Sexta
Feria 25 de diciembre
LA FIESTA DE LA NAVIDAD
FRAY
JUSTO PÉREZ DE URBEL, O.S.B.
Para cumplir el decreto de Augusto, para inscribirse en los registros públicos, José el carpintero, acompañado de María, su esposa, abandona su casita de Nazareth. Cuatro días de marcha, desde las montañas de Zabulón hasta el corazón de la Judea. azotado el rostro por el viento afilado del Líbano, heridos los pies por la aspereza de los caminos helados.
Primero,
las llanuras de Esdrelón, que les dejaba en los límites dc Samaria;
después En-Gannim, Siquem..Pasan al lado de las torres de Sión, y
algo después divisaban las primeras casas de Belén, la ciudad de
David. Allí se dirigían los dos nazarenos, porque ambos eran "de
la casa y familia de David, que mil años antes había apacentado sus
rebaños en los campos betlemitas.
Atravesaron
el valle fértil donde estuvo en otro tiempo el dominio de Booz y de
Jessé, subieron una colina blanca y suave, y en el momento en que
agonizaba la tarde, se detuvieron delante del Khan, un edificio
rodeado de soportales, con un gran patio central, donde se
amontonaban las caballerías.
La
gente gritaba, discurría ligera de un lado a otro, se saludaba a voz
en cuello, cantaba, bromeaba. José se abrió paso entre la multitud
no sin prever una desagradable acogida. "María, encinta—
pensaba—; y esto parece atestado de extranjeros." Y así fue;
una y otra vez le dijeron "que no había lugar para ellos".
Insistió, suplicó; todo inútil.
Allí,
cerca de la posada, abierta en la montaña calcarea, le señalaron
una gruta que estaba habilitada para establo. Es el único refugio
que pudieron encontrar los dos viajeros de Nazareth. En él,
desprovista de toda asistencia, en una noche de invierno, entre el
mirar asustadizo de las mansas bestias, le llegó a María la hora de
dar a luz, y al filo de la medianoche, de una noche fría y oscura,
nació el que es "la luz del mundo".
Un
albergue pobre, destartalado y lleno de telarañas fue el primer
palacio de Jesús en la tierra; un pesebre sucio, su primera cuna; un
asno y un buey, según la vieja tradición, los que le calentaron con
su aliento. "Y María —dice San Lucas---le envolvió en
pañales y le reclinó en un pesebre."
Y
adoró a su hijo como a Dios. No conoció en su parto las miserias de
las hijas de Adán. Dió a luz sin sentir el dolor, consecuencia del
pecado. y sin perder privilegio de su virginidad intacta. Jesús,
dice San Jerónimo, se desprendió de ella como el fruto maduro se
separa de la rama que le ha comunicado su savia: sin esfuerzo, sin
angustia, sin agotamiento. "Virgen antes del parto, en el parto
y después del parto", dice San Agustín.
El
mundo no sabe que acaba de realizarse el más grande acontecimiento
de la Historia. Es el Cielo quien viene a decírselo y a poner una
luz ultraterrena en aquel nacimiento humilde. Al oriente de Belén,
camino del mar Muerto, se extiende una verde llanura, donde antaño
se elevaba "la torre del rebaño", junto a la cual plantó
su tienda Jacob para llorar a su amada Raquel. Por aquellos campos
espigaba Ruth. Ahora, una iglesia, escondida entre olivos, señala
allí el lugar sobre el cual se abrieron las nubes para dejar ver una
nueva luz.
"Un
grupo de pastores—dice San Lucas—guardaba sus ganados y velaba
durante la noche. De pronto, el ángel del Señor se les apareció,
la gloria del Señor les rodeó de luz y fueron poseídos de un santo
temor." Un hijo de Israel no podía ver un rayo de gloria que
caía del cielo, sin recordarle los rayos de Jehová, a quien no se
podía ver sin morir. Pero el ángel les tranquilizó diciendo: "No
temáis; os anuncio una gran alegría para vosotros y para todo el
pueblo. Cerca de aquí, en la ciudad de David, acaba de naceros un
Salvador, el Cristo, el Señor, y ésta es la señal que os doy:
encontraréis un niño envuelto en pañales y reclinado en un
pesebre."
La
noticia era extraña; el Mesías que aguardaba Israel, recostado en
el heno; el descendiente de David, abrigado en una caverna. En el
segundo siglo de nuestra era decía el hereje Marción: "Quitadme
esos lienzos vergonzosos y ese pesebre indigno del Dios a quien yo
adoro."
