Segunda
Feria, 6 de Mayo
Santo
Domingo Savio
(1842-1857)
Patrono
de los coros de niños, monaguillo.
"No
puedo hacer grandes cosas. Lo que quiero, es hacer aun las más
pequeñas, para la mayor gloria de Dios"
“Prefiero
morir antes que pecar”
"Esta
antorcha es la fe católica, que iluminará a Inglaterra"
Domingo
significa: "el que está consagrado al Señor"
Breve
En
1950, el mismo año en que fue canonizada la jovencita María
Goretti, mártir de la castidad, tuvo lugar la beatificación de
Domingo Savio, confesor de la fe, de catorce años de edad. Su
devoción a Jesús Sacramentado, y a la Santísima Virgen María
fueron proverbiales. Su canonización tuvo lugar en 1954.
Primeros
años y primera comunión
Doménico
Savio, nació en San Giovanni da Riva, Reino de Cerdeña, el 2 de
abril de 1842;-y voló a los cielos en Mondonio, Reino de Cerdeña, 9
de marzo de 1857.
Cuando
tenía solo unos veinte meses, sus padres Carlino Savio y Brígida
Gaiato, se trasladaron a Murialdo, donde nacieron sus hermanos. En
1847, su madre lo llevó a la iglesia, siendo párroco Juan Bautista
Zucca; allí aprendió a ayudar en misa, como monaguillo.
En febrero
de 1849, toda la familia se trasladó a Mondonio. Domingo, con siete
años, y una preparación y madurez poco común para su edad, recibió
el 8 de abril su primera comunión, en la parroquia de Castelnuovo de
Asti. Arrodillado al pie del altar, con las manos juntas, pronunció
los propósitos que venía preparando desde hace tiempo, y que
quedaron escritos en su devocionario:
Resoluciones
tomadas por mí, Domingo Savio, en el año de 1849, en el día de mi
Primera Comunión, a la edad de siete años:
1ª) Me
confesaré a menudo, y comulgaré tan frecuentemente como mi confesor
lo permita.
2ª) Deseo
santificar los domingos y fiestas en forma especial.
3ª) Mis
amigos serán Jesús y María.
4ª)
Prefiero morir antes que pecar.
En la Vita
escrita sobre Domingo Savio, años más tarde, San Juan Bosco afirmó,
que esos recuerdos fueron como una especie de guía para sus
acciones, hasta el final de su vida. Don Bosco encontraba en ellos,
una fórmula sencilla y completa, para la vida cristiana de los
jóvenes.
El maestro
que Domingo tuvo en 1853, cuando el niño contaba con once años de
edad, se expresó en estos términos:
“Puedo
decir que en todo este tiempo, no tuve en mi escuela un muchacho
parecido a Domingo, en la amistad con el Señor. Era joven de edad,
pero sensato como un adulto. Su dedicación constante al estudio, y
su cumplida bondad, atraían el afecto del maestro, y lo hacían
amigo de todos”.
Domingo
entra a formar parte de la familia de Don Bosco
Cuando
San Juan Bosco, empezó a preparar a algunos jóvenes para el
sacerdocio, con objeto de que le ayudaran en su trabajo, en favor de
los niños abandonados de Turín, el párroco de Domingo, le
recomendó al chico. San Juan Bosco, en el
primer encuentro que tuvieron los dos, se sintió muy impresionado,
por la evidente santidad de Domingo, quien ingresó en
octubre de 1854, en el Oratorio de San Francisco de Sales de Turín,
a los doce años de edad.
Uno
de los recuerdos imborrables que dejó Domingo en el Oratorio, fue el
grupo que organizó en él. Se llamaba la Compañía de María
Inmaculada. Sin contar los ejercicios de piedad, el
grupo ayudó a Don Bosco, en trabajos tan necesarios, como la
limpieza de los pisos, y el cuidado de los niños difíciles.
