Segunda
Feria 9 de enero
Santos
Julián y Basilisa
(† ca. 304)
(† ca. 304)
Cristo
con los santos Julián y Basilisa y Celso y Marcionila, por
Pompeo Batoni, 1736-1738.
Breve
Esposos
Vírgenes. Ermitaños. Julián muere mártir azotado hasta la muerte.
Su esposa muere dulcemente antes en la Misericordia divina, que le
ahorró ver a su esposo morir de esa manera.
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La familia de Julián vivía en la ciudad de Antioquía, durante el siglo IV. Él recibió una formación esmerada en la ciencia y en la piedad, dirigida a constituir una continuación de la vida noble de sus antepasados. Lo cual incluía el contraer un matrimonio digno de su rango.
La familia de Julián vivía en la ciudad de Antioquía, durante el siglo IV. Él recibió una formación esmerada en la ciencia y en la piedad, dirigida a constituir una continuación de la vida noble de sus antepasados. Lo cual incluía el contraer un matrimonio digno de su rango.
Al
insistir sus padres que contraiga desposorios y matrimonio, se le
cierran a Julián los caminos de la virginidad que un día había
prometido al Señor. Ante esta actitud paterna, Julián pide unos
días para deliberar calmadamente una decisión tan seria en la que
se ventila la cuestión de seguir a Jesús, o desobedecer a sus
padres.
En
este punto dice la leyenda que Julián conoce por revelación del
cielo la esposa con la que podrá guardar la anhelada virginidad.
Con
un suave olor de flores - y seguimos copiando la leyenda - los novios
Julián y Basilisa son arrastrados hacia el amor de la virginidad,
apareciéndoseles Nuestro Señor Jesucristo aprobando la
determinación de conservarse intactos. Acompañan a Cristo un
cortejo interminable de santos y santas vírgenes, entre cuyo desfile
grandioso, y ante la expectación de los celestes ejércitos, ven sus
nombres como en un letrero inmenso.
Esta
aparición fue para Basilisa y Julián como una jura de bandera, con
estruendo de clarines y con sonar de armonías inolvidables. Al poco
tiempo mueren los padres de Julián, y ambos recién casados se
retiran, y fundan sendos monasterios.
El
sitio donde se apartó Julián era un campo árido; pero allí se
reunirían gran cantidad de personas deseosas de recogimiento. El
espíritu los lanzaba al desierto, como sucederá en todas las épocas
de la historia. Piedra a piedra fueron levantando el edificio donde
reposar el cuerpo, mientras trabaja la mente en sublimes y divinos
pensamientos.
La
finalidad que estos monjes perseguían al venir en torno a San Julián
era imitar a Cristo en su cuaresma, hasta que el hambre mordiese sus
entrañas, aun cuando su imaginación les sugiere convertir
milagrosamente las piedras en panes, venciendo así al eterno
tentador con la irrefutable contestación de que el hombre vive
también de las palabras salidas de la boca de Dios.
A
escuchar esas conversaciones divinas, dichas al oído de las almas,
se encaminó Julián hasta los desiertos, abandonando el estrépito
de las aguas torrenciales, de los bullicios callejeros, y huyendo de
las gentes, de los pequeños imperios, y de las propias glorias tan
tremendamente seductoras, consiguiendo subir así al monte alto de
los siete círculos.
San
Julián fue a encontrar el ambiente recogido y ensimismado en un
monasterio, fabricado con el sudor suyo y de sus infatigables monjes,
marchó buscando esa ciudad santa, donde los
espíritus no tropiezan contra las piedras con tanta facilidad.
Este
apartarse del ruido y del nerviosismo es propio de la actividad
desbordante también hoy día. Asombra constatar esta tendencia a
vivir como ermitaños en el centro mismo de las ingentes poblaciones,
donde cada cual queda aislado, silencioso, leyendo o revisando el
semanario gráfico a falta de Evangelio. No podemos negar que somos
esencialmente ermitaños y monjes.
Julián,
en su monasterio cercano a Antioquía, tuvo personal vigilancia de
todos los quehaceres de la comunidad, y con este motivo la autoridad
del santo abad tendría que abarcar a todos los monjes con cariño y
con prudencia, distribuyendo equitativamente las cargas, y los duros
trabajos entre los componentes del monasterio.
Era
Julián uno más que realizaba lo de su incumbencia con la misma
exactitud con que hacía ejecutar lo que ordenaba, no reprendiendo
con encono ni con altanería, sino con frases amables, comprensivas y
alentadoras, cargadas de amor, que llegaban hasta lo más profundo
del súbdito.
Había
en el monje Julián una mezcla de bronco y dulce, de amable y de
áspero. Corregía, consolaba, entusiasmaba y admiraba a los monjes a
quienes gobernaba, con una paz y una tranquilidad tan grande, que
parecían estar solos en el más solitario de los desiertos.
Tampoco
nos causa asombro que su esposa Basilisa se asociase a otras
compañeras en una vida conventual. Dice la leyenda que Basilisa y
las demás vírgenes que residían en el monasterio, no lejano al de
Julián, conocieron por revelación divina el tiempo de su muerte.
