30 de Agosto 2023
Beato
Alfredo Ildefonso Schuster
(1880-1954)
Abad y Obispo
En
Venegone, cerca de la ciudad de Varese, en Italia, beato Alfredo
Ildefonso Schuster, obispo, que de abad de San Pablo de Roma, fue
elevado a la sede episcopal de Milán, donde con gran solicitud y
diligencia desempeñó, con admirable sabiduría y doctrina, su
ministerio de pastor deparó en el bien de su pueblo.
Alfredo
Ludovico Schuster, nació en Roma el domingo 18 de enero de 1880,
entonces fiesta de la Cátedra de San Pedro, en el seno de una
familia bávara; y bautizado dos días después, 20 de enero, en el
bautisterio de San Juan de Letrán.
Su padre, Juan, había
emigrado a Roma, como sastre del ejército papal, creado para la
defensa de Roma, en plena unificación italiana, y durante
veinticinco años presta su servicio, al ejército pontificio.
Se
había casado en segundas nupcias con Ana Maria Tuzner, y aunque
atendían un pequeño negocio romano, vivían en extrema pobreza
económica. Después de Alfredo, nació su hija Julia; y a los pocos
años, la deficiente salud del padre, le conduce a la muerte, el 19
de septiembre de 1889.
La madre busca trabajo, en casa del
barón Pfiffer d’Altishofen, coronel de la Guardia Suiza, quien
muestra interés por el huérfano niño, y en 1891 facilita su
ingreso como alumno, en el monasterio benedictino de San Pablo
Extramuros.
A sus once años, Alfredo muestra interés y
dotes, para la formación académica, y la vida monástica. Se
muestra aplicado en los estudios, y muestra desde niño, su aprecio
por el arte antiguo de la Urbe. Los domingos, por ejemplo, solía
visitar las catacumbas de la via Apia, y recogía inscripciones y
epitafios, de estos antiguos cementerios cristianos. En la vida
espiritual fue formado, entre otros, por los grandes maestros, beato
Plácido Riccardi y Bonifacio Oslander, que le iniciaron en la
oración, la ascesis y la liturgia.
Con la primera profesión
religiosa, el 13 de noviembre de 1898, inicia su noviciado,
recibiendo el nombre de Ildefonso. Estudia filosofía, en el Colegio
de San Anselmo de Roma, donde conoce a don Hildebrando de Hemptienne,
abad alemán, representante de los benedictinos del mundo, y gran
erudito en el ámbito de la liturgia y del arte sacro.
Sus
aptitudes litúrgicas, le permiten también en estos años,
presenciar importantes acontecimientos eclesiales, como la solemne
apertura, de la puerta santa de San Pablo Extramuros, en el jubileo
del año 1900, en la que ejerció como ceremoniero.
Serán
unos años muy significativos a nivel personal: en 1902 emite su
profesión monástica; y un año más tarde, el 28 de mayo de 1903,
concluye su tesis doctoral en filosofía; y al año siguiente es
ordenado sacerdote.
Tras estos acontecimientos, pasa unos
años en el monasterio de Montecasino, donde completa sus estudios
literarios, y a sus veintiocho años, es nombrado profesor de
historia, maestro de novicios, y posteriormente procurador general,
de la Congregación benedictina casinense.
A partir de este
momento, podríamos sintetizar su ingente labor en tres áreas:
académica, monacal y pontificia. En primer lugar, su valía y
excelente formación humanística, filosófica y teológica, favorece
su temprana dedicación al ámbito académico, como profesor e
investigador.
En 1910, es profesor en la Pontificia Escuela
de Música Sacra; en 1917 en el Pontificio Instituto Oriental, -por
deseo expreso del Papa Benedicto XV-, del que llega a ser presidente;
en la Pontificia Comisión de Arte Sacro; compaginando estas tareas,
con sus clases en el Pontificio Colegio de San Anselmo, cuya cátedra
de Historia y Patrística, regenta desde 1914.
Alterna su
dedicación académica, con estudios de investigación en historia
eclesiástica, arqueología cristiana y liturgia. Fruto de este
interés y trabajo, es la publicación de los nueve volúmenes del
Liber sacramentorum en 1919. Es una obra enciclopédica, donde
sintetiza y expone científicamente, la reflexión eclesial sobre la
liturgia católica; en continuidad con el movimiento litúrgico
europeo. En Italia contribuyó a difundir, el amor por la piedad
litúrgica de la Iglesia, y a impulsar el renacimiento litúrgico,
tan deseado por los estratos intelectuales y monásticos de la
Iglesia.
