Domingo
8 de Enero
EL
BAUTISMO DEL SEÑOR
-«Tan
pronto como Jesús fue bautizado, se abrieron los cielos»
-«Éste
es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo»
Renovemos nuestras Promesas Bautismales HOY mismo en el silencio de nuestras conciencias y corazones.
Renovemos nuestras Promesas Bautismales HOY mismo en el silencio de nuestras conciencias y corazones.
(Sagradas Reflexiones al final de las promesas).
PRIMERA LECTURA
Mirad a mi siervo, a quien prefiero
Lectura
del libro de Isaías 42, 1-4. 6-7
Así dice el Señor: «Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero.
Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones.
Así dice el Señor: «Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero.
Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones.
No
gritará, no clamará, no voceará por las calles.
La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará. Promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará, hasta implantar el derecho en la tierra, y sus leyes que esperan las islas. Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he cogido de la mano, te he formado, y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones.
La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará. Promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará, hasta implantar el derecho en la tierra, y sus leyes que esperan las islas. Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he cogido de la mano, te he formado, y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones.
Para
que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la
prisión, y de la mazmorra a los que habitan las tinieblas.»
Palabra
de Dios.
Salmo
responsorial
Sal 28, la y 2. 3ac-4. » y 9b-10 (R.: Ilb)
R. El Señor bendice a su pueblo con la paz.
Hijos de Dios, aclamad al Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor, postraos ante el Señor en el atrio sagrado. R.
La voz del Señor sobre las aguas, el Señor sobre las aguas torrenciales. La voz del Señor es potente, la voz del Señor es magnífica. R.
El Dios de la gloria ha tronado. En su templo un grito unánime: «¡Gloria!» El Señor se sienta por encima del aguacero, el Señor se sienta como rey eterno. R.
Sal 28, la y 2. 3ac-4. » y 9b-10 (R.: Ilb)
R. El Señor bendice a su pueblo con la paz.
Hijos de Dios, aclamad al Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor, postraos ante el Señor en el atrio sagrado. R.
La voz del Señor sobre las aguas, el Señor sobre las aguas torrenciales. La voz del Señor es potente, la voz del Señor es magnífica. R.
El Dios de la gloria ha tronado. En su templo un grito unánime: «¡Gloria!» El Señor se sienta por encima del aguacero, el Señor se sienta como rey eterno. R.
SEGUNDA
LECTURA
Ungido
por Dios con la fuerza del Espíritu Santo
Lectura
del libro de los Hechos de los apóstoles 10, 34-38
En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:
En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:
-«Está
claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica
la justicia, sea de la nación que sea. Envió su palabra a los
israelitas, anunciando la paz que traería Jesucristo, el Señor de
todos.
Conocéis
lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el
bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de
Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó
haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios
estaba con él.»
Palabra
de Dios.
Aleluya
Cf. Mc 9, 7
EVANGELIO
EVANGELIO
Se
abrió el cielo, y se oyó la voz del Padre: «Éste es mi Hijo
amado; escuchadlo.»
Apenas
se bautizó Jesús, vio que el Espíritu de Dios se posaba sobre él
Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 3, 13-17
En
aquel tiempo, fue Jesús de Galilea al Jordán y se presentó a Juan
para que lo bautizara.
Pero
Juan intentaba disuadirlo, diciéndole:
-«Soy
yo el que necesito que tú me bautices,¿y tú acudes a mí?»
Jesús
le contestó:
-«Déjalo
ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere. »
Entonces
Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se
abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma
y se posaba sobre él.
Y vino una voz del cielo que decía-
Y vino una voz del cielo que decía-
-«Éste
es mi Hijo, el amado, mi predilecto.»
Palabra de Dios
Palabra de Dios
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Renovando
nuestras promesas bautismales
Hoy, día
que celebramos el Bautismo del Señor, es un buen día para renovar
nuestras Promesas Bautismales…
¿Renuncian
a Satanás, esto es:
• al
pecado, como negación de Dios;
• al
mal, como signo del pecado en el mundo;
• al
error, como ofuscación de la verdad;
• a la
violencia, como contraria a la caridad;
• al
egoísmo, como falta de testimonio del amor?
R/. Sí,
renuncio.
¿Renuncian
a sus obras, que son:
• sus
envidias y odios;
• sus
perezas e indiferencias;
• sus
cobardías y complejos;
• sus
tristezas y desconfianzas;
• sus
materialismos y sensualidades;
• sus
injusticias y favoritismos;
• sus
faltas de fe, de esperanza y de caridad?
R/. Sí,
renuncio.
¿Renuncian
a todas sus seducciones, como pueden ser:
• el
creerse superiores;
• el
estar muy seguros de vosotros mismos;
• el
creer que ya están convertidos del todo?
R/. Sí,
renuncio.
¿Renuncian
a los criterios y comportamientos materialistas que consideran:
• el
dinero como la aspiración suprema de la vida;
• el
placer ante todo;
• el
negocio como valor absoluto;
• el
propio bien por encima del bien común?
