Quinta
Feria, 27 de junio
Nuestra
Señora del Perpetuo Socorro
Icono
oriental antiguo de origen desconocido
Patrona
de los Padres Redentoristas y de Haití
Breve
El
icono original, está en el altar mayor de la Iglesia de San Alfonso,
muy cerca de la Basílica, de Santa María la Mayor, en Roma.
Ver
también: Detalles sobre el ícono desde redentoristas.org
El
icono de la Virgen, pintado sobre madera, de 21 por 17 pulgadas,
muestra a la Madre con el Niño Jesús. El Niño observa a dos
ángeles, que le muestran los instrumentos, de su futura pasión. Se
agarra fuerte, con las dos manos de su Madre Santísima, quien lo
sostiene en sus brazos.
El
cuadro nos recuerda, la maternidad divina de la Virgen, y su cuidado
por Jesús, desde su concepción hasta su muerte. Hoy la Virgen,
cuida de todos sus hijos, que a ella acuden con plena confianza.
Historia
En
el siglo XV, un comerciante acaudalado de la isla de Creta, en el Mar
Mediterráneo, tenía la bella pintura, de Nuestra Señora del
Perpetuo Socorro.
Era
un hombre muy piadoso, y devoto de la Virgen María. Cómo habrá
llegado a sus manos dicha pintura, no se sabe. ¿Se le habría
confiado por razones de seguridad, para protegerla de los
sarracenos?. Lo cierto es que el mercader, estaba resuelto a impedir,
que el cuadro de la Virgen se destruyera, como tantos otros, que ya
habían corrido con esa suerte.
Por
protección, el mercader decidió llevar la pintura a Italia. Empacó
sus pertenencias, arregló su negocio, y abordó un navío,
dirigiéndose a Roma. En ruta se desató una violenta tormenta, y
todos a bordo esperaban lo peor. El
comerciante, tomó el cuadro de Nuestra Señora, lo sostuvo en lo
alto, y pidió socorro. La Santísima Virgen, respondió a su oración
con un milagro. El mar se calmó, y la embarcación llegó a salvo,
al puerto de Roma.
Cae
la pintura en manos de una familia
Tenía
el mercader, un amigo muy querido en la ciudad de Roma, así que
decidió pasar un rato con él, antes de seguir adelante. Con gran
alegría, le mostró el cuadro, y le dijo que algún día, el mundo
entero, le rendiría homenaje a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.
Pasado
un tiempo, el mercader se enfermó de gravedad. Al sentir que sus
días estaban contados, llamó a su amigo a su lecho, y le rogó que
le prometiera, que después de su muerte, colocaría la pintura de la
Virgen, en una iglesia digna o ilustre, para que fuera venerada
públicamente. El amigo accedió a la promesa, pero no la llegó a
cumplir, por complacer a su esposa, que se había encariñado con la
imagen.
Pero
la Divina Providencia, no había llevado la pintura a Roma, para que
fuese propiedad de una familia, sino para que fuera venerada, por
todo el mundo, tal y como había profetizado el mercader. Nuestra
Señora, se le apareció al hombre en tres ocasiones, diciéndole que
debía poner la pintura en una iglesia, de lo contrario, algo
terrible sucedería.
El
hombre discutió con su esposa, para cumplir con la Virgen, pero ella
se le burló, diciéndole que era un visionario.
El
hombre temió disgustar a su esposa, por lo que las cosas quedaron
igual. Nuestra Señora, por fin, se le volvió a aparecer, y le dijo,
que para que su pintura saliera de esa casa, él tendría que irse
primero. De repente, el hombre se puso gravemente enfermo, y en pocos
días murió. La esposa, estaba muy apegada a la pintura, y trató de
convencerse a sí misma, de que estaría más protegida en su propia
casa. Así, día a día, fue aplazando el deshacerse de la imagen.
Un
día, su hijita de seis años, vino hacia ella apresurada con la
noticia, de que una hermosa y resplandeciente Señora, se le había
aparecido, mientras estaba mirando la pintura. La Señora le había
dicho, que le dijera a su madre y a su abuelo, que Nuestra Señora
del Perpetuo Socorro, deseaba ser puesta en una iglesia; y que si no,
todos los de la casa morirían.
