Domingo 26 de febrero
SAN ALEJANDRO
PATRIARCA DE ALEJANDRIA
(† 326)
Breve
San
Alejandro, patriarca de Alejandría, tiene una especial significación
en la historia de la Iglesia a principios del siglo IV, por haber
sido el primero en descubrir y condenar la herejía de Arrio, y haber
iniciado la campaña contra esta herejía, que tanto preocupó a la
Iglesia durante aquel siglo. Todo giraba en torno a la divinidad de
Jesucristo.
A
él cabe también la gloria de haber formado y asociado, en el
gobierno de la Iglesia alejandrina a San Atanasio, preparándose de
este modo un digno sucesor, que debía ser el portavoz de la
ortodoxia católica, en las luchas contra el arrianismo.
Es
muy interesante leer completa la crónica histórica, porque nos da
la perspectiva en que se desarrollaron los acontecimientos, e incluso
sabemos que en ese siglo hubo violencia, muerte y destrucción entre
cristianos debido a estas discusiones.
A
tal punto llegó la violencia y el desorden en el Imperio, que el
propio emperador Constantino impulsó el Concilio de Nicea, para que
los cristianos se pongan de acuerdo en qué creen (él mismo todavía
no se había bautizado).
Este
tema tiene actualmente completa vigencia, ya que en cierto modo el
islamismo es otra forma de arrianismo, dado que el Islam acepta la
Biblia y el Nuevo Testamento como libros sagrados, aunque “el libro
de cabecera” sea el Corán, pero no acepta la divinidad del amado
maestro, aunque .
Incluso
los islámicos niegan que Jesús haya sido cruxificado, ya que
afirman que otro hombre tomó su lugar. Difícil de creer
documentadamente, ya que su Madre, la Santísima Virgen María estuvo
con Él todo el tiempo de Pasión, y lo acompañó hasta el pie de la
cruz, junto a San Juan Evangelista. Además su propio discípulo
Judas Iscariote, lo entregó en el huerto de Getsemaní, por lo que
es de dudar que se haya equivocado. Además el propio Jesús afirma
“Yo Soy” cuando preguntan los soldados por Él. Y por último
están todos los milagros que sucedieron al expirar en la Santa Cruz.
Por
otra parte, la cláusula filoque – es parte también de la división
entre católicos y ortodoxos. Los católicos afirmamos que el Padre y
el Hijo engendraron el Espíritu Santo, y ellos dicen que el Padre
engendró al Hijo y al Espíritu Santo. Reconocen los ortodoxos la
divinidad de Jesucristo, pero le asignan un “origen” a él y al
Espíritu Santo por parte del Padre. Como vemos ha sido un tema arduo
y muy profundo y actual hasta hoy mismo.
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BERNARDINO
LLORCA, S, I.
Nacido
Alejandro hacia el año 250, ya durante el gobierno de Pedro de
Alejandría, se distinguió de un modo especial en aquella Iglesia.
Los pocos datos que poseemos sobre sus primeras actividades nos han
sido transmitidos por los historiadores Sócrates, Sozomeno y
Teodoreto de Ciro, a los que debemos añadir la interesante
información de San Atanasio. Así, pues, en general, podemos afirmar
que las fuentes son relativamente seguras.
El
primer rasgo de su vida, en el que convienen todos los historiadores,
nos lo presenta como un hombre de carácter dulce y afable, lleno
siempre de un entrañable amor y caridad para con sus hermanos, y en
particular para con los pobres. Esta
caridad, unida con un espíritu de conciliación, tan conforme con
los rasgos característicos de la primitiva Iglesia,
proyectan una luz muy especial sobre la figura de San Alejandro de
Alejandría, que conviene tener muy presente en medio de las
persistentes luchas que tuvo que mantener más tarde contra la
herejía; pues, viéndolo envuelto en las más duras batallas contra
el arrianismo, pudiera creerse que era de carácter belicoso,
intransigente y acometedor.
En
realidad, San Alejandro era, por inclinación natural, todo lo
contrario; pero poseía juntamente una profunda estima, y un claro
conocimiento de la verdadera ortodoxia, unidos con un abrasado celo
por la gloria de Dios y la defensa de la Iglesia, lo cual lo obligaba
a sobreponerse constantemente a su carácter afable, bondadoso y
caritativo, y a emprender las más duras batallas contra la herejía.
De
este espíritu de caridad y conciliación, que constituyen la base
fundamental de su carácter, dio bien pronto claras pruebas en su
primer encuentro con Arrio. Éste comenzó a manifestar su espíritu
inquieto y rebelde, afiliándose al partido de los melecianos,
constituido por los partidarios del obispo Melecio de Lycópolis, que
mantenía un verdadero cisma frente al legítimo obispo Pedro de
Alejandría.
Por
este motivo Arrio había sido arrojado por su obispo de la diócesis
de Alejandría. Alejandro, pues, se interpuso con todo el peso de su
autoridad y prestigio, y obtuvo, no sólo su readmisión en la
diócesis, sino su ordenación sacerdotal por Aquillas, sucesor de
Pedro en la sede de Alejandría.
Muerto,
pues, prematuramente Aquillas el año 313, le sucedió el mismo
Alejandro, y por cierto son curiosas algunas circunstancias que sobre
esta elección nos transmiten sus biógrafos. Filostorgo asegura que
Arrio, al frente entonces de la iglesia de Baucalis, apoyó
decididamente esta elección, lo cual se hace muy verosímil, si
tenemos presente la conducta observada con él por Alejandro. Mas,
por otra parte, Teodoreto atestigua que Arrio había presentado su
propia candidatura a Alejandría frente a Alejandro, y que,
precisamente por haber sido éste preferido, concibió desde entonces
contra él una verdadera aversión y una marcada enemistad.
Sea
de eso lo que se quiera, Arrio mantuvo durante los primeros años las
más cordiales relaciones con su obispo, el nuevo patriarca de
Alejandría, San Alejandro. Este desarrolló entre tanto una intensa
labor apostólica y caritativa en consonancia con sus inclinaciones
naturales, y con su carácter afable y bondadoso. Uno de los rasgos
que hacen resaltar los historiadores en esta etapa de su vida, es su
predilección por los cristianos que se retiraban del mundo, y se
entregaban al servicio de Dios en la soledad.
Precisamente
en este tiempo comenzaban a poblarse los desiertos de Egipto de
aquellos anacoretas, que siguiendo los ejemplos de San Pablo, primer
ermitaño, de San Antonio, y otros maestros de la vida solitaria,
daban el más sublime ejemplo de la perfecta entrega y consagración
a Dios. Estimando, pues, en su justo valor la virtud de algunos
entre ellos, les puso al frente de algunas iglesias, y atestiguan sus
biógrafos que fue feliz en la elección de estos prelados.
Por
otra parte se refiere que hizo levantar la iglesia dedicada a San
Teonás, que fue la más grandiosa de las construidas hasta entonces
en Alejandría. Al mismo tiempo consiguió mantener la paz y
tranquilidad de las iglesias del Egipto, a pesar de la oposición que
ofrecieron algunos en la cuestión sobre el día de la celebración
de la Pascua, y sobre todo, de las dificultades promovidas por los
melecianos, que persistían en el cisma, negando la obediencia al
obispo legítimo.
Pero
lo más digno de notarse es su intervención en la cuestión
ocasionada por Atanasio en sus primeros años. En efecto, niño
todavía, había procedido Atanasio a bautizar a algunos de sus
compañeros, dando origen a la discusión sobre la validez de este
bautismo. San Alejandro resolvió favorablemente la controversia,
constituyéndose desde entonces en su protector, y promoviendo la
esmerada formación de aquel niño, que debía ser su sucesor y el
paladín de la causa católica.
Pero
la verdadera significación de San Alejandro de Alejandría, fue su
acertada intervención en todo el asunto de Arrio y del arrianismo, y
su decidida defensa de la ortodoxia católica. En efecto, ya antes
del año 318, comenzó a manifestar Arrio una marcada oposición al
patriarca Alejandro de Alejandría.
Ésta
se vio de un modo especial en la doctrina, pues mientras Alejandro
insistía claramente en la divinidad del Hijo, y su igualdad perfecta
con el Padre, Arrio comenzó a esparcir la doctrina de que no existe
más que un solo Dios, que es el Padre, eterno, perfectísimo e
inmutable, y, por consiguiente, el Hijo o el Verbo no es eterno, sino
que tiene principio, ni es de la misma naturaleza del Padre, sino
pura criatura.