R/. Sí,
renuncio.
¿Creen
en Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra?
R/. Sí,
creo.
¿Creen
en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que nació de
Santa María Virgen, murió, fue sepultado, resucitó de entre los
muertos y está sentado a la derecha del Padre?
R/. Sí,
creo.
¿Creen
en el Espíritu Santo, en la Santa Iglesia Católica, en la comunión
de los Santos, en el perdón de los pecados, en la resurrección de
los muertos y en la vida eterna?
R/. Sí,
creo.
Esta es
nuestra fe, esta es la fe de la Iglesia, la que nos gloriamos de
profesar en Jesucristo nuestro Señor.
R/. Amén.
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Comentario
de Raniero Cantalamessa
Isaías 42, 1-4.6-7; Hechos 10, 34-38; Mateo 3, 13-17
Isaías 42, 1-4.6-7; Hechos 10, 34-38; Mateo 3, 13-17
«Me ha consagrado con la unción»
Jesús
mismo dio una explicación de lo que ocurrió en Él en el bautismo
en el Jordán. De regreso, en la sinagoga de Nazaret se aplicó a sí
mismo las palabras de Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre
mí: me ha consagrado con la unción...». El mismo término de
unción utiliza Pedro en la segunda lectura, hablando del bautismo de
Jesús: «Dios a Jesús de Nazaret le ungió con el Espíritu Santo y
con poder».
Se trata de un concepto fundamental para la fe cristiana. Basta decir que el nombre Mesías en hebreo y Christos en griego significan exactamente eso: Ungido.
Nosotros mismos, decían los antiguos Padres, nos llamamos cristianos porque hemos sido ungidos a imitación de Cristo, el Ungido por excelencia. La palabra «ungido», en nuestro lenguaje, tiene muchos significados, no todos positivo.
En la antigüedad la unción era un elemento importante de la vida. Se ungían con aceite los atletas para estar sueltos y ágiles en las carreras, y se ungían con aceite perfumado hombres y mujeres para tener el rostro bello y resplandeciente. Actualmente, con estos mismos objetivos, hay a disposición una infinidad de productos y cremas en gran parte derivados de distintos tipos de aceites.
En Israel el rito tenía un significado religioso.
Se ungía a los reyes, a los sacerdotes y a los profetas con un ungüento perfumado, y éste era el signo de que estaban consagrados al servicio divino.
En Cristo todas estas unciones simbólicas se hacen realidad. En el bautismo en el Jordán Él es consagrado rey, profeta y sacerdote eterno por Dios Padre. Pero no con un aceite físico, sino con el aceite espiritual que es el Espíritu del Señor, «el óleo de alegría», como lo define un salmo.
Esto explica por qué la Iglesia da tanta importancia a la unción con el santo crisma. Existe un rito de unción en el bautismo, en la confirmación y en la ordenación sacerdotal; existe una unción de los enfermos (en un tiempo llamada «extremaunción»). Es porque a través de estos ritos se participa en la unción de Cristo, esto es, en su plenitud de Espíritu Santo. Se es literalmente «cristiano», esto es, ungido, consagrado, persona llamada -dice Pablo-- «a difundir en el mundo el buen olor de Cristo».
Procuremos ver qué nos dice todo ello a los hombres de hoy. Actualmente está de moda hablar de aromaterapia. Se trata del empleo de aceites esenciales (o sea, los que exhalan perfume) para el mantenimiento de la salud, o para la terapia de algunos trastornos. Internet está lleno de anuncios de aromaterapia. No se contenta con prometer con ellos bienestar físico. Existen también «perfumes del alma», por ejemplo «el perfume de la paz interior».
No me corresponde dar un juicio sobre esta medicina alternativa. Si embargo veo que los médicos invitan a desconfiar de esta práctica que no está científicamente probada, y que incluso implica en algunos casos contraindicaciones. Lo que deseo expresar es que existe una aromaterapia segura, infalible, que excluye toda contraindicación: ¡la que está hecha a base del aroma especial, del ungüento perfumado, que es el Espíritu Santo!.
Esta aromaterapia hecha de Espíritu Santo cura las enfermedades del alma y a veces, si Dios quiere, también las del cuerpo. Hay un canto espiritual afro-americano en el que no se hace más que repetir continuamente estas pocas palabras: «Hay un bálsamo en Gilead que cura las almas heridas» (There is a balm in Gilead / to make the wounded whole...). Gilead, o Galaad, es una localidad famosa en el Antiguo Testamento por sus perfumes y ungüentos (Jr 8,22).
El canto prosigue, diciendo: «A veces me siento desalentado y pienso que todo es en vano, pero entonces el Espíritu Santo reaviva el alma mía» (Some times I feel discouraged and think my work's in vain but then the Holy Spirit revives my soul again). Gilead es para nosotros la Iglesia, y el bálsamo que sana es el Espíritu Santo. Él es la estela de perfume que Jesús ha dejado tras de sí, al pasar por esta tierra.
