Segunda
Feria, 13 de Febrero
SAN
GREGORIO II, PAPA
(†
731)
Breve
Impulsó
la evangelización de Inglaterra y Alemania. Aseguró la
independencia del papado de Constantinopla. Gran constructor de
iglesias. Convocó a un concilio para asegurar la disciplina del
clero. Es interesante leer completo este relato, ya que así
adquirimos un completo conocimiento histórico de lo que ocurría en
Italia en el siglo VIII, y de cómo se fué preparando el Cisma con
los Ortodoxos que se concretaría tres siglos después.
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BERNARDINO
LLORCA, S. I.
San
Gregorio II (715-731), considerado por algunos historiadores como el
mejor Papa del siglo VIII, fue digno sucesor de Gregorio Magno, a
quien se pareció en la alteza de miras que lo guió en todas sus
acciones, y en la magnitud de empresas en que tuvo que intervenir.
Procedente
de una ilustre familia patricia, nació en Roma donde recibió la
educación propia de la nobleza en el palacio de Letrán. De este
modo se apropió ya desde un principio de aquella erudición
eclesiástica, que luego lo distinguió y tan excelentes servicios
prestó a la Iglesia. Algunos autores suponen que fue monje
benedictino, pero los bolandistas lo desmienten.
En
realidad, no aparece como tal en todo el desarrollo de su actividad
eclesiástica. Bien pronto entró en servicio directo de la Iglesia,
pues el papa Sergio I (687-701) lo puso al frente de la tesorería
pontificia, y luego lo ordenó de diácono. En medio de todas estas
ocupaciones y honores eclesiásticos, se distinguió Gregorio ya
desde entonces por la sencillez y humildad de su conducta, así como
también por su absoluta fidelidad al servicio de la Iglesia.
Pero
Dios lo tenía destinado para altas empresas, y para defender a su
Iglesia en problemas y momentos difíciles, por lo cual quiso
introducirlo pronto en los asuntos más trascendentales que entonces
se debatían. El papa Constantino I (708-715), a quien él debía
suceder en el solio pontificio, tuvo que hacer un viaje a Oriente,
con el objeto de terminar las discusiones que habían surgido después
del célebre concilio Quini-Sexto o Trullano II, del año 692.
Tomó
pues consigo, como asesor y técnico al diácono Gregorio, y notan
los historiadores del tiempo que, gracias a su profundo conocimiento
de las cuestiones eclesiásticas, se fueron resolviendo pacíficamente
las dificultades que surgieron en la controversia. Por lo demás, la
acogida de que fueron objeto el Papa y su acompañante fue realmente
tan grandiosa, que en nada presagiaba las turbulencias que debían
seguirse posteriormente.
No
mucho después, el 19 de mayo del año 715, a la muerte de
Constantino I, Gregorio fue elegido Papa, y como tal tuvo que
intervenir desde un principio en importantes asuntos de la Iglesia,
en todos los cuales aparece siempre su extraordinaria virtud y el
esfuerzo constante, puesto en la defensa de los derechos
eclesiásticos y pontificios.
Siguiendo
el ejemplo de su gran predecesor y modelo, San Gregorio Magno, en
primer lugar, afianzó definitivamente el prestigio y posición del
Romano Pontífice en Roma y en toda Italia. Ya desde la invasión de
los lombardos en Italia hacia el año 570, dos poderes se disputaban
la posesión de estos territorios: los lombardos, que poseían el
norte con su capital en Pavía, y los bizantinos, que desde
Justiniano I (527-565) dominaban el sur y centro de la Península.
En
medio de estas dos fuerzas se hallaba el Romano Pontífice,
quien, territorial y civilmente, era súbdito del emperador
bizantino, mas por un conjunto de circunstancias se fue desligando de
él, e independizando cada vez más.
Precisamente
en esto consiste el mérito especial de San Gregorio II, en haber
sabido aprovechar las circunstancias para aumentar el prestigio del
Romano Pontífice. De hecho, ya de antiguo poseían los Papas, en
Roma y en sus cercanías, en Sicilia y aun en Oriente, algunas
posesiones, fruto de donativos personales de algunos príncipes.
Esto
los constituía en señores feudales, como tantos otros de su tiempo
y formaba lo que se llamó el patrimonio de San Pedro.
Uno
de los grandes méritos de San Gregorio Magno consiste precisamente
en haber organizado y valorizado debidamente este patrimonio, de
donde se sacaban los recursos económicos para sus grandes empresas.