Basilisa, que durante toda su vida había exhortado siempre con su
ejemplo y sus palabras a la práctica de la santidad monástica, les
pone delante el cielo, superabundante premio de sus mortificaciones,
austeridades y renuncias. Y al poco de morir aquellas vírgenes, se
aparecen a Basilisa, notificándola la fecha de su muerte; ella se
acuerda de la visión primera que tuvo en compañía de Julián
mientras eran novios, cuando decidieron consagrar a Dios a
perpetuidad su virginidad.
Siguiendo
la leyenda, encontramos a Julián, a quien habíamos visto a cargo de
una comunidad de monjes a las afueras de Antioquía. Julián da
sepultura a Santa Basilisa, cuando todavía reinaba la paz en la
ciudad; sobre su cadáver virgen, el santo esposo imploró a Dios
perpetuo descanso para ella.
En
la película titulada "La túnica sagrada" se oye repetir
al centurión romano que presenció impertérrito la crucifixión del
Señor una frase: "¿Estuviste
allí?". Mientras los martillazos de las
trirremes que vuelven de Palestina a Roma, le recuerdan en su locura
cómo clavaron y asesinaron al Mártir primero de la cristiandad, en
una cálida tarde frente a la populosa Jerusalén, señora del mundo.
Aquel vestido sagrado sobre el que echaron suertes a los dados,
mientras la sangre púrpura caía sobre la tierra oscurecida, no se
le borra de la mente al centurión.
Quisiera
preguntar al autor del libro donde leí los datos la vida y martirio
de San Julián, si había presenciado el suceso, y si había sentido
un ramalazo escalofriante al ver a los verdugos y a los cuerpos
martirizados, pero me respondió un silencio en la vacía biblioteca.
Sobre
Antioquía un día vinieron los conflictos y las persecuciones contra
la Iglesia; y todas las saetas y tormentos empezaron a funcionar con
furor y saña. A mares eran martirizados los cristianos, y los
muertos se amontonaban en la tierra antioquena como impasibles
escombros.
El
presidente de Antioquía, Marciano, ordena apresar y encarcelar a
Julián y a los que con él residían en el monasterio apacible.
Pero
Julián no se amedrenta y valientemente profesa su fe en la
persecución. Innumerables personas mueren quemadas por declararse
cristianas. La hoguera estuvo encendida para tronchar y aniquilar las
vidas, como siglos más tarde rodeará e iluminará el atormentado
rostro de Santa Juana de Arco.
Hay
expectación en la gente cuando Marciano increpa con solemnidad a
Julián.
-Adora
a los dioses.
-No
hay más Omnipotente que Dios, el Padre nuestro.
-Obedece
los decretos del emperador.
-Jesucristo
es mi único César.
-¿Crees
en un Crucificado?
-Él
tiene escuadrones inmortales.
-Marcharás
a la muerte.
-El
emperador de Roma también es polvo y en polvo se convertirá.
Dios
ayuda a los mártires, y coloca en los labios de sus escogidos
palabras arrolladoras que confunden y vencen a los tiranos.
-
¿Te ríes de nuestros dioses y de nuestro emperador?. Ante los
tormentos no habrá bromas ni réplicas.
El
presidente Marciano cambia ahora de táctica, cosa frecuente en los
hombres astutos que no quieren reconocer las derrotas propias.
-Tus
padres, Julián, fueron nobles. Te daremos honores.
-Desde
el cielo me miran y me alientan a permanecer en mi religión.
-El
cristianismo es religión de esclavos, y adoran a un crucificado. Los
nobles no van a la cruz.
-Mi
Dios tiene la nobleza de haber derramado toda la sangre por el bien y
la salvación de los hombres.
-Basta,
Julián. Que te abran dolorosos y profundos surcos sobre tu carne
cristiana.
Durante
la flagelación sucede un milagro, ese argumento irrefutable y enorme
que tiene Dios para los incrédulos de todos los siglos.
Un
verdugo daba demasiado fuerte y araba en el cuerpo de Julián con
notorio encono, cuando de un latigazo flagelante le saltó un ojo. El
mártir, que no se cura a sí mismo, y que deja sangrar a sus
martirizados miembros, implora el milagro para el mismo verdugo
despiadado.
-Que
le den una loción.
Se
perfuma el ambiente cargado de sangre con un olor como de muchos
bálsamos orientales. Después de que Julián con su sangrante brazo
hace la señal de la cruz, el sayón recobra el ojo perdido. Pero en
los criminales no hay piedad, ni ternura, ni compasión.
La
espada no fallará, y una cabeza que había siempre pensado en
Cristo, cae sonando débilmente como testimonio mudo de cristiandad,
para un día resucitar con una gloria inmensa por el martirio
sufrido.
Las
sangres de los mártires riegan las tierras más ásperas, y Julián;
con su inmolación cruenta, convierte a Celso, el hijo del presidente
Marciano. Ha asistido al juicio, escuchando el fallo de su
padre, y ha contemplado impávido la ejecución terrible de la
absurda sentencia, el milagro y la posterior muerte del Santo Julián.
Es
el último triunfo terreno del mártir. Celso convertido, bautizado y
valiente, muere recibiendo el galardón del martirio.
VALENTÍN
SORIA
Oración:
Te pedimos Señor, que por los méritos de los Santos Julián
y Basilisa, los matrimonios cristianos puedan preservar siempre la
pureza, la devoción mutua y la amistad que brinda la cercanía
contigo. A Tí Señor que has creado el Cielo y la Tierra en tu
Infinito Amor y que eres también familia. Amén.
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