Quinta
Feria, 9 de Mayo
SANTA
CATALINA DE BOLONIA
Virgen
clarisa. Cuerpo Incorrupto
Bolonia
(Italia), 8-septiembre-1413 / + Bolonia, 9-mayo-1463
- 22-mayo-1712
“Cuando
salí del siglo, mi único objetivo fue hacer la voluntad de Dios, y
para quererlo amar con amor perfectísimo, día y noche no pensaba,
ni pedía otra cosa, sino que pudiera, supiera y tratara de amar y
conocer a Dios”
Breve
Virgen
y Mística.
Publicó
dos tratados de espiritualidad, muy profundos denominados “Las
Siete Armas Espirituales” - 1ª) diligencia; 2ª)
desconfianza en las propias fuerzas; la 3ª) confianza plena en los
designios divinos; 4ª) la meditación de la Vida y Pasión del
Salvador; 5ª) el recordatorio de nuestra propia finitud, de que
vivimos un tiempo temporal; 6ª) recordar que Dios nos tiene
preparada una morada divina; y la séptima 7ª) la importancia
central que debemos dar a las Sagradas Escrituras, leyéndolas, y
meditándolas, todas las veces que podamos hacerlo.
En
los “Doce Jardines”,
declara que la verdadera libertad, sólo puede alcanzarse subiendo la
escalera de la perfección hacia Dios, ungidos por las siete armas
espirituales. Cada escalera es un estadio espiritual ascensional, un
jardín que tiene una flor especial, lleno de poesía y simbolismo.
Su
contenido puede resumirse de la siguiente manera: la ardua tarea que
siente el alma (o la esposa), por «saciar el apetito de afecto
amoroso», hace preciso un proceso de
purificación. Éste comienza con
el hisopo de la humildad (primer jardín),
vaso vacío, como cimiento del
edificio espiritual que se proyecta, y necesita súplicas y
penitencia (segundo
jardín: rosas de
compunción), hasta que comiencen a florecer las
flores marinas de la purgación (tercer jardín)
y los lirios de la renovación
(cuarto jardín).
Más
abajo está expuesta su enseñanza.
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Luis
PÉREZ SIMÓN, O.F.M.
Catalina
Vigri, excepcional maestra y mística franciscana, «de
muy fino ingenio, y totalmente ordenada», nació en Bolonia, el 8 de
septiembre de 1413.
Durante
5 años, recibió una esmerada educación humanística, en la corte
de Ferrara, aprendiendo retórica, letras, poesía, canto, pintura y
miniatura, de modo que leía y escribía con elegancia, en latín.
Fueron
años determinantes. Ferrara era por entonces, un centro importante
de creación en las artes, las letras, la filosofía y la
espiritualidad. Era apreciada en los ambientes de la aristocracia
ferrarense, hasta el punto de que muchas señoras, deseaban retenerla
en sus casas, aun a costa de sacarla del monasterio.
A
pesar de ello, dejó el lujoso ambiente cortesano, no por desprecio o
desilusión, sino porque no podía satisfacer en él, sus inmensas
exigencias de amor y de gloria, atraída por una realidad más
consistente y preciosa, que las perspectivas que le ofrecía la
señorial ciudad, y guiada por el instinto del cielo, lo mismo que
les sucedió a San Francisco, y a Santa Clara de Asís.
Así,
después de clarificar ciertas cuestiones, sobre qué espiritualidad
seguir, y qué forma de vida quería elegir, tomó la firme decisión
de dedicarse a Dios, en el monasterio de Ferrara, muy unido a San
Bernardino, y a los franciscanos de la Observancia.
Suele
establecerse un paralelismo, entre Santa Catalina de Bolonia y San
Bernardino de Siena, almas gemelas y complementarias en su misión, y
en la vivencia del carisma, semejante al que se dio entre San
Francisco y Santa Clara.
Ante
Bernardino, profesó Catalina, la regla de Santa Clara de Asís, en
el año 1432, distinguiéndose pronto, por la humildad y la
delicadeza para con las hermanas enfermas, a la vez que estrechaba su
unión con Cristo.
Lo
dice ella así: “Cuando salí del
siglo, mi único objetivo fue hacer la voluntad de Dios, y para
quererlo amar con amor perfectísimo, y día y noche no pensaba ni
pedía otra cosa, sino que pudiera, supiera, y tratara de amar y
conocer a Dios”.
En
el convento del «Corpus Domini», de Ferrara, ejerció de hornera,
portera, maestra de novicias, hermana pobre con todas, consolando
llena de piedad a las atribuladas, con toda reverencia.