Pues
bien, Gregorio II se propuso desde un principio dar la mayor
consistencia posible a la posición en que se encontraba el Romano
Pontífice. Uno de sus primeros cuidados fue reparar y consolidar los
muros de la Ciudad Eterna, para poderse defender contra las posibles
incursiones de los lombardos. Al mismo tiempo restauró algunas
iglesias y monasterios.
Es
célebre, sobre todo, la restauración que realizó del monasterio de
Montecasino, derruido por los lombardos ciento cuarenta años antes.
Para ello envió el año 718 algunos monjes de Letrán, a
cuya cabeza puso al abad Petronax. De este modo surgió de nuevo el
gran monasterio de Montecasino, cuna de la Orden benedictina.
Gregorio II reconstruyó asimismo otros monasterios junto a San Pablo
y a Santa María la Mayor, y, a la muerte de su madre, transformó su
propia casa en convento en honor de Santa Águeda.
Esta
actividad constructora y renovadora, ayudó poderosamente al Papa
para aumentar el prestigio de la Iglesia. Pero
al mismo tiempo procuró fomentar la vida eclesiástica y la
disciplina interior de la Iglesia, para lo cual celebró
el 5 de abril del año 721 un sínodo, al que asistieron numerosos
obispos y el clero de Roma, a los que se juntaron otros veintiún
prelados. Este prestigio romano fue aumentando, a medida que los
emperadores bizantinos se iban haciendo más impopulares en Italia.
En
efecto, empeñado León III Isáurico (717-741) desde el principio de
su gobierno en reformar la administración del imperio, inició una
serie de impuestos y exacciones sobre todas las provincias, y en
particular sobre Italia, que sus exarcas exigían con la mayor
brutalidad. A esto se añadió, poco después, la
violenta campaña contra las imágenes,
que quiso extender asimismo a Italia, e imponer por la fuerza al
Romano Pontífice.
El
resultado fue un aumento creciente de la antipatía del pueblo
italiano hacia el emperador bizantino, y por el contrario, un
crecimiento cada día mayor del prestigio del Romano Pontífice.
Todo
esto aumentó extraordinariamente cuando, en diversas ocasiones, ante
las incursiones de los lombardos, no obstante las reiteradas
instancias del Papa, los exarcas bizantinos no acudían en su ayuda y
en defensa del pueblo, y entonces el mismo Papa, con los recursos que
le proporcionaba su patrimonio, se defendía a sí y al pueblo,
frente a las violentas acometidas lombardas.
De
este modo, Gregorio II mejoró notablemente la posición de los
Romanos Pontífices, con lo cual se sintió con fuerzas para otras
grandes empresas que iba acometiendo.
Efectivamente,
el celo por la gloria de Dios, y el ansia de extender su reino por
todo el mundo, dieron principio a una serie de obras que constituyen
una de las principales glorias del pontificado de Gregorio II. La
primera es la de la evangelización del centro de Europa, sobre todo
de Alemania, y en particular la protección a San Bonifacio, apóstol
del gran imperio de los francos.
También
San Gregorio Magno tiene el gran mérito de haber enviado a
Inglaterra a San Agustín con sus treinta y nueve compañeros, y con
ellos la gloria de haber iniciado la gran empresa de la conversión
de los anglosajones, de una manera semejante a San
Gregorio II le corresponde el extraordinario mérito de haber enviado
a San Bonifacio a Alemania, y dado con ello comienzo a la gran obra
de completar su evangelización y organización de sus iglesias.
Ya
el año 716, segundo de su pontificado, Gregorio II había enviado
tres legados a Baviera, con el objeto de erigir allí una provincia
eclesiástica, y fomentar el movimiento iniciado de conversiones al
cristianismo. Al mismo tiempo, sostenía en la parte noroeste de
Alemania la obra apostólica de San Wilibrordo. Pero el año 718
compareció en Roma un monje sajón, llamado Winfrido, a quien
Gregorio II impuso el nombre de Bonifacio, por el que es conocido en
la historia.
A
él, pues, le confió la gran empresa de completar la evangelización
de Alemania. Cuatro años más tarde, después de iniciar su obra en
Frisia y Hesse, con la conversión de millares de paganos, se
presentó de nuevo Bonifacio en Roma.
Gregorio
II lo consagra obispo, y lo colma de facultades espirituales, de
reliquias y cartas de recomendación para fomentar la evangelización
germana, y durante los años siguientes continúa apoyando con todo
su poder la gran obra realizada por Bonifacio en la gran Germania. En
realidad, pues, esta obra se debe en buena parte al celo apostólico
del papa San Gregorio II.
Roma
misma se iba convirtiendo cada vez más en centro, adonde afluían
los peregrinos de toda la cristiandad, a lo cual contribuía
eficazmente el prestigio que iba adquiriendo San Gregorio II.