El Espíritu Santo es especialista en las enfermedades del matrimonio. El matrimonio consiste en darse el uno al otro; es el sacramento de hacerse don. Y el Espíritu Santo es el don hecho persona: la donación del Padre al Hijo y del Hijo al Padre. Donde llega Él renace la capacidad de hacerse don y con ella la alegría y la belleza de vivir juntos.
El filósofo Heidegger lanzó un juicio alarmado sobre el futuro de la sociedad humana: «Sólo un Dios nos puede salvar», dijo. Pues yo digo que este Dios que nos puede salvar existe: es el Espíritu Santo. Nuestra sociedad necesita dosis masivas de Espíritu Santo.
[Traducción del original italiano realizada por Marta Lago.]
Se trata de un concepto fundamental para la fe cristiana. Basta decir que el nombre Mesías en hebreo y Christos en griego significan exactamente eso: Ungido.
Nosotros mismos, decían los antiguos Padres, nos llamamos cristianos porque hemos sido ungidos a imitación de Cristo, el Ungido por excelencia. La palabra «ungido», en nuestro lenguaje, tiene muchos significados, no todos positivo.
En la antigüedad la unción era un elemento importante de la vida. Se ungían con aceite los atletas para estar sueltos y ágiles en las carreras, y se ungían con aceite perfumado hombres y mujeres para tener el rostro bello y resplandeciente. Actualmente, con estos mismos objetivos, hay a disposición una infinidad de productos y cremas en gran parte derivados de distintos tipos de aceites.
En Israel el rito tenía un significado religioso.
Se ungía a los reyes, a los sacerdotes y a los profetas con un ungüento perfumado, y éste era el signo de que estaban consagrados al servicio divino.
En Cristo todas estas unciones simbólicas se hacen realidad. En el bautismo en el Jordán Él es consagrado rey, profeta y sacerdote eterno por Dios Padre. Pero no con un aceite físico, sino con el aceite espiritual que es el Espíritu del Señor, «el óleo de alegría», como lo define un salmo.
Esto explica por qué la Iglesia da tanta importancia a la unción con el santo crisma. Existe un rito de unción en el bautismo, en la confirmación y en la ordenación sacerdotal; existe una unción de los enfermos (en un tiempo llamada «extremaunción»). Es porque a través de estos ritos se participa en la unción de Cristo, esto es, en su plenitud de Espíritu Santo. Se es literalmente «cristiano», esto es, ungido, consagrado, persona llamada -dice Pablo-- «a difundir en el mundo el buen olor de Cristo».
Procuremos ver qué nos dice todo ello a los hombres de hoy. Actualmente está de moda hablar de aromaterapia. Se trata del empleo de aceites esenciales (o sea, los que exhalan perfume) para el mantenimiento de la salud, o para la terapia de algunos trastornos. Internet está lleno de anuncios de aromaterapia. No se contenta con prometer con ellos bienestar físico. Existen también «perfumes del alma», por ejemplo «el perfume de la paz interior».
No me corresponde dar un juicio sobre esta medicina alternativa. Si embargo veo que los médicos invitan a desconfiar de esta práctica que no está científicamente probada, y que incluso implica en algunos casos contraindicaciones. Lo que deseo expresar es que existe una aromaterapia segura, infalible, que excluye toda contraindicación: ¡la que está hecha a base del aroma especial, del ungüento perfumado, que es el Espíritu Santo!.
Esta aromaterapia hecha de Espíritu Santo cura las enfermedades del alma y a veces, si Dios quiere, también las del cuerpo. Hay un canto espiritual afro-americano en el que no se hace más que repetir continuamente estas pocas palabras: «Hay un bálsamo en Gilead que cura las almas heridas» (There is a balm in Gilead / to make the wounded whole...). Gilead, o Galaad, es una localidad famosa en el Antiguo Testamento por sus perfumes y ungüentos (Jr 8,22).
El canto prosigue, diciendo: «A veces me siento desalentado y pienso que todo es en vano, pero entonces el Espíritu Santo reaviva el alma mía» (Some times I feel discouraged and think my work's in vain but then the Holy Spirit revives my soul again). Gilead es para nosotros la Iglesia, y el bálsamo que sana es el Espíritu Santo. Él es la estela de perfume que Jesús ha dejado tras de sí, al pasar por esta tierra.
El Espíritu Santo es especialista en las enfermedades del matrimonio. El matrimonio consiste en darse el uno al otro; es el sacramento de hacerse don. Y el Espíritu Santo es el don hecho persona: la donación del Padre al Hijo y del Hijo al Padre. Donde llega Él renace la capacidad de hacerse don y con ella la alegría y la belleza de vivir juntos.
El filósofo Heidegger lanzó un juicio alarmado sobre el futuro de la sociedad humana: «Sólo un Dios nos puede salvar», dijo. Pues yo digo que este Dios que nos puede salvar existe: es el Espíritu Santo. Nuestra sociedad necesita dosis masivas de Espíritu Santo.
[Traducción del original italiano realizada por Marta Lago.]
