrado sutilmente a consecuencia del pecado, fruto de la
"envidia del diablo " (Sb 2, 24).
Se
comprende entonces por qué, ante esta tenebrosa realidad, el hombre
reacciona y se rebela. Es significativo, en este sentido, que Jesús
mismo, "probado en todo igual que
nosotros, excepto en el pecado " (Hb 4, 15), haya
tenido miedo ante la muerte: "Padre
mío, si es posible, que pase de mí esta copa "
(Mt 26, 39). Y ¿cómo olvidar sus lágrimas, ante la tumba del amigo
Lázaro, a pesar de que se disponía a resucitarlo (cf. Jn 11, 35)?
Aún
cuando la muerte, sea racionalmente comprensible bajo el aspecto
biológico, no es posible vivirla como algo que nos resulta
"natural". Contrasta con el instinto más profundo del
hombre. A este propósito, ha dicho el Concilio: " Ante la
muerte, el enigma de la condición humana alcanza hacia su culmen. El
hombre no sólo es atormentado por el dolor, y la progresiva
disolución del cuerpo, sino también, y aún más, por el temor de
la extinción perpetua ".(19)
Ciertamente,
el dolor no tendría consuelo, si la muerte fuera la destrucción
total, el final de todo. Por eso, la muerte obliga al hombre a
plantearse las preguntas radicales, sobre el sentido mismo de la
vida: ¿qué hay más allá del muro de sombra de la muerte?. ¿Es
ésta el fin definitivo de la vida, o existe algo que la supera?.
15.
No faltan, en la cultura de la humanidad, desde los tiempos más
antiguos hasta nuestros días, respuestas reductivas, que limitan la
vida a la que vivimos en esta tierra. Incluso en el Antiguo
Testamento, algunas observaciones del Libro del Eclesiastés, hacen
pensar en la ancianidad como en un edificio en demolición, y en la
muerte como en su total y definitiva destrucción (cf. 12, 1-7).
Pero
precisamente a la luz de estas respuestas pesimistas, adquiere mayor
relieve la perspectiva llena de esperanza, que se deriva del conjunto
de la Revelación, y especialmente del Evangelio: Dios
"no es un Dios de muertos, sino de vivos "
(Lc 20, 38).
Como
afirma el apóstol San Pablo, el Dios que da vida a los muertos (cf.
Rm 4, 17), dará la vida también a nuestros cuerpos mortales (cf.
ibíd., 8, 11). Y Jesús dice de sí mismo: "Yo
soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera,
vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás
" (Jn 11, 25-26).
Cristo,
habiendo cruzado los confines de la muerte, ha revelado la vida que
hay más allá de este límite, en aquel " territorio "
inexplorado por el hombre, que es la eternidad. Él es el primer
Testigo de la vida inmortal; en Él la esperanza humana se revela
plena de inmortalidad. " Aunque nos entristece la certeza de
la muerte, nos consuela la promesa de la futura inmortalidad
".(20).
A
estas palabras, que la Liturgia ofrece a los creyentes, como consuelo
en la hora de la despedida de una persona querida, sigue un anuncio
de esperanza: "Porque la vida de los que en ti creemos,
Señor, no termina, se transforma; y al deshacerse nuestra morada
terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo".(21)
En
Cristo, la muerte,
realidad dramática y desconcertante, es rescatada y transformada,
hasta presentarse como una " hermana
" que nos conduce a los
brazos del Padre.(22).
16.
La fe ilumina así el misterio de la muerte, e infunde serenidad en
la vejez, no considerada y vivida ya, como espera pasiva de un
acontecimiento destructivo, sino como acercamiento prometedor, a la
meta de la plena madurez. Son años para
vivir con un sentido de confiado abandono en las manos de Dios, Padre
providente y misericordioso; un período que se ha de utilizar de
modo creativo, con vistas a profundizar en la vida espiritual,
mediante la intensificación de la oración, y el compromiso de una
dedicación a los hermanos en la caridad.
Por
eso son loables, todas aquellas iniciativas sociales que permiten a
los ancianos, ya el seguir cultivándose física, intelectualmente o
en la vida de relación; ya el ser útiles, poniendo a disposición
de los otros el propio tiempo, las propias capacidades, y la propia
experiencia. De este modo, se conserva y
aumenta el gusto de la vida, don fundamental de Dios.
Por otra parte, este gusto por la vida, no contrarresta el deseo de
eternidad, que madura en cuantos tienen una experiencia espiritual
profunda, como bien nos enseña la vida de los Santos.
El
Evangelio nos recuerda, a este propósito, las palabras del anciano
Simeón, que se declara preparado para morir una vez, que ha podido
estrechar entre sus brazos al Mesías esperado: "Ahora Señor
puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz, porque
han visto mis ojos tu salvación " (Lc 2, 29-30).
El
apóstol San Pablo se debatía, apremiado por ambas partes, entre el
deseo de seguir viviendo para anunciar el Evangelio, y el anhelo de
"partir y estar con Cristo" (Flp 1, 23). San Ignacio de
Antioquía nos dice que, mientras iba gozoso a sufrir el martirio,
oía en su interior la voz del Espíritu
Santo, como " agua
viva” que le brotaba de dentro, y le susurraba la
invitación: "Ven al Padre " (23).
