29 De Agosto
Beato
Ricardo Herst
Mártir
(1535-1681)
En
Lancaster, en Inglaterra, beato Ricardo Herst, mártir, padre de
familia y labrador, que acusado falsamente de un homicidio, por su fe
en Cristo, fue condenado a morir en la horca, en tiempo del rey
Jacobo I.
Al día siguiente del martirio, de san Edmundo
Arrowsmith en Lancaster, fue ejecutado en la misma ciudad el beato
Ricardo Herst.
Su historia es una de las más
extraordinarias, entre las de los mártires de Inglaterra y Gales. La
razón aparente de su ejecución, fue un asesinato premeditado.
Ricardo Herst (o Hurst, o Hayhurst) nació cerca de Preston,
probablemente en Broughton, en fecha desconocida. Con los años llegó
a ser un próspero agricultor.
En 1628, el obispo de Chester,
envió a tres hombres -Norcross, Wilkinson y Dewhursta- a arrestarle,
por haberse negado a prestar el juramento de fidelidad. Ricardo se
hallaba en las labores del campo. Cuando Norcross le presentó la
orden de aprehensión, Wilkinson le golpeó con una estaca.
Una
joven, que trabajaba en el otro extremo del campo, corrió a llamar a
su ama, la que acudió al punto, con un criado y otro hombre. Los
policías se enfrentaron a los dos hombres, y Wilkinson puso a ambos
fuera de combate.
Entonces la joven (cuyo nombre ignoramos)
dio a Dewhurst un golpe en la cabeza, y los policías emprendieron la
fuga. Pero Dewhurst, «medio atontado por el golpe, y no queriendo
quedarse atrás de su compañero, corrió alocadamente por el campo
barbechado, y se rompió una pierna.
La fractura se infectó,
y Dewhurst murió trece días más tarde, no sin haber declarado, que
su caída había sido completamente accidental. A pesar de ello,
Ricardo Herst fue acusado de asesinato voluntario, ante Sir Henry
Yelverton. Aunque los testigos y las investigaciones de la policía,
probaron que Herst era inocente, el juez le declaró culpable.
El
jurado se negó, al principio, a apoyar la sentencia del juez, pero
éste le explicó en privado que era necesario «hacer un
escarmiento».
Se envió entonces al rey Carlos I, una
petición de indulto, con el apoyo de la reina María Enriqueta, pero
la influencia del juez no dejó de pesar. Finalmente, se ofreció la
libertad a Ricardo, con tal que prestase el juramento condenado por
la Santa Sede.
Ello basta, para probar que la acusación de
asesinato, era un simple pretexto. Se conservan todavía, tres cartas
del beato a su confesor. En una de ellas dice: «Os ruego que os
ocupéis de mis pobres hijitos, y que exhortéis a mis amigos a pagar
mis deudas. Haced que mis acreedores se enteren, de que mi mayor
deseo en este mundo, es pagarles en cuanto mis medios me lo
permitan».
En otra carta dice: «Aunque la carne es
débil y timorata, mi alma encuentra mucho consuelo, en ponerse con
gran amor, en las manos dulces del Salvador. Considerando lo que Él
hizo y sufrió por mí, mi mayor deseo es sufrir por Él. Y antes,
quisiera morir mil veces, que poseer un reino entero, y vivir en
pecado mortal; porque, por amor de mi Salvador, nada odio tanto como
el pecado».
Al dirigirse al sitio de la ejecución,
Ricardo volvió los ojos, hacia el sitio del castillo, en el que se
había colocado, la cabeza de San Edmundo Arrowsmith y dijo: «He
ahí la cabeza del bendito mártir, que enviásteis a prepararme el
camino». Después se volvió hacia el ministro protestante que
le interrogaba y le dijo: «Yo creo todo lo que profesa la Santa
Iglesia católica».
Antes de subir al cadalso, oró unos
momentos. Viendo que el verdugo, vacilaba en echarle la cuerda al
cuello, le dijo: »Tomás, me parece que voy a tener que
ayudarte». El beato tenía, al morir, seis hijos, y su mujer
esperaba el séptimo.
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