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El
Bautismo del Salvador es preludio del nuestro
San Juan Crisóstomo (c 345-407), Obispo de Constantinopla, Doctor de la Iglesia, Homilía sobre el evangelio de San Mateo, n° 12; PG 57, 201
San Juan Crisóstomo (c 345-407), Obispo de Constantinopla, Doctor de la Iglesia, Homilía sobre el evangelio de San Mateo, n° 12; PG 57, 201
Consideremos
el gran milagro que se produjo después del bautismo del
Salvador; es el preludio de los que iban a venir. No se abre el
antiguo Paraíso, sino el mismo cielo: "tan
pronto como Jesús fue bautizado, se abrieron los cielos "
(Mt 3,16). ¿Por qué razón, pues, se abren los cielos?—Para que
os deis cuenta que también en vuestro bautismo se abre el cielo, os
llama Dios a la patria de arriba, y quiere que no tengáis ya nada de
común con la tierra...
Sin embargo, aun cuando ahora no se den esos signos sensibles, nosotros aceptamos lo que ellos pusieron una vez de manifiesto.
Sin embargo, aun cuando ahora no se den esos signos sensibles, nosotros aceptamos lo que ellos pusieron una vez de manifiesto.
La
paloma apareció entonces para señalar como con el dedo a los allí
presentes y a Juan mismo, que Jesús era Hijo de Dios. Más
no sólo para eso, sino para que tú también adviertas que en tu
bautismo viene también sobre ti el Espíritu Santo. Pero ahora ya no
necesitamos de visión sensible, pues la fe nos basta
totalmente.
Pero ¿por qué apareció el Espíritu Santo en forma de paloma? —Porque la paloma es un ave mansa y pura. Como el Espíritu Santo es espíritu de mansedumbre, aparece bajo la forma de paloma. La paloma por otra parte, nos recuerda también la antigua historia.
Porque bien sabéis que cuando nuestro linaje sufrió el naufragio universal, y estuvo a punto de desaparecer, apareció la paloma para señalar el final de la tormenta, y, llevando un ramo de olivo, anunció la buena nueva de la paz sobre toda la tierra. Todo lo cual era figura de lo por venir... Y, en efecto, cuando entonces las cosas habían llegado a un estado de desesperación, todavía hubo solución y remedio.
Pero ¿por qué apareció el Espíritu Santo en forma de paloma? —Porque la paloma es un ave mansa y pura. Como el Espíritu Santo es espíritu de mansedumbre, aparece bajo la forma de paloma. La paloma por otra parte, nos recuerda también la antigua historia.
Porque bien sabéis que cuando nuestro linaje sufrió el naufragio universal, y estuvo a punto de desaparecer, apareció la paloma para señalar el final de la tormenta, y, llevando un ramo de olivo, anunció la buena nueva de la paz sobre toda la tierra. Todo lo cual era figura de lo por venir... Y, en efecto, cuando entonces las cosas habían llegado a un estado de desesperación, todavía hubo solución y remedio.
Lo
que llegó en otro tiempo por el diluvio de las aguas, llega hoy como
por un diluvio de gracia y de misericordia... No es tan
solo a un hombre, a quien la paloma llama a salir del arca para
repoblar la tierra: atrae a todos los hombres hacia el cielo. En
lugar de una rama de olivo, trae a los hombres la dignidad de su
adopción como niños de Dios.
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Oficio
divino, 10 de Enero
Efusión
del Espíritu Santo sobre toda carne
Del comentario de San Cirilo de Alejandría, obispo, sobre el evangelio de San Juan. Libro 5, cap 2
Del comentario de San Cirilo de Alejandría, obispo, sobre el evangelio de San Juan. Libro 5, cap 2
Cuando
el Creador del universo decidió restaurar todas las cosas en Cristo,
dentro del más maravilloso orden, y devolver a su anterior estado la
naturaleza del hombre, prometió que, al mismo tiempo que los
restantes bienes, le otorgaría también ampliamente el Espíritu
Santo, ya que de otro modo no podría verse reintegrado a la pacífica
y estable posesión de aquellos bienes.
Determinó, por tanto, el tiempo en que el Espíritu Santo habría de descender hasta nosotros, a saber, el del advenimiento de Cristo, y lo prometió al decir: En aquellos días –se refiere a los del Salvador– derramaré mi Espíritu sobre toda carne.
Y cuando el tiempo de tan gran munificencia y libertad produjo para todos al Unigénito encarnado en el mundo, como hombre nacido de mujer –de acuerdo con la divina Escritura–, Dios Padre otorgó a su vez el Espíritu, y Cristo, como primicia de la naturaleza renovada, fue el primero que lo recibió. Y esto fue lo que atestiguó Juan Bautista cuando dijo: He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo y se posó sobre Él.
Decimos que Cristo, por su parte, recibió el Espíritu, cuanto se había hecho hombre, y en cuanto convenía que el hombre lo recibiera; y, aunque es el Hijo de Dios Padre, engendrado de su misma substancia, incluso antes de la encarnación –más aún, antes de todos los siglos–, no se da por ofendido de que el Padre le diga, después que se hizo hombre: Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy.
