Segunda
Feria, 25 de abril
SAN
MARCOS EVANGELISTA
Su
símbolo es el león alado
(68DC)
Breve
San
Marcos es judío de Jerusalén, acompañó a San Pablo y a Bernabé,
su primo, a Antioquia en el primer viaje misionero de éstos (Hechos
12, 25); también acompañó a Pablo a Roma. Se separó de ellos en
Perga y regresó a su casa. (Hechos 13,13).
Fue
discípulo de san Pedro, e intérprete del mismo en su Evangelio, el
segundo Evangelio canónico (el primero en escribirse). San Marcos
escribió en griego con palabras sencillas y fuertes. Por su
terminología se entiende que su audiencia era cristiana. Su
Evangelio contiene historia y teología. Se debate la fecha en que lo
escribió, quizás fue en la década 60-70 AD.
Juntos
con Pedro fueron a Roma. San Pedro por su parte se refería a San
Marcos como "mi hijo" (1P 5,13).
A
veces el Nuevo Testamento lo llama Juan Marcos (Hechos 12,12).
Evangelizó
y estableció a la Iglesia en Alejandría, fundando allí su famosa
escuela cristiana.
Murió
mártir aprox. el 25 de abril del 68 AD en Alejandría, y sus
reliquias están en la famosa catedral de Venecia.
Patrón
de los abogados, notarios, artistas de vitrales, cautivos, de
Egipto, Venecia, contra la impenitencia y las picaduras de insectos.
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SALVADOR
MUÑOZ IGLESIAS
Resulta
interesante y consolador reconstruir, a través de los datos
consignados por San Lucas en los Hechos de los Apóstoles, el
desarrollo de las primitivas comunidades cristianas.
La
de Jerusalén, que fue la primera —fundada el mismo día de
Pentecostés con los "casi tres mil" convertidos por el
primer sermón de San Pedro—, tenía varios centros de reunión, de
los cuales tal vez el principal era "la casa de María".
Vivía
esta buena mujer —acaso viuda, pues su marido no se nombra nunca—
en una casa espaciosa y bien amueblada, que, según todas las
probabilidades y los testimonios de la antigüedad, fue donde celebró
Jesús la última Cena, donde se reunieron los discípulos después
de la muerte del Señor y de su ascensión, y donde tuvo lugar la
venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles. Acaso era suyo
también el huerto de Getsemaní —"Molino de aceite"—,
en el monte de los Olivos, donde el Señor acostumbraba a pasar las
noches en oración cuando moraba en Jerusalén.
Era
la de María una familia levítica. Su marido había sido sacerdote
del templo de Jerusalén. Su hijo, según la costumbre helenista,
llevaba dos nombres: judío el uno y romano el otro. Se llamaba
Juan Marcos.
Juan
Marcos era muy niño cuando Jesús predicaba y tenía relaciones con
sus padres. La noche del prendimiento dormía
tranquilamente en la casita de campo de Getsemaní. Le despertó el
ruido de las armas y el tropel de las gentes que llevaban preso a
Jesús, y, envuelto en una sábana, salió a curiosear. Los soldados
le echaron mano. Pero él logró desenredarse de la sábana y huyó
desnudo.
Después
de Pentecostés siguió siendo la casa de María el centro de reunión
más frecuentado por los apóstoles y acaso la morada habitual de San
Pedro. Allí se hizo la elección de San Matías, allí se celebraba
la "fracción del pan", allí hacían entrega de sus
haberes los nuevos convertidos para que los apóstoles al principio,
y más tarde los diáconos, los distribuyesen entre los pobres.
Uno
de los primeros bautizados por San Pedro fue Juan Marcos, el hijo de
María, la dueña de la casa.
El
niño Juan Marcos del año 30 era ya un hombre cuando el año 44
decidió marcharse con su primo José Bar Nabu'ah a la ciudad del
Orontes. Era José hijo de una familia levítica establecida en
Chipre y primo carnal de Marcos. Sus padres le enviaron a Jerusalén
a los quince años para que estudiara las Escrituras a los pies de
Gamaliel, como Saulo, y acaso al mismo tiempo que éste. Era natural
que se hospedara en la casa de su tía. Allí le sorprendieron los
acontecimientos que dieron lugar a la fundación de la Iglesia
cristiana.