En
vano contestará Tertuliano "que nada es más digno de Dios que
salvar al hombre y pisotear las grandezas transitorias, juzgándolas
indignas de Si y de los hombres." De siglo en siglo, hombres
soberbios repetirán el grito del padre de los gnósticos ante la
humillación del Verbo encarnado.
Pero
no era a los potentados de Jerusalén, ni a los doctores del templo,
a quienes se dirigía el mensaje divino, sino a los pobres, a los
sencillos, a los aldeanos. Sus almas sin doblez se abrieron a las
palabras del ángel, sus ojos a las claridades del cielo.
Pronto
se dieron cuenta de que el mensajero no estaba sólo: un coro de
espíritus resplandecientes le rodeaba cantando el himno cuyo eco
resuena en todas las basílicas del mundo: "Gloria a Dios en las
alturas, y paz sobre la tierra a los hombres amados de Dios”.
Maravillados por el misterioso concierto, los pastores miraban hacia
la altura, y cuando los últimos ecos se perdieron en la lejanía,
echaron a andar, diciendo: "Vayamos a Belén y veamos este
prodigio que el Señor nos anuncia”.
Y
a la escasa luz del establo vieron un hombre alegre y apenado,
recogido y silencioso, y una mujer bella y joven que con solicitud
amorosa se inclinaba sobre su Hijito, y un Niño que les miraba con
sus profundos ojos abiertos, y ofrecía a sus besos sus carnes
rosadas, delicadas y temblorosas. Era el signo que les había dado el
ángel. Ellos le reconocieron y su fe se manifestó en transportes de
gozo; contaron una y otra vez lo que les había acontecido en la
majada, "y todos se admiraban al oír su relato", porque la
gruta empezaba a llenarse de gente.
Después
de ofrecer lo poco que tenían: los blancos donativos del pastoreo,
la leche. el queso, la lana y el cordero, que el amor y la fe hacían
más preciosos que todos los tesoros del mundo, "se volvieron
alabando y glorificando a Dios de todas las cosas que habían oído y
visto, según les fuera anunciado".
En
medio de aquel ingenuo alborozo. que se reproduce cada año en la más
pura de las alegrías del mundo, la madre de Jesús callaba. "María
conservaba todas estas cosas, conservándolas en su corazón",
hasta el día en que se las cuente a San Lucas, su pintor, su
evangelista. Porque es ella, sin duda, quien le inspiró este relato,
sobrio y tierno a la vez donde se descubre la mano de una virgen y el
corazón de una madre.
Conservaba
todas estas cosas y las revolvía en su corazón. ¿Quién, sino
María, puede haber descubierto esta dulce intimidad?. Sin embargo,
es la actitud normal de una madre en presencia del hijo que le acaba
de nacer. Aunque guarde un silencio, al parecer, indiferente, lo oye
todo, lo ve todo. Con su mirada intuitiva ha tomado posesión del
pequeñuelo y en el fondo de su alma está ya tejiendo la cadena de
alegrías y tristezas que van a formar aquella vida palpitante que
acaba de traer al mundo.
Es
Lucas, el médico, quien ha puesto de relieve esta nota
característica de toda maternidad. En torno de toda cuna se alaban
las gracias del recién nacido, se examinan sus rasgos, se felicita a
la madre. Esto mismo sucedió en el pesebre de Belén. También los
pastores, en medio de su rudeza, conocían ese vocabulario de
diminutivos graciosos, de palabras amables, que brotan sin esfuerzo
del corazón en presencia de un niño que acaba de nacer. Las
generaciones cristianas celebrarán con músicas, pastorelas y
villancicos los encantos del "pequeñuelo" que había
anunciado Isaías. San Francisco invitará a cantar a sus frailes, y
dará en este día doble pienso a la mula y al buey; Santa Teresa
bailará con sus monjas en torno a un nacimiento al son de las
castañuelas. Pero el primer villancico resonó en Belén.
Navidad
es la fiesta de un Rey que llega; es una marcha triunfal; es una
grandiosa epopeya y la historia viviente de un reino que se realiza
sin cesar; es, en una palabra, el drama de la verdadera luz. "La
exaltación—dice una secuencia antigua—estalla en el corazón de
los creyentes. ¡Alleluya! Nuestro Rey sale de la puerta intacta.
¡Alleluya! Porque el mensajero del eterno consejo sale del seno de
la Virgen como el sol de una estrella; sol que no tiene ocaso,
estrella que nos alumbra con vivo resplandor, siempre más pura."
Oración:
Te pedimos Señor que conserves nuestro cuerpo como morada
digna de tu Realeza, liberándolo de todo pecado y concupiscencia y
así poder alcanzar las moradas eternas en el Cielo. A Tí Señor,
que llenas el Universo creado e increado con tu Poder, Amor y
Misericordia. Amén.
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