La
mamá de la niñita estaba espantada, y prometió obedecer a la
Señora. Una amiga, que vivía cerca, oyó lo de la aparición. Fue
entonces a ver a la señora, y ridiculizó todo lo ocurrido. Trató
de persuadir a su amiga, de que se quedara con el cuadro, diciéndole
que si fuera ella, no haría caso de sueños y visiones. Apenas había
terminado de hablar, cuando comenzó a sentir unos dolores tan
terribles, que creyó que se iba a morir.
Llena
de dolor, comenzó a invocar a Nuestra Señora, para que la
perdonara, y la ayudara. La Virgen escuchó su oración. La vecina
tocó la pintura, con corazón contrito, y fue sanada
instantáneamente. Entonces, procedió a suplicarle a la viuda, para
que obedeciera a Nuestra Señora, de una vez por todas.
Accede
la viuda a entregar la pintura
Se
encontraba la viuda preguntándose, en qué iglesia debería poner la
pintura, cuando el cielo mismo le respondió. Volvió
a aparecérsele la Virgen a la niña, y le dijo que le dijera a su
madre, que quería que la pintura fuera colocada en la iglesia que
queda, entre la basílica de Santa María la Mayor, y la de San Juan
de Letrán. Esa iglesia, era la de San Mateo, el Apóstol.
La
señora, se apresuró a entrevistarse con el superior de los
Agustinos, quienes eran los encargados de la iglesia. Ella le informó
acerca de todas las circunstancias, relacionadas con el cuadro. La
pintura, fue llevada a la iglesia en procesión solemne, el 27 de
marzo de 1499.
En
el camino de la residencia de la viuda hacia la iglesia, un hombre
tocó la pintura, y le fue devuelto, el uso de un brazo que tenía
paralizado. Colgaron la pintura sobre el altar mayor de la
iglesia, en donde permaneció casi trescientos años.
Amada
y venerada, por todos los de Roma, como una pintura verdaderamente
milagrosa, sirvió como medio de incontables milagros, curaciones y
gracias.
En
1798, Napoleón y su ejército francés, tomaron la ciudad de Roma.
Sus atropellos fueron incontables, y su soberbia, satánica. Exilió
al Papa Pío VII, y con el pretexto de fortalecer las defensas de
Roma, destruyó treinta iglesias, entre ellas la de San Mateo, la
cual quedó completamente arrasada.
Junto
con la iglesia, se perdieron muchas reliquias, y estatuas venerables.
Uno de los Padres Agustinos, justo a tiempo, había logrado llevarse
secretamente, el cuadro.
Cuando
el Papa, que había sido prisionero de Napoleón, regresó a Roma, le
dio a los agustinos, el monasterio de San Eusebio, y después la casa
y la iglesia de Santa María, en Posterula. Una pintura famosa de
Nuestra Señora de la Gracia, estaba ya colocada en dicha iglesia,
por lo que la pintura milagrosa, de Nuestra Señora del Perpetuo
Socorro, fue puesta en la capilla privada de los Padres Agustinos, en
Posterula. Allí permaneció sesenta y cuatro años, casi olvidada.
Hallazgo
de un sacerdote Redentorista
Mientras
tanto, a instancias del Papa, el Superior General de los
Redentoristas, estableció su sede principal en Roma, donde
construyeron un monasterio, y la iglesia de San Alfonso.
Uno
de los Padres, el historiador de la casa, realizó un estudio, acerca
del sector de Roma en que vivían. En sus investigaciones, se
encontró con múltiples referencias, a la vieja Iglesia de San
Mateo, y a la pintura milagrosa, de Nuestra Señora del Perpetuo
Socorro.
Un
día, decidió contarle a sus hermanos sacerdotes, sobre sus
investigaciones: La iglesia actual de San Alfonso, estaba construida
sobre las ruinas de la de San Mateo, en la que durante siglos, había
sido venerada públicamente, una pintura milagrosa, de Nuestra Señora
del Perpetuo Socorro.