José
creyó desde el principio y quién sabe si hasta siguió al Maestro
en alguna de sus correrías. Los apóstoles aprovecharon muy pronto
para la catequesis entre los judíos su gran conocimiento de la Ley,
y, visto su celo en el desempeño de su ministerio, le apellidaron
Bernabé —"Bar Nabu'ah"—, el hijo
de la consolación o de la profecía, el hombre de la palabra
dulce e insinuante.
En
los comienzos de la fe en Antioquía fue enviado allí para predicar,
y allá reclamó la ayuda de su antiguo condiscípulo, ya convertido,
Saulo.
Ahora,
por los años 42 al 44, ante las profecías insistentes que
preanunciaban una grande hambre en Palestina, los fieles antioquenos
habían hecho una colecta para los de Jerusalén, y Bernabé y Saulo
habían venido a traerla. Se hospedaron, como era natural, en casa de
María.
Cuando,
cumplida su misión, volvieron a Antioquía se fue con ellos Juan
Marcos.
Un
día el Espíritu Santo pidió que Saulo y Bernabé emprendieran un
viaje de misión. Juan Marcos no acierta a separarse de su primo, y
marcha con Bernabé.
Acaso
por iniciativa de éste, explicable por su afecto hacia la patria
chica, se dirigen a Chipre. Atraviesan la isla de Salamina a Pafo,
bautizando, entre otros, al procónsul Sergio Paulo, y reembarcan
hacia las costas de Panfilia.
A
la vista del país escabroso e inhóspito que atravesaban, Juan
Marcos se acobardó. Acaso en el camino que separaba Attalía de
Perge sufrieron por parte de las bandas famosas de esclavos fugitivos
que infestaban los montes de Pisidia lo que San Pablo llamarla más
tarde, en su carta segunda a los corintios, "peligros de los
ladrones", "peligros de los caminos" o "peligros
de la soledad". Sobre todo pesaba mucho en el corazón aún
tierno de Marcos el recuerdo de su madre. Y desde Perge, sin
escuchar las razones de sus decididos compañeros, se volvió a
Jerusalén.
Cuando
el año 49 Pablo v Bernabé, a la vuelta de su primera misión,
hubieron de subir a Jerusalén para resolver en el primer Concilio
apostólico la cuestión de los judaizantes, volvieron, sin duda, a
la casa de María. Juan Marcos estaba pesaroso de no haberlos
acompañado y escuchaba con envidia la relación de sus aventuras
apostólicas. Bajó de nuevo con ellos a Antioquía.
A
los pocos días —escribe San Lucas en los Hechos de los Apóstoles—
le dijo Pablo a Bernabé:
"Volvamos
a visitar a los hermanos por todas las ciudades en las que hemos
predicado la palabra del Señor, y a ver qué tal les va.
Bernabé
quería llevar consigo también a Juan, llamado Marcos; pero Pablo
juzgaba que no debían llevarlo, por cuanto (en el primer viaje) los
había dejado desde Panfilia y no había ido con ellos a la obra.
Se
produjo cierto disentimiento entre ellos, de suerte que se separaron
uno de otro, y Bernabé, tomando consigo a Marcos, se embarcó para
Chipre, mientras que Pablo, llevando consigo a Silas, partió
encomendado por los hermanos a la gracia del Señor" (Act.
15,36-40).
Aquí
terminan los datos que sobre la vida del evangelista nos refieren los
Hechos de los Apóstoles.
No
sabemos cuánto duró este segundo viaje que San Marcos hizo en
compañía de su primo Bernabé. Poco debió de durar, porque la
tradición posterior nada nos dice de él, y, en cambio, todos los
testimonios antiguos nos hablan de su ministerio en compañía de San
Pedro.
A
raíz del concilio de Jerusalén bajó San Pedro a Antioquía, y, al
parecer, se hizo cargo del gobierno de aquella comunidad. Al regreso
del viaje segundo con Bernabé, San Marcos debió marchar a Roma con
San Pedro, que —no sabemos cuándo, pero ciertamente entre el 50 y
el 60— llegó a la capital del Imperio.
En
Roma se hallaba San Marcos cuando en la primavera del año 61 llegó
San Pablo, custodiado por el centurión Julio, a presentar su
apelación al César.
Para
estas fechas había ya escrito su Evangelio, que es el segundo de los
cuatro admitidos por la Iglesia. Un día en que Pedro exponía la
catequesis cristiana en casa del senador Pudente —padre de Santa
Pudenciana y Santa Práxedes— ante un selecto auditorio de
caballeros romanos, pidiéronle éstos a Marcos que, pues llevaba
muchos años en compañía de San Pedro y se sabía muy bien sus
explicaciones, se las escribiera para poder ellos conservarlas y
repasarlas en casa.