En segundo lugar, hay que destacar sus
responsabilidades, tanto en los monasterios en los que vivió, como
en la orden benedictina. En abril de 1918, siendo aún muy joven, fue
elegido abad ordinario, de San Pablo Extramuros.
Durante su
abadiato, restauró la abadía de Farfa, y la reformó hasta
convertirla, en un centro de oración y estudio. En 1920, la asamblea
de abades benedictinos, le nombra miembro del consejo del Primado de
la Orden; y los Padres Casineneses, le eligen Procurador General de
su Congregación ante la Curia Romana.
En tercer lugar, hay
que destacar, su colaboración y dedicación esmerada, al servicio de
diversos organismos de la Santa Sede. El Papa Benedicto XV, le nombra
Consultor de las sagradas Congregaciones de Ritos y Causas de los
Santos; y presidente de la Comisión Pontificia de Arte Sacro.
Pío
XI, le incorpora a la Sagrada Congregación de Estudios y
Universidades, y le incorpora al grupo de cinco personas, que con el
Papa, componen el nuevo formulario para la misa, y el oficio de la
solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús.
Le envía como
Visitador Apostólico Extraordinario, a los seminarios de Lombardía
y Campaña; así como varios colegios internacionales, entre ellos,
el Pontificio Colegio Español de San José de Roma. Culmina esta
etapa el 26 de junio de 1929, cuando el Papa Pío XI, le elige pastor
de la que había sido su última diócesis, y le nombra el 139º
arzobispo de Milán; apenas un mes después, en el consistorio del 15
de julio, le crea cardenal presbítero, del título de los Santos
Silvestre y Martín ai Monti, antiguo monasterio benedictino, que fue
el título cardenalicio de Pío XI; y el 21 de julio siguiente fue
ordenado obispo, por el propio Papa en la Capilla Sixtina. Es
evidente la estima y confianza, que Pío XI tenía en él.
Desde
este día, se entrega a su diócesis como un pastor celoso, siendo
admirado por su dedicación pastoral. Durante la segunda guerra
mundial, permaneció en el Milán ocupado por las tropas alemanas,
para evitar la destrucción de la ciudad, y socorrer el sufrimiento y
la miseria, provocadas por el conflicto.
Convocó cinco
sínodos diocesanos, un concilio provincial, dos congresos
eucarísticos y marianos; escribió numerosas cartas pastorales a la
Diócesis; y trató de estar cercano a todos, mediante las casi cinco
veces, que recorrió toda la vasta diócesis ambrosiana, en visita
pastoral.
Por encargo de Pío XI, reestructuró los diversos
seminarios milaneses, construyendo el Seminario de Venegono,
inaugurado en 1935; que se convertirá en un centro de renovación
teológica y espiritual, de seminaristas y sacerdotes, especialmente
del clero joven.
Fomentó también, la formación cristiana
de todo el pueblo, a través de la prensa católica, y centros
culturales como el Ambrosianeum, instituto dedicado al estudio de San
Ambrosio, y el Didascaleion, instituto de música sagrada.
Pero
el Beato Schuster destacó, sobre todo, como liturgo; por su modo de
vivir, y presidir las celebraciones litúrgicas. Al cuidado esmerado
de las celebraciones, correspondía una honda espiritualidad y
dignidad, que invitaba a todos a la alabanza divina. Esta honda
espiritualidad litúrgica, impactó a muchos de sus contemporáneos.
Es la espiritualidad del monje, llamado a ser pastor; del
austero hombre de oración, convertido en incansable apóstol; del
obispo que comprende su ministerio episcopal, como un ministerio de
santificación.
A sus 74 años, es obligado por los médicos,
a tener unos días de reposo y descanso veraniego, para fortalecer su
debilidad física. Se retiró a su querido seminario de Venegono, y
allí murió en la madrugada del 30 de agosto de 1954.
Fue
enterrado, en la catedral metropolitana de Milán. El 12 de mayo de
1996, a los cuarenta años de su muerte, fue beatificado por el papa
Juan Pablo II.
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