Entre
los que escuchaban, se encontraba el Padre Michael Marchi, el cual se
acordaba, de haber servido muchas veces, en la Misa de la capilla de
los Agustinos de Posterula, cuando era niño. Ahí en la capilla,
había visto la pintura milagrosa.
Un
viejo hermano lego, que había vivido en San Mateo, y a quien había
visitado a menudo, le había contado muchas veces, relatos acerca de
los milagros de Nuestra Señora, y solía añadir: "Ten
presente, Michael, que Nuestra Señora de San Mateo, es la de la
capilla privada. No lo olvides". El Padre
Michael, les relató todo lo que había oído, de aquel hermano lego.
Por
medio de este incidente, los Redentoristas supieron, de la existencia
de la pintura; no obstante, ignoraban su historia, y el deseo expreso
de la Virgen, de ser honrada públicamente en la iglesia.
Ese
mismo año, a través del sermón inspirado de un jesuita, acerca de
la antigua pintura, de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro,
conocieron los Redentoristas, la historia de la pintura, y del deseo
de la Virgen, de que esta imagen suya, fuera venerada, entre la
Iglesia de Santa María la Mayor, y la de San Juan de Letrán.
El
santo Jesuita, había lamentado el hecho de que el cuadro, que había
sido tan famoso por milagros y curaciones, hubiera desaparecido, sin
revelar ninguna señal sobrenatural, durante los últimos sesenta
años. A él le pareció que se debía, a que ya no estaba expuesta
públicamente, para ser venerada por los fieles. Les imploró a sus
oyentes, que si alguno sabía, dónde se hallaba la pintura, le
informaran al dueño, lo que deseaba la Virgen.
Los
Padres Redentoristas, soñaban con ver, que el milagroso cuadro,
fuera nuevamente expuesto a la veneración pública, y que de ser
posible, sucediera en su propia Iglesia de San Alfonso.
Así
que instaron a su Superior General, para que tratara de conseguir, el
famoso cuadro para su Iglesia. Después de un tiempo de reflexión,
decidió solicitarle la pintura al Santo Padre, el Papa Pío IX. Le
narró la historia de la milagrosa imagen, y sometió su petición.
El
Santo Padre, escuchó con atención. Él amaba dulcemente a la
Santísima Virgen, y le alegraba que fuera honrada. Sacó su pluma, y
escribió su deseo, de que el cuadro milagroso, de Nuestra Señora
del Perpetuo Socorro, fuera devuelto a la Iglesia que estaba, entre
Santa María la Mayor, y San Juan de Letrán. También
encargó a los Redentoristas, de que hicieran que Nuestra Señora del
Perpetuo Socorro, fuera conocida en todas partes.
Aparece
y se venera, por fin, el cuadro de Nuestra Señora
Ninguno
de los Agustinos de ese tiempo, había conocido la Iglesia de San
Mateo. Una vez que supieron la historia, y el deseo del Santo Padre,
gustosos complacieron a Nuestra Señora.
Habían
sido sus custodios, y ahora se la devolverían al mundo, bajo la
tutela de otros custodios. Todo había sido
planeado por la Divina Providencia, en una forma, verdaderamente
extraordinaria.
A
petición del Santo Padre, los Redentoristas obsequiaron a los
Agustinos, una linda pintura, que serviría para reemplazar a la
milagrosa.
La
imagen de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, fue llevada en
procesión solemne, a lo largo de las vistosas y alegres calles de
Roma, antes de ser colocada sobre el altar, construido especialmente
para su veneración, en la Iglesia de San Alfonso.
La
dicha del pueblo romano, era evidente. El entusiasmo de las veinte
mil personas, que se agolparon en las calles, llenas de flores para
la procesión, dio testimonio de la profunda devoción, hacia la
Madre de Dios.
A
toda hora del día, se podía ver un número de personas de toda
clase, delante de la pintura, implorándole a Nuestra Señora del
Perpetuo Socorro, que escuchara sus oraciones, y que les alcanzara
misericordia. Se reportaron diariamente, muchos milagros y gracias.
