30 de Agosto 2023
María de
los Ángeles Ginard Marti
(1894-1936)
Beata y Mártir
Religiosa
de las Hermanas Celadoras de Culto Eucarístico, nació en Llucmajor,
Mallorca, España, el 3 de abril de 1894. A los dos días, siguiendo
la costumbre cristiana de la época, de bautizar a los niños al poco
de nacer, la llevaron a la pila bautismal, de la parroquia de San
Miguel de Llucmajor, imponiéndole el nombre Ángela Benita
Sebastiana Margarita, pero usaba en el siglo el de Ángela, y al
entrar en religión el de María de los Ángeles.
Fueron sus
padres don Sebastián Ginard García, que pertenecía al cuerpo de la
Guardia Civil, y en el que alcanzó el grado de capitán, y su madre
doña Margarita Martí Canals. Ambos procedían de familias
mallorquinas muy católicas, y en ese ambiente religioso, formaron su
hogar, y educaron a los nueve hijos, de los que María de los Ángeles
ocupaba el tercer lugar.
La niñez de María de los Ángeles
transcurrió entre Llucmajor, Palma y Binisalem. En este último
pueblo, hizo su primera comunión, el día 14 de abril de 1905. En
torno a este acontecimiento, empezó a sentirse inclinada, a una
piedad cristiana, con tendencia hacia la vida religiosa, la cual
estaba motivada, por las visitas que con su madre, hacía a dos tías
monjas, sobre todo a la que estaba en el monasterio, de las jerónimas
de San Bartolomé de Inca.
La juventud la pasó en Palma de
Mallorca, donde se trasladó la familia buscando trabajo, para
mejorar la situación económica, que era escasa para sacar adelante
una familia tan numerosa. María de los Ángeles, y sus dos hermanas
mayores, se dedicaros a bordar, y a confeccionar sombreros de
señoras.
Con estas labores, que realizaban en el hogar por
encargo, y cuando estos le faltaban para vender después, conseguían
unos ingresos económicos muy necesarios, para un digno bienestar de
la familiar. Esta ocupación, no la liberaban de los trabajos propios
del hogar, y de la atención a los hermanos pequeños. Hacia éstos,
María de los Ángeles se volcó en la atención y en la formación
religiosa: les enseñaba a rezar el catecismo; le leía la historia
Sagrada, y la de los primeros mártires cristianos.
Se
levantaba temprano, para oír misa y comulgar en la iglesia del
Socorro, o en la vecina parroquia de la Santísima Trinidad, donde
estaba su director espiritual, el padre Sebastián Matas. Durante el
día, hacía la visita al Santísimo Sacramento, expuesto en el
Centro Eucarístico, rezaba el santo Rosario, hacía oración
particular, y se daba a otras devociones particulares.
El plan
de vida espiritual, que llevaba María de los Ángeles, la apartaba
de las diversiones propias de su edad, y la iba centrando en la
vocación que sentía desde su niñez. Así, cuando contaba unos
veinte años de edad, pidió permiso a sus padres, para ingresar en
el monasterio de las jerónimas, de San Bartolomé de Inca.
Éstos
le aconsejaron que era muy joven, que lo pensara bien, y dejara la
decisión para más tarde. Con estos consejos, no trataban de
oponerse a su hija, sino retenerla por un tiempo en el hogar, pues la
necesitaban, pues el dinero ganado de su trabajo, les era necesario,
para sacar adelante con dignidad a los hermanos menores. María de
los Ángeles comprendió a sus padres, y sin perder la ilusión, de
entregarse a Dios en una vida consagrada, supo
esperar.
Transcurridos unos años, y viendo que las
circunstancias familiares anteriores había cambiado, volvió a pedir
permiso a los padres, quienes se lo dieron gustosos.
Obtenido
el consentimiento de los padres, ingresó en el postulantado de las
Hermanas Celadoras, del Culto Eucarístico de Palma de Mallorca, el
26 de noviembre de 1921. Muy pronto se adaptó a la nueva vida. La
adoración al Santísimo Sacramento, que es fin primordial del
instituto, en el que había ingresado, le llenaba; era su vida de
donde sacaba fuerzas, para los trabajos comunitarios de masar el pan
para la misa, confeccionar y bordar ornamentos sagrados, preparar los
niños para la primera comunión, y para lograr una convivencia
comunitaria, volcándose en caridad a sus hermanas religiosas, las
cuales la tenían por religiosa muy ejemplar, abierta y cordial, que
se caracterizaba por su sencillez, piedad, y sobre todo, por la
obediencia y docilidad, en aceptar los cargos y traslados, que sus
superioras disponían.
Después del año de noviciado, y de
los tres primeros años de profesión temporal, fue destinada a
Madrid, luego a Barcelona, y nuevamente a Madrid, desempeñando en
esta última casa, siempre el oficio de procuradora o administradora
del convento.
Al estallar la Guerra Civil Española de 1936,
sor María de los Ángeles, se encontraba en Madrid. Los
acontecimientos previos a la guerra, eran alarmantes para la Iglesia
y sus miembros. La persecución religiosa se manifestó abiertamente,
con quema de iglesias y conventos, y con amenazas a los sacerdotes,
religiosos y fieles católicos.
En estas circunstancias, a
sor María de los Ángeles, le apenaba la destrucción y amenazas que
habían emprendido los perseguidores, “por odio a la fe”, por
todo lo relacionado con Dios, y con la Iglesia. En la adoración a
Jesús Sacramentado, pedía por una solución a estos problemas, y
firme en la fe, ofrecía, si esa era la voluntad de Dios, su vida en
martirio, por el triunfo de Cristo.
Cuando las religiosas,
vieron la necesidad de salir del convento, vestidas de seglares, se
encontraban con el nerviosismo típico del momento, sor María de los
Ángeles, con serenidad, las tranquilizaba a la vez que les decía:
«Todo lo que nos pueden hacer a nosotras es matarnos, pero
esto...» Es decir, lamentaba más la persecución y destrucción
de lo religioso, que el que la matasen.
El día 20 de julio de
1936, las religiosas salieron vestidas de seglares del convento. A
sor María de los Ángeles, le tocó refugiarse en la vivienda de una
familia, en la calle Monte Esquinza número 24. Desde allí, por la
proximidad, vio el saqueo de la iglesia y del convento, y la
destrucción de imágenes objetos de culto. En este refugio,
permaneció hasta el día 25 de agosto por la tarde, en que los
milicianos anárquicos, por acusación del portero, que era de ellos,
fueron a detenerla.
En el momento de la detención, apresaron
a doña Amparo, hermana de la dueña de la casa que le acogía, y sor
María de los Ángeles llevada por caridad y bondad, dijo a los
milicianos: “esta señora no es monja, dejadla, la única monja
soy yo”. Con estas palabras confesó su condición de
religiosa, y salvó la vida a esta señora.
Detenida la
llevaron a la checa de Bellas Artes, y el día 26 de agosto de 1936,
al anochecer, según acostumbraban los perseguidores, en los primeros
meses de la guerra, le dieron el “paseillo” a la Dehesa de la
Villa donde la fusilaron, pues a la mañana del día siguiente, el
Poder Judicial levantó el cadáver.
Sus restos mortales,
fueron enterrados en el cementerio de la Almudena, y después de la
guerra, el 20 de mayo de 1941, fueron exhumados, y trasladados al
panteón de las Hermanas del Culto Eucarístico, del mismo
cementerio, de donde el 19 de diciembre de 1985, fueron trasladados
al convento de las Hermanas Celadoras del Culto Eucarístico, de la
calle Blanca de Navarra, número 9, de Madrid. Y recientemente, el 3
de febrero de 2005, han sido colocados en la iglesia capilla de este
convento.
El proceso de canonización por martirio, en su fase
diocesana fue abierto en Madrid el 28 de abril de 1987, y clausurado,
también en Madrid, el 23 de marzo de 1990. El 19 de abril de 2004,
su Santidad Juan Pablo II, aprobó la publicación del decreto sobre
el martirio para su beatificación.
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