Aquí
comenzó su nueva experiencia íntima, el descubrimiento de la
presencia del Amado, en la interioridad, sentida como encuentro de la
criatura con su Dios, y la necesidad de conservar el secreto, ante la
dificultad de expresarlo con palabras.
Aquí
tuvo que vencer dificultades, pues Dios, no siempre reserva dulzura y
suavidad de espíritu, y paz mental a sus siervos fieles, y tuvo
la terrible experiencia, de tener que luchar con el demonio durante
cinco años, sufriendo diversas tentaciones, bajo la forma
de apariciones diabólicas, que la pusieron al borde de la
desesperación, si no fuera porque sabía, que el
pecado más grande es el de la desesperación.
Superadas
las pruebas, con la ayuda de la gracia, y con la práctica de la
ascesis, y del discernimiento racional, le produjeron un gozo
profundo en su espíritu, convirtiéndola en alma eminentemente
contemplativa, hasta disfrutar de éxtasis, visiones, y predicciones
del futuro. Hasta esto, llega la capacidad y la dignidad
de la persona humana, como brilla de forma particular en los santos.
Salió
de Ferrara, junto con otras 14 hermanas, y con su madre, el 22 de
julio de 1456, destinada al monasterio del «Corpus Domini», de
Bolonia, construido ese año. Fueron recibidas con gran alborozo del
pueblo, y de las máximas autoridades, y con su vida, lograron pronto
la simpatía de todos.
Dios
le reveló, que era su voluntad que aceptara el oficio de abadesa.
Tenía entonces 43 años, y no muy buena salud. Ejerció el cargo
santamente hasta su muerte, ayudándose del consejo de las hermanas,
en la solución de los problemas, dando un significativo desarrollo
al monasterio, durante su mandato, y dejando un ejemplo de magisterio
para sus sucesoras.
Vivió
el último año de su vida, más como ciudadana del cielo que de la
tierra, y purificada por los dolores y la enfermedad, y murió el 9
de mayo de 1463, a los 50 años de edad, diciendo a sus hermanas: “Mi
fin ha llegado, y me marcho alegremente; siempre me ha sido grato
padecer por Cristo. Yo os dejo la paz de Cristo; os doy mi paz; amaos
mutuamente, y así conseguiréis, que yo sea siempre, vuestra abogada
ante Dios”.
Cerrando
los ojos, se durmió susurrando tres veces: ¡Jesús, Jesús, Jesús!.
Su rostro se volvió luminoso y hermosísimo; su cuerpo incorrupto,
es objeto de gran veneración. Se la representa sentada en
una cátedra, con el libro, y el crucifijo en las manos.
Oración:
Dios Todopoderoso y Eterno, que inspiraste a Santa Catalina de
Bolonia como Virgen y Mística, te pedimos que por su intercesión y
sus méritos, podamos resguardarnos en las poderosas armas
espirituales, que nos aconsejó guardar en nuestro corazón, y que
nuestra vida, sea siempre un perfume espiritual, para todos los que
nos rodean. A Tí Señor, que te fue perfumada tu Cabeza y tus Pies,
por una pecadora, antes de tu Pasión y Muerte. Amén.
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SANTA
CATALINA, MÍSTICA FRANCISCANA
Las
Siete Armas Espirituales, y los Doce Jardines
Santa
Catalina de Bolonia, nos ha dejado por escrito su doctrina, y su
experiencia espiritual. En sus escritos, se percibe el genio creador
humanístico en el campo espiritual, que libra al espíritu de las
servidumbres conceptuales puramente exteriores; sus escritos nos
adentran en el corazón de esta mujer, en su amor vivo y palpitante,
expresado en ese salir de sí, ante la bondad de Dios, ante el
misterio de la Encarnación: el misterio del Dios hecho hombre.
Esa
condición de hombre, es el lugar donde Catalina lo puede hallar,
amar, abrazar, y unirse a Él con todo su corazón. Le importa
también, la salvación del mundo y del hombre. Considera
el nacimiento de Jesús, su pasión y su amor humano por la
Humanidad, por lo que queda conquistada y deseosa de unirse a Él,
con amor personal y esponsal.
Este
amor personal, se hace voluntad apasionada, para con todas las
criaturas, y principalmente para con sus hermanas; la
propia clausura, no será fuga del mundo, sino celosa atención por
el propio mundo interior, medio para estar vacías de sí,
y recogidas en Cristo Jesús, para vivir la propia elección de amor.
La generosidad y la bondad de Dios, que quiere hacer al hombre
partícipe de su divinidad, y la consiguiente grandeza y dignidad del
hombre, son los ejes sobre los que gira su enseñanza.