No
quiso hacerlo Juan Marcos sin contar antes con el apóstol; mas éste
—según el testimonio de San Clemente Alejandrino, que nos ha
conservado estos datos— ni lo aprobó ni se opuso. Más tarde,
cuando vio el Evangelio redactado por San Marcos, recomendó su
lectura en las iglesias, según refiere Eusebio.
Este
sencillo episodio nos demuestra la mentalidad de los apóstoles sobre
la Escritura como fuente de revelación. Sabido es que los
protestantes afirman ser la Sagrada Escritura la única fuente en la
que se contiene la doctrina revelada, y rechazan bajo este aspecto la
tradición de la Iglesia. Olvidan que Cristo no escribió nada y que
los Evangelios no contienen todo lo que Cristo hizo y enseñó. Por
la misma fuente que ellos admiten se les convence fácilmente de su
error.
Es
el propio San Juan quien nos asegura: "Muchas otras cosas
hizo Jesús, las cuales, si se escribiesen una por una, creo que este
mundo no podría contener los libros".
En
la predicación era otra cosa. Un día este tema y otro día otro,
unas cosas este apóstol y otras aquél, es seguro que entre todos no
dejaron de transmitir ni una sola de las enseñanzas que del Maestro
recibieron. La mayoría de ellos no escribieron nada. Los que lo
hicieron, lo hicieron ocasionalmente, como en las Epístolas, o
fragmentariamente, como en los Evangelios.
El
episodio de San Pedro y San Marcos demuestra que la preocupación
fundamental de los apóstoles y el medio en que todos pensaron
principalmente para la transmisión de sus enseñanzas fue la
predicación oral. A través de ella, y por tradición, se
han conservado en la Iglesia muchas cosas que no hallamos consignadas
en las Santas Escrituras. Y, consiguientemente, estamos en lo cierto
los católicos al admitir, contra los protestantes, como doble fuente
de revelación la Escritura y la Tradición.
Un
resumen de la predicación catequística de San Pedro es el Evangelio
de San Marcos. Quizá por eso —y no porque sirviera al apóstol de
intermediario para entenderse con los romanos— le llamaron San
Papías y San Ireneo, y con ellos toda la tradición posterior, "el
intérprete de Pedro".
De
la estancia de San Marcos en Roma y de sus ulteriores viajes sabemos
muy poco. En Roma seguía cuando, hacia el año 62, San Pablo enviaba
recuerdos de él a los colosenses (4,10) y a Filemón (24),
anunciándoles el próximo viaje de San Marcos a Colosas. Y en Efeso
se encontraba hacia el 67, cuando el mismo San Pablo, cautivo por
segunda vez, escribía la última carta a Timoteo, rogándole se
viniese a Roma con Marcos, cuyos servicios echaba de menos.
Se
le atribuye la fundación de la Iglesia de Alejandría.
Tras
largo tiempo de predicación muy fructuosa le sobrevino la
persecución y el martirio.
Aquel
año coincidió el domingo de Pascua con la Fiesta de Serápides en
el 24 de abril, que los egipcios llamaban Farmuti. Los paganos,
enfurecidos por los éxitos del evangelista, que estaba dejando
vacíos sus templos, creyeron prestar un servicio a su diosa si en el
día de su fiesta se deshacían de él.
Le
prendiéron por la noche. mientras celebraba los divinos oficios, y,
atándole al cuello una soga, le llevaron a la cárcel, mientras
entre danzas lascivas y gestos de borrachos clamaban a coro:
—¡Llevemos
este búfalo al abrevadero!
Allí
pasó la noche, y fue reconfortado con una visión de Jesús, que le
animaba al martirio.
Cuando
a la mañana siguiente le llevaban, igualmente con la soga al cuello,
al lugar del suplicio, entregó su alma a Dios, repitiendo las
palabras del Maestro en la Cruz:
—En
tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.
Oración:
Dios Todopoderoso y Eterno, que suscitaste entre tus hijos al león
San Marcos, concédenos que por sus méritos e intercesión, la
fortaleza de su corazón y la obediencia al Sumo Pontífice Romano, a
quien él acompañó hasta su martirio. A Tí Señor que oraste por
todos nosotros en el huerto de Getsemaní en la noche del
prendimiento. Amén.
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