Los
católicos anglosajones, cuya conversión y organización había
quedado terminada hacia el año 680, por la obra de Teodoro de Tarso,
arzobispo de Cantorbery, experimentaban una prosperidad
extraordinaria. Sus grandes monasterios, exuberantes de vocaciones y
ansiosos de expansión, enviaban ejércitos de misioneros a Europa,
como San Wilibrordo y Winfrido o Bonifacio.
No
contentos con esto, enviaban a Roma embajadas especiales, con el
objeto de testimoniar su adhesión al Romano Pontífice. Gregorio II
recibió las del abad Ceolfrido, quien le presentó como obsequio el
famoso códice Amiatinus, y del rey Ina con su esposa Ethelburga,
quienes fundaron en Roma la Schola Anglorum. Asimismo recibió las
visitas y homenajes del duque de Baviera, y otros príncipes de la
cristiandad.
Otro
problema muy diverso dio ocasión a Gregorio II a manifestar
claramente su ardiente celo por la gloria de Dios, y la defensa de
los principios cristianos, sin detenerse ante la más horrible
persecución y la misma muerte.
Nos
referimos a la tristemente célebre cuestión iconoclasta, es decir,
la horrible persecución a las imágenes y a sus defensores,
desencadenada en Oriente desde el año 726 por el emperador León III
Isáurico.
Las
causas que motivaron esta violenta persecución de las imágenes son
muy diversas. Por una parte, la posición del Antiguo Testamento,
poco simpatizante con el culto de las imágenes; la aversión de
algunas sectas contra este culto; el influjo especial del Islam, que
ya en un edicto de 723 no permitía ninguna clase de imágenes en las
iglesias cristianas de los territorios sometidos a los mahometanos.
Por
otra, algunos excesos y abusos ocurridos en la veneración de las
imágenes, particularmente fomentadas en la Iglesia griega, y
promovidas por el monacato oriental; todas estas causas habían
ocasionado, hacía ya tiempo, en el seno de la Iglesia griega la
formación de un poderoso partido enemigo del culto de las imágenes,
cuyo principal sostén era el obispo de Nacoleo de Frigia,
Constantino. Este partido consiguió finalmente mover al emperador
León III a publicar en 726 el primer decreto iconoclasta.
Indudablemente,
León III, que trataba de afianzarse definitivamente en el trono,
perseguía fines políticos. Por una parte, esperaba con esta
conducta, en el exterior, atraerse la simpatía de sus vecinos, los
musulmanes, y en el interior, implantar una política de absoluto
dominio en lo civil y en lo religioso, que
deshiciera el predominio del monacato y de la jerarquía
eclesiástica,
Pero
no se contentó León III con envolver a todo el Oriente en aquella
violenta persecución. Mientras ésta se desarrollaba, cada vez con
más rigor, en todo el Oriente, y aparecían los héroes de la
ortodoxia, San Germano de Constantinopla y San Juan Damasceno, el
emperador se dirigía al Occidente y exigía en los territorios
italianos sometidos a su dominio, la admisión y aplicación del
edicto iconoclasta.
A
esta intimación de León III, respondió el papa Gregorio II con la
entereza de un mártir, sin amedrentarse por el peligro a que con
ello se exponía. Entonces, según refieren
algunas crónicas, celebró en Roma un sínodo, en el que se
rebatieron todas las razones que oponían los orientales al culto de
las imágenes, y se probó, con toda suficiencia, su licitud.
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Nota:
hay que recordar que en esa época, como muchos siglos después
hasta la invención de la imprenta, la mayoría del pueblo era
analfabeto, y sólo conocían la verdad del evangelio por la
tradición oral, y fundamentalmente por los imágenes en las iglesias
y catedrales, que se convirtieron de hecho en el evangelio de la
mayoría de los cristianos. Sólo los monjes poseían la cultura
necesaria para leer y escribir, conservando los manuscritos como
verdaderos tesoros. Incluso los códices eran importantes – libros
llenos de imágenes - para enseñar a los recién admitidos en las
órdenes monásticas. Esta guerra para destruir la devoción de las
imágenes, nos prueba la astucia del demonio, del cual nos previno el
Divino Maestro, y más recientemente el Padre Pío Pietrelcina, que
era exorcista, y sufrió físicamente sus embates.
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Luego,
el Papa se dirigió personalmente, por medio de una carta, al
emperador bizantino, en la que protestaba contra estas intromisiones
en el terreno dogmático. Por otro lado, dirigió el Papa un
llamamiento a la cristiandad occidental, para
que estuviera alerta frente a los enemigos de Dios,
que trataban de levantar cabeza.