Los
ejemplos podrían continuar aún. En modo alguno, ensombrecen el
valor de la vida terrena, que es bella, a pesar de las limitaciones y
los sufrimientos, y ha de ser vivida hasta el final.
Pero
nos recuerdan que no es el valor último, de tal manera que, desde
una perspectiva cristiana, el ocaso de la existencia terrena, tiene
los rasgos característicos de un "paso", de un puente
tendido desde la vida a la Vida, entre la frágil e insegura alegría
de esta tierra, y la Alegría plena, que el Señor reserva a sus
siervos fieles: "¡Entra en el gozo de tu Señor! " (Mt 25,
21).
Un
augurio de vida
17.
Con este espíritu, mientras os deseo, queridos hermanos y
hermanas ancianos, que viváis serenamente los años que el Señor
haya dispuesto para cada uno, me resulta espontáneo compartir hasta
el fondo con vosotros, los sentimientos que me animan en este tramo
de mi vida, después de más de veinte años de ministerio en la sede
de Pedro, y a la espera del tercer milenio ya a las puertas. A
pesar de las limitaciones que me han sobrevenido con la edad,
conservo el gusto de la vida. Doy gracias al Señor por ello. Es
hermoso poderse gastar hasta el final, por la causa del Reino de
Dios.
Al
mismo tiempo, encuentro una gran paz, al pensar en el momento en el
que el Señor me llame: ¡de vida a vida!. Por eso, a menudo me viene
a los labios, sin asomo de tristeza alguna, una oración que el
sacerdote recita después de la celebración eucarística: In hora
mortis meae voca me, et iube me venire ad te; en
la hora de mi muerte llámame, y mándame ir a Tí. Es
la oración de la esperanza cristiana, que nada quita a la alegría
de la hora presente, sino que pone el futuro en manos de la divina
bondad.
18.
"Iube me venire ad te!: éste es el anhelo más profundo del
corazón humano, incluso para el que no es consciente de ello.
Concédenos
Señor de la vida, la gracia de tomar conciencia lúcida de ello, y
de saborear como un don, rico de ulteriores promesas, todos los
momentos de nuestra vida. Haz que
acojamos con amor tu voluntad, poniéndonos cada día en tus manos
misericordiosas. Cuando venga el momento del "paso"
definitivo, concédenos afrontarlo con ánimo sereno, sin pesadumbre
por lo que dejemos. Porque al encontrarte a Tí, después de haberte
buscado tanto, nos encontraremos con todo valor auténtico
experimentado aquí en la tierra, junto a quienes nos han precedido,
en el signo de la fe y de la esperanza.
Y
tú, María, Madre de la humanidad peregrina, ruega por nosotros
"ahora y en la hora de nuestra muerte". Manténnos siempre
muy unidos a Jesús, tu Hijo amado y hermano nuestro, Señor de la
vida y de la gloria.
¡Amén!
Vaticano,
1 de octubre de 1999.
(1)
S. JUAN DAMASCENO, Exposición de la fe ortodoxa, 2, 29.
(2)
Cf. La dignidad del anciano y su misión en la Iglesia y en el Mundo,
Ciudad del Vaticano 1998.
(3)
VIRGILIO, " Fugit inreparabile tempus ", Geórgicas, III,
284.
(4)
Liturgia de la Vigilia Pascual.
(5)
S. IRENEO DE LYON, Adversus haereses, 4, 20, 4.
(6)
Cf. Carta enc. Centesimus annus, 18.
(7)
Cf. ibíd., 23.
(8)
S. JUAN CRISOSTOMO, Comentario a la Carta a los Romanos, 9, 2.
(9)
Cf. Cato maior seu De senectute, 19, 70.
(10)
Sobre " Todo es vanidad y aflicción del espíritu ", 5-6.
(11)
" Augest sapientiam, dat maturiora consilia ", Commentaria
in Amos, II, prol.
(12)
CORNEILLE, Sertorius, a. II, sc. 4, b. 717.
(13)
" Magna fuit quondam capitis reverentia cani ", Fastos,
lib. V, v. 57.
(14)
Sentencias, XLII.
(15)
Cf. Carta enc. Evangelium vitae, 65.
(16)
C. K. NORWID, Nie tylko przyslosc..., Post scriptum, I, vv. 1-4.
(17)
" Levior fit senectus, eorum qui a iuventute coluntur et
diliguntur ", Cato maior seu De senectute, 8, 26.
(18)
Discurso al retorno del campo, 11.
(19)
CONC. ECUM. VAT. II, Const. past. Gaudium et spes, 18.
(20)
Misal Romano, Prefacio I de difuntos.
(21)
Ibíd.
(22)
Cf. S. FRANCISCO DE ASIS, Cántico de las criaturas.
(23)
Carta a los Romanos, 7, 2.
Oración:
Señor, Dios de nuestros padres, Tú concediste a San Joaquín y a
Santa Ana, la gracia de traer a este mundo a la Madre de tu Hijo;
concédenos, por la plegaria de estos santos, que recibamos a
Jesucristo en nuestros corazones, y así poder estar unidos a la
Sagrada Familia, en medio de estos tiempos oscuros y violentos. Que
nuestros ancianos sean siempre respetados y valorados. Por nuestro
Señor Jesucristo, Señor de la Historia y de la Vida. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario