Tercera
Feria, 26 de Abril
SANTOS
3ª Papa CLETO (90DC) (=ANACLETO)
Y
29ª Papa MARCELINO (304DC) (=MARCELO)
Mártires
Breve
Son los Papas que vivieron durante la vigencia del Imperio Romano de Occidente. Velaron por mantener unido al rebaño del Señor en épocas oscuras, de gran tribulación.
Son los Papas que vivieron durante la vigencia del Imperio Romano de Occidente. Velaron por mantener unido al rebaño del Señor en épocas oscuras, de gran tribulación.
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FRANCISCO
MARTÍN HERNÁNDEZ
El
Martirologio y el Breviario romano han unido en un mismo día la
conmemoración de estos dos papas y mártires, considerándoles como
pontífices distintos de otros dos, Anacleto y Marcelo, que llevan un
nombre casi parecido, y cuya semejanza ha servido de tema de
discusión a los entendidos en la historia de la Iglesia.
De los
antiguos catálogos de los papas, los más antiguos, como el de San
Ireneo (siglo III), Eusebio (siglo IV), San Epifanio, San Jerónimo y
San Agustín, hacen de Cleto y Anacleto un solo personaje, que,
siguiendo a San Lino en el Pontificado, viene a ser con ello el
tercero de los papas.
Más
tarde, en el Catálogo Liberiano (siglo IV) y en el Líber
Pontificalis (siglo VI), se hace ya distinción entre estos dos
nombres, dándose a Cleto el tercer lugar y el quinto a Anacleto en
la sucesión del Príncipe de los Apóstoles. Esta separación se
debió, tal vez, en época posterior a escrúpulos de exactitud,
suposición confirmada por los recientes estudios llevados a cabo por
el alemán Er. Caspar sobre la vida de los primeros papas.
De aquí
que, siguiendo la opinión más extendida entre los críticos
modernos, también nosotros tomaremos el nombre de Cleto por el de
Anacleto, identificando con ello, y en ambos nombres, al tercer papa
que sucedió a San Lino en la silla de San Pedro.
Algo
parecido ocurre a su vez con el papa San Marcelino, ya que, según
unos documentos, a San Cayo le siguen dos pontífices distintos
llamados Marcelino y Marcelo, mientras, según otros, tal vez la
mayoría, solamente le siguió uno, que es el papa que estudiamos,
San Marcelino.
No se
trata, por tanto, de probar la existencia o no existencia de este
Santo, que es admitida por todos, sino de ver si de nuevo nos
hallamos ante un solo papa o bien ante dos.
Como es
sabido, entre los romanos los nombres de Marcelo, Marcelino o
Marceliano vienen a ser uno mismo, tomado con diversas variantes. De
una inscripción del siglo IV deducimos con toda claridad que, a
fines de este siglo y principios del siguiente, hubo un papa que
llevaba por nombre Marcelino, aunque para designarle se usaran a
veces los otros de Marcelo y Marceliano.
Solamente
los catálogos posteriores (el Liberiano y el Liber Pontificalis)
empiezan a confundirles y a señalar dos papas independientes. Hoy,
sin embargo, como en el caso de Cleto y Anacleto, todos se inclinan a
admitir la existencia de un solo Marcelino, que en el año 296 sucede
a San Cayo en la cátedra de San Pedro.
San Cleto
o Anacleto nace, según los documentos aludidos, en Atenas, y ya de
muy joven es convertido a la fe cristiana por el mismo San Pedro,
quien pronto le ordena de diácono, y poco más tarde de presbítero.
Tal vez seguirá al apóstol en sus correrías evangélicas, hasta
que llega a Roma, donde forma parte, desde el primer momento, de
aquel grupo de selectos o colaboradores que tenía San Pedro en la
ciudad de los Césares. No es de extrañar que a ellos —a Lino, su
sucesor; a Anacleto y a Clemente— les confiara de vez en cuando el
gobierno de la Iglesia romana, mientras él iba recorriendo las
distintas cristiandades.
Por el año
76, y habiendo muerto el sucesor de San Pedro, San Lino, es escogido
Anacleto por la comunidad de fieles para sucederle en la cátedra,
empezando con ello su pontificado, que había de extenderse hasta el
año 88, según unos, o hasta el 90, según otros.
Duros
tiempos le toca vivir, cuando a los trabajos de consolidación de las
primeras cristiandades se iban uniendo las fatigas de la persecución,
que no hacía mucho se había desencadenado. Anacleto, como buen
pastor, vigila y ora con los perseguidos, a quienes reúne en las
catacumbas para celebrar los divinos oficios. Él mismo,
como posteriormente haría San Dámaso, decora las tumbas de los
apóstoles, y especialmente la de San Pedro, que había sido
enterrado en la colina del Vaticano. En ella hace construir una
especie de túmulo o "memoria” que sirviera para señalar a
las generaciones futuras el lugar exacto de la tumba del primer papa.
Nuestro
Santo aparece, por otra parte, como un Pontífice de la Iglesia
romana y universal, con ciertos decretos llenos de interés, usando
en sus cartas el saludo, que habían de adoptar sus sucesores, de
"Salud y bendición apostólica",
y, como casi todos los primeros pastores de la Iglesia, iba a
manifestar con su vida la doctrina de Cristo que predicaba.
Por este
tiempo había sucedido en el Imperio el emperador Domiciano (81-86),
que al fin de su vida, y echando abajo la templanza característica
de su familia, los Flavios, iba a distinguirse como uno de los
perseguidores más cruentos de los cristianos.
Que en su
reinado padeciera el martirio San Anacleto es indudable, aunque no
nos queden noticias precisas del modo y la fecha en que lo sufrió.
La Iglesia, sin embargo, le ha concedido siempre el título de
mártir, habida cuenta de los trabajos que tuvo que padecer. Fue
enterrado en la misma colina del Vaticano, junto al sepulcro de San
Pedro, a quien tan de cerca había seguido en su vida.
La
Iglesia romana celebra también la fiesta de San Marcelino el 26 de
abril y, aunque siempre se ha creído que su muerte tuvo
lugar el 24 de octubre del año 304, parece probable que padeciera
martirio en esta fecha del 26 de abril del mismo año, cuatro días
precisamente después de la publicación del cuarto edicto de
persecución decretado por Diocleciano.
Este
emperador, llevado por un falso concepto de la grandeza del Imperio,
que exigía acabar con toda la raza de cristianos, empieza su
persecución general en el año 303, en Oriente, y pronto la extiende
a todas las provincias del Imperio y a la misma Roma. Regía entonces
los destinos de la Iglesia San Marcelino, que había sucedido a San
Cayo el 30 de junio del año 296.
Su
gobierno iba a durar ocho años y se iba a caracterizar por una serie
de luchas, tanto interiores como exteriores. De una parte
agobiaban a los cristianos los diversos decretos de persecución, el
último de los cuales obligaba a todos los súbditos del emperador a
que sacrificasen y ofreciesen públicos sacrificios a los dioses.
En Roma se
desencadena una terrible persecución, que abarca tanto a las
jerarquías como al simple pueblo, ya fueran mujeres o niños.
Algunos ceden, y éste era el peligro interior de la Iglesia, ante
tanto miedo y fatiga, y fueron numerosos los que llegaron a ofrecer,
siquiera fuera como símbolo meramente externo, el incienso ante el
altar de los dioses paganos.
Todo
ello dio origen a que se formara en la Iglesia un grupo de los
llamados "lapsos", que aparentemente aparecían como
apóstatas, si bien estuvieran siempre dispuestos a entrar de nuevo
en el seno de la Iglesia. Ante el problema de recibirlos
de nuevo o no, surgen dos trayectorias marcadamente definidas. De una
parte están los intransigentes, los eternos fariseos, que negaban el
perdón con el pretexto de no contaminarse con los caídos.