La
tendencia general era rebajar la significación del Verbo, al que se
concebía como inferior, y subordinado al Padre. Es lo que se
designaba como subordinacionismo, verdadero racionalismo, que trataba
de evitar el misterio de la Trinidad, y de la distinción de personas
divinas. Mas, por otra parte, como los racionalistas modernos, para
evitar el escándalo de los simples fieles, ponderaban las
excelencias del Verbo, si bien éstas no lo elevaban más allá del
nivel de pura criatura.
En
un principio, Arrio esparció estas ideas con la mayor reserva, y
solamente entre los círculos más íntimos. Mas como encontrara
buena acogida en muchos elementos procedentes del paganismo,
acostumbrados a la idea del Dios supremo y los dioses subordinados, e
incluso en algunos círculos cristianos, a quienes les parecía la
mejor manera de impugnar el mayor enemigo de entonces, que era el
sabelianismo, procedió ya con menos cuidado, y fue conquistando
muchos adeptos entre los clérigos y laicos de Alejandría, y otras
diócesis de Egipto.
Bien
pronto, pues, se dio cuenta el patriarca Alejandro de la nueva
herejía, e inmediatamente se hizo cargo de sus gravísimas
consecuencias en la doctrina cristiana, pues si se negaba la
divinidad del Hijo, se destruía el valor infinito de la Redención.
Por esto reconoció inmediatamente como su deber sagrado
el parar los pasos a tan destructora doctrina.
Para
ello tuvo, ante todo, conversaciones privadas con Arrio; le dirigió
paternales amonestaciones, tan conformes con su propio carácter
conciliador y caritativo; en una palabra, probó toda clase de medios
para convencer a buenas a Arrio de la falsedad de su concepción.
Mas
todo fue inútil. Arrio no sólo no se convencía de su error, sino
que continuaba con más descaro su propaganda, haciendo cada día más
adeptos, sobre todo entre los clérigos. Entonces, pues,
juzgó San Alejandro necesario proceder con rigor contra el obstinado
hereje, sin guardar ya el secreto de la persona.
Así,
reunió un sínodo en Alejandría el año, 320, en el que tomaron
parte un centenar de obispos, e invitó a Arrio a presentarse y dar
cuenta de sus nuevas ideas. Se presentó él, en efecto, ante el
sínodo, y expuso claramente su concepción, por lo cual fue
condenado por unanimidad por toda la asamblea.
Tal
fue el primer acto solemne realizado por San Alejandro contra Arrio y
su doctrina. En unión con los cien obispos de Egipto y de Libia,
lanzó el anatema contra el arrianismo. Pero Arrio, lejos de
someterse, salió de Egipto y se dirigió a Palestina, y luego a
Nicomedia, donde trató de denigrar a Alejandro de Alejandría, y
presentarse a si mismo como inocente perseguido. Al mismo tiempo
propagó con el mayor disimulo sus ideas e hizo notables conquistas,
particularmente la de Eusebio de Nicomedia.
Entre
tanto, continuaba San Alejandro la iniciada campaña contra el
arrianismo. Aunque de natural suave, caritativo, paternal y amigo de
conciliación, viendo la pertinacia del hereje, y el gran peligro de
su ideología, sintió arder en su interior el fuego del celo por la
defensa de la verdad y de la responsabilidad que sobre él recaía, y
continuó luchando con toda decisión, y sin arredrarse por ninguna
clase de dificultades.
Escribió,
pues, entonces algunas cartas, de las que se nos han conservado dos,
de las que se deduce el verdadero carácter de este gran obispo, por
un lado lleno de dulzura y suavidad, mas por otro, firme y decidido
en defensa de la verdadera fe cristiana.
Por
su parte, Arrio y sus adeptos continuaron insistiendo cada vez más
en su propaganda. Eusebio de Nicomedia y Eusebio de Cesarea
trabajaban en su favor en la corte de Constantino. Se trataba de
restablecer a Arrio en Alejandría, y hacer retirar el anatema
lanzado contra él. Pero San Alejandro, consciente de su
responsabilidad, ponía como condición indispensable la retractación
pública de su doctrina, y entonces fue cuando compuso una excelente
síntesis de la herejía arriana, donde aparece ésta con todas sus
fatales consecuencias.
Por
su parte, el emperador Constantino, influido sin duda por los dos
Eusebios, inició su intervención directa en la controversia. Ante
todo, envió sendas cartas a Arrio y a Alejandro, donde, en la
suposición de que se trataba de cuestiones de palabras, y deseando a
todo trance la unión religiosa, los exhortaba a renunciar cada uno a
sus puntos de vista en bien de la paz.
El
gran obispo Osio de Córdoba, confesor de la fe, y consejero
religioso de Constantino, fue el encargado de entregar la carta a San
Alejandro, y juntamente de procurar la paz entre los diversos
partidos. Entre tanto Arrio había vuelto a Egipto, donde difundía
ocultamente sus ideas, y por medio de cantos populares, y sobre todo,
con el célebre poema Thalia, trataba de extenderlas entre el pueblo
cristiano.
Llegado
pues Osio a Egipto, tan pronto como se puso en contacto con el
patriarca Alejandro, y conoció la realidad de las cosas, se
convenció rápidamente de la inutilidad de todos sus esfuerzos. Así
se confirmó plenamente en un concilio celebrado por él en
Alejandría. Sólo con un concilio universal o ecuménico se podía
poner término a tan violenta situación. Vuelto, pues, a Nicomedia,
donde se hallaba el emperador Constantino, le aconsejó decididamente
esta solución. Lo mismo le propuso el patriarca Alejandro de
Alejandría. Tal fue la verdadera génesis del primer concilio
ecuménico, reunido en Nicea en el año 325.
No
obstante su avanzada edad, y los efectos que había producido en su
cuerpo tan continua y enconada lucha, San Alejandro acudió al
concilio de Nicea acompañado de su secretario, el diácono San
Atanasio.
Desde
un principio fue hecho objeto de los mayores elogios de parte de
Constantino, y de la mayor parte de los obispos, ya que él era quien
había descubierto el virus de aquella herejía, y aparecía ante
todos como el héroe de la causa por Dios. Como
tal, tuvo la mayor satisfacción al ver condenada solemnemente la
herejía arriana en aquel concilio, que representaba a toda la
Iglesia, y estaba presidido por los legados del Papa.
Vuelto
San Alejandro a su sede de Alejandría, sacando fuerzas de flaqueza,
trabajó lo indecible durante el año siguiente en remediar los daños
causados por la herejía. Su misión en este mundo podía darse por
cumplida. Como pastor, colocado por Dios en una de las sedes más
importantes de la Iglesia, había consumado en ella los tesoros de su
caridad, y de la más delicada solicitud pastoral, y habiendo
descubierto la más solapada y perniciosa herejía, la había
condenado en su diócesis, y había conseguido fuera condenada
solemnemente por toda la Iglesia en Nicea.
Es
cierto que la lucha entre la ortodoxia y arrianismo no terminó con
la decisión de este concilio, sino que continuó cada vez más
intensa durante gran parte del siglo IV. Pero San Alejandro había
desempeñado bien su papel, y dejaba tras sí a su sucesor en la
misma sede de Alejandría, San Atanasio,
quien recogía plenamente su herencia de adalid de la causa católica.
Según
todos los indicios, murió San Alejandro el año 326, probablemente
el 26 de febrero, si bien otros indican el 17 de abril. En Oriente su
nombre fue pronto incluido en el martirologio. En el Occidente no lo
fue hasta el siglo IX.
Oración:
Te pedimos Señor que por intercesión del Obispo y Patriarca San
Alejandro de Alejandría, podamos interesarnos y adentrarnos en TU
misterio, la TRINIDAD, y así poner siempre el foco de nuestra vida
en Tí Señor, el Alfa y el Omega de nuestra Vida. Para que nunca la
religión sea motivo de violencia, divisiones o sectarismos, sino un
motivo de Paz, Unión y de espíritu de Familia, como lo eres Tú en
el seno de la TRINIDAD. Amén.
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