Dice haber engendrado hoy a quien era Dios, engendrado de Él mismo desde antes de los siglos, a fin de recibirnos por su medio como hijos adoptivos; pues en Cristo, en cuanto hombre, se encuentra significada toda la naturaleza: y así también el Padre, que posee su propio Espíritu, se dice que se lo otorga a su Hijo, para que nosotros nos beneficiemos del Espíritu en él. Por esta causa perteneció a la descendencia de Abrahán, como está escrito, y se asemejó en todo a sus hermanos.
De manera que el Hijo unigénito recibe el Espíritu Santo no para sí mismo –pues es suyo, habita en él, y por su medio se comunica, como ya dijimos antes–, sino para instaurar y restituir a su integridad a la naturaleza entera, ya que, al haberse hecho hombre, la poseía en su totalidad.
Puede, por tanto, entenderse –si es que queremos usar nuestra recta razón, así como los testimonios de la Escritura– que Cristo no recibió el Espíritu para sí, sino más bien para nosotros en sí mismo: pues por su medio nos vienen todos los bienes.
Determinó, por tanto, el tiempo en que el Espíritu Santo habría de descender hasta nosotros, a saber, el del advenimiento de Cristo, y lo prometió al decir: En aquellos días –se refiere a los del Salvador– derramaré mi Espíritu sobre toda carne.
Y cuando el tiempo de tan gran munificencia y libertad produjo para todos al Unigénito encarnado en el mundo, como hombre nacido de mujer –de acuerdo con la divina Escritura–, Dios Padre otorgó a su vez el Espíritu, y Cristo, como primicia de la naturaleza renovada, fue el primero que lo recibió. Y esto fue lo que atestiguó Juan Bautista cuando dijo: He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo y se posó sobre Él.
Decimos que Cristo, por su parte, recibió el Espíritu, cuanto se había hecho hombre, y en cuanto convenía que el hombre lo recibiera; y, aunque es el Hijo de Dios Padre, engendrado de su misma substancia, incluso antes de la encarnación –más aún, antes de todos los siglos–, no se da por ofendido de que el Padre le diga, después que se hizo hombre: Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy.
Dice haber engendrado hoy a quien era Dios, engendrado de Él mismo desde antes de los siglos, a fin de recibirnos por su medio como hijos adoptivos; pues en Cristo, en cuanto hombre, se encuentra significada toda la naturaleza: y así también el Padre, que posee su propio Espíritu, se dice que se lo otorga a su Hijo, para que nosotros nos beneficiemos del Espíritu en él. Por esta causa perteneció a la descendencia de Abrahán, como está escrito, y se asemejó en todo a sus hermanos.
De manera que el Hijo unigénito recibe el Espíritu Santo no para sí mismo –pues es suyo, habita en él, y por su medio se comunica, como ya dijimos antes–, sino para instaurar y restituir a su integridad a la naturaleza entera, ya que, al haberse hecho hombre, la poseía en su totalidad.
Puede, por tanto, entenderse –si es que queremos usar nuestra recta razón, así como los testimonios de la Escritura– que Cristo no recibió el Espíritu para sí, sino más bien para nosotros en sí mismo: pues por su medio nos vienen todos los bienes.
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Del
Oficio de Lectura, 11 de enero
Los
misterios del bautismo del Señor
De los sermones de San Máximo de Turín, obispo
Sermón 100, En la Epifanía, 1,3
De los sermones de San Máximo de Turín, obispo
Sermón 100, En la Epifanía, 1,3
Nos
refiere el texto evangélico que el Señor acudió al Jordán para
bautizarse, y que allí mismo quiso verse consagrado con los
misterios celestiales.
Era, por tanto, lógico que después del día del nacimiento del Señor –por el mismo tiempo, aunque la cosa sucediera años después– viniera esta festividad, que pienso que debe llamarse también fiesta del nacimiento.
Pues, entonces, el Señor nació en medio de los hombres; hoy, ha renacido en virtud de los sacramentos; entonces, le dio a luz la Virgen; hoy, ha vuelto a ser engendrado por el misterio. Entonces, cuando nació como hombre, María, su madre, lo acogió en su regazo; ahora, que el misterio lo engendra, Dios Padre lo abraza con su voz y dice: “Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto; escuchadlo”.
La madre acaricia al recién nacido en su blando seno; el Padre acude en ayuda de su Hijo con su piadoso testimonio; la madre se lo presenta a los Magos para que lo adoren, el Padre se lo manifiesta a las gentes para que lo veneren.
De manera que tal día como hoy el Señor Jesús vino a bautizarse, y quiso que el agua bañase su santo cuerpo.
No faltará quien diga: «¿Por qué quiso bautizarse, si es santo?» Escucha. Cristo se hace bautizar, no para santificarse con el agua, sino para santificar el agua y para purificar aquella corriente con su propia purificación, y mediante el contacto de su cuerpo. Pues la consagración de Cristo es la consagración completa del agua.
Y así, cuando se lava el Salvador, se purifica toda el agua necesaria para nuestro bautismo, y queda limpia la fuente, para que pueda luego administrarse a los pueblos que habían de venir a la gracia de aquel baño. Cristo, pues, se adelanta mediante su bautismo, a fin de que los pueblos cristianos vengan luego tras Él con confianza.
Así es como entiendo yo el misterio: Cristo precede, de la misma manera que la columna de fuego iba delante a través del mar Rojo, para que los hijos de Israel siguieran intrépidamente su camino; y fue la primera en atravesar las aguas, para preparar la senda a los que seguían tras ella. Hecho que, como dice el Apóstol, fue un símbolo del bautismo. Y en un cierto modo aquello fue verdaderamente un bautismo, cuando la nube cubría a los israelitas y las olas les dejaban paso.
Pero todo esto lo llevó a cabo el mismo Cristo Señor que ahora actúa, quien, como entonces precedió a través del mar a los hijos de Israel en figura de columna de fuego, así ahora, mediante el bautismo, va delante de los pueblos cristianos con la columna de su cuerpo.
Efectivamente, la misma columna, que entonces ofreció su resplandor a los ojos de los que la seguían, es ahora la que enciende su luz en los corazones de los creyentes: entonces, hizo posible una senda para ellos en medio de las olas del mar; ahora, corrobora sus pasos en el baño de la fe.
Era, por tanto, lógico que después del día del nacimiento del Señor –por el mismo tiempo, aunque la cosa sucediera años después– viniera esta festividad, que pienso que debe llamarse también fiesta del nacimiento.
Pues, entonces, el Señor nació en medio de los hombres; hoy, ha renacido en virtud de los sacramentos; entonces, le dio a luz la Virgen; hoy, ha vuelto a ser engendrado por el misterio. Entonces, cuando nació como hombre, María, su madre, lo acogió en su regazo; ahora, que el misterio lo engendra, Dios Padre lo abraza con su voz y dice: “Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto; escuchadlo”.
La madre acaricia al recién nacido en su blando seno; el Padre acude en ayuda de su Hijo con su piadoso testimonio; la madre se lo presenta a los Magos para que lo adoren, el Padre se lo manifiesta a las gentes para que lo veneren.
De manera que tal día como hoy el Señor Jesús vino a bautizarse, y quiso que el agua bañase su santo cuerpo.
No faltará quien diga: «¿Por qué quiso bautizarse, si es santo?» Escucha. Cristo se hace bautizar, no para santificarse con el agua, sino para santificar el agua y para purificar aquella corriente con su propia purificación, y mediante el contacto de su cuerpo. Pues la consagración de Cristo es la consagración completa del agua.
Y así, cuando se lava el Salvador, se purifica toda el agua necesaria para nuestro bautismo, y queda limpia la fuente, para que pueda luego administrarse a los pueblos que habían de venir a la gracia de aquel baño. Cristo, pues, se adelanta mediante su bautismo, a fin de que los pueblos cristianos vengan luego tras Él con confianza.
Así es como entiendo yo el misterio: Cristo precede, de la misma manera que la columna de fuego iba delante a través del mar Rojo, para que los hijos de Israel siguieran intrépidamente su camino; y fue la primera en atravesar las aguas, para preparar la senda a los que seguían tras ella. Hecho que, como dice el Apóstol, fue un símbolo del bautismo. Y en un cierto modo aquello fue verdaderamente un bautismo, cuando la nube cubría a los israelitas y las olas les dejaban paso.
Pero todo esto lo llevó a cabo el mismo Cristo Señor que ahora actúa, quien, como entonces precedió a través del mar a los hijos de Israel en figura de columna de fuego, así ahora, mediante el bautismo, va delante de los pueblos cristianos con la columna de su cuerpo.
Efectivamente, la misma columna, que entonces ofreció su resplandor a los ojos de los que la seguían, es ahora la que enciende su luz en los corazones de los creyentes: entonces, hizo posible una senda para ellos en medio de las olas del mar; ahora, corrobora sus pasos en el baño de la fe.
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Del
oficio de lectura, 8 de Enero (o martes después de epifanía)
El agua y el Espíritu
El agua y el Espíritu
Del
Sermón en la Santa Teofanía, atribuido a San Hipólito,
presbítero. Núms. 2.6-8. 10
Jesús
fue a donde Juan y recibió de él el bautismo. Cosa realmente
admirable. La corriente inextinguible que alegra la ciudad de Dios,
es lavada con un poco de agua. La fuente inalcanzable, que hace
germinar la vida para todos los hombres, y que nunca se agota, se
sumerge en unas aguas pequeñas y temporales.
Él que se halla presente en todas partes, y jamás se ausenta, Él que es incomprensible para los ángeles, y está lejos de las miradas de los hombres, se acercó al bautismo cuando Él quiso. Se abrió el cielo, y vino una voz del cielo que decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto».
El amado produce amor, y la luz inmaterial genera una luz inaccesible: «Este es el que se llamó hijo de José, es mi Unigénito según la esencia divina».
Este es mi Hijo, el amado: aquel que pasó hambre, y dio de comer a innumerables multitudes; que trabajaba, y confortaba a los que trabajaban; que no tenía dónde reclinar su cabeza, y lo había creado todo con su mano; que padeció, y curaba todos los padecimientos; que recibió bofetadas, y dio al mundo la libertad; que fue herido en el costado, y curó el costado de Adán.
Pero prestadme cuidadosamente atención: quiero acudir a la fuente de la vida, quiero contemplar esa fuente medicinal.
El Padre de la inmortalidad envió al mundo a su Hijo, Palabra inmortal, que vino a los hombres, para lavarlos con el agua y el Espíritu: y para regenerarnos con la incorruptibilidad del alma y del cuerpo, insufló en nosotros el espíritu de vida y nos vistió con una armadura incorruptible.
Si, pues, el hombre ha sido hecho inmortal, también será dios. Y si se ve hecho dios por la regeneración del baño del bautismo, en virtud del agua y del Espíritu Santo, resulta también que después de la resurrección de entre los muertos será coheredero de Cristo.
Por lo cual, gritó con voz de pregonero: Venid, las tribus todas de las gentes, al bautismo de la inmortalidad. Ésta es el agua unida con el Espíritu, con la que se riega el paraíso, se fecunda la tierra, las plantas crecen, los animales se multiplican; y, en definitiva, el agua por la que el hombre regenerado se vivifica, con la que Cristo fue bautizado, sobre la que descendió el Espíritu Santo en forma de paloma.
Y el que desciende con fe a este baño de regeneración renuncia al diablo y se entrega a Cristo, reniega del enemigo y confiesa que Cristo es Dios, se libra de la esclavitud y se reviste de la adopción, y vuelve del bautismo tan espléndido como el sol, fulgurante de rayos de justicia; y, lo que es el máximo don, se convierte en hijo de Dios y coheredero de Cristo.
A Él la gloria y el poder, junto con el Espíritu Santo, bueno y vivificante, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.
Él que se halla presente en todas partes, y jamás se ausenta, Él que es incomprensible para los ángeles, y está lejos de las miradas de los hombres, se acercó al bautismo cuando Él quiso. Se abrió el cielo, y vino una voz del cielo que decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto».
El amado produce amor, y la luz inmaterial genera una luz inaccesible: «Este es el que se llamó hijo de José, es mi Unigénito según la esencia divina».
Este es mi Hijo, el amado: aquel que pasó hambre, y dio de comer a innumerables multitudes; que trabajaba, y confortaba a los que trabajaban; que no tenía dónde reclinar su cabeza, y lo había creado todo con su mano; que padeció, y curaba todos los padecimientos; que recibió bofetadas, y dio al mundo la libertad; que fue herido en el costado, y curó el costado de Adán.
Pero prestadme cuidadosamente atención: quiero acudir a la fuente de la vida, quiero contemplar esa fuente medicinal.
El Padre de la inmortalidad envió al mundo a su Hijo, Palabra inmortal, que vino a los hombres, para lavarlos con el agua y el Espíritu: y para regenerarnos con la incorruptibilidad del alma y del cuerpo, insufló en nosotros el espíritu de vida y nos vistió con una armadura incorruptible.
Si, pues, el hombre ha sido hecho inmortal, también será dios. Y si se ve hecho dios por la regeneración del baño del bautismo, en virtud del agua y del Espíritu Santo, resulta también que después de la resurrección de entre los muertos será coheredero de Cristo.
Por lo cual, gritó con voz de pregonero: Venid, las tribus todas de las gentes, al bautismo de la inmortalidad. Ésta es el agua unida con el Espíritu, con la que se riega el paraíso, se fecunda la tierra, las plantas crecen, los animales se multiplican; y, en definitiva, el agua por la que el hombre regenerado se vivifica, con la que Cristo fue bautizado, sobre la que descendió el Espíritu Santo en forma de paloma.
Y el que desciende con fe a este baño de regeneración renuncia al diablo y se entrega a Cristo, reniega del enemigo y confiesa que Cristo es Dios, se libra de la esclavitud y se reviste de la adopción, y vuelve del bautismo tan espléndido como el sol, fulgurante de rayos de justicia; y, lo que es el máximo don, se convierte en hijo de Dios y coheredero de Cristo.
A Él la gloria y el poder, junto con el Espíritu Santo, bueno y vivificante, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.
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Oficio
de Lectura, del bautismo de Cristo
El
bautismo de Cristo
De los sermones de San Gregorio Nacianceno, Obispo
Sermón 39, En las sagradas Luminarias,14-16. 20
De los sermones de San Gregorio Nacianceno, Obispo
Sermón 39, En las sagradas Luminarias,14-16. 20
Cristo
es iluminado: dejémonos iluminar junto con él; Cristo se hace
bautizar: descendamos al mismo tiempo que él, para ascender con
él.