En
1859, cuando Don Bosco decidió fundar, la Congregación de los
Salesianos, organizó una reunión; entre los veintidós presentes,
se hallaban todos los iniciadores de la Compañía de la Inmaculada
Concepción, excepto Domingo Savio, quien había volado al cielo, dos
años antes.
Poco
después de su llegada al Oratorio, Domingo tuvo oportunidad, de
impedir que dos chicos se peleasen a pedradas. Presentándoles su
pequeño crucifijo, les dijo: "Antes
de empezar, mirad a Cristo y decid: ‘Jesucristo, que era inocente,
murió perdonando a sus verdugos; yo soy un pecador y voy a ofender a
Cristo, tratando de vengarme deliberadamente’. Después podéis
empezar, arrojando vuestra primera piedra contra mí".
Los dos bribonzuelos quedaron avergonzados.
Mucho
bien hizo a Domingo, la guía de Don Bosco
Domingo
observaba escrupulosamente el reglamento; y por supuesto, a algunos
de sus compañeros no les gustó, que el santo quisiese que ellos
observasen, el reglamento en la misma forma.
Le
llamaban chismoso, y le decían: "Corre a acusarnos con Don
Bosco"; con lo cual no hacían sino mostrar, cuán poco conocían
al fundador del Oratorio, que no soportaba a los chismosos. Muy
probablemente, Santo Domingo reía de buena gana en esas ocasiones,
pues era de un espíritu muy alegre,
cosa que algunas veces le creó dificultades.
Si
Domingo no tenía nada de chismoso, era en cambio, muy hábil para
contar cuentos; ello le daba gran ascendiente con sus compañeros,
sobre todo con los más jóvenes.
Fue
en verdad una feliz providencia de Dios, que Domingo cayese, bajo la
dirección de un director tan experimentado como Don Bosco, pues de
otro modo, se habría convertido fácilmente, en un pequeño
fanático.
Don
Bosco alentaba su alegría, su estricto cumplimiento del deber de
cada día, y le impulsaba, a participar en los juegos de los demás
niños. Así, Santo Domingo podía decir con verdad: "No
puedo hacer grandes cosas. Lo que quiero, es hacer aun las más
pequeñas, para la mayor gloria de Dios".
"La
religión debe ser como el aire que respiramos; no hay que cansar a
los niños con demasiadas reglas, y ejercicios de devoción"
-solía decir Don Bosco-. Fiel a sus principios, prohibió a Domingo,
que hiciese mortificaciones corporales, sin su permiso expreso,
diciéndole: "La penitencia que Dios
quiere, es la
obediencia. Cada día,
se presentan mil oportunidades de sacrificarse alegremente: el calor,
el frío, la enfermedad, el mal carácter de los otros. La vida de
escuela, constituye una mortificación suficiente, para un niño".
Una
noche, Don Bosco encontró a Domingo, temblando de frío en la cama,
sin más cobertor que una sábana. "¿Te has vuelto loco? -le
preguntó- Vas a coger una pulmonía". Domingo respondió:
"No lo creo. Nuestro Señor no cogió ninguna pulmonía, en
el establo de Belén".
Don
Bosco escribe la biografía de Santo Domingo Savio
La
fuente más importante, sobre la corta vida de Santo Domingo Savio,
es el relato que escribió, el mismo Don Bosco. El santo se esforzó,
por no decir nada, que no pudiese afirmar bajo juramento,
particularmente por lo que se refiere a las experiencias espirituales
de Domingo, tales como el conocimiento
sobrenatural del estado espiritual del prójimo, de sus necesidades,
y del futuro.
En
cierta ocasión, Domingo desapareció durante toda la mañana, hasta
después de la comida. Don Bosco le encontró en la iglesia,
arrebatado en oración, en una postura muy poco confortable; aunque
había pasado seis horas en aquel sitio,
Domingo
creía, que aún no había terminado la primera misa de la mañana.