Hoy
en día, la devoción a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, se ha
difundido por todo el mundo. Se han construido, iglesias y santuarios
en su honor, y se han establecido archicofradías. Su retrato es
conocido, y amado en todas partes.
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Signos
de la imagen, de Nuestra Madre del Perpetuo Socorro - conocida en el
Oriente bizantino, como el icono, de la Madre de Dios de la Pasión.
Aunque
su origen es incierto, se estima que el retrato fue pintado, durante
el decimotercero o decimocuarto siglo. El ícono parece ser copia, de
una famosa pintura de Nuestra Señora, que fuera, según la
tradición, pintada por el mismo San Lucas.
La
original, se veneraba en Constantinopla por siglos, como una pintura
milagrosa, pero fue destruida en 1453 por los Turcos,
cuando capturaron la ciudad.
Fue
pintada en un estilo plano, característico de los íconos
orientales, y tiene una calidad primitiva. Todas las letras son
griegas. Las iniciales, al lado de la corona de la Madre, la
identifican como la “Madre de Dios”.
Las
iniciales, al lado del Niño, “ICXC”, significan “Jesucristo”.
Las letras griegas, en la aureola del Niño: owu significan “El que
es”, mientras las tres estrellas sobre la cabeza, y los hombros de
María Santísima, indican su virginidad antes del parto, en el
parto, y después del parto.
Las
letras más pequeñas, identifican al ángel a la izquierda, como
“San Miguel Arcángel”; el arcángel sostiene la lanza y la caña,
con la esponja empapada de vinagre, instrumentos de la pasión de
Cristo. El ángel a la derecha, es identificado como “San Gabriel
Arcángel”, sostiene la cruz y los clavos. Nótese que los ángeles,
no tocan los instrumentos de la pasión con las manos, sino con el
paño que los cubre.
Cuando
este retrato fue pintado, no era común pintar aureolas. Por esta
razón, el artista redondeó la cabeza, y el velo de la Madre, para
indicar su santidad. Los halos y coronas doradas, fueron añadidas
mucho después. El fondo dorado, símbolo de la luz eterna, da realce
a los colores, más bien vivos, de las vestiduras.
Para
la Virgen, “el maforion” (velo-manto), es de color púrpura,
signo de la divinidad, a la que ella se ha unido excepcionalmente,
mientras que el traje es azul, indicación de su humanidad. En
este retrato, la Madona, está fuera de proporción, con el tamaño
de su Hijo, porque es -María- a quien el artista quiso enfatizar.
Los
encantos del retrato son muchos, desde la ingenuidad del artista,
quien quiso asegurarse, que la identidad, de cada uno de los sujetos,
se conociera, hasta la sandalia, que cuelga del pie del Niño. El
Niño divino, siempre con esa expresión de madurez, que conviene a
un Dios eterno, en su pequeño rostro, está vestido, como solían
hacerlo en la antigüedad, los nobles y filósofos: túnica ceñida
por un cinturón, y manto echado al hombro.
El
pequeño Jesús, tiene en el rostro, una expresión de temor, y con
las dos manitas, aprieta la derecha de su Madre, que mira ante sí,
con actitud recogida y pensativa, como si estuviera recordando en su
corazón, la dolorosa profecía que le hiciera Simeón, el misterioso
plan de la redención, cuyo siervo sufriente, Isaías, ya había
presentado.
En
su doble denominación, esta bella imagen de la Virgen, nos recuerda
el centralismo salvífico, de la pasión de Cristo y de María, y al
mismo tiempo, la socorredora bondad, de la Madre de Dios, y Madre
Nuestra.
Oración:
Dios Todopoderoso y Eterno, asístenos por medio de la
Virgen, en su advocación del Perpetuo Socorro, en las tempestuosas
aguas de nuestra Vida personal, familiar y comunitaria, y así poder
llegar al puerto seguro, en tu Divina Gloria. A Tí Señor, que
calmaste las aguas del mar de Galilea, y nos diste Tu Paz a la vuelta
de tu Resurrección. Amén.
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