Juan está bautizando, y Cristo se acerca; tal vez para santificar al mismo por quien va a ser bautizado; y sin duda para sepultar en las aguas a todo el viejo Adán, santificando el Jordán antes de nosotros y por nuestra causa; y así, el Señor, que era espíritu y carne, nos consagra mediante el Espíritu y el agua.
Juan se niega, Jesús insiste. Entonces: Soy yo el que necesito que tú me bautices, le dice la lámpara al Sol, la voz a la Palabra, el amigo al Esposo, el mayor entre los nacidos de mujer al Primogénito de toda la creación, Él había saltado de júbilo en el seno materno, al que había sido ya adorado cuando estaba en Él, Él que era y habría de ser precursor al que se había manifestado y se manifestará.
Soy yo el que necesito que tú me bautices; y podría haber añadido: «Por tu causa». Pues sabía muy bien que habría de ser bautizado con el martirio; o que, como a Pedro, no sólo le lavarían los pies.
Pero Jesús, por su parte, asciende también de las aguas; se lleva consigo hacia lo alto al mundo, y mira cómo se abren de par en par los cielos que Adán había hecho que se cerraran para sí y para su posteridad, del mismo modo que se había cerrado el paraíso con la espada de fuego.
También el Espíritu da testimonio de la divinidad, acudiendo en favor de quien es su semejante; y la voz desciende del cielo, pues del cielo procede precisamente Aquel de quien se daba testimonio; del mismo modo que la paloma, aparecida en forma visible, honra el cuerpo de Cristo, que por deificación era también Dios. Así también, muchos siglos antes, la paloma había anunciado del diluvio.
Honremos hoy nosotros, por nuestra parte, el bautismo de Cristo, y celebremos con toda honestidad su fiesta.
Ojalá que estéis ya purificados, y os purifiquéis de nuevo. Nada hay que agrade tanto a Dios como el arrepentimiento y la salvación del hombre, en cuyo beneficio se han pronunciado todas las palabras y revelado todos los misterios; para que como astros en el firmamento, os convirtáis en una fuerza vivificadora para el resto de los hombres; y los esplendores de aquella luz que brilla en el cielo os hagan resplandecer, como lumbreras perfectas, junto a su inmensa luz, iluminados con más pureza y claridad por la Trinidad, cuyo único rayo, brotado de la única Deidad, habéis recibido inicialmente en Cristo Jesús, Señor nuestro, a quien le sean dados la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
Oración
Juan está bautizando, y Cristo se acerca; tal vez para santificar al mismo por quien va a ser bautizado; y sin duda para sepultar en las aguas a todo el viejo Adán, santificando el Jordán antes de nosotros y por nuestra causa; y así, el Señor, que era espíritu y carne, nos consagra mediante el Espíritu y el agua.
Juan se niega, Jesús insiste. Entonces: Soy yo el que necesito que tú me bautices, le dice la lámpara al Sol, la voz a la Palabra, el amigo al Esposo, el mayor entre los nacidos de mujer al Primogénito de toda la creación, Él había saltado de júbilo en el seno materno, al que había sido ya adorado cuando estaba en Él, Él que era y habría de ser precursor al que se había manifestado y se manifestará.
Soy yo el que necesito que tú me bautices; y podría haber añadido: «Por tu causa». Pues sabía muy bien que habría de ser bautizado con el martirio; o que, como a Pedro, no sólo le lavarían los pies.
Pero Jesús, por su parte, asciende también de las aguas; se lleva consigo hacia lo alto al mundo, y mira cómo se abren de par en par los cielos que Adán había hecho que se cerraran para sí y para su posteridad, del mismo modo que se había cerrado el paraíso con la espada de fuego.
También el Espíritu da testimonio de la divinidad, acudiendo en favor de quien es su semejante; y la voz desciende del cielo, pues del cielo procede precisamente Aquel de quien se daba testimonio; del mismo modo que la paloma, aparecida en forma visible, honra el cuerpo de Cristo, que por deificación era también Dios. Así también, muchos siglos antes, la paloma había anunciado del diluvio.
Honremos hoy nosotros, por nuestra parte, el bautismo de Cristo, y celebremos con toda honestidad su fiesta.
Ojalá que estéis ya purificados, y os purifiquéis de nuevo. Nada hay que agrade tanto a Dios como el arrepentimiento y la salvación del hombre, en cuyo beneficio se han pronunciado todas las palabras y revelado todos los misterios; para que como astros en el firmamento, os convirtáis en una fuerza vivificadora para el resto de los hombres; y los esplendores de aquella luz que brilla en el cielo os hagan resplandecer, como lumbreras perfectas, junto a su inmensa luz, iluminados con más pureza y claridad por la Trinidad, cuyo único rayo, brotado de la única Deidad, habéis recibido inicialmente en Cristo Jesús, Señor nuestro, a quien le sean dados la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
Oración
Dios
todopoderoso y eterno, que el Cielo se abra sobre nuestras Vidas y
Conciencias, sobre nuestra Inteligencia, Voluntad y Corazón, y así
podamos santificar tu Santo Nombre todos los días, y podamos merecer
tu Unción Bautismal y el título de tus hijos adoptivos. Amén.
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