El santo joven, llamaba a esas horas de
oración intensa, "mis distracciones": "Siento
como si el cielo, se abriera sobre mi cabeza. Tengo que hacer, o
decir algo, que haga reír a los otros".
San
Juan Bosco, relata que las necesidades de Inglaterra, ocupaban un
lugar muy especial, en las oraciones de Domingo, y cuenta que en "una
violenta distracción", Domingo vio sobre una llanura cubierta
de niebla, a una multitud que avanzaba a tientas; entonces se acercó
un hombre, cubierto con una capa pontificia, y llevando en la mano
una antorcha, que iluminó toda la llanura, en tanto que una voz
decía: "Esta
antorcha es la fe católica, que iluminará a Inglaterra".
A instancias de Domingo, Don Bosco relató
el incidente al Papa Pío IX, quien declaró que eso le confirmaba en
su resolución, de prestar especial atención a Inglaterra.
Nuestro
Señor premió tanto amor, con gracias y carismas singulares. En otra
oportunidad, durante la misa, después de comulgar, quedó en éxtasis
hasta las dos de la tarde, en que Don Bosco lo sorprendió detrás
del altar mayor, elevado del suelo, y con la
mirada fija en la parte que daba al tabernáculo.
Despertado, preguntó si ya había terminado la misa. Las dulzuras
que en estos raptos disfrutaba, no se pueden expresar con palabras.
En
sus visitas y en sus comuniones, recibía a veces, mensajes para el
Papa, las autoridades, y hasta para el mismo Don Bosco.
Un
día, durante el cólera, le sacó urgentemente de su despacho, y lo
llevó a través de unas callejas, hasta una buhardilla, donde sin
que nadie se hubiera dado cuenta, agonizaba una enferma, la cual así
pudo ser asistida en su muerte. Preguntado cómo lo había sabido,
miró indefiniblemente a su director, y se echó a llorar. Éste
respetó su silencio.
Muere
el joven santo
La
delicada salud de Domingo empezó a debilitarse, y en 1857 fue
enviado a Mondonio, para cambiar de aire. Los médicos
diagnosticaron, que padecía de una inflamación en los pulmones, y
decidieron sangrarlo, según se acostumbraba en aquella época. El
tratamiento no hizo más que precipitar el desenlace.
Domingo
recibió los últimos sacramentos, y al anochecer del 9 de marzo,
rogó a su padre, que recitara las oraciones por los agonizantes. Ya
hacia el fin, trató de incorporarse, y murmuró: "Adiós, papá
... El padre me dijo una cosa ... pero no puedo recordarla . . ."
Súbitamente su rostro, se transfiguró con una sonrisa de gozo, y
exclamó: "¡Estoy viendo cosas
maravillosas!". Esas fueron sus últimas
palabras.
La
causa de beatificación de Domingo, se introdujo en 1914. Al
principio, despertó cierta oposición, por razón de la corta edad
del santo. Pero el Papa Pío X consideró, por el contrario, que eso
constituía un argumento en su favor, y su punto de vista se impuso.
Sin embargo, la beatificación no se llevó a cabo sino hasta 1950,
dieciséis años después de la de Don Bosco.
Fuente
bibliográfica:
"Vidas
de los Santos de Butler", vol. I y partes en letra itálica,
procedentes de: "Vidas de Santos (2)", del Padre Eliécer
Sálesman, (Santafé de Bogotá: Editorial Centro Don Bosco, 1994).
Ver
también enlace santodomingosavio.com.ar
Oración:
Dios Todopoderoso y Eterno, que suscitaste a Santo Domingo Savio,
como ejemplo de Amor y Devoción a tu Santo Nombre, haz que la
juventud lo lleve siempre en su corazón, como símbolo de pureza,
castidad y obediencia, a tus Sagradas Enseñanzas. A Tí Señor, que
nos enseñaste, que si no permanecíamos como niños, nunca
entraríamos al Reino de los Cielos. Amén.
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