El
ambiente humanista en que fue educada, la llevó a centrar su
pensamiento, y su corazón, sobre el hombre, sobre su dignidad y
sobre su cuidado, como buena conocedora, y seguidora del pensamiento
de San Francisco, que dijo: «Considera,
oh hombre, en cuán grande excelencia te ha puesto el Señor Dios,
porque te creó y formó, a imagen de su amado Hijo según el cuerpo,
y a su semejanza según el espíritu» (Adm V,1).
Así
pues, su concepción del hombre y de su experiencia, es netamente
franciscana. En el hombre, varón y mujer,
cuerpo y alma, habita la divinidad; y si el cuerpo se
rebela contra el espíritu, sin embargo «nos
ha sido dado para servir al espíritu, siguiendo la jerarquía de la
creación, tan querida por San Buenaventura: que el espíritu se
someta a Dios, la carne al alma, la sensualidad a la razón, la
lengua a la conciencia, para que el alma, elevada sobre sí misma,
acoja las iluminaciones divinas. Obrando en consecuencia con su
dignidad, podrá el hombre ofrecer su propio cuerpo, como sacrificio
vivo.«
El
seguimiento de Jesús, le enseña a comprender la pobreza y la
obediencia, como la renuncia a la posesión de cualquier cosa, de
modo que no pueda disponer, ni de las cosas ni de sí misma, más
allá de la voluntad de la superiora.
De
esta forma, redimen el varón y la mujer, la codicia y el
aprovechamiento, raíces de todo mal. Por su amor encendido a Jesús,
descubre que en la cumbre del amor, están presentes también el
dolor y el sufrimiento, como carga inherente a la condición
del hombre sobre esta vida, que es exilio y no patria,
y consecuencia también, del deseo que sentimos de felicidad y del
gozo eterno, que seguirá al llanto temporal.
Fruto
de su formación humanista, son sus obras, en las que nos dejó sus
pensamientos, directamente escritos por su mano, sin intermediarios,
de los que se conservan algunos autógrafos originales, además de
otras obras pictóricas. Tengamos presente que van dirigidas a sus
novicias y hermanas.
Veamos
un resumen de su doctrina, en las obras conocidas, bajo el título de
Las Siete Armas Espirituales, y Los Doce Jardines.
En
la primera, que es una mezcla de diario, confesión, autobiografía y
tratado, de teoría y experiencia, expone para sus hermanas, el
itinerario del espíritu, que no es el mismo para todas, sino que
sugiere vías diversas, según su experiencia y su temperamento.
Dividida
en dos partes, la primera trata de las siete armas, que ha de usar la
verdadera sierva de Cristo, para poder ser transformada, en digna
esposa del Amor, y subir hasta el trono del Esposo.
Las
armas son las siguientes: la primera es la
diligencia, o sea, la solicitud en el bien obrar, con
verdadera discreción; la segunda es la
desconfianza de sí (siguiendo las palabras de Jesús: Sin
mí nada podéis hacer, por lo que se debe seguir el consejo de
personas experimentadas); la tercera es la
confianza en Dios, en su gracia y ayuda, en la lucha
contra los tres enemigos; la cuarta es el
recuerdo de la vida, pasión y muerte de Jesús, que es
remedio para nuestras heridas, refugio en las adversidades; alimento,
espejo, escudo, maná, escala, fuente, olivo; la
quinta, es memoria de nuestra muerte, pues el tiempo
presente es tiempo de misericordia, para que nos enmendemos, y
preparemos a comparecer ante el juez divino; la
sexta es la memoria de la gloria divina, o sea, de los
bienes que Dios ha preparado, para los que hacen el bien, o como
decía San Francisco: “Tanto
es el bien que espero, que toda pena me da consuelo”;
la séptima es la autoridad de la Sagrada
Escritura, que debemos llevar con nosotros en la mente y
el corazón, como maestra y recurso, para defendernos, diciendo con
el Maestro: “Escrito está”.
Para
llegar al triunfo en la lucha, hay que usar las siete armas sin
descuidar ninguna; de este modo, la práctica de la
disciplina ascética, bajo la guía de la obediencia, conduce a la
mística. Es una parte de carácter predominantemente didáctico, no
excesivamente sistemática ni lógica, cuyo centro, está en la
atención que se ha de prestar a la Escritura, que es madre
fidelísima, de la que se ha de tomar consejo y ejemplo para actuar,
por cuanto muestra la vía de la obediencia,
la vía de la cruz, y la vía de la santa religión.
La
segunda parte es de carácter autobiográfico, y se refiere a la
serie de visiones, o apariciones diabólicas en formas diversas,
revelaciones y tentaciones, a que se vio sometida, a pesar de haber
logrado un estado de perfección, y que le hicieron sufrir lo
indecible, hasta la victoria final.