De
otra parte, y ésta fue la posición de San Marcelino, a ejemplo del
Buen Pastor del Evangelio, están los que trataban de dulcificar la
posición de los que habían sacrificado, recibiéndoles de nuevo a
la gracia de la penitencia. Por esta conducta es acusado
el Papa de favorecer la herejía y, aún más, se inventa la leyenda
de que él mismo había llegado a ofrecer incienso a los dioses para
escapar libre de la persecución.
En seguida
la secta de los donatistas, que en este tiempo empieza a luchar
encarnizadamente contra la fe católica y contra los pontífices de
Roma, propala la calumnia de que también San Marcelino había
prevaricado, aunque después, arrepintiéndose, se hubiera declarado
cristiano ante el tribunal, padeciendo martirio por esta causa.
La
leyenda, como tantas otras, fue admitida más tarde hasta por el
mismo Liber Pontificalis, y ampliada la inverosimilitud, con la
circunstancia de que San Marcelino se había presentado nada menos
que delante de 300 obispos en el sínodo de Sinuessa, para escuchar
de sus labios su propia sentencia.
El
lapsus de San Marcelino ha sido siempre desmentido, ya sea por el
silencio de los escritores contemporáneos y sucesivos, ya por el
fundamento de falsedad en que se apoyan los que lo afirman, y más
que todo por la fama de santidad que había gozado siempre este papa
entre los cristianos de los primeros siglos,
Los
peregrinos visitaban y veneraban su tumba, y el mismo San Agustín
escribía en su tiempo que los donatistas acusaron a Marcelino y a
sus presbíteros Melquíades, Marcelo y Silvestre, como mera
propaganda en su odio a Roma. Respecto de las actas del
sínodo de Sinuessa, está suficientemente probado que fueron
falsificadas en los principios del siglo VI, en tiempos del papa
Símaco, cuando el rey visigodo Teodorico, con el fin de que otro
sínodo pudiera juzgar legítimamente a este papa, y como no hubiera
precedentes anteriores, hace amañar unas actas falsificadas,
trayendo a colación lo que los donatistas habían propalado del
lapso" del papa San Marcelino. En cuanto al Liber Pontificalis
(c. a. 530), es sabido que en este caso toma sus noticias
precisamente de las actas falsificadas del sínodo de Sinuessa.
Los
hechos, sin embargo, fueron de otra manera. Ante el edicto general,
San Marcelino, que había regido sabiamente la Iglesia, agrandando
las catacumbas para dar mejor cabida a los cristianos —aún existe
en la de San Calixto una capilla llamada de San Marcelino—,
esforzando a todos con su ejemplo y su virtud, no
dudó, cuando le llegó el momento, en dar también su sangre por
Cristo. Llevado ante el tribunal, juntamente con los
cristianos Claudio, Cirino y Antonino, confiesa abiertamente su fe y
es condenado en seguida a la pena capital. Decapitado,
su cuerpo permanece veinticinco días sin sepultura, hasta que, por
fin, le encuentra el presbítero Marcelo y, reunida la comunidad, es
sepultado con toda piedad en el cementerio de Priscila, junto a la
vía Salaria, donde todavía se conserva.
Como
supremo mentís a la difamación que habían extendido sobre su vida
los herejes, fueron diseñados sobre su tumba los tres jóvenes
hebreos que, como el santo mártir, se negaron también a rendir
adoración a los ídolos delante de la estatua del rey asirio,
Nabucodonosor.
Oración:
Dios Todopoderoso y Eterno, concede por los méritos e
intercesión de los Papas San Anacleto y Marcelinos, la fortaleza,
prudencia y sabiduría para guiar a tu rebaño a los Papas Romanos y
los Patriarcas Ortodoxos hasta la llegada de tu Reino Celestial. A Tí
Señor que nos aseguraste que todos los cabellos en nuestra cabeza
han sido contados desde el Cielo. Amén.
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