Los
acontecimientos que siguieron prueban una vez más, por un lado, la
santidad, celo y entereza de Gregorio II en defensa de los intereses
divinos, y por otra, la ceguera de León III, con lo que fue
aumentando cada vez más su impopularidad en Italia, que fue la
ocasión de la pérdida de estos territorios para el imperio
bizantino.
En
efecto, ciego de furor por la oposición que encontraba en Italia,
amenazó a sus habitantes con las más horribles represalias.
Entonces, pues, se levantaron en manifiesta rebelión contra los
bizantinos, y aprovechándose del desorden reinante, el rey lombardo
Luitprando, en un golpe de mano, se apoderó de Ravena.
La
situación para el Papa era verdaderamente comprometida. Si se ponía
de parte de los revoltosos o de Luitprando, comprometía su porvenir,
pues los bizantinos, como los más fuertes, podían luego volver con
mas fuerzas, y aplastarlos a todos. Por esto, no obstante los
atropellos de que había sido víctima de parte de los bizantinos,
pidió auxilio a Venecia en favor de Ravena, y gracias a su
intercesión, los bizantinos volvieron a recuperarla.
Pero
la conducta de los bizantinos acabó de exasperar al pueblo, que
amaba sinceramente a los Papas. En lugar de agradecer a Gregorio Il
su generosidad para con ellos, el nuevo exarca de Ravena se dirigió
a Roma el año 728 con el objeto de apoderarse por la fuerza de la
ciudad, si no se publicaba en Roma y en toda la Italia bizantina el
decreto iconoclasta.
El
Papa, con heroísmo de mártir, contestó excomulgando al exarca
Paulo. Este intentó entonces aplicar por la fuerza el edicto, pero
murió en la refriega contra los insurrectos.
El
nuevo exarca Eutimio fue excomulgado igualmente, pero este no
obstante, con el intento de apoderarse de la persona del Papa,
intentó unirse con su enemigo Luitprando; pero el Papa se le
adelantó, pues, con el único intento de salvar al pueblo romano,
acudió personalmente al rey lombardo y se puso a sí y al pueblo en
sus manos.
Conmovido
éste entonces por la actitud humilde y caritativa del Romano
Pontífice, se arrojó a sus pies, y entrando luego en Roma junto con
el Papa, depositó ante San Pedro su espada y sus insignias reales, y
para que todo terminara felizmente, pidió perdón para sí y para el
exarca Eutimio, que Gregorio II concedió generosamente.
Todo
parecía terminar favorablemente, pero entonces se inició una
revuelta más peligrosa en Toscana, que puso en verdadero peligro al
exarca bizantino. Dando de nuevo las más elocuentes pruebas de
magnanimidad, Gregorio II se constituyó en defensor de los
bizantinos, induciendo, a los romanos a prestarle auxilio, con el que
se logró dominar a los rebeldes. Pero ni aun con tan repetidos actos
de magnanimidad consiguió Gregorio Il desarmar a León Isáurico,
quien continuó en su ciega campaña contra las imágenes y contra el
Papa, todo lo cual, en último término, fue preparando la ruina de
los bizantinos en Italia.
El
Liber Pontificalis le atribuye obras importantes de restauración de
la basílica de San Pablo extramuros, de Santa Cruz de Jerusalén y
de San Pedro de Letrán. Asimismo, testifica que dejó
"una suma de doscientos sesenta sueldos de oro, para distribuir
entre el clero y los monasterios, las diaconías y los mansionarios;
otro legado de mil sueldos, para la iluminación del sepulcro de San
Pedro"; todo esto, además de las innumerables limosnas y obras
de caridad, que constantemente practicaba.
Finalmente,
consumido por sus trabajos, murió el 11 de febrero del año 731.
Durante su vida, y sobre todo durante todo su pontificado, dio las
más claras pruebas de virtud cristiana, elevación de espíritu,
inflamado amor a Dios y a la Iglesia, fortaleza y constancia frente a
las mayores dificultades, magnanimidad y mansedumbre frente a sus
enemigos.
Oración:
Dios Todopoderoso y Eterno, que por los méritos e intercesión de
San Gregorio II Papa, ayúdanos a que nuestros hogares puedan siempre
haber imágenes de tu Sagrado Corazón y el de la Santísima Virgen
María, ya que prometiste Paz y abundantes bendiciones materiales y
espirituales en los hogares que así lo hagan. Gracias Señor por
querer estar siempre a nuestro lado, a pesar de tantas inclinaciones
pecaminosas que habitan en nuestro corazón. Amén.
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