La
segunda obra, “Los doce jardines”, es un tratado sobre
el camino de perfección, en el que pone por escrito, su experiencia
mística, resultando una biografía fundada en esa experiencia,
siguiendo la gradualidad del ascenso
espiritual.
La
lectura de Las siete armas, da el complemento natural, a la de “Los
doce jardines”. El título de «jardines» es una
metáfora, con la cual logra integrar acción
y contemplación; la acción de la criatura con la del
creador, en la sinergia de un único efecto, como en el jardín, la
acción de la naturaleza y del hombre que lo cultiva. El
jardín es una flor; la flor una virtud; la
virtud un estilo de vida.
Hay
también una referencia al jardín del Edén, y de Getsemaní. Y como
fondo, subyace el simbolismo usado por San Buenaventura, en sus obras
Itinerarium y Lignum vitae. Mientras San Buenaventura, habla de tres
misterios y doce frutos (cuatro por cada misterio), Santa Catalina
habla de tres días y doce jardines, o flores (cuatro por cada día),
de forma que se alcanza el número «doce», tan usado en la teología
de los números, para indicar la perfección, o la sabiduría.
Siguiendo
la división de la «triple vía», clásica en la teología
espiritual, expone el camino de los principiantes, en los cuatro
primeros jardines y el primer día; los ocho jardines restantes, el
camino de los proficientes y los perfectos, en los días segundo y
tercero.
Todo
el camino de tres días y tres etapas, está concebido a la luz de la
salida del pueblo hebreo, de la esclavitud de Egipto, según Éxodo
5, 3: Tenemos que hacer una salida de tres
días por el desierto, y ofrecer sacrificios al Señor. De
todas formas, la distinción de los tres días, resulta más
pedagógica que sustancial.
Su
contenido puede resumirse de la siguiente manera: la ardua tarea que
siente el alma (o la esposa), por «saciar el apetito de afecto
amoroso» hace preciso un proceso de
purificación. Éste comienza con
el hisopo de la humildad (primer jardín); del vaso
vacío, como cimiento del edificio espiritual que se
proyecta, y necesita súplicas y penitencia (segundo
jardín: rosas de compunción), hasta que comiencen a
florecer las flores marinas de la purgación
(tercer jardín), y los lirios de la
renovación (cuarto jardín).
Sigue
una reflexión, acerca de la necesidad de la concordia, la armonía y
la unidad que es preciso promover, incluso contando con la diversidad
de costumbres y de reglas.
Comienza
el segundo día del camino, que comprende los jardines quinto
(violetas de ocultamiento); sexto
(claveles de conocimiento de sí);
séptimo (girasoles de iluminación, o
flores de medio verano); y octavo (rosas
rojas de inflamación).
Es
el camino que lleva a la luz meridiana. Es el empeño de la esposa,
en su progresiva capacidad de movimiento, y armonía interior, y
de reconciliación con la realidad material y espiritual.
El
tercer día de camino, que lleva al esplendor meridiano, comprende
los jardines noveno (oliva de unción en
misericordia), décimo (naranjas
de amor unitivo), undécimo (granadas
de divina ansiedad), y duodécimo (flor
y fruto: la esposa; virtud, el Espíritu).
Es
la parte construida, a base del magisterio de su experiencia
personal: el avance experimentado por la esposa, confiere a ésta,
una especial familiaridad y seguridad en su propia belleza, y en el
deseo que de ella tiene el Esposo; y puesto que se trata de llegar a
esconderse, en el nido del Amado, no vale para ello cualquier forma,
sino que conviene vestirse de fiesta, con galas de reina, consciente,
con santa soberbia, de la propia dignidad (la imagen en que fuimos
creados); para expresar todo esto, recurre a una serie de
oposiciones, como multitud/soledad, vacío/plenitud, nada/todo.
A
lo largo de todo este proceso, la esposa tendrá que afrontar la
prueba del abandono; para enseñarla y prepararla, recurre al símbolo
del espejo, en el que la esposa se ve como vil (ínfima bajeza), ante
la mirada divina, y al mismo tiempo, usa la metáfora de la abeja,
que busca libar el néctar de las flores, en el encuentro amoroso con
el Amado.
Así,
cuanto más humillada, tanto más atractiva aparecerá la esposa para
el Esposo, progresivamente transformada, hasta resplandecer con el
vigor de las virtudes, y gozar de alegría, poseída por la energía
divina.
Es
el encuentro inefable, cuando el alma, (la esposa) habrá logrado la
más preciada libertad, la última flor que florece en el jardín.
Así, en un cuadro de amorosa intimidad esponsal, concluye el
itinerario.
Se
puede profundizar la lectura de esta santa en el siguiente link
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