Domingo
9 de julio
Santos
Nicolás Pick, Willaldo, y compañeros mártires, franciscanos
LOS
SANTOS MÁRTIRES DE GORKUM
(†
1572)
"No aceptaré la libertad si no es juntamente con mis religiosos"
"No aceptaré la libertad si no es juntamente con mis religiosos"
Breve
Fueron
los primeros martirizados de Holanda, en el inicio de la rebelión de
Martín Lutero contra el Papa.
Este
terrible suceso fué posterior al ocurrido durante el reinado de
Isabel I de Inglaterra, y que culminó con el martirio de Santo Tomás
Moro y el Cardenal Juan Fisher de Rochester. Los motivos fueron
similares.
--------------------------------------------
LÁZARO
DE ASPURZ, O. F. M. CAP.
La
primera página de la historia de la nacionalidad holandesa, está
manchada de sangre. Hoy quisieran borrarla todos los holandeses, aun
los protestantes más reaccionarios. Fueron jornadas inexplicables,
en un pueblo que pasa como prototipo de la cordura, y de sentido de
tolerancia.
Para
comprender lo que entonces sucedió, se precisa trasladarse al clima
político y religioso, también social, de los Países Bajos de la
segunda mitad del siglo XVI, ricos y superpoblados, invadidos por los
predicadores calvinistas, y alzados en guerra sin cuartel contra el
dominio español.
El
año 1566, con la aparición en escena del partido de los gueux o
"mendigos", señala el comienzo de una serie de
devastaciones iconoclastas en todo el Flandes español, no sin
connivencia de la nobleza. Felipe II envía al duque de Alba. La sola
presencia del gran estratega, alma recta y mano dura, impone el orden
y el silencio. Silencio rencoroso, precursor de las grandes
catástrofes.
Guillermo
de Nassau saca partido de la situación, para levantar la bandera de
la independencia. El duque de Alba le derrota en todos los frentes.
Pero allí queda la pesadilla de los "mendigos del mar",
guarecidos en las islas que ciñen la costa. Gente desgarrada,
rechazada en todos los países, sin otro vínculo que el odio a los
papistas, y la sed de pillaje.
Desde
1571, los manda el conde de la Marck, que ha jurado no raparse la
barba, ni cortarse las uñas hasta el día en que haya vengado, en
los sacerdotes y religiosos, la muerte de los condes de Egmont y de
Hornes, ajusticiados por los españoles.
Un
golpe audaz le ha puesto en posesión de la importante plaza fuerte
de Brielle, en la desembocadura del Mosa. Iglesias y conventos son
saqueados, quemadas las imágenes, asesinados con crueldad refinada
los eclesiásticos, que no logran ponerse a salvo.
El
25 de junio de 1572, una flotilla comandada por el capitán Marino
Brant, atacaba la pequeña ciudad de Gorkum. Las fuerzas fieles al
rey, hubieron de hacerse fuertes en la ciudadela, donde fueron a
refugiarse todos los sacerdotes y religiosos. Pertenecían al clero
secular el párroco Leonardo Vechel, su coadjutor Nicolás Jarissen,
y un anciano de setenta años, por nombre Godofredo van Duynen.
Los
dos primeros estaban en la plenitud de sus fuerzas, y tenían
prominente celo pastoral; eran intrépidos defensores de su grey, y
llenos de caridad para con los pobres. El anciano vivía retirado en
su casa de Gorkum, debido al trastorno de sus aptitudes físicas, que
no le impedía ejercer las funciones sacerdotales, ni llevar una
intensa vida interior.
El
grupo más importante de los refugiados, estaba formado por trece
franciscanos de la Observancia, que componían con algunos más, la
comunidad existente en la ciudad. La gobernaba como guardián un
religioso de dotes excepcionales, el padre Nicolás Pieck, joven de
treinta y ocho años, en cuyo semblante se reflejaban sin par, la
penetración de la mente y la limpidez serena del espíritu.
Era
su vicario el padre Jerónimo de Weert, de trato agradable y ejemplar
en la guarda de sus obligaciones religiosas. Venían después los
padres Nicasio de Heeze, eximio director de almas; Teodoro van der
Eem, anciano de setenta años que desempeñaba la capellanía del
monasterio de religiosas de la Tercera Orden; Willehald de Dinamarca,
venerable y austero nonagenario, expulsado de su patria por la
persecución protestante; Antonio de Weer, Antonio de Hoornaaxt, el
recién ordenado Francisco van Rooy, y un padre llamado Guillermo,
que constituía la nota discordante del cuadro, pues tenía
contristada a la comunidad con su conducta poco regulada. Completaban
la comunidad los hermanos legos fray Pedro de Assche, fray Cornelio
de Wyk-by-Duurnstende, y el novicio de dieciocho años fray Enrique.
Había
también un religioso agustino, el padre Juan de Oosterwyk, capellán
del segundo monasterio de las religiosas de Gorkum. Las dos
comunidades femeninas habían sido puestas a salvo con anterioridad.
Asimismo
habían dejado la ciudad a tiempo, los canónigos del Cabildo; a
excepción del doctor Pontus van Huyter, administrador de los bienes
capitulares, quien se hallaba con los demás en el castillo.
En
la noche del 27 de junio, la guarnición tuvo que capitular. Brant
juró respetar la vida y la libertad de todos los defensores y
refugiados. Pero ¿podía confiarse en la palabra de aquella gente?.
Como primera precaución, todos se confesaron, y se aprestaron con el
Pan de los fuertes para la inmolación.
Las
escenas que siguieron vinieron a confirmar plenamente los
presentimientos. Primero el saqueo general. Después el despojo a los
detenidos uno a uno. Los gueux querían dinero, y como los
franciscanos, fieles cumplidores de su regla, no lo llevaban, fueron
maltratados sin piedad.
El
hallazgo de los cálices y demás vasos sagrados, ocultos en la
torre, dio pie para una orgía sacrílega. Durante ocho días
tuvieron que soportar cuantas burlas y crueldades, es capaz de
inventar una soldadesca ebria: parodias litúrgicas, simulacros de
ejecución, torturas inauditas.
Al
padre Pieck le suspendieron con su propio cordón; éste se rompió,
y el guardián cayó al suelo sin sentido. Los verdugos, para
comprobar si había muerto, le aplicaron una llama a los oídos, a la
nariz y en el interior de la boca.
Para
curarle fue preciso llamar un cirujano, que resultó ser su propio
cuñado, ardid de que se sirvieron los familiares para ver de
libertarlo, como ya se había conseguido con otros dos sacerdotes. El
padre Pieck, en efecto, era natural de Gorkum, donde tenía parientes
y amigos de influencia. Merced a ellos, tuvo desde el primer momento
la libertad en su mano.
Su
respuesta, sin embargo, lo mismo ante el cirujano que ante sus dos
hermanos, ladeados ya hacia la herejía, y empeñados hasta el trance
final en doblegarle con ruegos, persuasiones y amenazas, fue
invariablemente la del superior, fiel a su puesto:
—No
aceptaré la libertad si no es juntamente con mis religiosos.
El
7 de julio eran conducidos a Brielle. Los reclamaba el conde de la
Marck desde su cuartel general. Y el emisario de confianza, fue el
canónigo apóstata Juan de Omal, auténtica estampa del renegado.
Las befas y malos tratos, se multiplicaron durante el trayecto, hasta
la llegada al puerto de Brielle.
Medio
desnudos, y atados de dos en dos fueron conducidos a la ciudad, entre
los insultos soeces del populacho, y obligados a parodiar una
procesión. El canto escogido por los confesores de la fe fue el Te
Deum.
En
la inmunda cárcel donde fueron hacinados, hallaron a los párrocos
Andrés Wouters y Andrés Bonders. Aquel mismo día, se les unieron
dos religiosos premonstratenses: Jacobo Lacops, que seis años antes
había dado el escándalo de hacerse pastor protestante, pero lo
había reparado con una vida ejemplar, y Adrián de Hilvarenbeek.
Sumaban en total veintitrés los prisioneros.
Era
demasiado hermoso. El conde de la Marck, y su satélite, Juan de Omal
buscaban la apostasía. Y se iniciaron taimados interrogatorios,
proposiciones, disputas sobre puntos de fe. Fue conmovedora la
respuesta en que se cerró el lego fray Cornelio, ante las capciosas
argumentaciones:
—Yo
creo todo lo que cree mi superior.
Hubo
defecciones dolorosas. Pontus van Huyter y Andrés Bonders lograron
la libertad claudicando. El guardián hubo de sufrir el ataque
supremo de los suyos: “¡qué le
costaba lograr que sus religiosos, sin negar ningún artículo de la
fe, retiraran la obediencia al Papa, al menos fingidamente!”.
A
la una de la mañana del día 9 fue la ejecución. Pieck subió el
primero a la horca, sin dejar de animar a los demás. Ante el
patíbulo hubo aún otras dos deserciones: la del padre Guillermo,
tibio hasta el final, y la del novicio imberbe fray Enrique. Los
demás afrontaron la muerte con serenidad, resistiendo hasta el final
las insinuaciones de los ministros calvinistas,
Los
diecinueve fueron canonizados por Pío IX el 29 de junio de 1867.
Oración:
Haz Señor y Dios Todopoderoso, que por los méritos e intercesión
de los santos mártires de Gorkum, y de los santos Pedro Canisio y
Santa Liduvina de Schiedam, también holandeses, te pedimos que
Holanda vuelva con fervor a la Fe Católica y Apostólica, y la
bendigas de todo mal y la preserves con tu paz. A Tí Señor, que nos
bendijiste con el saludo de Paz en el tiempo Pascual. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario